viernes, 18 de febrero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 20 - DE FEBRERO – DOMINGO – 7ª – SEMANA DEL T.O. – C SAN ELEUTERIO

 

 


20 - DE FEBRERO – DOMINGO –

7ª – SEMANA DEL T.O. – C

SAN  ELEUTERIO

 

    Lectura del primer libro de Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23):

 

   En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David. David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor.

    Entonces Abisay dijo a David: «Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.»

    Pero David replicó:

    «¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.»

    David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.

    David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó:

    «Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor.»

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 102,1-2.3-4.8.10.12-13

 

    R/. El Señor es compasivo y misericordioso

 

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R/.

 

Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa

y te colma de gracia y de ternura. R/.

 

   El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia;

no nos trata como merecen nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas. R/.

 

   Como dista el oriente del ocaso,

así aleja de nosotros nuestros delitos;

como un padre siente ternura por sus hijos,

siente el Señor ternura por sus fieles. R/.

 

    Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,45-49):

 

   El primer hombre, Adán, fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después.

    El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

 

Palabra de Dios

 

    Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):

 

   En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

    «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

    Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica.     A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.     Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.

    Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.

    Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.

    ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.

    La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

 

Palabra del Señor

 

Amad a vuestros enemigos.

 

     El domingo pasado, en la primera parte del “Discurso en la llanura”, Jesús distinguía dos antagónicos: pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros recibirán en el cielo su recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí, en la tierra, ¿cómo deben relacionarse ambos grupos? ¿Deben comenzar los pobres una guerra contra los ricos? ¿Pueden contentarse, al menos, con maldecirlos y desearles toda clase de desgracias? A favor de esta postura se podrían citar numerosos salmos, textos proféticos, y la práctica contemporánea de la comunidad de Qumrán. Pero Lucas quiere inculcar una actitud muy distinta, basándose en la enseñanza de Jesús.

     Comportamiento con los enemigos (6,27-36)

     Al comienzo del evangelio de Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza que el descendiente de David vendrá “para que, arrancados de las manos de los enemigos, le sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una falsa esperanza. La venida de Jesús no nos arranca de las manos de los enemigos. ¿Qué hacer con ellos?

     Ante los sentimientos y palabras adversos

«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

     Jesús comienza dirigiéndose a “vosotros que me escucháis”, a sus discípulos. No puede ser más duro y exigente. Ya no se trata de dos grupos separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia vida. Hay un grupo enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades cristianas. Igual que hoy día se odia, insulta y critica a la Iglesia. ¿Cómo reaccionar ante ello? Es frecuente la autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso lo que quiere Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la maldición sean injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De las cuatro cosas que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier circunstancia: hacer el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en sentido afectivo (como el amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino en el sentido práctico de “hacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo concreto sería el de Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.

     Ante las acciones

     Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica.

     A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.

     De repente, del “vosotros” se cambia al “”. Lo que hay que afrontar ahora no son sentimientos adversos (odio) o palabras hirientes (maldiciones, injurias), sino acciones concretas: pegar, quitar, pedir, llevarse. Estas frases le gustarían mucho a Gandhi. Pero a la mayoría le pueden resultar absurdas y prestarse al chiste: “Al que te robe el móvil, dale también el reloj”; “al empresario que intenta robarte, no se lo reclames”.

     ¿Hay que tomar estas exhortaciones al pie de la letra? En el NT se escuchan dos bofetadas: una a Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla. Jesús reacciona: “Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23). Pablo, que se dirige al sumo sacerdote, es más duro: “Dios te va a golpear a ti, pared encalada. Tú estas sentado para juzgarme según la Ley y me mandas golpear contra la Ley” (Hch 23,3).

En cambio, con respecto al no reclamar en caso de injusticia, hay una reflexión de Pablo muy parecida. Un miembro de la comunidad de Corinto tuvo un pleito con otro y acudió a los tribunales paganos. Pablo les escribe que eso debería resolverlo un experto dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea del evangelio que comentamos: “Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos entre vosotros. ¿Por qué no os dejáis más bien perjudicar? ¿Por qué no os dejáis despojar?” (1 Cor 6,1-11).

     La regla de oro

     Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 

     El discurso vuelve al “vosotros”. La formulación negativa de esta famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan”. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a cualquiera. ¿Cómo te gusta que te trate la gente, hable de ti (por delante y por detrás), se comporte contigo? Ponte en la piel de la otra persona y actúa como te gustaría que ella se comportase contigo.

     Motivos para actuar así

     Lucas es consciente de que Jesús pide algo muy difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a actuar de ese modo.

           1) El cristiano debe superar a los pecadores. 

Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué merito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.

Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.

Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.

     Lo repite tres veces, recogiendo dos verbos iniciales (amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo (prestar). Si el cristiano se limita a imitar al pecador, no tiene mérito alguno. Se queda sin premio.

           2) El premio.

¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.

     Ya al principio del discurso prometió Jesús “una recompensa abundante en el cielo” (6,23). Ahora vuelve a mencionar esa “recompensa abundante” (6,35). Pero no habrá que esperar a la otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo, “seréis hijos de Dios, que es generoso con ingratos y malvados”. Algunas personas han pagado grandes sumas por un título nobiliario. La realidad de “hijo de Dios” no se compra, se consigue actuando de forma benévola con los enemigos.

           3) Un buen hijo debe imitar a su padre.

     Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo

     La compasión de Dios la confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos, en la que el padre abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su fortuna con malas mujeres. Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a sí mismo. 

     Jesús y sus enemigos: ataque, reproche, silencio, disculpa y perdón

     Los preceptos anteriores resultan a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo no practicó alguno de ellos, ¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta se encuentra en el resto del evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de los enemigos es mucho más complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra enemigos muy distintos a lo largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos continuos, que critican y condenan todo lo que hace; las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén (sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se burlan de él cuando está en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que se burlan de él, lo golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.

     La reacción de Jesús es muy distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no los bendice; los ataca de forma durísima, sin desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y dejarlos en ridículo. A las autoridades les reprocha en el huerto que vengan a apresarlo como si fuera un ladrón, luego guarda silencio. Con un reproche reacciona también ante Judas: “¿Con un beso entregas al hijo del hombre?”. Ante los soldados, por mucho que se burlen de él y lo hieran, no protesta ni maldice. Pero su actitud global la representan sus palabras en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, que abarcan a todos los grupos. No solo perdona, también disculpa. Al morir por todos nosotros, estaba cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos odian.

     La medida que uséis con los demás la usará Dios con vosotros (37-38)

     El discurso cambia de tema. Deja de referirse a los enemigos para centrarse en la conducta con los otros miembros de la comunidad.

     No juzguéis, y no seréis juzgados;

     no condenéis, y no seréis condenados;

     perdonad, y seréis perdonados;

     dad, y se os dará:

     os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.

     La medida que uséis, la usarán con vosotros.

     La primera parte comenzó con cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad). Ahora encontramos dos prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos (perdonad, dad).

     Lo novedoso es que de nuestra conducta depende la que adopte Dios con nosotros. Si juzgamos, nos juzgará; si condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos perdonará; si damos, nos dará. Y aquí llega al colmo el tema de la “recompensa abundante” que ha salido ya dos veces en el discurso; ahora se dice que será “una medida generosa, apretada, remecida, rebosante”.

     Estas cuatro normas parecen una receta excelente para corromper a Dios y forzarle a tratarnos bien y perdonarnos.     Por desgracia, muchas veces preferimos arriesgar su condena por el breve placer de criticar o condenar a alguien.

     El tema de no juzgar y no condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia ha reservado el resto del discurso para el domingo 8º.

     La 1ª lectura (1 Samuel 26,2.7-9.12-13) 

     La 1ª lectura ofrece un ejemplo concreto de perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David, perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo “porque no se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor”. ¿Y si no se tratara del rey? Cuando estaba al servicio de los filisteos devastaba los pueblos vecinos “sin dejar vivo hombre ni mujer”. David no es el modelo ideal para el modo de tratar al enemigo. Pero podemos aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a Saúl por ser el rey de Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de Dios.

     Cuando los enemigos nos hacen un gran favor

     En esta época en que se critica tanto a la Iglesia, conviene recordar que las críticas y persecuciones le hacen gran bien. Tertuliano escribía en el siglo III: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

     En 1870, el estado italiano se apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte de los Estados Pontificios. Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX vivieron como una terrible ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición de Dios. Algunos incluso piensan que Italia debería haberse quedado con todo. San Pedro no tenía nada.

     Un propósito muy evangélico

     No enviar por las redes sociales ninguna noticia, chiste o comentario que fomente el odio o el desprecio, que insulte o se burle de cualquier persona de cualquier ideología.

 

SAN  ELEUTERIO



Nació en Nicopoli en Epiro. Mártir. Elegido en el 175, murió en el 189. Mandó a Fugacio y Damián a convertir a los bretones. Suprimió algunas costumbres hebraicas sobre la pureza e impureza de las viandas de las cuales los cristianos daban gran importancia.

 

Martirologio Romano: En Roma, san Eleuterio, papa, al que los famosos mártires de Lyon, apresados entonces, escribieron una célebre carta para que mantuviera la paz en la Iglesia (189).

 

Etimológicamente: Eleuterio = Aquel que se comporta con generosidad y libertad, es de origen griego.

San Eleuterio, natural de Nicópolis, ciudad de Grecia, diácono y discípulo del Santo Pontífice Aniceto, sucedió a San Sotero en el pontificado el año 175.Tuvo en su tiempo alguna paz y tranquilidad la Iglesia, y con esta quietud se iba multiplicando maravillosamente, y en Roma muchos caballeros y señores, cansados ya de la superstición de sus vanos dioses y de la crueldad y abominaciones de sus emperadores, por la doctrina y predicación del Santo Pontífice Eleuterio, recibían la luz del Evangelio y se convertían al Señor.

Y no menos en las otras provincias y reinos descubría sus claros rayos y resplandores nuestra Santa Religión; particularmente se vio esto en Britannia, que ahora llamamos Inglaterra, porque Lucio su rey, habiendo entendido la santa vida y milagros de los cristianos, y, que poco antes Marco Aurelio emperador había alcanzado por oración de ellos una gran victoria contra los marcomanos, y que por esto permitían que viviesen en su ley y que algunos caballeros y senadores romanos se habían bautizado y seguido al estandarte de Cristo, movido del mismo Señor, envió solemne embajada con Elvano y Meduino, criados suyos, a San Eleuterio, suplicándole que le enviase algunos ministros suyos, para que a él y a toda su casa y reino hiciese cristianos y los reconociese como a ovejas suyas y del rebaño del Señor.

No se puede creer la alegría que el Santo Pontífice Eleuterio recibió con esta embajada; y para cumplimiento de lo que por ella se pedía, envió a Fugacio y Donacio, que otros llaman Damiano, varones dignos de tan grande empresa, a Britannia, para que enseñasen los misterios de nuestra San Fe a Lucio y a su reino, y con el agua del santo bautismo los reengendrasen en Cristo. Ellos fueron, y lo hicieron, y todo conforme al deseo y orden de Eleuterio; y el rey se bautizó y fue Santo, y como de tal hizo mención de él el Martirologio romano al 3 de diciembre, y su reino públicamente aceptó la fe de Jesús, y fue el primero del mundo que por público decreto y común parecer de los moradores de él recibió y profesó la religión cristiana; puesto caso que en España y Francia, y en los otros reinos y provincias, ya había en este tiempo muchos cristianos. Esta conversión de Lucio fue en el año de 183, según el cardenal Baronio.

 

       Con la paz que tuvo la Iglesia en este tiempo, se levantaron algunos herejes que la turbaron, como los Valentinianos, Marcionistas, Severianos, y otros más; a los cuales el Pontífice Eleuterio resistió valerosamente, y fue ayudado de San Ireneo, discípulo de San Policarpo, y de Papías, que habían enviado de la Iglesia de Lyon de Francia, y en el tiempo que estuvo en ella escribió contra los herejes, y les hizo la guerra como varón doctísimo, confutando los disparates que ellos enseñaban, con la doctrina y tradiciones apostólica que él había aprendido; y después volvió a Lyon, de donde fue obispo y mártir gloriosísimo.

 

      Y porque algunos herejes enseñaban que Dios había creado muchas cosas malas, y que no se había de comer algunos manjares, por ser tales, Eleuterio mandó que nadie desechara por superstición género alguno de manjar de las creaturas que Dios hizo para servicio del hombre; no porque no sea lícito y loable de abstenerse de manjares regalados y gustosos para mortificar y refrenar la carne y sus apetitos, o porque no se deba obedecer a la Iglesia cuando nos manda abstenernos de ellos en los días de ayuno, que esto es necesario, sino porque no se han de desechar, por pensar que son malos de su naturaleza.

 

      Ordenó asimismo que ningún sacerdote fuera depuesto, sin que primero fuese legítimamente convencido de algún grave delito, y que ningún ausente fuese condenado antes de ser oído; pues Cristo no condenó, ni dejó de comulgar a Judas, con saber quién era, porque aún no era notorio su pecado. Dió tres veces órdenes en el mes de diciembre, y en ellas ordenó 12 presbíteros, 8 diáconos y 15 obispos; y después de haber gobernado santamente la Iglesia romana, fue martirizado, dando su vida por Cristo, siendo Cómodo emperador, aunque los Martirológios romanos antiguos no declaran con que género de muerte fue coronado. Su cuerpo fue sepultado en el Vaticano.

 

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