jueves, 24 de febrero de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 26 - DE FEBRERO – SÁBADO – 7ª – SEMANA DEL T.O. – C SAN NECTOR

 


26 - DE FEBRERO – SÁBADO –

7ª – SEMANA DEL T.O. – C

SAN NECTOR

    Lectura de la carta del apóstol Santiago (5,13-20):

 

   ¿Sufre alguno de vosotros? Rece. ¿Está alegre alguno? Cante cánticos. ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará. Así, pues, confesaos los pecados unos a otros, y rezad unos por otros, para que os curéis. Mucho puede hacer la oración intensa del justo. Elías, que era un hombre de la misma condición que nosotros, oró fervorosamente para que no lloviese; y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Luego volvió a orar, y el cielo derramó lluvia y la tierra produjo sus frutos. Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo encamina, sabed que uno que convierte al pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados.

 

Palabra de Dios

 

    Salmo: 140,1-2.3.8

 

    R/. Suba mi oración como incienso en tu presencia, Señor.

 

   Señor, te estoy llamando, ven deprisa,

escucha mi voz cuando te llamo.

Suba mi oración como incienso en tu presencia,

el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. R/.

 

   Coloca, Señor, una guardia en mi boca,

un centinela a la puerta de mis labios.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,

en ti me refugio, no me dejes indefenso. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,13-16):

 

En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.

Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:

«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».

Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

 

Palabra del Señor

 

 

1.  En las culturas mediterráneas de la Antigüedad, el término “paidía” podía designar tanto al recién nacido como al adolescente.  En todo caso, hablar de "niños" era lo mismo que referirse a seres humanos débiles, vulnerables, dependientes y siempre marginales. De cualquier forma, criaturas que no podían servir de modelo para nada.

 

2.  Como bien ha explicado John D. Crossan, según Mc 9, 33-36 y 10, 13-16, ser un niño significaba, en la sociedad romana del s.I, ser "el último de todos y servidor de todos". Y esto, no como una "recomendación", sino como una "necesidad". Baste recordar lo que Jesús le dijo a Nicodemo: quien no naciere de nuevo no podrá entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 1-10). Un recién nacido es un niño. Dios reina, no por medio de los poderosos y selectos, sino de los débiles, los "nadies". Todos queremos ser importantes. Pero Jesús afirma que no son los importantes los que cambian este mundo. Lo cambian los niños.

 

3. Insiste el ya citado Crossan: pensemos por un momento en todos estos recién nacidos, a menudo niñas, pero también varones, que eran abandonados por sus padres y eran recogidos de los basureros para ser criados como esclavos. De ellos, y entre ellos, nació el cristianismo. Y el cristianismo cambió el Imperio.  Este desorden mundial, que tenemos ahora, no se arregla con políticos, magnates y potentados.  Se arregla con los pequeños, los "nadies", los que no pintan nada. Por ahí tiene que ir el futuro de la Iglesia. El futuro que ha marcado el papa Francisco por más que sean muchos e importantes los que no lo quieren.

 

SAN NECTOR

 


En Perge, en Panfilia, pasión de san Néstor, obispo de Magido y mártir, que en la persecución bajo el emperador Decio fue condenado por el prefecto de la provincia a morir en una cruz, para que sufriese la misma pena del Crucificado a quien confesaba.

 

Polio, gobernador de Panfilia y Frigia durante el reinado de Decio, trató de ganarse el favor del emperador, aplicando cruelmente su edicto de persecución contra los cristianos. Néstor, el obispo de Magido, gozaba de gran estima entre los cristianos y los paganos. Aunque comprendió que el martirio no se haría esperar, no pensó en sí mismo, sino en su grey y se dedicó a buscar sitios de refugio para sus fieles, pero él mismo no se ocultó, aguardando tranquilamente su hora. Cuando se hallaba orando, le avisaron que los oficiales de justicia le buscaban. Tras recibir sus respetuosos saludos, el obispo les dijo: «¿Qué os trae por aquí, hijos míos?» Ellos replicaron: «El irenarca y los magistrados de la curia desean veros». San Néstor hizo la señal de la cruz, se cubrió la cabeza y les siguió hasta el foro. Cuando el obispo entró, toda la corte se puso de pie como señal de respeto. Los oficiales le hicieron sentar en un sitial frente a los magistrados. El irenarca le preguntó:

-Señor, ¿estáis al tanto de la orden del emperador?

-Yo sólo conozco la orden del Todopoderoso, no la del emperador- respondió el obispo.

El magistrado replicó:

-Os aconsejo que procedáis con calma para que no tenga yo que condenaros.

Como San Néstor se mostrase inflexible, le amenazó con la tortura, pero el obispo replicó:

-La única tortura que temo es la que Dios pueda infligirme. Puedes estar seguro de que, en el tormento y fuera de él, no dejaré de confesar a Dios.

Contra su voluntad, la corte tuvo que enviarle ante el gobernador. El irenarca le condujo, pues, a Perga. Aunque no tenía amigos en esa ciudad, su fama le había precedido de suerte que los magistrados empezaron por rogarle amable y cortésmente que abjurase de su religión. Néstor se negó con firmeza. Entonces Polio ordenó que le tendiesen en el potro. En tanto que el verdugo le desgarraba con garfios los costados, Néstor cantaba: «En todo tiempo daré gracias al Señor y mi boca no se cansará de alabarle». El juez le preguntó si no se avergonzaba de poner su confianza en un hombre que había muerto crucificado. Néstor contestó:

-Bendita sea entonces mi vergüenza y la de todos los que invocan al Señor.

Polio le dijo:

-      ¿Vas a ofrecer sacrificios, o no?

-      ¿Estás con Cristo o con nosotros?

El mártir replicó:

-Con Cristo ahora y siempre: con Él estoy ahora y con Él estaré eternamente.

Entonces Polio le sentenció a morir crucificado. Desde la cruz, san Néstor exhortó y alentó a los cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo, pues, cuando el obispo pronunció sus últimas palabras: «Hijos míos, postrémonos y oremos a Dios por Nuestro Señor Jesucristo», cristianos y paganos se arrodillaron a orar, en tanto que el mártir exhalaba el último suspiro.

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»

 

   

 

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