20 - DE
NOVIEMBRE – SÁBADO –
33ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Edmundo rey
Lectura del primer libro de los
Macabeos (6,1-13):
En aquellos
días, el rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que
en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y
oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas
allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer
rey de Grecia.
Antíoco fue allá e intentó apoderarse de
la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de
lo que pretendía, salieron a atacarle.
Antíoco tuvo que huir, y emprendió el
viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado. Entonces llegó a Persia un
mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había
fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había
huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y
pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el
arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en
torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur,
ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se
impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le
habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más
deprimido.
Pensó que se moría, llamó a todos sus
grandes y les dijo:
«El sueño ha huido de mis ojos; me
siento abrumado de pena y me digo: "¡A qué tribulación he llegado, en qué
violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso!"
Pero ahora me viene a la memoria el daño
que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y
enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco
que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en
tierra extranjera.»
Palabra de Dios
Salmo: 9,2-3.4.6.16.19
R/. Gozaré con tu salvación, Señor.
Te doy
gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo. R/.
Porque mis
enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido. R/.
Los pueblos se
han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (20,27-40):
En aquel
tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le
preguntaron:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a
uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda
y dé descendencia a su hermano.
Pues bien, había siete hermanos: el
primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con
ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los
siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó:
«En esta vida, hombres y mujeres se
casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección
de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles;
son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los
muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al
Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de
muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro.»
Y no se atrevían a hacerle más
preguntas.
Palabra del Señor
1. Este relato insiste
sobre el problema de la "otra vida".
El error de base de los saduceos (y de
no pocos cristianos actuales) está en no tener en cuenta que la "otra
vida" pertenece a "lo trascendente". Y lo trascendente es lo que
nosotros no podemos ni saber, ni comprender.
Si esto se hubiera tenido presente, no andaríamos
dando vueltas a lo que jamás podremos saber. Lo que interesa es entender la
enseñanza que da Jesús, en su respuesta a los saduceos. Y, sobre
todo, lo que esa respuesta puede representar para nosotros.
2. Frente a la incredulidad
de los saduceos, por lo que se refiere a la vida después de la muerte, Jesús afirma
de forma clara y terminante que la fe en Dios es inseparable de la fe en la
resurrección. Con lo cual Jesús quiere enseñar que la vida no se acaba con la
muerte, sino que la muerte es el paso a otra forma de vida. En esto consiste lo
central de la enseñanza que nos presenta aquí el Evangelio.
3. En todo este asunto, los problemas se nos presentan cuando pretendemos saber cómo será la vida futura, sobre todo si, como les ocurría a los saduceos, intentamos explicar la vida posterior a la muerte a partir de lo que sabemos sobre la vida de este mundo.
Aceptemos, de una vez, que por ese
camino no llegaremos nunca a saber en qué consiste la "vida
eterna".
Aceptemos, por tanto, que no es posible
conocer cómo o en qué consiste la otra vida.
El punto central, en todo este
complicado tema, está en saber si tiene (o puede tener) sentido una vida que,
como bien sabemos, está condenada inevitablemente al fracaso y a la
muerte.
Esto supuesto, el mensaje genial de
Jesús consiste en decirnos que ese fracaso y esa muerte inevitables no son sino
el paso a otra forma de vida, que supera en plenitud y totalidad de sentido las
limitaciones de esta vida. Al menos, la esperanza cristiana nos lleva a eso y
es eso lo que nos deja como fuente de una felicidad que vence todas las
desgracias y sufrimientos que encontramos en esta vida.
San Edmundo rey
Comenzó a gobernar
sobre los anglos del Este cuando sólo tenía quince años, en el 855. Habiéndolo
tomado prisionero los daneses, propusiéronle que abandonase su religión a lo
que se negó resueltamente. En consecuencia, fue azotado y muerto a flechazos,
el año 870.
Vida de San Edmundo
rey
Offa es rey de Estanglia. Un buen día decide
pasar el último tramo de su vida haciendo penitencia y dedicándose a la oración
en Roma. Renuncia a su corona a favor de Edmundo que a sus catorce años es
coronado rey, siguiendo la costumbre de la época, por Huberto, obispo de Elman,
el día de la Navidad del año 855.
Pronto da muestras de una sensatez que no
procede sólo de la edad. Es modelo de los buenos príncipes. No es amigo de
lisonjas; prefiere el conocimiento directo de los asuntos a las proposiciones
de los consejeros; ama y busca la paz para su pueblo; se muestra imparcial y
recto en la administración de la justicia; tiene en cuenta los valores
religiosos de su pueblo y destaca por el apoyo que da a las viudas, huérfanos y
necesitados.
Reina así hasta que llegan dificultades
especiales con el desembarco de los piratas daneses capitaneados por los
hermanos Hingaro y Hubba que siembran pánico y destrucción a su paso. Además,
tienen los invasores una aversión diabólica a todo nombre cristiano; con rabia
y crueldad saquean, destruyen y entran al pillaje en monasterios, templos o
iglesias que encuentran pasando a cuchillo a monjes, sacerdotes y religiosas.
Una muestra es el saqueo del monasterio de Coldinghan, donde la abadesa santa
Ebba fue degollada con todas sus monjas.
Edmundo reúne cómo puede un pequeño ejército
para hacer frente a tanta destrucción pero no quiere pérdidas de vidas inútiles
de sus súbditos ni desea provocar la condenación de sus enemigos muertos en la
batalla. Prefiere esconderse hasta que, descubierto, rechaza las condiciones de
rendición por atentar contra la religión y contra el bien de su gente. No
acepta las estipulaciones porque nunca compraría su reino a costa de ofender a
Dios. Entonces es azotado, asaeteado como otro san Sebastián, hasta que su
cuerpo parece un erizo y, por último, le cortan la cabeza que arrojan entre las
matas del bosque.
Sus súbditos buscaron la cabeza para
enterrarla con su cuerpo, pero no la encuentran hasta que escuchan una voz que
dice: "Here", es decir, "aquí".
Este piadosísimo relato tardío colmado de
adornos literarios en torno a la figura del que fue el último rey de Estanglia
exaltan, realzan y elevan la figura de Edmundo hasta considerarlo mártir que,
por otra parte, llegó a ser muy popular en la Inglaterra medieval. Sus
reliquias se conservaron en Bury Saint Edmunds, en West Sufflok, donde en el
año 1020 se fundó una gran abadía.
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