15 - DE
MAYO – DOMINGO –
5 –
SEMANA DE PASCUA – C –
San Isidro
Labrador
Lectura del libro de los Hechos
de los apóstoles (14,21b-27):
En aquellos
días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a
los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que
pasar mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban
presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían
creído.
Atravesaron Pisidia y llegaron a
Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para
Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que
acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que
Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la
puerta de la fe.
Palabra de
Dios
Salmo: 144,8-9.10-11.12-13ab
R/. Bendeciré tu nombre por
siempre jamás, Dios mío, mi rey.
El Señor es
clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Que todas tus
criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus
hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Lectura del libro del Apocalipsis
(21,1-5a):
Yo, Juan, vi
un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra
han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se
adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
«Ésta es la morada de Dios con los
hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y
será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto,
ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.»
Y el que estaba sentado en el trono
dijo:
«Todo lo hago nuevo.»
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Juan (13,31-33a.34-35):
Cuando salió
Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del
hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios
lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con
vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he
amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que
sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Palabra de
Señor
Jesús y Dios. Jesús, nosotros y los otros.
El domingo pasado leímos que las ovejas
seguían al pastor. Hoy el pastor abandona temporalmente a su rebaño, dejándole
un encargo de última hora. Las dos primeras lecturas hablan de las persecuciones
presentes y de la gloria futura en la nueva Jerusalén.
Lectura del evangelio según san Juan 13,
31-33a. 34-35
El evangelio de hoy, tomado del discurso
de Jesús durante la última cena, aborda brevemente dos temas: - Jesús y Dios; -
Jesús, nosotros y los otros.
En realidad, el texto del cuarto
evangelio incluye entre estos dos temas un tercero: - Jesús y los discípulos.
Los responsables de la selección no desaprovecharon la ocasión de suprimirlo.
Jesús y Dios. (Puede extrañar que no escriba “Jesús y
el Padre”, pero en esta primera parte Jesús usa tres veces la palabra “Dios” y
nunca “Padre”.)
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: Ahora es glorificado el
Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él,
también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Estamos en la noche del Jueves Santo.
Judas acaba de salir del cenáculo para traicionar a Jesús y este pronuncia unas
palabras desconcertantes.
“Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en
él.”
¿Qué quiere decir Jesús? La primera
dificultad está en que usa cinco veces el verbo “glorificar”, que nosotros no
usamos nunca, aunque sepamos lo que significa. Nadie le dice a otro: “yo te
glorifico”, o “Pedro glorificó a su mujer”. Sólo en la misa recitamos el
Gloria, y ahí el verbo va unido a otros más usados: “te alabamos, te
bendecimos, te adoramos, te glorificamos”. Pero, en el fondo, después
de leer la frase diez o doce veces, queda más o menos claro lo que Jesús quiere
decir: ha ocurrido algo que ha redundado en su gloria y, consiguientemente, en
gloria de Dios; y Dios, en recompensa, glorificará también a
Jesús.
¿Qué es eso que ha ocurrido ahora y
que redunda en gloria de Jesús?
Que Judas ha salido del cenáculo para ir
a traicionarlo. Parece absurdo decir esto. Pero recuerda lo que dice la primera
lectura: “hay que pasar mucho para entrar en el
reino de Dios”. A través de la pasión y la
muerte es como Jesús dará gloria a Dios, y Dios a su vez lo
glorificará.
San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios
Espirituales, anima al ejercitante, en momentos como este, a pedir la
gracia de “alegrarse y gozarse de tanta alegría y gozo de Cristo nuestro
Señor”. Algo fundamental, pero que podemos pasar por alto.
Jesús, nosotros y los otros.
Hijos míos, me queda poco de estar con
vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo
os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos
que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Esta parte, muy conocida, es fácil de
entender y muy difícil de practicar. El amor al prójimo como a uno mismo es
algo que está ya mandado en el libro del Levítico. La novedad consiste en
amar “como yo os he amado”. La idea de que Jesús amaba solo a uno de
los discípulos (“el discípulo amado”) no es exacta. Amaba a todos, y si a ellos
les hubieran preguntado en aquel momento cómo les había amado Jesús dirían que
eligiéndolos y soportándolos. Es mucho, pero hay una forma más grande de
demostrar el amor: dando la vida por la persona a la que se quiere, como el
buen pastor que da la vida por sus
ovejas.
Cabe el peligro de concluir: “Si Jesús
nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarlo a él”. Sin embargo, el
mandamiento nuevo no habla de amar a Jesús, sino de amarnos unos a otros. Esto
supone un cambio importante con respecto al libro del Deuteronomio, donde el
mandamiento principal es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todo tu ser”. Jesús, de forma casi polémica, omite la
referencia a Dios y habla del amor al prójimo. Y lo mismo que a los israelitas
se los reconocía por creer en un solo Dios dentro de un ambiente politeísta, a
los cristianos se nos debe reconocer por amarnos unos a otros.
Sin embargo, cuando se conoce la
historia de la Iglesia, queda claro que los cristianos nos distinguimos, más
que por el amor mutuo, por la capacidad de pelearnos, no solo entre diversas
confesiones, sino dentro de la misma. Curiosamente, la situación ha mejorado
mucho entre las distintas confesiones, mientras los conflictos abundan dentro
de la misma iglesia. Lo cual es comprensible. Es más fácil pelearse con el
hermano que vive contigo que con el que ha formado su propia familia y está más
lejos.
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles 14, 21b-27
El domingo pasado se leyó la actividad
de Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia, y las dificultades que promovieron
al final los judíos y algunas señoras importantes, obligándoles a huir de allí.
Marchan entonces a Iconio, Listra y Derbe (el mapa ayuda a seguir el
itinerario). Lo que allí ocurrió no se lee en la misa, pero es importante
recordarlo brevemente para comprender la lectura de hoy (el que quiera puede
leer el capítulo 14 de los Hechos, que es muy interesante).
En Iconio predican con bastante éxito,
pero al final la gente se divide, algunos intentan apedrearlos y tienen que huir de nuevo.
En Listra curan a un tullido y la gente
los consideran dioses; ellos consiguen con dificultad que no les den culto.
Pero vienen judíos de Antioquía e Iconio que ponen a la gente contra
Pablo; lo apedrean y lo arrastran fuera de la
ciudad dándolo por muerto. Los
discípulos lo recogen y al día siguiente huye con Bernabé hacia Derbe.
En Derbe anuncian el evangelio y ganan
bastantes discípulos. Allí no se dan persecuciones. Terminada la predicación,
emprenden el viaje de vuelta a Antioquía de Siria (donde habían comenzado el
viaje misionero), pasando por las mismas ciudades que ya habían evangelizado.
Este viaje de vuelta es el tema de la lectura de hoy.
El viaje de vuelta, contado tan esquemáticamente, debió de durar, como
mínimo, uno o dos meses. Pero Lucas no se detiene a contar con detalle lo
ocurrido. Para él es más importante indicar la conducta de los apóstoles. En
todas las comunidades hacen lo mismo durante la vuelta:
1) Confortar y exhortar a perseverar en la fe. “Confortar”
es un verbo exclusivo de Hch (14,22; 15,41; 18,23) y siempre tiene por objeto a
los discípulos o a las comunidades (no a individuos).
¿Cómo se conforta y exhorta?
Advirtiéndoles de la realidad: “hay que pasar mucho para entrar en el Reino
de Dios”. Igual que Pablo y Bernabé han tenido que sufrir para anunciar el
evangelio; igual que Esteban fue apedreado hasta la muerte (Hch 11,19). Las
persecuciones y tribulaciones forman parte esencial de la vida cristiana.
2) Designar responsables. Esta palabra griega, presbitérous,
etimológicamente designa a los “ancianos”, pero en la práctica se aplica a los
responsables de la comunidad y terminará adquiriendo un matiz muy concreto:
sacerdote. Pero no es eso lo que designan los apóstoles, sino simples
encargados de dirigir la comunidad, las asambleas litúrgicas, etc.
3) Celebrar liturgias de oración y ayuno, en las que encomiendan a
la comunidad al Señor.
Finalmente, cuando llegan a Antioquía de Siria, pueden dar la gran noticia:
Dios ha abierto a los paganos la puerta de la fe. Ha comenzado una etapa nueva
en la historia de la iglesia y de la humanidad.
Lectura del libro del Apocalipsis 21,
1-5a
Si la primera lectura se fija sobre todo en las tribulaciones por las que
hay que pasar para entrar en el reino de Dios, la segunda, del Apocalipsis,
habla de ese reino de Dios, del mundo futuro maravilloso. No es literatura de
ficción, aunque lo parezca. Los cristianos del siglo I estaban sufriendo
numerosas persecuciones, y la certeza de un mundo distinto era el mayor
consuelo que podían recibir.
Aunque el lenguaje es muy
distinto, la idea de fondo es la misma en las dos primeras lecturas: ahora
mismo, la comunidad padece grandes tribulaciones (Hch), hay lágrimas, muerte,
luto, llanto, dolor (Ap), pero todo esto llevará al reino de Dios (Hch) y a un
mundo maravilloso (Ap).
Es el patrono de los agricultores y de
Madrid. Agricultor madrileño que destacó por su piedad y su generosidad.
Vida de San Isidro Labrador
Le pusieron
ese nombre en honor de San Isidoro, un santo muy apreciado en España. Sus
padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a
su hijo a la escuela. Pero en casa le enseñaron a tener temor a ofender a Dios
y gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y
por la Santa Misa y la Comunión.
Huérfano y
solo en el mundo cuando llegó a la edad de diez años Isidro se empleó como peón
de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un dueño de una
finca, cerca de Madrid. Allí pasó muchos años de su existencia labrando las
tierras, cultivando y cosechando.
Se casó con
una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa
María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es
sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover).
Isidro se
levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber
asistido antes a la Santa Misa. Varios de sus compañeros muy envidiosos lo acusaron
ante el patrón por "ausentismo" y abandono del trabajo. El señor
Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba
una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la
mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía misa, un personaje
invisible (quizá un ángel) le aguaba sus bueyes y estos araban
juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.
Los
mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores y los buenos católicos
tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los inmigrantes y sufrió por un
buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo conoce a uno y donde es muy
difícil conseguir empleo y confianza de las gentes. Pero sabía aquello que Dios
ha prometido varias veces en la Biblia: "Yo nunca te abandonaré", y
confió en Dios y fue ayudado por Dios.
Lo que ganaba
como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra
para los pobres y otra para su familia (él, su esposa y su hijito). Y hasta
para las avecillas tenía sus apartados. En pleno invierno cuando el suelo se
cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo por el camino para que las
avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo.
Él se llevó a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo
disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro
repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró. Los
domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a
misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y
enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su
hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito
junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín,
la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver
esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no
había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las
aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a
este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a
Dios por tan admirable prodigio.
Volvió después
a Madrid y se alquiló como obrero en una finca, pero los otros peones, llenos
de envidia lo acusaron ante el dueño de que trabajaba menos que los demás por
dedicarse a rezar y a ir al templo. El dueño le puso entonces como tarea a cada
obrero cultivar una parcela de tierra. Y la de Isidro produjo el doble que las
de los demás, porque Nuestro Señor le recompensaba su piedad y su generosidad.
En el año 1130
sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y
recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha
caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado
en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera
recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro.
Poco después
el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que
se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del
templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan
pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al
llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A
causa de esto el rey intercedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo
al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en
el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San
Felipe Neri.
Es patrono de
los agricultores españoles, declarado así por Juan XXIII por Bula del año 1960.
También es patrono de Madrid y su festividad es celebrada en gran número de
pueblos españoles y de Hispanoamérica con solemnidad. En España llevan su
nombre multitud de Cooperativas del campo, Hermandades de Agricultores y
Ganaderos, iglesias y hasta poblaciones (por ejemplo: San Isidro, en la
República
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