1 - DE AGOSTO – DOMINGO –
18ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Alfonso María de Ligorio
Lectura del libro del Éxodo
(16,2-4.12-15):
En aquellos días,
en el desierto, comenzaron todos a murmurar contra Moisés y Aarón, y les
decían:
«¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto!
Allí nos sentábamos junto a las ollas de carne, y comíamos hasta hartarnos;
pero vosotros nos habéis traído al desierto para matarnos a todos de hambre.»
Entonces el Señor dijo a Moisés:
«Voy a hacer que os llueva comida del cielo.
La gente saldrá a diario a recoger únicamente lo necesario para el día. Quiero
ver quién obedece mis instrucciones y quién no.»
Y el Señor se dirigió a Moisés y le dijo:
«He oído murmurar a los israelitas. Habla
con ellos y diles: "Al atardecer comeréis carne, y por la mañana comeréis
hasta quedar satisfechos. Así sabréis que yo soy el Señor vuestro Dios."»
Aquella misma tarde llegaron codornices, las
cuales llenaron el campamento; y por la mañana había una capa de rocío
alrededor del campamento. Después que el rocío se hubo evaporado, algo muy
fino, parecido a la escarcha, quedó sobre la superficie del desierto.
Los israelitas, no sabiendo qué era aquello,
al verlo se decían unos a otros:
«¿Y esto qué es?»
Moisés les dijo:
«Éste es el pan que el Señor os da como
alimento.»
Palabra de
Dios
Salmo: 77
R/. El Señor les dio un trigo celeste
Lo que oímos y
aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor, su poder. R/.
Dio orden a las
altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste. R/.
Y el hombre
comió pan de ángeles,
les mandó provisiones hasta la hartura.
Los hizo entrar por las santas fronteras,
hasta el monte que su diestra había adquirido. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,17.20-24):
En el nombre del
Señor os digo y encargo que no viváis más como los paganos, que viven de
acuerdo con sus vanos pensamientos. Pero vosotros no conocisteis a Cristo para
vivir de ese modo, si es que realmente oísteis acerca de él; esto es, si de
Jesús aprendisteis en qué consiste la verdad.
En cuanto a vuestra antigua manera de vivir,
despojaos de vuestra vieja naturaleza, que está corrompida por los malos deseos
engañosos. Debéis renovaros en vuestra mente y en vuestro espíritu, y
revestiros de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se manifiesta
en una vida recta y pura, fundada en la verdad.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Juan (6,24-35):
En aquel tiempo,
al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se
dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago,
encontraron a Jesús y le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo:
«Os aseguro que vosotros no me buscáis
porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta
hartaros.
No trabajéis por la comida que se acaba,
sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os
dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.»
Le preguntaron:
«¿Qué debemos hacer para que nuestras obras
sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó:
«La obra de Dios es que creáis en aquel que
él ha enviado.»
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron–
para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados
comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Dios les dio a
comer pan del cielo."»
Jesús les contestó:
«Os aseguro que no fue Moisés quien os dio
el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque
el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron:
«Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo:
«Yo soy el pan que da vida. El que viene a
mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»
Palabra del
Señor
Eucaristía e inmortalidad.
- ¿Cuántos miles de veces has comulgado
desde que hiciste la Primera Comunión? - ¿Se ha convertido ya en
rutina, aunque seas consciente de su importancia?
Hablando de otro tema: - ¿qué piensas de
la otra vida? - ¿Eres de los que dicen: «El pobrecito se ha muerto», como si
fuera una desgracia sin remedio?
-¿Estarías dispuesto, como Gilgamés, el
gran héroe mesopotámico, a realizar un peligroso viaje para conseguir la planta
de la inmortalidad, o piensas que es una tarea absurda e imposible?
A menudo preferimos no hacernos estas
preguntas. Es más cómodo esconder la cabeza, como el avestruz. Pero el autor
del cuarto evangelio (san Juan o quien sea) disfruta amargándonos la vida.
El debate sobre el pan de vida
El próximo domingo y los tres siguientes
se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la
multiplicación de los panes y los peces. El inconveniente de dividir el debate
y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión
dramática. Por ello, considero importante ofrecer una visión de conjunto,
aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos.
Los interlocutores del debate
Los interlocutores de Jesús, aunque
resulte extraño, cambian: al principio son los galileos que se
beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate
adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a
Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de
hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus
discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final,
solo quedan los doce.
Los tres puntos principales del debate
Los debates y discursos de Jesús en el
evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas
ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas.
1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre»
(v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que
«el Verbo era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús
se muestra como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de
Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la
gana de morirme».
2. Esa vida eterna se consigue comiendo
«el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan
que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo»
(v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día»
(vv.39.40.44.54).
3. Los dos temas anteriores están muy
vinculados al de la fe en Jesús: «lo que
Dios quiere es que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí
nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por
eso, los discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64);
en cambio, los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el
santo de Dios» (v. 69).
Por consiguiente, al hablar del «pan de
vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos
resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino
un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la
obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer
en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y
vida eterna.
El desarrollo del debate y sus consecuencias
En el texto litúrgico (que
suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18,
19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de
Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de
los Doce (domingo 21).
La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por
parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al
mundo».
La segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante
la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre
y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el
pan que yo daré es mi carne».
La tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer
su carne?» Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo
explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única
forma de conseguir la vida eterna.
Con lo anterior termina del debate, sin
que se diga cómo reaccionan los judíos. Pero sí se añade la
reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el
escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce.
Notas al debate
1.- Aunque las ideas puedan
resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es
que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una
persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse
vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que
el que viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo
y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales.
2.- Jesús recurre a la ironía
(«me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la
importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su
carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos
actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre».
Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la
experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la
mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios.
3.- El debate no reproduce lo
ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él
sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando
Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»,
que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer
un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía,
al pan y la copa de vino que comparten.
4.- Desde un punto de vista
pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos,
los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de
«transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría
acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo
de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.
1ª lectura (Ex 16, 2-4.12-15)
Ya que el evangelio hace referencia al
don del maná, se lee la versión del libro de los Números, que lo une al de las
codornices (pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada
milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está
harto de no comer más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de
coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían
en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con
ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el
campamento y encima de él, el maná».
Sin embargo, la versión que terminó
imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no
cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo,
sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros
en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión
litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado
volando y nadie las echaría de menos.
Evangelio (Jn 6, 24-35)
La introducción ha suprimido muchos datos. Después de
la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la
barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de
hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en
contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto
llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la
gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su
busca.
Empieza entonces el largo debate. La sección de
hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una
petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús.
Todo comienza con una pregunta muy sencilla:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta,
hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla
del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente
preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer
lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel
que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan
una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio,
como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en
bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo»
y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el
verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la
vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana:
«Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más
desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá
hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente?
La solución el domingo próximo.
San Alfonso María de Ligorio
(1696 - 1787)
Nació en Nápoles en el
año 1696; obtuvo el doctorado en ambos derechos, recibió la ordenación sacerdotal
e instituyó la Congregación llamada del Santísimo Redentor (redentoristas).
Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la predicación y
a la publicación de diversas obras, sobre todo de teología moral, materia en la
que es considerado un auténtico maestro.
Fue elegido obispo de Sant’Agata dei Goti, pero algunos años después
renunció a dicho cargo y murió entre los suyos, en Pagani, cerca de Nápoles, en
el año 1787.
Alfonso significa: "listo para el combate".
Nació
cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696. Sus padres fueron Don José,
Marqués de Ligorio y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cabalieri.
Nuestro santo fue el
primogénito de siete hermanos, cuatro varones y tres niñas. Siendo aún niño fue
visitado por San Francisco Jerónimo el cual lo bendijo y anunció: "Este
chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien".
A los
16 años, caso excepcional obtiene el grado de doctor en ambos derechos, civil y
canónico, con notas sobresalientes en todos sus estudios.
Para
conservar la pureza de su alma escogió un director espiritual, visitaba
frecuentemente a Jesús Sacramentado, rezaba con gran devoción a la Virgen y
huía como de la peste de todos los que tuvieran malas conversaciones.
Su
padre, que deseaba hacer de él un brillante político, lo hizo estudiar varios
idiomas modernos, aprender música, artes y detalles de la vida caballeresca. Y
en su profesión de abogado iba obteniendo resaltantes triunfos. Pero todo esto
no lo dejaba satisfecho, por el gran peligro que en el mundo existe de ofender
a Dios.
A sus
compañeros les repetía: "Amigos, en el mundo corremos peligro de
condenarnos".
Más
tarde escribiría: "Las vanidades del mundo están llenas de amargura y
desengaños. Lo sé por propia y amarga experiencia"
Su
padre quería casarlo con alguna joven de familia muy distinguida para que
formara un hogar de alta clase social. Pero cada vez que le preparaban algún
noviazgo, la novia tenía que exclamar: "Muy noble, muy culto, muy atento,
pero... ¡Vive más en lo espiritual que en lo material!.
Hubo
un pleito famoso entre el Doctor Orsini y el gran duque de Toscana. El Dr.
Alfonso defendía al de Orsini. Su exposición fue maravillosa, brillante.
Sumamente aplaudida. Creía haber obtenido el triunfo para su defendido. Pero
apenas terminada su intervención, se le acerca el jefe de la parte contraria,
le alarga un papel y le dice: "Todo lo que nos ha dicho con tanta elocuencia
cae de su base ante este documento".
Alfonso
lo lee, y exclama: "Señores, me he equivocado", y sale de la sala
diciendo en su interior: "Mundo traidor, ya te he conocido. En adelante no
te serviré ni un minuto más".
Se
encierra en su cuarto y está tres días sin comer. No hace sino rezar y llorar.
Después
se dedica a visitar enfermos, y un día en un hospital de incurables le parece
que Jesús le dice: "Alfonso, apártate del mundo y dedícate sólo a servirme
a mí". Emocionado le responde: "Señor, ¿qué queréis que yo
haga?".
Y se
dirige luego a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario
hace voto de dejar el mundo. Y como señal de compromiso deja su espada ante el
altar de la Stma. Virgen.
Pero
tuvo que sostener una gran lucha espiritual para convencer a su padre, el cual
cifraba en este hijo suyo, brillantísimo abogado, toda la esperanza del futuro
de su familia. "Fonso mío - le decía llorando - ¿Cómo vas a dejar tu
familia? - y él respondía: Padre, el único negocio que ahora me interesa es el
de salvar almas".
Al
fin, a los 30 años logra ser ordenado sacerdote. Desde entonces se dedica
trabajar con las gentes de los barrios más pobres de Nápoles y de otras
ciudades. Reúne a los niños y a la gente humilde, al aire libre y les enseña
catecismo.
Su
padre que gozaba oyendo sus discursos de abogado, ahora no quiere ir a escuchar
sus sencillos sermones sacerdotales. Pero un día entra por curiosidad a
escucharle una de sus pláticas, y sin poderse contener exclama emocionado:
"Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios". Y esto lo repetirá
después muchas veces.
Se
le reunieron otros sacerdotes y con ellos, el 9 de noviembre de 1752, fundó la
Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas). Y a imitación de
Jesús se dedicaron a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el
evangelio. Su lema era el de Jesús: "Soy enviado para evangelizar a los
pobres".
Durante
30 años, con su equipo de misioneros, recorre campos, pueblos, ciudades,
provincias, permaneciendo en cada sitio 10 o 15 días predicando, para que no quedara
ningún grupo sin ser instruido y atendido espiritualmente.
La
gente al ver su gran espíritu de sacrificio, corría a su confesionario a
pedirle perdón de sus pecados. Solía decir que el predicador siembra y el
confesor recoge la cosecha.
Es
admirable como a San Alfonso le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas.
Predicaba, confesaba, preparaba misiones y escribía. Hay una explicación: Había
hecho votos de no perder ni un minuto de su tiempo. Y aprovechaba este tesoro
hasta lo máximo. Al morir deja 111 libros y opúsculos impresos y 2 mil
manuscritos. Durante su vida vio 402 ediciones de sus obras.
Su
obra ha sido traducida a 70 lenguas, y ya en vida llegó a ver más de 40
traducciones de sus escritos.
Para
su libro más famoso, Las Glorias de María, empezó San Alfonso a recoger
materiales cuando tenía 38 años, y terminó de escribirlo a los 54 años, en
1750. Su redacción le gastó 16 años.
Sus
obras las escribió en sus últimos 35 años, que fueron años de terribles
sufrimientos.
En
1762 el Papa lo nombró obispo de Santa Agueda. Quedó aterrado y dijo que
renunciaba a ese honor. Pero el Papa no le aceptó la renuncia. "Cúmplase
la Voluntad de Dios. Este sufrimiento por mis pecados" - exclamó - y
aceptó. Tenía 66 años.
Estuvo
13 años de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. En cada pueblo de su
diócesis hizo predicar misiones, y él predicaba el sermón de la Virgen o el de
la despedida.
Vino
el hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y
el carro del obispo para dar de comer a los hambrientos.
Cuando
le aceptaron su renuncia de obispo exclamó: Bendito sea Dios que me ha quitado
una montaña de mis hombros.
Dios
lo probó con enfermedades. Fue perdiendo la vista y el oído. "Soy medio
sordo y medio ciego - decía - pero si Dios quiere que lo sea más y más, lo
acepto con gusto".
Su
delicia era pasar las horas junto al Santísimo Sacramento. A veces se acercaba
al sagrario, tocaba a la puertecilla y decía: "¿Jesús, me oyes?"
Le
encantaba que le leyeran Vidas de Santos. Un hermano tras otro pasaba a leerle
por horas y horas.
Preguntaba:
¿Ya rezamos el rosario? Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi
salvación . "Traedme, a Jesucristo", decía, pidiendo la comunión.
San
Alfonso muere el 1 de agosto de 1787, (Tenía 90 años).
El
Papa Gregorio XVI lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX lo declara Doctor de
la Iglesia en 1875.
Para
un devoto de la Virgen ninguna lectura más provechosa que Las Glorias de María
de San Alfonso.
No
hay gente débil y gente fuerte en lo espiritual, sino gente que no reza y gente
que sí sabe rezar.
(San Alfonso)
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