18 - DE FEBRERO – VIERNES –
6ª – SEMANA DEL T.O. – C
San Eladio
Lectura de la carta del apóstol Santiago
(2,14-24.26):
¿De qué le
sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?
¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una hermana
andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice:
«Dios os ampare; abrigaos y llenaos el
estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa
con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta.
Alguno dirá:
«Tú tienes fe, y yo tengo obras.
Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»
Tú crees que hay un solo Dios; muy bien,
pero eso lo creen también los demonios, y los hace temblar.
¿Quieres enterarte, tonto, de que la fe
sin obras es inútil? ¿No quedó justificado Abrahán, nuestro padre, por sus
obras, por ofrecer a su hijo Isaac en el altar?
Ya ves que la fe actuaba en sus obras, y
que por las obras la fe llegó a su madurez.
Así se cumplió lo que dice aquel pasaje
de la Escritura:
«Abrahán creyó a Dios, y esto le valió
la justificación.» Y en otro pasaje se le llama «amigo de Dios.»
Veis que el hombre queda justificado por
las obras, y no por la fe sólo. Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo sin
espíritu es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver.
Palabra de Dios
Salmo: 111,1-2.3-4.5-6
R/. Dichoso quien ama de corazón los
mandatos del Señor
Dichoso quien
teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.
En su casa
habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo. R/.
Dichoso el que
se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(8,34–9,1):
En aquel
tiempo, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«El que quiera venirse conmigo, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mirad, el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.
Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el
mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?
Quien se avergüence de mí y de mis
palabras, en esta generación descreída y malvada, también el Hijo del hombre se
avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos
ángeles.»
Y añadió:
«Os aseguro que algunos de los aquí
presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su
potencia.»
Palabra del Señor
1. El Imperio Romano controlaba con tanto esmero como fuerza sus dominios.
Por eso las legiones de Roma se empleaban a fondo para mantener sujetos y
sumisos a los pueblos en los que mandaban. Se sabe que, en tiempo de Jesús, el
hecho de morir colgado en una cruz era una posibilidad, más aún una
probabilidad, para las gentes que vivían sometidas por Roma, sobre todo en los
territorios dominados por el Imperio y en los que el malestar social y los agitadores subversivos
provocaban movimientos de masas insatisfechas bajo el yugo imperial.
Es conocido el dicho de Epicteto: "Si quieres ser crucificado, espera,
y vendrá la cruz".
Cosa nada extraña en la Palestina de entonces, en la que "hacía mucho tiempo que los judíos conocían las ejecuciones en cruz practicadas por el poder militar romano" (J. Gnilka).
Vivir en la Galilea de entonces era peligroso, sobre todo para un profeta
itinerante que atraía a las multitudes.
2. Jesús afirma que, para seguirle, es necesario que cada uno
"renuncie a sí mismo" (aparnesástho eautón) y "cargue con su
cruz". Esta afirmación entraña un peligro: interpretar esta propuesta de
Jesús como un llamamiento a asumir una vida de sufrimiento.
Una forma de vida, basada en la mentalidad según la cual "lo
humano" es enemigo de "lo divino". Y una fe centrada en un Dios
que necesita sufrimiento y sangre para perdonar los pecados (Heb 9, 22).
Por eso es necesario tener muy claro que el sufrimiento, por sí mismo, no
solo es inútil, sino que sobre todo es la cosa que más desagrada a Dios.
Es verdad que hay sufrimientos que son inevitables. En esos casos, saber
aceptar la situación, soportarla y ver en ella una ocasión para abrir el
corazón a la comprensión, a la bondad son actitudes que nos enriquecen y nos
humanizan. El dolor es humano. Y Jesús fue un ser humano.
3. En todo caso, lo mejor es tener siempre muy claro por qué mataron
a Jesús en una cruz.
Tal forma de morir tuvo unas causas y unos ejecutores. Aquello no fue un
hecho inevitable. Jesús lo tuvo que soportar como consecuencia de su conducta.
Jesús fue un hombre libre frente a la religión establecida y frente al
sistema dominante. Su libertad no fue una manifestación de rebeldía sin causa.
La libertad de Jesús fue una libertad al servicio de la misericordia.
A Jesús lo mataron porque antepuso la felicidad de las personas a todo lo
demás, incluidas las amenazas de la religión. Y las crueldades de los legionarios
romanos.
Tener esa actitud en la vida ante el dolor de los demás, eso es cargar con
la cruz.
San Eladio
Arzobispo
importante por su cometido entre los visigodos toledanos de su tiempo. Tuvo el
buen gusto de admitir al diaconado a san Ildefonso que le sucedería también en
la sede arzobispal de Toledo. Pasó dieciocho años al servicio de los cristianos
como sucesor de los Apóstoles, desde que murió Aurasio, su antecesor en el
mismo ministerio, y construyó también el templo de santa Leocadia.
Su
padre llevó antes que él su nombre y ocupaba un cargo importante en la Corte.
En familia de buenos cristianos nació Eladio, en Toledo, pasando la segunda
mitad del siglo VI. Llega a sobresalir tanto en el cuidado de los negocios y
tan merecedor es de confianza que el rey lo nombra administrador de sus
finanzas ¡un antecedente de los ministros de Hacienda de hoy!
No
se le sube a la cabeza de mala manera el honor, ni las riquezas, ni el poder
que su cargo conlleva. No, no se dejó deslumbrar por la grandeza. Desde siempre
era conocida su devoción y la fidelidad a las prácticas de vida cristiana. San
Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía como un monje». Y no le
faltaba razón, porque frecuentaba el retiro monacal del monasterio Agaliense
próximo a Toledo y algo se le pegaría.
Entre
los afanes de las cuentas, recaudaciones, ajustes y distribución de dineros le
llega la hora de la vocación a cosas más altas. Hay un cambio de negocio y
quien lo propone es el Señor. Con voluntad desprendida deja bienes, afanes
terrenos, comodidades, familia y mucho honor. Tomado hábito, a la muerte del
abad, los monjes le eligen para esa su misión.
Después
viene otra muerte, porque así vamos pasando los hombres. Se resiste Eladio a
aceptar la distinción de arzobispo, pero la silla toledana necesita un sucesor
después de la muerte de Aurasio. Los años no son obstáculo para reformar el
estamento eclesiástico, mejorar el estado secular y cuidar el culto divino.
Como obispo no puede olvidar a los más necesitados en lo material porque sin
caridad no hay cristianismo creíble; y es en este punto donde su discípulo y
sucesor Ildefonso escribe: «Las limosnas y misericordias que hacía Eladio eran
tan copiosas que era como si entendiese que de su estómago estaban asidos como
miembros los necesitados, y de él se sustentaban sus entrañas»; este era un
motivo más para cuidar la austeridad de su mesa arzobispal, debía ser frugal en
la comida para no defraudar a los pobres.
Aún
tuvo más entresijos su vida; negoció delicadamente con Sisebuto la ardua
cuestión que planteaba la convivencia diaria entre las comunidades de judíos y
cristianos que era fuente permanente de conflictos religiosos y de desorden
social.
Murió
el 18 de febrero del año 632.
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