7 - DE NOVIEMBRE – DOMINGO –
32ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Ernesto
Lectura del primer libro de los Reyes
(17,10-16):
En aquellos
días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la
puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le
dijo:
«Por favor, tráeme un poco de agua en un
jarro para que beba.»
Mientras iba a buscarla, le gritó:
«Por favor, tráeme también en la
mano un trozo de pan.»
Respondió ella:
«Te juro por el Señor, tu Dios, que no
tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de
aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer
un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.»
Respondió Elías:
«No temas. Anda, prepáralo como has
dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo
lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de
harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el
Señor envíe la lluvia sobre la tierra."»
Ella se fue, hizo lo que le había dicho
Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la
alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Palabra de Dios
Salmo: 145,7.8-9a.9bc-10
R/. Alaba, alma mía, al Señor
Que mantiene
su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre
los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al
huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos (9,24-28):
Cristo ha
entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en
el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se
ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario
todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber
padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, él se ha
manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con
el sacrificio de sí mismo.
Por cuanto el destino de los hombres es
morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera,
Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda
vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para
salvarlos.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(12,38-44):
En aquel
tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta
pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los
asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y
devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán
una sentencia más rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca
de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos
echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«Os aseguro que esa pobre viuda ha
echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de
lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía
para vivir.»
Palabra del Señor
Viudas buenas y teólogos malos.
La ofrenda de la viuda
El evangelio del domingo anterior nos
dejó en el templo de Jerusalén. Por delante de Jesús han ido desfilando
autoridades religiosas, fariseos, saduceos, y un escriba que le preguntó por el
mandamiento principal y terminó recibiendo un gran elogio de Jesús. Al parecer,
ya no queda nadie importante a quien presentar. Sin embargo, falta el personaje
más desconcertante: una viuda que no se interesa por Jesús. La primera lectura,
tomada de la historia del profeta Elías, ayuda a entender y valorar la actitud
de esta viuda.
Una viuda generosa y con mucha fe (1
Reyes 17,10-16)
Se trata de un relato muy sencillo, que
recuerda a las leyendas sobre San Francisco de Asís (las “Florecillas”). Lo
importante no es su valor histórico sino su mensaje. Destaco algunos detalles.
1.
La pobreza de los protagonistas. En el mundo antiguo, las personas con
mayor peligro de marginación y miseria eran las viudas y los huérfanos de
padre, al carecer de un varón que las protegiese. En nuestro relato, esta
situación se ve agravada por la sequía, hasta el punto de la mujer está segura
de que ni ella ni su hijo podrán sobrevivir.
2.
La fe y la obediencia de la mujer. Muchas veces, comentando este
texto, se habla de su generosidad, ya que está dispuesta a dar al profeta lo
poco que le queda. Pero lo que el autor del relato subraya es su fe en lo que
ha dicho el Señor a propósito de la harina y el aceite, y su obediencia a lo
que le manda Elías.
3.
La categoría excepcional de Elías, al que Dios comunica su palabra y a
través del cual realiza un gran milagro.
Teólogos presumidos y una viuda generosa
(evangelio)
El relato tiene dos partes: la primera
denuncia a los escribas; la segunda alaba a una viuda. Lo que las relaciona es
la actitud tan contraria de los protagonistas: los escribas “devoran los bienes
de las viudas”, la viuda echa en el arca “todo lo que tenía para vivir”.
¡Cuidado con los escribas!
En aquel
tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los
escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en
la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos
en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos
rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Los escribas eran especialistas en
cuestiones religiosas, dedicados desde niños al estudio de la Torá. Tenían gran
autoridad y gozaban de enorme respeto entre los judíos. Pero Jesús no se fija
en su ciencia, sino en su apariencia externa y sus pretensiones. La descripción
que ofrece de ellos no puede ser más irónica, incluso cruel. Forma de vestir
(amplios ropajes), presunción (les gustan las
reverencias en la calle), vanidad (buscan los primeros puestos
en la sinagoga y en los banquetes), codicia (devoran los
bienes de las viudas), hipocresía (con pretexto de
largos rezos). Todo esto es completamente contrario al estilo de vida de Jesús
y a lo que él desea de sus discípulos. Por eso los amonesta severamente:
«¡Cuidado con los escribas!».
No es preciso añadir que los discípulos
le hicieron poco caso y terminaron vistiendo como los escribas, exigiendo
reverencias y besos de anillos, ocupando primeros puestos, y devorando bienes
de viudas, viudos y casados. Por desgracia, de este evangelio no se puede
decir: «Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia», aunque
debemos reconocer que la situación ha mejorado bastante.
Elogio de la viuda
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la
gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una
viuda pobre y echo dos leptas, que equivale a un cuadrante. Llamando a sus
discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de
las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra,
pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
En la 1ª lectura y en esta segunda parte
del evangelio tenemos personajes parecidos: una viuda y un profeta
(Elías-Jesús). Pero la relación entre ellos se presenta de manera muy distinta.
Basta fijarse en los siguientes detalles:
¿De qué hablan la viuda y el profeta? Elías y la viuda mantienen un diálogo, mientras
que Jesús no dirige ni una palabra a la viuda. Cuando ve lo que ha hecho, no la
llama para dialogar con ella, sino que llama a sus discípulos para darles una
enseñanza. (La imagen inicial resulta engañosa porque coloca frente a frente a
Jesús y a la viuda).
¿Qué hace la viuda por el profeta? La viuda entrega todo lo que tiene a
Elías y trabaja para él; la viuda del evangelio no hace nada por Jesús.
¿Qué hace el profeta por la viuda? Elías hace un gran milagro para resolver
el problema económico de la viuda; Jesús no le da ni un céntimo.
La enseñanza silenciosa de la viuda
Los relatos
anteriores de Marcos (que no se han leído en las misas del domingo) hablan de
una serie de personas y grupos que se presentan ante Jesús para discutir con él
las cuestiones más diversas: de dónde procede su autoridad, si hay pagar
tributo al César, si hay resurrección de los muertos, cuál es el mandamiento
principal, etc. Al final aparece esta viuda, que no se preocupa de cuestiones
teóricas ni teológicas, ni siquiera se interesa por Jesús; sólo le preocupa
saber que hay gente pobre a la que ella puede ayudar con lo poco que tiene.
La viuda es un símbolo magnífico de
tantas personas de hoy día que no tienen relación con Jesús, pero que se
preocupan por la gente necesitada e intentan ayudarlas, sin considerarse ni ser
cristianos. Pero es importante advertir que la preocupación de la viuda no es
de boquilla, entrega todo lo que tiene.
Jesús, que no llama a la viuda para
dialogar con ella ni pedirle que pase a formar parte del grupo de sus
discípulos, nos puede servir de ejemplo para la actitud que debemos adoptar
ante esas personas. No hay que intentar convertirlas a toda costa.
En los tiempos que corren, de tanta
necesidad para tanta gente, el evangelio de este domingo nos da mucho que
pensar y que rezar.
San Ernesto
Nace en Suiza (actual
Alemania) en el siglo XII. Fue abad del monasterio benedictino de Zwiefalten en
la región de Wurttemberg entre 1141 y 1146. Renuncia para ir a la segunda
cruzada. Predica en Persia y Arabia. Es apresado por los sarracenos, torturado y
muere en La Meca en 1148 mártir.
Vida de San Ernesto
El joven Ernesto, muerto en el año 1147,
vivió de lleno en la época de la primera cruzada (1099).
Fue ella la que permitió abrir nuevos caminos
para los Lugares santos a todos los peregrinos. Y, además, permitió la
fundación de cuatro pequeños estados cristianos en tierras del Islám:
Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli. Sin embargo, desde 1144, la caída de
Edesa mostró que los musulmanes podían volver a coger lo que los franceses les
habían arrebatado anteriormente, incluida Jerusalén. Esto dio lugar a la
segunda cruzada (1147-1149).
Se sabe por la historia que fue un desatino.
De los 200.000 hombres y mujeres que
partieron para el Oriente, volvieron sólo algunos miles.
Ernesto de Steisslingen fue uno de ellos. En
su juventud entró de monje en la abadía de Zwiefalten, que da al bello lago de
Constanza.
Lo eligieron abad durante cinco años para
dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban.
Al término de su mandato, se marchó de nuevo
a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III.
Cuando se despidió de sus hermanos
religiosos, les dijo: "Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues
Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me
reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo".
Sus predicciones se cumplieron. Y desde
entonces no se supo nunca cómo y dónde murió.
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