14 - DE NOVIEMBRE
– DOMINGO – 33ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San José Pignatelli
Lectura de la profecía de Daniel
(12,1-3):
Por aquel tiempo
se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo: serán tiempos
difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces
se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que
duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia
perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron
a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.
Palabra de Dios
Salmo: 15,5.8.9-10.11
R/. Protégeme, Dios mío, que me
refugio en ti
El Señor es el
lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.
Por eso se me
alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.
Me enseñarás el
sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos
(10,11-14.18):
Cualquier otro
sacerdote ejerce su ministerio, diariamente ofreciendo muchas veces los mismos
sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo
ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a
la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean
puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para
siempre a lo que van siendo consagrados. Donde hay perdón, no hay ofrenda por
los pecados.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según
san Marcos (13,24-32):
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran
angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las
estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al
Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los
ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a
horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera:
Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano
está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a
la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla.
El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora
nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
Palabra del
Señor
Años terribles y palabras de consuelo.
La 1ª lectura y el evangelio coinciden en ser la respuesta a momentos de
crisis, mucho más profundas de las que nosotros a veces padecemos. Ambos textos
pretenden consolar a los que atraviesan esta dura prueba.
Tres años terribles (169-167 a.C.)…
Los años 169-167 a.C. fueron especialmente duros para los judíos.
El 169, Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el
templo y robó todos los objetos de valor, después de verter mucha sangre.
El 167, un oficial del fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la
ciudad, derriba sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los
niños, y se apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por
imponer la cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a
los judíos ofrecer sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas,
y circuncidar a los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la
eucaristía y bautizar a los niños]; y manda contaminar el
templo construyendo altares y capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos
y animales inmundos.
Estos acontecimientos provocaron dos reacciones muy distintas: una militar,
la rebelión de los Macabeos; otra teológica, la esperanza apocalíptica, que
encontramos reflejada en la 1ª lectura de hoy.
Apocalipsis significa “revelación”, “desvelamiento de algo oculto”. La
literatura apocalíptica pretende revelar un secreto escondido, que se refiere
al fin del mundo: momento en que sucederá, señales que
lo precederán, instauración definitiva del Reino de Dios.
Es una literatura de tiempos de opresión, de lucha a muerte por la
supervivencia, de búsqueda de consuelo y de unas ideas que den sentido a su
vida. La única solución consiste en que Dios intervenga personalmente, ponga
fin a este mundo malo presente y dé paso al mundo bueno futuro, el de su
reinado.
… y la respuesta del libro
de Daniel (1ª lectura)
En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos
de tu pueblo. Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta
entonces otro desde que existen las naciones. En aquel tiempo se salvará tu
pueblo: todo los que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que
duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna,
otros para el oprobio, para el horno eterno.
Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a
la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.
Se anuncia al profeta que habrá un tiempo de angustia como no lo ha
habido nunca; pero, al final, se salvará su pueblo, mientras que los malvados
serán castigados. Todo esto no puede ocurrir en este mundo, el autor está
convencido de que este mundo no tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro,
cuando unos resuciten para ser recompensados y otros para ser castigados. Entre
los buenos el autor destaca a los doctos, a
los que enseñaron a la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas,
por toda la eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la
solución no está en las armas, como piensan los Macabeos.
Una década fatal (60-70 d.C.)…
No sabemos con seguridad cuándo se escribió el primer evangelio. Pero
lo que ocurrió en la década de los 60 del siglo I ayuda a comprender lo que
dice el texto de este domingo.
El año 61 hubo un gran terremoto en
Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (lo cuenta Plinio en su Historia
natural 2.86). El 63 hubo un terremoto en Pompeya y Herculano,
distinto de la erupción del Vesubio el año 79. El 64 tuvo lugar el incendio de
Roma, al parecer decidido por Nerón y del que culpó a los cristianos. El 66 se
produce la rebelión de los judíos contra Roma; la guerra durará hasta el año 70
y terminará con el incendio del templo y de Jerusalén. El 68 hubo otro
terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón. El 69, profunda crisis a
la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo año (Otón, Vitelio y
Vespasiano). En la mentalidad apocalíptica, terremotos, incendios, guerras,
disensiones son signos indiscutibles de que el fin del mundo es inminente.
Por otra parte, la comunidad cristiana sufre toda clase de problemas. Unos
son de orden externo, provocados por las persecuciones de judíos y paganos: se
les acusa de rebeldes contra Roma, de infanticidio y de orgías durante sus
celebraciones litúrgicas; se representa a Jesús como un crucificado con cabeza
de asno. Otros problemas son de orden interno, provocados por la aparición de
individuos y grupos que se apartan de las verdades aceptadas. La primera carta
de Juan reconoce que “han venido muchos anticristos”, no uno solo (1 Jn 2,18),
y que “salieron de entre nosotros”.
… y la respuesta del evangelio de Marcos
En este ambiente tan difícil, el
evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo mediante un largo
discurso (capítulo 13). Todo comienza con un comentario ocasional de Jesús.
Estando en el monte de los Olivos, donde se goza de una vista espléndida del
templo, dice a los discípulos: «¿Veis esos grandes edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra
sobre piedra.»
A
ellos les falta tiempo para identificar la destrucción del templo con el fin
del mundo. Entonces, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntan en
privado: «- ¿Cuándo sucederá
todo eso? - ¿Y cuál es la señal de que todo está para
acabarse?»
Los dos temas que
obsesionan a la apocalíptica: saber qué señales precederán al
fin del mundo y en qué momento exacto tendrá lugar. La lectura
de este domingo ha seleccionado algunas frases del final del discurso, en las
que reaparecen estas dos preguntas, pero en orden inverso: primero se habla de
las señales, luego del tiempo. En medio, la gran novedad, algo por lo que no
han preguntado los discípulos: la venida gloriosa del Señor.
Las señales del fin y la venida del Señor
Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la
luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas
que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre
que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y
reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra
hasta el extremo del cielo.
Las señales no acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se
oscurece, la luna no ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la humanidad.
Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida gloriosa del
Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos detalles de interés
en estos versículos.
1)
A Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento
culminante, en la aparición gloriosa de Jesús.
2)
De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se pone de relieve la
salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter optimista del discurso,
que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza, aunque no
encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia.
3)
A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la
descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema,
como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús.
El momento del fin
"De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están
tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros,
cuando veáis que sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os
aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero de aquel
día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo
el Padre."
La parte final contiene tres
afirmaciones distintas:
1) vosotros podéis saber cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera);
2) el fin tendrá lugar en vuestra misma generación;
3) el día y la hora no lo sabe más que Dios Padre.
La segunda es la más problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no
plantea problema, porque tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del
mundo, no se realizó. A pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos
cristianos, convencidos de que el fin del mundo era inminente. Así pensó Pablo
en los primeros años de su actividad apostólica.
Pero al lector debe quedarle claro lo que se dice al final: nadie sabe el
día ni la hora, y lo importante no es discutir o calcular, sino mantener una
actitud vigilante [este tema, importantísimo, lo ha suprimido la liturgia de
forma incomprensible].
San José Pignatelli
Nació en Zaragoza, el 27 de Diciembre del año 1737. Su padre D. Antonio, de
la familia de los duques de Monteleón, y su madre Doña María Francisca Moncayo
Fernández de Heredia y Blanes. Fue el séptimo de nueve hermanos. Pasa la niñez
en Nápoles y su hermana María Francisca es, a la vez que hermana, madre, puesto
que perdió la suya cuando tenía José cuatro años.
Se forma entre Zaragoza, Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en el
colegio de los jesuitas y luego haciendo el noviciado, estudiando filosofía y cursando
humanidades. Reside en Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal entre
enseñanza y visitas a pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los
jesuitas son expulsados por decreto de Carlos III, en 1767.
Civitacecchia, Córcega, Génova, los veinticuatro años transcurridos en
Bolonia (1773-1797) dan testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar
actitudes de altura humana con los hombres, y de confianza sobrenatural con
Dios.
La Orden de San Ignacio ha sido abolida en 1773, sus miembros condenados al
destierro y sus bienes confiscados. El último General, Lorenzo Ricci, consume
su vida en la prisión del castillo de Sant’Angelo. Sólo quedan jesuitas con
reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí tanto Federico como Catalina han
soportado las maniobras exteriores y no han publicado los edictos papales,
aunque la resistencia de Federico no se prolongará más allá del año 1776. Queda
como último reducto la Compañía de Rusia con un reconocimiento verbal primero
por parte del Papa Pío VI y oficial después con documento del Papa Pío VII.
José de Pignatelli comprende que la restauración legal de la Compañía de Jesús
ha de pasar por la adhesión a la Compañía de Rusia. Renueva su profesión
religiosa en su capilla privada de Bolonia.
No verá el día en que el Papa Pío VII restaure nuevamente la Compañía de
Jesús en toda la Iglesia, el día 7 de Agosto de 1814, pero preparará bien el
terreno para que esto sea posible en Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a
nuevos candidatos, reorganizará a antiguos jesuitas españoles e italianos
dispersos y buscará nuevas vocaciones que forzosamente han de adherirse, como
él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta labor la realizará mientras es consejero
del duque de Parma, don Fernando de Borbón nieto de Felipe V, y como provincial
de Italia por nombramiento del vicario general de Rusia Blanca.
En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, en el
alfoz del Coliseo.
Estuvo convencido el santo aragonés de que, si el restablecimiento de su
Orden era cosa de Dios, tenía que pasar por el camino de la tribulación, del
fracaso, de la humillación, de la cruz, de la vida interior que no se presupone
sin humildad, sin confianza.
Fuente: http://www.archimadrid.es/princi/princip/otros/santoral/santora
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