11 - DE JULIO – DOMINGO –
15ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Benito, patrono de
Europa
Lectura de la profecía de Amós (7,12-15):
En aquellos días, dijo Amasías, sacerdote de Casa-de-Dios, a Amós:
«Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza
allí. No vuelvas a profetizar en Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el
templo del país.»
Respondió Amós:
«No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El
Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de
Israel."»
Palabra de Dios
Salmo: 84
R/.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y
a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus
fieles,
y la gloria habitará en nuestra
tierra. R/.
La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el
cielo. R/.
El Señor nos dará lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus
pasos. R/.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,3-14):
Bendito sea Dios, Padre nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la
persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos
eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a
ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha
concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su
sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su
gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a
conocer el misterio de su voluntad.
Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el
momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la
tierra.
Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados
por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya
esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros, que
habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el
que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido,
el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para
alabanza de su gloria.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,7-13):
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos,
dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para
el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la
faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
«Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si
un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los
pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían
con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor
De discípulos a misioneros.
El fracaso en Nazaret no desanima a Jesús. Al contrario. Además de
continuar misionando, como veíamos el domingo pasado, envía también a sus
discípulos a misionar. Los profetas del Antiguo Testamento tienen a veces
discípulos; pero, que sepamos, nunca los envían de misión; la labor del
discípulo consiste en servir de apoyo social y espiritual al profeta, memorizar
sus palabras y transmitirlas a la posteridad. El enfoque que tiene Jesús de sus
discípulos es distinto, más dinámico: no se limitan a aprender, deben también
poner en práctica lo aprendido, y ampliar desde ahora la actividad de Jesús.
Las instrucciones a los discípulos (Marcos 6,7-13)
…Jesús llamó a los doce y los
envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó
que, aparte de un bastón, no llevasen nada para el camino: ni pan, ni alforja,
ni dinero en la faja; que fueran calzados con sandalias, pero que no llevaran
dos túnicas.
También les dijo: «Quedaos en la
casa en que entréis hasta que dejéis aquel lugar; y si no os reciben ni os
escuchan, al salir de allí sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio
contra ellos».
El
texto de Marcos trata brevemente cinco puntos:
1. La autoridad. Cualquier embajador o misionero
debe estar investido de una autoridad. La que reciben los discípulos es sobre
los espíritus inmundos. Esta idea, tan extraña a la cultura de nuestra época,
debemos considerarla en el contexto del evangelio de Marcos. Jesús, desde el
primer momento, en la sinagoga de Cafarnaúm, ha demostrado su autoridad sobre
un espíritu inmundo. Sus discípulos reciben el mismo poder. Son embajadores
plenipotenciarios.
2. Equipaje y
provisiones. Es interesante advertir lo que se permite y lo que se prohíbe: sólo se
permite llevar un bastón y sandalias; en cambio, se prohíbe llevar comida (ni
pan, ni alforja) y túnica de repuesto. El permiso del bastón y las sandalias
contrastan con lo que dice el evangelio de Mateo, donde se prohíben. Es un caso
interesante de cómo los evangelistas adaptan el mensaje de Jesús a las
circunstancias de su comunidad: Marcos tiene en cuenta el apostolado posterior
de largos viajes, por terrenos difíciles, que requieren el bastón y las
sandalias. En cambio, la prohibición de comida y vestido de repuesto demuestra
la enorme preocupación de Jesús por dar ejemplo de pobreza en una época en que
los predicadores religiosos eran acusados con frecuencia de charlatanes en
busca de dinero.
3. Alojamiento. Para evitar tensiones y peleas
entre las personas que quisieran acogerlas en sus casas, Jesús ordena que se
alojen siempre en la misma.
4. Rechazo. El apostolado no tendrá siempre
éxito. Igual que Jesús fue rechazado en Nazaret, ellos pueden ser rechazados en
cualquier lugar.
5. La actividad. Curiosamente, lo que deben hacer
los discípulos no aparece hasta el final: «Ellos salieron a predicar la
conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los
curaban.» Lo mismo que hacía Jesús, a excepción del uso de aceite para curar
enfermos. Esta práctica parece haber entrado en la iglesia en un momento
posterior y está atestiguada en la carta de Santiago: «¿Que uno de vosotros cae
enfermo? Llame a los ancianos de la comunidad para que recen por él y lo unjan
con aceite invocando el nombre del Señor.» (Snt 5,14).
El rechazo (1ª lectura: Amós 7,12-15)
En las instrucciones de Jesús, este tema es el que ocupa menos
espacio. Sólo se menciona como posibilidad. En cambio, la primera lectura nos
recuerda que esta posibilidad fue y sigue siendo muy real.
En
aquellos días Amasías dijo a Amós:
- Vidente, vete, retírate a la tierra
de Judá; come allí el pan y allí profetiza. Pero en Betel no continúes
profetizando, porque es santuario del rey y templo del reino.
A mediados del siglo VIII a.C., el profeta Amós, originario del sur (Judá)
fue enviado por Dios a predicar en el Reino Norte (Israel), para denunciar las
injusticias terribles que se cometían, favorecidas por la corte y el clero. El
enfrentamiento más fuerte tiene lugar en el santuario de Betel (= Casa de
Dios), con el sumo sacerdote Amasías, que lo expulsa. En el fondo, Amós tuvo
suerte. A otros les cortaron la cabeza.
Si el texto de Amós se hubiera leído completo (cosa que horroriza a los
liturgistas), se habría advertido una diferencia capital entre la reacción del
profeta y la que deben tener los discípulos de Jesús. Cuando el sacerdote
Amasías expulsa a Amós de Betel, este le responde anunciándole que su mujer
será violada, sus hijos e hijas morirán a espada, perderá sus tierras y será
deportado. El discípulo de Jesús, si es rechazado, debe limitarse a sacudirse el
polvo de los pies. Ni una palabra de amenaza o condena. El juicio corresponde a
Dios.
Una síntesis del mensaje (2ª lectura: Efesios 1,3-14)
Bendito sea Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales.
Él nos ha elegido en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e
irreprochables a sus ojos. Por puro amor nos ha predestinado a ser sus
hijos adoptivos, por medio de Jesucristo y conforme al beneplácito de su voluntad,
para hacer resplandecer la gracia maravillosa que nos ha concedido por medio de
su querido Hijo.
Él nos ha obtenido con su sangre la
redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que ha
derramado sobre nosotros con una plenitud de sabiduría y de prudencia, dándonos a conocer el designio
misterioso de su voluntad, según los planes que se propuso realizar por medio de Cristo cuando
se cumpliera el tiempo: recapitular todas las cosas en Cristo, las de los
cielos y las de la tierra.
En Cristo también hemos sido hechos herederos, predestinados según el
designio del que todo lo hace conforme a su libre voluntad, a fin de que
nosotros, los que antes habíamos esperado en Cristo, seamos alabanza de su
gloria; también vosotros los que habéis escuchado la palabra de la verdad, el
evangelio de vuestra salvación, en el que habéis creído, habéis sido sellados con el
Espíritu Santo prometido, el cual es garantía de nuestra herencia, para la plena
liberación del pueblo de Dios y alabanza de su gloria.
El evangelio no concreta lo que los discípulos deben predicar. Sólo dice
que «predicaban la conversión», igual que Jesús. Al pasar los años, especialmente
después de su muerte y resurrección, el mensaje de los apóstoles se fue
enriqueciendo con lo que Jesús hizo y dijo, y también con una elaboración
teológica de lo que él supuso para nosotros.
La introducción de la carta a los Efesios es un excelente ejemplo de esto
último. Pero su estilo tan denso, barroco y recargado se presta a que los
asistentes a la misa no se enteren de nada. Una pena, porque las ideas son
espléndidas.
Adviértase que el texto habla generalmente de «nosotros» («nos ha
bendecido», «nos eligió», «nos ha destinado», «nos ha
obtenido», «hemos heredado», «nosotros, los que ya esperábamos en
Cristo»). Pero termina hablando de «vosotros» («y también
vosotros», «habéis escuchado», «habéis creído», «habéis sido
sellados». Parece lógico aplicar el «nosotros» a los cristianos de
origen judío; el «vosotros», a los efesios, de origen pagano.
Ante
la persona y la obra de Jesús, la reacción de los primeros debe ser bendecir a
Dios por todos los beneficios que nos ha concedido a través de Cristo, que se
resumen en estos cinco puntos: nos eligió; nos destinó a ser hijos suyos; por
su sangre, nos perdonó los pecados; nos dio a conocer su proyecto de
recapitular en Cristo todas las cosas; nos convirtió en herederos.
- ¿Y los efesios? - ¿Y nosotros? La carta toma
un rumbo muy distinto. No comienza hablando de lo que Dios ha hecho por
nosotros, sino de lo que nosotros hemos hecho al escuchar la extraordinaria
noticia de que hemos sido salvados: «habéis creído». Y entonces, Cristo nos ha
marcado con el Espíritu Santo, «prenda de nuestra herencia». Muy pocas
palabras, en comparación con los párrafos dedicados al «nosotros», pero
con la novedad de la acción de Cristo y el don del Espíritu.
En cualquier caso, al recapitular Dios todas las cosas en Cristo, todo lo
que se dice es válido para todos. También nosotros podemos y debemos proclamar:
«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales».
San Benito de Nursia
San Benito, patrono de
Europa
Nació en Nursia, región de Umbría, hacia
el año 480. Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, comenzó a
practicar la vida eremítica en Subiaco, donde reunió a algunos discípulos; más
tarde se trasladó a Cassino. Allí fundó el célebre monasterio de Montecassino y
escribió la Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monacato
occidental. Murió el 21 de marzo del año 547, pero, ya desde finales del siglo
VIII, en muchos lugares comenzó a celebrarse su memoria el día de hoy. l
Benito de Nursia
(Nursia, Italia, h. 480 - Montecassino,
id., 547)
Patriarca de los monjes de
Occidente y fundador de la orden de los benedictinos. Nacido en el seno de una
familia patricia, estudió retórica, filosofía y derecho en Roma. Los datos
disponibles sobre su vida, relatada por San Gregorio Magno en el segundo libro
de sus Diálogos, son de escasa fiabilidad. Se cuenta que a los veinte años huyó
al desierto de Subiaco, donde el monje Román le impuso el hábito monástico. En
poco tiempo fundó doce monasterios. La fama de su santidad le valió la
enemistad de otros sacerdotes vecinos, por lo que abandonó Subiaco y se instaló
en Montecassino, donde hizo construir un monasterio sobre las ruinas de un
antiguo templo pagano. Allí redactó, hacia el año 540, su célebre Regla, que
establece la humildad, la abnegación y la obediencia como ejes fundamentales de
la vida del monje. El convento es definido como una comunidad aislada del mundo
por la clausura y vinculada a él por la hospitalidad. Adoptados por San Benito
de Aniano, los preceptos de San Benito de Nursia fueron ampliamente difundidos
durante la época carolingia y siguen rigiendo en la actualidad la orden
benedictina.
Conocemos la vida de San
Benito de Nursia gracias a los Diálogos de San Gregorio Magno, fuente digna de
atención desde el punto de vista histórico, aun cuando la figura del patriarca
del monacato occidental hubiera entrado ya, en la época de su redacción, en la
leyenda. Todavía muy joven, Benito fue enviado a Roma, de donde procedía su
familia, para estudiar allí las letras y las artes, cosa que hizo con un
provecho mayor de lo que generalmente suele creerse. No obstante, hacia los
veinte años, hastiado por la corrupción y la vida muelle que le era dado
contemplar, resolvió abandonar el mundo para dedicarse mejor a su formación
interna y a la oración.
Salió de la ciudad
ocultamente, y tras una breve permanencia en Enfida se retiró a la soledad de
una gruta cercana a Subiaco; allí vivió por espacio de tres años, en el secreto
más absoluto y en medio de numerosas privaciones, hasta la Pascua de 503.
Descubierto por la indiscreción de un sacerdote, se dejó elegir abad por un
grupo de monjes que residían cerca de Vicovaro, los cuales, posteriormente, al
no lograr adaptarse a la disciplina por él establecida, trataron de
envenenarle.
Superada la asechanza,
Benito de Nursia reunió a cuantos habían acudido a él de todas partes en busca
de sus consejos y fundó en la región doce monasterios que muy pronto se
poblaron de monjes, a los cuales dio como norma de vida la regla de San
Basilio; de Roma llegaron también los patricios Tertulo y Equicio para confiar
al patriarca sus jóvenes hijos Plácido y Mauro, que luego habrían de
convertirse en dos de sus más ardientes discípulos y colaboradores.
Sin embargo, la paz y la
tranquilidad no duraron demasiado. El envidioso sacerdote Florencio pretendió
eliminarle; fracasado otro intento de envenenamiento llevado a cabo mediante un
pan, trató de perjudicarle de la manera más infame, y no directamente en su
persona, sino en sus jóvenes novicios, a los que sometió a la más dura de las
tentaciones. El castigo no tardó en llegar, y el presbítero murió en el súbito
derrumbamiento de su propia casa.
Benito, con unos cuantos
compañeros, se alejó de aquel lugar y se dirigió a Campania, hacia el punto que
habría de hacer para siempre famoso: Cassino, la antigua y bella colonia
romana, entonces arruinada por las devastaciones de los bárbaros y la
desolación de la guerra. En la Pascua del año 529 Benito destruyó el altar de
Apolo que los moradores, vueltos al paganismo, habían levantado en la colina
que dominaba el país, lleno de bosques sagrados, y lo reemplazó por los
oratorios de San Juan y San Martín; con ello inició, mediante un acto de
firmeza cristiana y romana, el futuro monasterio de Montecassino, el
"Archicoenobium Casinense", donde el santo vivió durante el resto de
su vida.
Fruto de este periodo fue
la Regla de los monasterios, obra que ha hecho de Benito de Nursia una de las
grandes figuras del cristianismo. En ella adaptó genialmente a las tendencias,
a la naturaleza, a las necesidades y a las condiciones de los pueblos de
Occidente las normas de vida monástica que entre los orientales habían
producido grandes frutos de santidad en el seno de la Iglesia católica. San
Gregorio Magno alabó sobre todo la "discreción", o sea el equilibrio,
de esta regla; a tal característica se debe, indudablemente, la inmensa fortuna
que conocería en el transcurso de los siglos dicho monumento de la sabiduría
cristiana, al cual se halla vinculada una parte tan importante de la vida
religiosa medieval.
La Regla de los monasterios
(Regula monasteriorum), más conocida como Regla de San Benito, es una obra de
importancia capital y decisiva para el desarrollo del monacato en Occidente;
ejerció una vasta influencia sobre la producción literaria medieval y suscitó
un vivo interés por la tradición de su texto y por la peculiaridad de su
lengua. La elaboración de este libro tomó largos años a San Benito de Nursia.
Recogiendo ampliamente la materia de escritos concernientes a los preceptos de
la vida monástica, la obra viene a constituir, por decirlo así, la redacción y
codificación oficial, la coordinación eficacísima, por parte de la Iglesia, de
la actividad independiente cenobítica, para salvaguardia del patrimonio de la
fe en una época de turbulencia y transición.
La Regla se inicia con un
prólogo en el que claramente se expone el altísimo programa ascético del santo,
y comprende, con una acabada concisión, setenta y tres capítulos, escritos en
un tono evangélicamente solemne, autoritario, reformador y, a la vez, benévolo,
suave y humano; algunos de los capítulos, más exquisitamente espirituales,
alcanzan a veces la sublimidad de la mística. La suave gravedad romana de la
Regla de San Benito estaba destinada a dominar sobre todas las demás
instituciones monásticas del mundo latino, así como sobre la rígida disciplina
irlandesa; a convertirse, en suma, según el explícito deseo del santo y el
título que le puso el papa Pelagio I, en "Regla de los monasterios",
en la norma universal de todo cenobio. La armonía de la discreción, peculiar en
San Benito, y su adaptación vigilante a las necesidades de aquel tiempo
lograron adaptar el severo y contemplativo monacato oriental al espíritu activo
y conquistador del Occidente romano.
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