20 - DE FEBRERO – DOMINGO –
7ª – SEMANA DEL T.O. – C
SAN ELEUTERIO
Lectura del primer libro de Samuel
(26,2.7-9.12-13.22-23):
En aquellos días,
Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados
israelitas, para dar una batida en busca de David. David y Abisay fueron de
noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de
carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban
echados alrededor.
Entonces Abisay dijo a David: «Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a
clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.»
Pero David replicó:
«¡No lo mates!, que no se puede atentar
impunemente contra el ungido del Señor.»
David tomó la lanza y el jarro de agua de la
cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó:
estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David cruzó a la otra parte, se plantó en la
cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó:
«Aquí está la lanza del rey. Que venga uno
de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad.
Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido
del Señor.»
Palabra de Dios
Salmo: 102,1-2.3-4.8.10.12-13
R/. El Señor es compasivo y misericordioso
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su
santo nombre.
Bendice, alma mía,
al Señor,
y no olvides sus
beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus
enfermedades;
él rescata tu vida
de la fosa
y te colma de
gracia y de ternura. R/.
El Señor es
compasivo y misericordioso,
lento a la ira y
rico en clemencia;
no nos trata como
merecen nuestros pecados
ni nos paga según
nuestras culpas. R/.
Como dista el
oriente del ocaso,
así aleja de
nosotros nuestros delitos;
como un padre
siente ternura por sus hijos,
siente el Señor
ternura por sus fieles. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (15,45-49):
El primer hombre,
Adán, fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es
primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después.
El primer hombre, hecho de tierra, era
terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los
hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros,
que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre
celestial.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(6,27-38):
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
«A los que me escucháis os digo: Amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale
la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo
tuyo, no se lo reclames. Tratad a los
demás como queréis que ellos os traten.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué
mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen
bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo
cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a
otros pecadores, con intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien
y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del
Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como
vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y
no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con
vosotros.»
Palabra del Señor
Amad a vuestros enemigos.
El domingo pasado, en la primera
parte del “Discurso en la llanura”, Jesús distinguía dos antagónicos:
pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros recibirán en el cielo su
recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí, en la tierra, ¿cómo deben
relacionarse ambos grupos? ¿Deben comenzar los pobres una guerra contra los
ricos? ¿Pueden contentarse, al menos, con maldecirlos y desearles toda clase de
desgracias? A favor de esta postura se podrían citar numerosos salmos, textos
proféticos, y la práctica contemporánea de la comunidad de Qumrán. Pero Lucas
quiere inculcar una actitud muy distinta, basándose en la enseñanza de Jesús.
Comportamiento con los enemigos
(6,27-36)
Al comienzo del evangelio de
Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza que el descendiente de David
vendrá “para que, arrancados de las manos de los enemigos, le
sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una falsa esperanza. La venida
de Jesús no nos arranca de las manos de los enemigos. ¿Qué hacer con ellos?
Ante los sentimientos y palabras
adversos
«A los que me escucháis os
digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Jesús comienza dirigiéndose a “vosotros que
me escucháis”, a sus discípulos. No puede ser más duro y exigente. Ya no se
trata de dos grupos separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia
vida. Hay un grupo enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades
cristianas. Igual que hoy día se odia, insulta y critica a la Iglesia. ¿Cómo reaccionar ante ello? Es frecuente la
autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso lo que quiere
Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la maldición sean
injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De las cuatro cosas
que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier circunstancia: hacer
el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en sentido afectivo (como el
amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino en el sentido práctico de
“hacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo concreto sería el de
Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.
Ante las acciones
Al que te pegue en una mejilla, preséntale
la otra; al que te quite la capa, déjale también la
túnica.
A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.
De repente, del “vosotros”
se cambia al “tú”. Lo que hay que afrontar ahora no son sentimientos
adversos (odio) o palabras hirientes (maldiciones, injurias), sino acciones
concretas: pegar, quitar, pedir, llevarse. Estas frases le gustarían mucho a
Gandhi. Pero a la mayoría le pueden resultar absurdas y prestarse al chiste:
“Al que te robe el móvil, dale también el reloj”; “al empresario que intenta
robarte, no se lo reclames”.
¿Hay que tomar estas
exhortaciones al pie de la letra? En el NT se escuchan dos bofetadas: una a
Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla. Jesús reacciona:
“Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23).
Pablo, que se dirige al sumo sacerdote, es más duro: “Dios te va a golpear a
ti, pared encalada. Tú estas sentado para juzgarme según la Ley y me mandas
golpear contra la Ley” (Hch 23,3).
En cambio, con respecto al no reclamar en caso de injusticia, hay una
reflexión de Pablo muy parecida. Un miembro de la comunidad de Corinto tuvo un
pleito con otro y acudió a los tribunales paganos. Pablo les escribe que eso
debería resolverlo un experto dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea
del evangelio que comentamos: “Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos
entre vosotros. ¿Por qué no os dejáis más bien perjudicar? ¿Por qué no os
dejáis despojar?” (1 Cor 6,1-11).
La regla de oro
Tratad
a los demás como queréis que ellos os traten.
El discurso vuelve al “vosotros”.
La formulación negativa de esta famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que
no quieres que te hagan”. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide
tratar bien a cualquiera. ¿Cómo te gusta que te trate la gente, hable de ti
(por delante y por detrás), se comporte contigo? Ponte en la piel de la otra
persona y actúa como te gustaría que ella se comportase contigo.
Motivos para actuar así
Lucas es consciente de que Jesús
pide algo muy difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a actuar
de ese modo.
1) El cristiano debe
superar a los pecadores.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué merito tenéis? También los
pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los
pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Lo repite tres veces, recogiendo
dos verbos iniciales (amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo (prestar). Si
el cristiano se limita a imitar al pecador, no tiene mérito alguno. Se queda
sin premio.
2) El premio.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el
bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del
Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Ya al principio del discurso
prometió Jesús “una recompensa abundante en el cielo” (6,23). Ahora vuelve a
mencionar esa “recompensa abundante” (6,35). Pero no habrá que esperar a la
otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo, “seréis hijos de Dios,
que es generoso con ingratos y malvados”. Algunas personas han pagado grandes
sumas por un título nobiliario. La realidad de “hijo de Dios” no se compra, se
consigue actuando de forma benévola con los enemigos.
3) Un buen hijo debe imitar
a su padre.
Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo
La compasión de Dios la
confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos, en la que el padre
abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su fortuna con malas
mujeres. Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a sí mismo.
Jesús y sus enemigos: ataque,
reproche, silencio, disculpa y perdón
Los preceptos anteriores resultan
a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo no practicó alguno de ellos,
¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta se encuentra en el resto del
evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de los enemigos es mucho más
complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra enemigos muy distintos a lo
largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos continuos, que critican y condenan
todo lo que hace; las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén
(sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se burlan de él cuando está
en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que se burlan de él, lo
golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.
La reacción de Jesús es muy
distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no los bendice; los ataca de
forma durísima, sin desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y
dejarlos en ridículo. A las autoridades les reprocha en
el huerto que vengan a apresarlo como si fuera un ladrón, luego guarda
silencio. Con un reproche reacciona también ante Judas: “¿Con un beso entregas
al hijo del hombre?”. Ante los soldados, por mucho que se burlen de él y lo
hieran, no protesta ni maldice. Pero su actitud global la representan sus
palabras en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, que
abarcan a todos los grupos. No solo perdona, también disculpa. Al morir por
todos nosotros, estaba cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos
odian.
La medida que uséis con los demás
la usará Dios con vosotros (37-38)
El discurso cambia de tema. Deja
de referirse a los enemigos para centrarse en la conducta con los otros
miembros de la comunidad.
No juzguéis,
y no seréis juzgados;
no
condenéis, y no seréis condenados;
perdonad,
y seréis perdonados;
dad,
y se os dará:
os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La
medida que uséis, la usarán con vosotros.
La primera parte comenzó con
cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad). Ahora encontramos dos
prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos (perdonad, dad).
Lo novedoso es que de nuestra
conducta depende la que adopte Dios con nosotros. Si juzgamos, nos juzgará; si
condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos perdonará; si damos, nos dará. Y
aquí llega al colmo el tema de la “recompensa abundante” que ha salido ya dos
veces en el discurso; ahora se dice que será “una medida generosa, apretada,
remecida, rebosante”.
Estas cuatro normas parecen una
receta excelente para corromper a Dios y forzarle a tratarnos bien y
perdonarnos. Por desgracia, muchas
veces preferimos arriesgar su condena por el breve placer de criticar o
condenar a alguien.
El tema de no juzgar y no
condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia ha reservado el resto
del discurso para el domingo 8º.
La 1ª lectura (1 Samuel
26,2.7-9.12-13)
La 1ª lectura ofrece un ejemplo concreto de
perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David,
perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo
anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo “porque no se puede atentar
impunemente contra el Ungido del Señor”. ¿Y si no se tratara del rey? Cuando
estaba al servicio de los filisteos devastaba los pueblos vecinos “sin dejar
vivo hombre ni mujer”. David no es el modelo ideal para el modo de tratar al
enemigo. Pero podemos aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a
Saúl por ser el rey de Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de
Dios.
Cuando los enemigos nos hacen un
gran favor
En esta época en que se critica
tanto a la Iglesia, conviene recordar que las críticas y persecuciones le hacen
gran bien. Tertuliano escribía en el siglo III: “La sangre de los mártires es
semilla de cristianos”.
En 1870, el estado italiano se
apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte de los Estados Pontificios.
Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX vivieron como una terrible
ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición de Dios. Algunos incluso
piensan que Italia debería haberse quedado con todo. San Pedro no tenía nada.
Un propósito muy evangélico
No enviar por las redes sociales
ninguna noticia, chiste o comentario que fomente el odio o el desprecio, que
insulte o se burle de cualquier persona de cualquier ideología.
SAN ELEUTERIO
Nació en Nicopoli
en Epiro. Mártir. Elegido en el 175, murió en el 189. Mandó a Fugacio y Damián
a convertir a los bretones. Suprimió algunas costumbres hebraicas sobre la
pureza e impureza de las viandas de las cuales los cristianos daban gran
importancia.
Martirologio Romano: En Roma, san Eleuterio, papa, al que los famosos mártires de Lyon,
apresados entonces, escribieron una célebre carta para que mantuviera la paz en
la Iglesia (189).
Etimológicamente: Eleuterio = Aquel que se comporta con generosidad y libertad, es de
origen griego.
San Eleuterio,
natural de Nicópolis, ciudad de Grecia, diácono y discípulo del Santo Pontífice
Aniceto, sucedió a San Sotero en el pontificado el año 175.Tuvo en su tiempo
alguna paz y tranquilidad la Iglesia, y con esta quietud se iba multiplicando
maravillosamente, y en Roma muchos caballeros y señores, cansados ya de la
superstición de sus vanos dioses y de la crueldad y abominaciones de sus
emperadores, por la doctrina y predicación del Santo Pontífice Eleuterio,
recibían la luz del Evangelio y se convertían al Señor.
Y no menos en
las otras provincias y reinos descubría sus claros rayos y resplandores nuestra
Santa Religión; particularmente se vio esto en Britannia, que ahora llamamos
Inglaterra, porque Lucio su rey, habiendo entendido la santa vida y milagros de
los cristianos, y, que poco antes Marco Aurelio emperador había alcanzado por
oración de ellos una gran victoria contra los marcomanos, y que por esto
permitían que viviesen en su ley y que algunos caballeros y senadores romanos
se habían bautizado y seguido al estandarte de Cristo, movido del mismo Señor,
envió solemne embajada con Elvano y Meduino, criados suyos, a San Eleuterio,
suplicándole que le enviase algunos ministros suyos, para que a él y a toda su
casa y reino hiciese cristianos y los reconociese como a ovejas suyas y del
rebaño del Señor.
No se puede creer
la alegría que el Santo Pontífice Eleuterio recibió con esta embajada; y para
cumplimiento de lo que por ella se pedía, envió a Fugacio y Donacio, que otros
llaman Damiano, varones dignos de tan grande empresa, a Britannia, para que
enseñasen los misterios de nuestra San Fe a Lucio y a su reino, y con el agua
del santo bautismo los reengendrasen en Cristo. Ellos fueron, y lo hicieron, y
todo conforme al deseo y orden de Eleuterio; y el rey se bautizó y fue Santo, y
como de tal hizo mención de él el Martirologio romano al 3 de diciembre, y su
reino públicamente aceptó la fe de Jesús, y fue el primero del mundo que por
público decreto y común parecer de los moradores de él recibió y profesó la
religión cristiana; puesto caso que en España y Francia, y en los otros reinos
y provincias, ya había en este tiempo muchos cristianos. Esta conversión de
Lucio fue en el año de 183, según el cardenal Baronio.
Con la paz que tuvo la Iglesia en este tiempo, se levantaron algunos herejes
que la turbaron, como los Valentinianos, Marcionistas, Severianos, y otros más;
a los cuales el Pontífice Eleuterio resistió valerosamente, y fue ayudado de
San Ireneo, discípulo de San Policarpo, y de Papías, que habían enviado de la
Iglesia de Lyon de Francia, y en el tiempo que estuvo en ella escribió contra
los herejes, y les hizo la guerra como varón doctísimo, confutando los
disparates que ellos enseñaban, con la doctrina y tradiciones apostólica que él
había aprendido; y después volvió a Lyon, de donde fue obispo y mártir
gloriosísimo.
Y porque algunos herejes enseñaban que Dios
había creado muchas cosas malas, y que no se había de comer algunos manjares,
por ser tales, Eleuterio mandó que nadie desechara por superstición género
alguno de manjar de las creaturas que Dios hizo para servicio del hombre; no
porque no sea lícito y loable de abstenerse de manjares regalados y gustosos
para mortificar y refrenar la carne y sus apetitos, o porque no se deba
obedecer a la Iglesia cuando nos manda abstenernos de ellos en los días de
ayuno, que esto es necesario, sino porque no se han de desechar, por pensar que
son malos de su naturaleza.
Ordenó asimismo que ningún sacerdote fuera
depuesto, sin que primero fuese legítimamente convencido de algún grave delito,
y que ningún ausente fuese condenado antes de ser oído; pues Cristo no condenó,
ni dejó de comulgar a Judas, con saber quién era, porque aún no era notorio su
pecado. Dió tres veces órdenes en el mes de diciembre, y en ellas ordenó 12
presbíteros, 8 diáconos y 15 obispos; y después de haber gobernado santamente
la Iglesia romana, fue martirizado, dando su vida por Cristo, siendo Cómodo emperador,
aunque los Martirológios romanos antiguos no declaran con que género de muerte
fue coronado. Su cuerpo fue sepultado en el Vaticano.
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