3 - DE NOVIEMBRE
– MIERCOLES
– 31ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Martín de Porres
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Romanos (13,8-10):
A nadie
le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el
resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás,
no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Uno que ama a su prójimo no le hace
daño; por eso amar es cumplir la ley entera.
Palabra de Dios
Salmo: 111,1-2.4-5.9
R/. Dichoso el que se apiada y
presta
Dichoso quien
teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.
En las
tinieblas brilla
como una luz el que es justo,
clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos. R/.
Reparte
limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (14,25-33):
En aquel
tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno se viene conmigo y no pospone
a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí no
puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere
construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene
para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se
pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a
construir y no ha sido capaz de acabar.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a
otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir
al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía
lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a
todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Palabra del Señor
1. El significado
central de lo que Jesús afirma, en este evangelio, toca las
fibras más profundas del corazón humano. Se trata de poner en segundo
plano, en la organización de nuestra vida, las relaciones humanas a las
que, en principio al menos, se les concede la mayor importancia. Y
se trata, sobre
todo, de escoger (como lo hizo el propio Jesús) la función más detestable
que
una sociedad puede adjudicar a un ciudadano: la de un delincuente
subversivo y al que hay que liquidar (Gerd Theissen).
Esto, ni más ni menos, es lo que
viene a decir Jesús en este discurso.
2. El problema está en
saber lo que el Evangelio quiere enseñar con este lenguaje y esta mentalidad.
Por supuesto, no se trata de que Jesús
propuso, como ideal de vida, el programa de un delincuente o un terrorista. Los
delincuentes y terroristas son gente peligrosa, gente pervertida y perversa,
canallas que causan demasiado sufrimiento, casi siempre a personas inocentes.
Jesús no pudo proponer eso, ni querer nada que se parezca a eso.
Entonces, ¿qué es lo que Jesús propone
aquí como ideal de vida?
3. No es un lenguaje
ascético. Y, menos aún, un masoquismo propio de gente trastornada. El
proyecto de Jesús se entiende si ponemos los pies en el suelo, en esta tierra
de tanta corrupción y de tantas y tales injusticias, que, traducidas a
expresión fonética, serían el clamor de un griterío desesperado, desgarrado y
de amenaza creciente.
Pues bien, desde el suelo de esta
tierra, lo que se palpa es que quien dice "¡Basta ya!" y actúa en
consecuencia, ese tiene que estar dispuesto a ser visto como un individuo
peligroso, dispuesto a romper los lazos familiares más sagrados, dispuesto a
poner en peligro su propia seguridad y su misma respetabilidad. Porque, en este
mundo, el que quiere tener buen nombre, tiene que aparecer siempre como
equidistante de todo y de todos, en el más "respetado equilibrio".
Pues bien, el que organice así su vida,
ese que se despida del seguimiento de Jesús. Esto es lo que el Evangelio
propone: la coherencia ética hasta el límite. Por eso tendríamos que
preguntarnos muy en serio:
- ¿es este el programa pastoral de
nuestros obispos? ¿O tenemos como
pastores de la Iglesia a hombres que lo que desean es estar bien con todos
y
ser apreciados por todos?
De ser así, no vamos a ninguna parte.
San Martín de Porres
Nació en la
ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de
Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra
libre panameña.
Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde
Santa Rosa de Lima también lo fuera.
Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo
confirmó en la fe de sus padres. Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer
arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón,
corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre.
A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un
dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.
Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y
hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora
del Rosario.
Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la
raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a
Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un
amor sin medida.
San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar desapercibido y
ser el último". Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le
confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran
compañera de su vida.
Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el
pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no
duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa
sonrisa.
San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su
padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el
Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador.
El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P.
Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche,
curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería,
amaba y curaba con singular amor". La portería del convento es un reguero
de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: "No hay
gusto mayor que dar a los pobres".
Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de
ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y
ratones.
Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero
se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que
podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria,
incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias:
camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.
Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo
que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento.
Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio;
el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el
interesado quedan cautivados por su docilidad.
Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de
Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras
lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.
Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y
enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por
conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.
Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en
1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía
de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo:
su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo
apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo
que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín
de la caridad".
Su fiesta se celebra el 3 de noviembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario