martes, 15 de febrero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 - DE FEBRERO – JUEVES – 6ª – SEMANA DEL T.O. – C LOS SIETE SANTOS FUNDADORES SERVITAS



17 - DE FEBRERO – JUEVES –

6ª – SEMANA DEL T.O. – C

LOS SIETE SANTOS FUNDADORES SERVITAS

 

Lectura de la carta del apóstol Santiago (2,1-9):

 

No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas.

Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado. Al otro, en cambio: Estate ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacéis eso ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?

Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y, sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que denigran ese nombre tan hermoso que lleváis como apellido? ¿Cumplís la ley soberana que enuncia la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo?» Perfectamente. Pero si mostráis favoritismos, cometéis un pecado y la Escritura prueba vuestro delito.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 33,2-3.4-5.6-7

 

R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

 

Bendigo al Señor en todo momento,

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloría en el Señor:

que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

 

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,

ensalcemos juntos su nombre.

Yo consulté al Señor y me respondió,

me libró de todas mis ansias. R/.

 

Contempladlo y quedaréis radiantes,

vuestro rostro no se avergonzará.

Si el afligido invoca al Señor,

él lo escucha v lo salva de sus angustias. R/.

 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos (8,27-33):

 

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos:

«¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron:

«Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.»

Él les preguntó:

«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó:

«Tú eres el Mesías.»

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos:

«El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad.

Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.

Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:

«¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

 

Palabra del Señor

 

1.  Este relato es central en los cuatro evangelios. Porque, con formulaciones distintas, es el momento en el que los discípulos, representados por su portavoz (Pedro), reconocen y confiesan que Jesús es el Mesías (Mt 16, 13-20; Mc 8, 27-30; Lc 9, 18-21; in 6, 66-69).

Por eso, este episodio marca un antes y un después en el conjunto del Evangelio (J. D. G. Dunn).

A partir de este momento, el gran relato del Evangelio se orienta hacia el destino final de Jesús en Jerusalén: su conflicto definitivo, su fracaso y su muerte.

 

2.  Pero el relato está redactado de manera que aquí se nos presentan dos hechos y dos momentos que son literalmente contradictorios. Porque, en primer lugar, se relata la confesión de la fe de Pedro. Y, en segundo lugar, se nos presenta a Pedro como "Satanás", como algo que Jesús no quiere ni ver.

¿Por qué esta contradicción? 

Porque Pedro reconoce a Jesús como Mesías. Pero no tolera que Jesús sea un Mesías que termina fracasando. 

Pedro, por lo visto, quería un Mesías triunfante y glorioso. Pero el proyecto de Jesús era exactamente lo contrario.

Jesús sabía y aceptaba que iba a morir como un delincuente ajusticiado, o sea en el fracaso total.

 

3.  Y en esto tenemos el dato más elocuente de este relato. En el enfrentamiento directo de Jesús con Pedro, aparece que Pedro fue quien con más fuerza manifestó su oposición al fracaso final de Jesús.

Y a él fue a quien Jesús rechazó como si fuera el mismísimo Satanás. Lo cual quiere decir que las pretensiones de poder son pretensiones satánicas. Es lo que, con más energía, y de forma más tajante rechaza Jesús. Por el contrario, las pretensiones de Jesús son de cercanía y de identificación con quienes carecen de poder.  La verdadera revolución del  

movimiento de Jesús consiste en esto. Hasta tal punto que, solo desde esta toma de postura, decidida y decisiva en la vida, es posible entender a Jesús, asumir su Evangelio, y poder comunicarlo a otros.

Querer explicar el Evangelio, y la fe en él, desde pretensiones de poder o desde posiciones de privilegio, es lo mismo que intentar hacer posible la cuadratura del círculo.

Hacer eso es vivir en la contradicción. Es lo que vemos en la Iglesia, en el Vaticano, en las catedrales, en las curias episcopales, en no pocas parroquias, etc.

¿Y nos sorprende que la Iglesia se vea marginada, desautorizada, sin credibilidad?

 

LOS SIETE SANTOS FUNDADORES SERVITAS

 


Estos siete varones florentinos llevaron primero una vida eremítica en el monte Senario, con particular dedicación al culto de la Virgen. Después se dedicaron a predicar por toda la Toscana y fundaron la Orden de Siervos de Santa María Virgen, «Servitas», reconocida por la Santa Sede en el año 1304. Su memoria anual se celebra este día, en el que, según se dice, murió uno de ellos, san Alejo Falconieri, en el año 1310.

Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia, Italia. Sus nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan.

Pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María, que había en Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de que debían abandonar lo mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a santificarse les llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Stma. Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a convertirse de sus miserias espirituales y que bendijera misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse "Siervos de María" o "Servitas".

En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como simple hermano, y fue el último de todos en morir.

Un Viernes Santo recibieron de la Stma. Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.

El más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy santamente.

Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de santo.

El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y subía al cielo.

De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.

El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.

Que estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra devoción a la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a la Madre de Dios.

 

 

 

 

   

 

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