13 - DE
NOVIEMBRE – SÁBADO –
32ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Leandro
de Sevilla
Lectura del libro de la Sabiduría
(18,14-16;19,6-9):
Un silencio
sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu palabra
todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los
cielos al país condenado; llevaba la espada afilada de tu orden terminante; se
detuvo y lo llenó todo de muerte; pisaba la tierra y tocaba el cielo. Porque la
creación entera, cumpliendo tus órdenes, cambió radicalmente de naturaleza,
para guardar incólumes a tus hijos.
Se vio la nube dando sombra al
campamento, la tierra firme emergiendo donde había antes agua, el mar Rojo
convertido en camino practicable y el violento oleaje hecho una vega verde; por
allí pasaron, en formación compacta, los que iban protegidos por tu mano,
presenciando prodigios asombrosos. Retozaban como potros y triscaban como corderos,
alabándote a ti, Señor, su libertador.
Palabra de Dios
Salmo: 104,2-3.36-37.42-43
R/. Recordad las maravillas que hizo el
Señor
Cantadle al
son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.
Hirió de
muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y entre sus tribus nadie tropezaba. R/.
Porque se
acordaba de la palabra sagrada
que había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(18,1-8):
En aquel
tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin
desanimarse, les propuso esta parábola:
«Había un juez en una ciudad que ni
temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda
que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por
algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me
importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no
vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto;
pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les
dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
Palabra del Señor
1. Llama la atención el hecho de que Jesús, cuando habló sobre la oración, la forma de orar que más recomendó y en la que más insistió, fue la oración de petición. Recalcando la importancia de la petición insistente, sin desfallecer, ni cansarse, por muy difícil de resolver que sea el asunto por el que se pide. Y por mucho que tarde en resolverse.
Es evidente que Jesús vio, en esta forma concreta de oración, la plegaria o la súplica, la práctica que más necesitamos en cuanto se refiere a la práctica de la oración al Padre del cielo.
2. El caso o ejemplo concreto, que aquí presenta Jesús, es tan extraño, que roza lo extravagante. No es imaginable que un individuo tan degenerado, que ni temía a Dios ni le importaban los hombres, un tipo así, fuera designado como juez.
Más extraño resulta que un individuo así
llegara a temer que una pobre viuda le pudiera pegar en la cara.
¿Es imaginable un hombre, que ocupa un cargo relevante, tan degenerado y tan cobarde?
Así las cosas, el argumento de Jesús es
decir a sus discípulos: "si semejante individuo escucha y responde a lo
que se le pide, ¿no va a escuchar y responder vuestro Padre, el Padre que más
os quiere?"
3. Es evidente que,
para Jesús, la oración es importante en la vida cristiana.
Téngase en cuenta que incluso el
"Padre nuestro" es también una secuencia de peticiones. No es
extraño encontrar cristianos que ponen serias objeciones al significado mismo
de la oración de súplica. Porque pedirle a Dios cosas que
necesitamos, ¿para qué se hace? ¿Para informar a Dios de lo que necesitamos? -
¿Para hacerle querer lo que, en principio Dios no querría?
No se trata ni de lo uno ni de lo otro.
A Dios acudimos a pedirle cosas que necesitamos porque es humano pedir ayuda
cuando nos vemos en apuros, cuando nos sentimos apremiados por la carencia, la
urgencia, le necesidad de algo que nos preocupa, nos angustia, o simplemente es
algo que anhelamos. Pero lo más profundo e importante, que se expresa en esta
enseñanza de Jesús, es convencernos de que todos necesitamos de la
oración. Es determinante, para el creyente, el diálogo con el Padre, el recurso
al Padre, la relación con Él.
Si Jesús mismo lo necesitó y lo
frecuentó, ¿no lo vamos a necesitar nosotros?
San Leandro de Sevilla
Leandro, arzobispo de Sevilla, hermano de
los santos Fulgencio, Florentina e Isidoro, presidió el III Concilio de Toledo
(año 589), en el que se logró la conversión del rey visigodo Recaredo y la
unidad católica de la nación.
Murió hacia el año 600, y su cuerpo fue trasladado a la catedral
hispalense.
BREVE BIOGRAFIA
Nació en Cartagena, hacia el año 540.
Pertenecía a una familia de santos: sus hermanos Isidoro (que le sucedería como
Obispo de Sevilla), Fulgencio (Obispo de Écija) y Florentina, le acompañan en
el santoral.
Elegido Obispo de Sevilla, creó una escuela, en la que se enseñaban
no sólo las ciencias sagradas, sino también todas las artes conocidas en aquel
tiempo. Entre los alumnos, se encontraban Hermenegildo y Recaredo, hijos del
rey visigodo Leovigildo. Allí comenzó el proceso de conversión de Hermenegildo,
que lo llevaría a abandonar el arrianismo y a abrazar la fe católica. Y,
también, el enfrentamiento con su padre, que desembocaría en una guerra. A
consecuencia de esta guerra, a Leandro le tocó ir al destierro.
Cuando mejoró la situación, pudo volver a Sevilla. Hermenegildo había
sido ajusticiado por orden de su padre. Pero este, en los últimos años de su
vida, influenciado, sin duda, por el testimonio del hijo mártir, aconsejó bien
a su otro hijo, Recaredo, que le sucedería en el trono. El nuevo rey, aconsejado
por Leandro, convocó el Concilio III de Toledo, en el que rechazó la herejía
arriana y abrazó la fe católica.
A Leandro le debemos no sólo la conversión del rey, sino también el
haber contribuido al resurgir de la vida cristiana por todos los rincones de la
Península: se fundaron monasterios, se establecieron parroquias por pueblos y
ciudades, nuevos Concilios de Toledo dieron sabias legislaciones en materias
religiosas y civiles...
Se ha dicho que Leandro fue un verdadero estadista y un gran santo. Y
es verdad. Porque, al mismo tiempo que desarrollaba esa vasta labor como hombre
de Estado, nunca olvidaba que, como obispo, su ministerio le exigía una
profunda vida religiosa y una dedicación pastoral intensa a su pueblo.
Predicaba sermones, escribía tratados teológicos, dedicaba largos ratos a la
oración, a la penitencia y al ayuno...
Murió el Obispo Leandro, en Sevilla, hacia el año 601. Su fiesta se
celebra el 13 de noviembre.
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