1 - DE JUNIO
– MIERCOLES – 7 – SEMANA DE PASCUA – C –
San Justino mártir
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (20,28-38):
En aquellos
días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso:
«Tened cuidado de vosotros y del rebaño
que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de
Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se
meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso
algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por
eso, estad alerta: acordaos que, durante tres años, de día y de noche, no he
cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os
dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para
construiros y daros parte en la herencia de los santos. A nadie le he pedido
dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para
mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para
socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: “Hay
más dicha en dar que en recibir.”»
Cuando terminó de hablar, se pusieron
todos de rodillas, y rezó. Se echaron a llorar y, abrazando a Pablo, lo
besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho, que no volverían a
verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.
Palabra de
Dios
Salmo: 67,29-30.33-35a.35b.36c
R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios
Oh, Dios,
despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo. R/.
Reyes de la
tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios.» R/.
Sobre Israel
resplandece su majestad,
y su poder, sobre las nubes.
¡Dios sea bendito! R/.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (17,11b-19):
En aquel
tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
«Padre santo, guárdalos en tu nombre, a
los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos,
yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se
perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora
voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría
cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del
mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No ruego que los retires del mundo, sino
que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo,
así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también
se consagren ellos en la verdad.»
Palabra del
Señor
1. Jesús está pronunciando su
oración final de despedida. Y en ella pide para sus discípulos cuatro
cosas:
1) Que se mantengan unidos.
2) Que tengan alegría, es
decir, que sean felices.
3) Que jamás cedan al mal en el
mundo.
4) Que se santifiquen en la verdad.
Por tanto, para Jesús, lo más importante
en la vida es que vivamos unidos, que seamos felices, que nunca le hagamos mal
a nadie, que seamos veraces siempre.
Es notable que, en esta oración final, Jesús no menciona nada que tenga que ver con "lo religioso", "lo sagrado", "lo trascendente".
Ni la teología, ni los cristianos, hemos
asimilado lo que el gran teólogo que fue K. Rahner denominó el existencial
sobrenatural: todo "lo humano", que vivimos en nuestra existencia,
nos lleva a Dios y nos une a Dios.
2. Ser piadoso, ser devoto,
ser observante de ciertos rituales o costumbres, todo eso, es relativamente
fácil. Lo difícil en la vida es la honradez transparente, la bondad sin
fisuras, la honestidad, el respeto, la tolerancia, todo eso que hace a una
persona buena de verdad.
Eso es lo que, ante todo, quería Jesús para los suyos.
3. En definitiva, Jesús presenta aquí un ideal de vida que no está al alcance de lo que da de sí la condición humana. Esta ejemplaridad es el signo de la presencia del Evangelio en el mundo. El signo, por tanto, de que lo de Jesús es verdad. Y que el Evangelio es la fuerza que puede transformar este mundo tan roto y causante de tanto sufrimiento.
San Justino mártir
Memoria de san Justino, mártir, que, como
filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la
verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que
afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco
Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido ante
el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la pena
capital (c. 165).
Vida de San Justino mártir
San Justino nació en Naplusa, la antigua Siquem, en Samaria, a comienzos del
siglo Il. Si lo que él mismo nos narra tiene valor autobiográfico y no es —como
pretenden algunos— mera ficción literaria, se habría dedicado desde joven a la
filosofía, recorriendo, en pos de la verdad, las escuelas estoica,
peripatética, pitagórica y platónica, hasta que, insatisfecho de todas ellas,
un anciano le llamó la atención sobre las Escrituras de los profetas, "los
únicos que han anunciado la verdad". Esto, junto a la consideración del
testimonio de los cristianos que arrostraban la muerte por ser fieles a su fe,
le llevó a la conversión.
Más adelante Justino pasa a Roma, donde funda una especie de escuela
filosófico-religiosa, y muere martirizado hacia el año 165.
Se conocen los títulos de una decena de obras de Justino: de ellas sólo se
han conservado dos Apologías (que quizás no son sino dos partes de una misma
obra), y un Diálogo con un judío, por nombre Trifón.
Tanto por la extensión de sus escritos como por su contenido, Justino es el
más importante de los apologetas. Es el primero que de una manera que
pudiéramos decir sistemática intenta establecer una relación entre el mensaje
cristiano y el pensamiento helénicos predeterminando en gran parte, bajo este
aspecto, la dirección que iba a tomar la teología posterior.
La aportación más fundamental de Justino es el intento de relacionar la
teología ontológica del platonismo con la teología histórica de la tradición
judaica, es decir, el Dios que los filósofos concebían como Ser supremo,
absoluto y transcendente, con el Dios que en la tradición semítica aparecía
como autor y realizador de un designio de salvación para el hombre.
En el esfuerzo por resolver el problema de la posibilidad de relación entre
el Ser absoluto y transcendente y los seres finitos, las escuelas derivadas del
platonismo habían postulado la necesidad del Logos en función de intermediario
ontológico: la idea se remonta al «logos universal» de Heraclito, y viene a
expresar que la inteligibilidad limitada del mundo es una expresión o
participación de la inteligibilidad infinita del Ser absoluto.
Justino, reinterpretando ideas del evangelio de Juan, identifica al Logos
mediador ontológico con el Hijo eterno de Dios, que recientemente se ha
manifestado en Cristo, pero que había estado ya actuando desde el principio del
mundo, lo mismo en la revelación de Dios a los patriarcas y profetas de Israel,
que en la revelación natural por la que los filósofos y sabios del paganismo
fueron alcanzando cada vez un conocimiento más aproximado de la verdad.
De esta forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan
universal e histórico de salvación, lo mismo las instituciones judaicas que la
filosofía y las instituciones naturales de los pueblos paganos. Así intenta
resolver uno de los problemas más graves de la teología en su época: el de la
relación del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana.
Ambas son praeparatio evangelica, estadio inicial y preparatorio de un plan
salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.
Sin embargo, al identificar Justino al Logos con el mediador ontológico
entre el Dios supremo y trascendente y el mundo finito, a la manera
en que era postulado de los filósofos, introduce una concepción que
inevitablemente tenderá hacia el subordinacionismo y, finalmente, hacia el
arrianismo. Cuando Justino afirma que el Dios supremo no podía aparecerse con
su gloria trascendente a Moisés y los profetas, sino sólo su Logos,
implícitamente afirma que el Logos no participa en toda su plenitud de la
gloria de Dios y que es en alguna manera inferior a Dios.
Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer
las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo
que se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.
(Fuente: mercaba.org