6 - DE FEBRERO – DOMINGO –
5ª – SEMANA DEL T.O. – C
San Pablo
Miki y compañeros
Lectura del libro de Isaías
(6,1-2a.3-8):
El año de la
muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la
orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se
gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del
universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al
clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de
labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con
mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con una ascua en la mano, que había
tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha
desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que
decía:
«A quién enviaré? ¿Y quién irá por
nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».
Palabra de Dios
Salmo: 137
R/. Delante de los ángeles tañeré
para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Lectura de la primera carta de san
Pablo a los Corintios (15,1-11):
Os recuerdo,
hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que
además estáis fundados,
y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de
lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar,
lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las
Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se
apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive
todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos
los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles
y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de
Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se
ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he
sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos
predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(5,1-11):
En aquel
tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios.
Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la
orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la
de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado,
enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras
redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la
noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una
redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces
hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto
de que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los
pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un
hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado
de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido;
y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros
de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de
hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y,
dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor
Tres vocaciones muy distintas:
Isaías, Pablo, Pedro.
Después del fracaso en Nazaret
(que leímos el domingo pasado), la liturgia dominical omite algunos episodios y
pasa a la vocación de los primeros discípulos, aunque el relato de Lucas
podríamos titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”. Como paralelo del
Antiguo Testamento, la primera lectura cuenta la vocación de Isaías. Y la
segunda, aunque se centra en el contenido de la primera predicación cristiana,
hace una referencia clara a la vocación de Pablo. Buen tema de reflexión en una
época en la que tanto nos preocupa la escasez de vocaciones.
A
propósito de la visita de Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el
evangelio de Marcos, pero lo modifica para enfocar el episodio de forma nueva.
Hoy ocurre lo mismo con la vocación de los primeros discípulos. Para comprender
el relato de Lucas conviene recordar el de Marcos.
El escueto
relato de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su
hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les
dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”. Al punto, dejando las
redes, le siguieron.
Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a
su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los
llamó. Y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se
fueron con él.
El
relato no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser desarrolladas por
Marcos en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una
barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo
y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los
llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a
cualquier lector atento.
La
versión de Lucas
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de
Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret.
Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían
desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la
de Simón,
y le pidió que la apartara, un poco de tierra. Desde la barca, sentado,
enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
- Remad mar adentro, y echada las redes para pescar.
Simón contestó:
- Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no
hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan
grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para
que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas,
que casi se hundían. Al ver esto, Simón
Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
- Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro- se había apoderado de él y de los
que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les
pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
- No temas; desde ahora serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo,
lo siguieron.
Los
tres cambios que introduce Lucas
1. Pretende hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. No es la primera vez que se encuentran con Jesús. Él
ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha comido en casa de Simón y ha curado
a su suegra. Luego ha seguido su vida de predicador itinerante y solitario,
pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un desconocido. Es un maestro famoso y
la gente se agolpa para escucharle. El lector no se extraña de que lo sigan.
2. Centra su atención en Pedro, no en los cuatro discípulos, hasta el punto de que ni siquiera nombra a su
hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide que se aleje un poco de
tierra; con él dialoga después de hablar a la multitud, ordenándole adentrarse
en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único que reacciona
arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque luego se
menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras finales
y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”.
3. Subraya la importancia de Jesús.
No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos) sino que está predicando
a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el punto de necesitar subirse a
una barca. Luego, Simón le da el título de “Maestro” y le obedece, volviendo a
pescar, aunque parece absurdo. Finalmente, Simón cae de rodillas y lo reconoce
como un personaje santo, no un pobre pecador como él. La vocación de los
discípulos supone un mayor conocimiento de Jesús.
¿Qué
pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La
finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de los
discípulos.
El
segundo pone de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su
evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras: “Realmente ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista
al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que algunos
cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado
en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas
quisiera ponerla a salvo.
El
tercero nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús.
El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra
desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su
misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere
también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un
sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la
vocación de Isaías, primera lectura de este domingo.
El
relato de la vocación de Isaías (1ª lectura)
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado
sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi
serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: “¡Santo,
santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!” Y
temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba
lleno de humo.
Yo
dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en
medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de
los ejércitos.”
Y
voló hacia mí uno de los serafines, con una ascua en la mano, que había cogido
del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: “Mira; esto ha
tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.”
Entonces,
escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté:
“Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos
ocho siglos, al año 739 a.C., cuando muere el rey Ozías. En ese momento sitúa
Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro
inicial con Dios lo que más le llama la atención es su majestad y soberanía,
que destaca mediante tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey
mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que
describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su
manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el
Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte,
invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un
terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el templo.
Basándose
en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica
sus labios, como símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia
final no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu
culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré?
¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy,
mándame”.
La
vocación de Isaías y la vocación de Simón
Lucas,
gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato de la
vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos es
interesante advertir las diferencias.
El escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en
el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de
serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros
y jornaleros.
La persona que llama. En el caso se Isaías
se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente
de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a
Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se
encuentra ante un personaje excepcional.
La reacción inicial del llamado.
En ambos casos el protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más
trágica (“estoy perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios
y seguir con vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado
junto al cual no puede estar (“apártate de mí”).
La preparación del enviado.
A Isaías, un serafín lo purifica como paso previo para poder realizar su
misión. Jesús no realiza nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es
seguir a Jesús. “Dejándolo todo lo siguieron”.
La misión. La liturgia ha suprimido la parte
final del relato de Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer
el corazón del pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías
consistirá en transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será
positiva, “pescador de hombres”.
La reacción final del elegido. Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte
la misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo
para seguir a Jesús.
La
breve referencia de Pablo a su vocación (2ª lectura)
Al
enumerar las apariciones de Jesús, Pablo no evita una referencia a sí mismo:
“por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. La gran diferencia
con Isaías y Pedro es que Pablo ha sido un perseguidor de la iglesia. Pero
también él recibe una misión, y ha respondido con toda generosidad. Incluso con
cierto orgullo confiesa: “he trabajado más que todos ellos”. Para corregirse
inmediatamente: “Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Reflexión
y pregunta
La
generosidad de los cuatro primeros discípulos, dejándolo todo para seguir a
Jesús, nos recuerda a tantas personas que siguen dejando todo, incluso la
familia y la patria, a veces para ser “pescadores de hombres”, otras para
ayudar a cualquiera que lo necesite, incluso de religión distinta. Un ejemplo
que sirve de estímulo y demuestra el poder de la llamada de Jesús.
La
pregunta: ¿Cuántas veces a la semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor de la
mies que envíe obreros a su mies”?
San Pablo Miki y compañeros
Memoria de los
santos Pablo Miki y compañeros, mártires, en Nagasaki, en Japón.
Vida de San Pablo Miki y
compañeros
Pablo Miki nació
en Japón el año 1566 de una familia pudiente; fue educado por los jesuitas en
Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía de Jesús y predicó el evangelio entre
sus conciudadanos con gran fruto.
Al recrudecer la
persecución contra los católicos, decidió continuar su ministerio y fue
apresado junto con otros. En su camino al martirio, él y sus compañeros
cristianos fueron forzados a caminar 600 millas para servir de escarmiento a la
población. Ellos iban cantando el Te Deum. Les hicieron sufrir mucho.
Finalmente llegaron a Nagasaki y, mientras perdonaba a sus verdugos, fue
crucificado el día 5 de febrero de 1597. Desde la cruz predicó su último
sermón.
Junto a él sufrieron glorioso martirio el escolar Juan Soan (de Gotó) y el
hermano Santiago Kisai, de la Compañía de Jesús, y otros 23 religiosos y
seglares.
Todos ellos fueron
canonizados por Pío IX en 1862.
Declarada una
persecución contra los cristianos, ocho presbíteros o religiosos de la Compañía
de Jesús o de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos
en Japón, junto con diecisiete laicos, fueron apresados, duramente maltratados
y, finalmente, condenados a muerte. Todos, incluso los adolescentes, por ser
cristianos fueron clavados en cruces, manifestando su alegría por haber
merecido morir como murió Cristo. Sus nombres son: Juan de Goto Soan, Jacobo
Kisai, religiosos de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de
la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de los Hermanos
Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel
de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro,
Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis
Ibaraki, Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan
Kinuya, Matías, Francisco de Meako, Ioaquinm Sakakibara y Francisco Adaucto,
neófitos.
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