lunes, 1 de noviembre de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 - DE NOVIEMBRE – MIERCOLES – 31ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Martín de Porres

  


3 - DE NOVIEMBRE – MIERCOLES

– 31ª – SEMANA DEL T. O. – B –

San Martín de Porres

 

    Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (13,8-10):

 

A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»

Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 111,1-2.4-5.9

 

    R/. Dichoso el que se apiada y presta

 

Dichoso quien teme al Señor

y ama de corazón sus mandatos.

Su linaje será poderoso en la tierra,

la descendencia del justo será bendita. R/.

 

En las tinieblas brilla

como una luz el que es justo,

clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,

y administra rectamente sus asuntos. R/.

 

Reparte limosna a los pobres;

su caridad es constante, sin falta,

y alzará la frente con dignidad. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33):

 

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

 

Palabra del Señor

                                                          

1.   El significado central de lo que Jesús afirma, en este evangelio, toca las

fibras más profundas del corazón humano. Se trata de poner en segundo

plano, en la organización de nuestra vida, las relaciones humanas a las que, en principio al menos, se les concede la mayor importancia.  Y se trata, sobre

todo, de escoger (como lo hizo el propio Jesús) la función más detestable que

una sociedad puede adjudicar a un ciudadano: la de un delincuente subversivo y al que hay que liquidar (Gerd Theissen).

Esto, ni más ni menos, es lo que

viene a decir Jesús en este discurso.

 

2.   El problema está en saber lo que el Evangelio quiere enseñar con este lenguaje y esta mentalidad.

Por supuesto, no se trata de que Jesús propuso, como ideal de vida, el programa de un delincuente o un terrorista. Los delincuentes y terroristas son gente peligrosa, gente pervertida y perversa, canallas que causan demasiado sufrimiento, casi siempre a personas inocentes. Jesús no pudo proponer eso, ni querer nada que se parezca a eso.

Entonces, ¿qué es lo que Jesús propone aquí como ideal de vida?

 

3.   No es un lenguaje ascético. Y, menos aún, un masoquismo propio de gente trastornada.  El proyecto de Jesús se entiende si ponemos los pies en el suelo, en esta tierra de tanta corrupción y de tantas y tales injusticias, que, traducidas a expresión fonética, serían el clamor de un griterío desesperado, desgarrado y de amenaza creciente.

Pues bien, desde el suelo de esta tierra, lo que se palpa es que quien dice "¡Basta ya!" y actúa en consecuencia, ese tiene que estar dispuesto a ser visto como un individuo peligroso, dispuesto a romper los lazos familiares más sagrados, dispuesto a poner en peligro su propia seguridad y su misma respetabilidad. Porque, en este mundo, el que quiere tener buen nombre, tiene que aparecer siempre como equidistante de todo y de todos, en el más "respetado equilibrio".

Pues bien, el que organice así su vida, ese que se despida del seguimiento de Jesús. Esto es lo que el Evangelio propone:  la coherencia ética hasta el límite. Por eso tendríamos que preguntarnos muy en serio:

- ¿es este el programa pastoral de nuestros obispos?  ¿O tenemos como

pastores de la Iglesia a hombres que lo que desean es estar bien con todos y

ser apreciados por todos?

De ser así, no vamos a ninguna parte.

 

San Martín de Porres

 

Nació en la ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra libre panameña.

Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera.

Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres. Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón, corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre.

A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista. La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima.

Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.

Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida.

San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar desapercibido y ser el último". Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida.

Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.

San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador.

El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor". La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres".

Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones.

Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto. Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.

Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad. 

Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639.

Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.

Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín de la caridad".

 

Su fiesta se celebra el 3 de noviembre.

 

 

   

 

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