29 - DE
MAYO – DOMINGO –
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR –
SAN PABLO VI, papa
(1897-1978)
Lectura del libro de los Hechos de
los apóstoles (1,1-11):
En mi primer
libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando
hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido,
movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de
su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles
durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les
recomendó:
«No os alejéis de Jerusalén; aguardad
que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó
con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar
el reino de Israel?»
Jesús contestó:
«No os toca a vosotros conocer los
tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el
Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del
mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta
que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo,
viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les
dijeron:
«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá
como le habéis visto marcharse.»
Palabra de
Dios
Salmo: 46,2-3.6-7.8-9
R/. Dios asciende entre
aclamaciones; el Señor, al son de trompetas
Pueblos todos
batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R/.
Dios asciende
entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R/.
Porque Dios es
el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R/.
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Efesios (1,17-23):
Que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que
comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria
que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder
para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que
desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su
derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y
dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino
en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza,
sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Palabra de
Dios
Conclusión del santo evangelio
según san Lucas (24,46-53):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por
Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza
de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y,
levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos,
subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén
con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del
Señor
Ascensión y
entronización de Jesús. Fiesta de la Ascensión.
Ascensión
Un peligro que conviene evitar
En los años anteriores, para no
alargarme, omití comentar la segunda lectura, la carta a los efesios. Un grave
error, porque es precisamente ella la que da el sentido de la fiesta.
Lo que celebramos hoy no termina con una
nube que oculta a Jesús mientras sube al cielo. La fiesta culmina con la
entronización de Jesús a la derecha de Dios, que le somete toda la creación
bajo sus pies.
Una sola cadena de televisión con dos
visiones muy distintas
Los dos textos principales de la misa de
hoy (Hechos de los Apóstoles y evangelio de Lucas) se prestan a una
interpretación muy simplista, como si el monte de los Olivos fuese una especie
de Cabo Cañaveral desde el que Jesús sube al cielo como un cohete. Cualquier
cadena de televisión que hubiera filmado el acontecimiento habría ofrecido la
misma noticia, aunque hubiera variado el encuadre de las cámaras.
En este caso solo hay presente una
cadena de televisión: la de Lucas. Los otros evangelistas no cuentan la
noticia. Pero Lucas ha elaborado dos programas sobre la Ascensión, uno en el
evangelio y otro en los Hechos, y cuenta lo ocurrido de manera muy distinta,
con notables diferencias. Eso demuestra que para él lo importante no es el
hecho histórico sino el mensaje que desea transmitir. Tanto el evangelio como
Hechos podemos dividirlos en dos partes: las palabras de despedida de Jesús y
la ascensión.
Palabras de despedida de Jesús
En el evangelio, Jesús dice a los discípulos que su pasión, muerte y resurrección
estaban anunciadas en las Escrituras (“Así estaba escrito” se refiere a los
libros atribuidos a Moisés y los profetas). Por consiguiente, lo ocurrido no
debe escandalizarlos ni hacerles perder la fe. Todo lo contrario: deben
predicar la penitencia y el perdón a todos los pueblos. Para llevar a cabo esa
misión necesitan la fuerza del Espíritu Santo, que deben esperar en Jerusalén.
En el libro de los Hechos se repite lo esencial, esperar al Espíritu Santo, pero se añaden dos
temas: la preocupación política de los discípulos y la idea de ser testigos de
Jesús en todo el mundo (cosa que en el evangelio sólo se insinuaba).
La ascensión: dos relatos muy distintos
Versión del evangelio
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se
separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén
con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Versión de Hechos
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta
que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al
cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron: - «Galileos,
¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado
para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»
En el Evangelio, Jesús bendice antes de subir
al cielo (en Hch, no).
En Hechos una nube oculta a Jesús (en el
evangelio no se menciona la nube).
En el evangelio, los discípulos se postran (en
Hch se quedan mirando al cielo).
En Hch se les aparecen dos personajes vestidos
de blanco que les anuncian la segunda venida de Jesús. El evangelio no dice
nada de esto.
La vuelta a Jerusalén, donde están siempre en
el templo alabando a Dios (Evangelio), coincide en parte con lo que cuentan los
Hechos: en Jerusalén permanecen en oración “con María, la madre de Jesús”.
(Pero esto no se lee).
Dadas estas diferencias, queda claro que Lucas
no pretende contar lo ocurrido con toda fidelidad. Más bien está invitando al
lector a prescindir de los datos secundarios y fijarse en el mensaje que
pretende transmitir. ¿Cuál es ese mensaje?
La explicación hay que buscarla en la línea de
la cultura clásica greco-romana, en la que se mueve Lucas y la comunidad para
la que él escribe. También en ella hay casos de personajes que, después de su
muerte, son glorificados de forma parecida a la de Jesús. Los ejemplos que
suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno
y Apolonio de Tiana. Estos ejemplos confirman que los relatos tan escuetos de
Lucas no debemos interpretarlos al pie de la letra, como han hecho tantos
pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. El
final largo del evangelio de Marcos subraya este aspecto al añadir que, después
de la ascensión, Jesús “se sentó a la derecha de Dios”. Y esto es lo que afirma
también la Carta a los efesios.
Entronización
No Ascensión, sino entronización (2ª lectura: Ef 1,17-23)
La carta a los efesios no habla de la ascensión. Pasa directamente de la
resurrección de Jesús al momento en que se sienta a la derecha de Dios y todo
queda sometido bajo sus pies. Por desgracia, la parte final, que es la más
relacionada con la fiesta, y la más clara, está precedida de una oración tan
recargada que resulta confusa. La idea de fondo es clara: Dios nos ha concedido
tantos favores y tan grandes (vocación, herencia prometida en el cielo,
resurrección) que resulta difícil entenderlos y valorarlos. Igual que nos
sentimos abrumados por la inmensidad del universo, no logramos comprender lo
mucho que Dios ha hecho y hace con nosotros. Por eso pide “espíritu de
sabiduría”, “conocimiento profundo”, que Dios “ilumine los ojos de vuestro
corazón”. Y para aclarar la grandeza del poder que actúa en nosotros, habla del
poder con que resucitó a Cristo y lo sentó a su derecha, sometiendo todo bajo
sus pies.
…resucitándolo de entre los muertos,
sentándolo a su derecha en los cielos por encima de todo
Resumen
Ante la ascensión no debemos tener sentimientos de tristeza, abandono o
soledad, al estilo de la Oda de fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo, tu
grey en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto…”). Como dice el
evangelio, la marcha de Jesús debe provocar una gran alegría y el deseo de
bendecir a Dios. Porque lo que celebramos es su triunfo, como demuestran los
textos de la cultura greco-romana en los que se inspira Lucas y subraya la
carta a los Efesios. Viene a la mente la imagen del acto de fin de carrera,
cuando el estudiante recibe su diploma y la familia y amigos lo acompañan
llenos de alegría.
Al mismo tiempo, las palabras de despedida de Jesús nos recuerdan dos temas
capitales: el don del Espíritu Santo, que celebraremos de modo especial el
próximo domingo, y la misión “hasta el fin del mundo”. Aunque estas palabras se
refieren ante todo a la misión de los apóstoles y misioneros, todos nosotros
debemos ser testigos de Jesús en cualquier parte del mundo. Para eso necesitamos
la fuerza del Espíritu, y eso es lo que tenemos que pedir.
SAN PABLO VI, papa
(1897-1978)
Juan Bautista Montini nació el 26 de
septiembre de 1897 en Concesio, pueblo cerca de Brescia. Fue ordenado sacerdote
el 29 de mayo de 1920 prestando su ministerio en la Santa Sede hasta que fue
nombrado Arzobispo de Milán.
Fue elegido para la Cátedra de Pedro el 21 de junio de 1963. Continuó
felizmente el Concilio Vaticano II, promovió la vida eclesial, especialmente la
liturgia, el diálogo ecuménico y el anuncio del evangelio al mundo de nuestro
tiempo. Murió el 6 de agosto de 1978.
Segundogénito de Giorgio y de Giuditta Alghisi, Giovanni Battista Montini
nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. De familia
católica muy comprometida en el ámbito político y social, frecuentó la escuela
primaria y secundaria en el colegio Cesare Arici de Brescia dirigido por los
jesuitas, y la concluyó en el instituto estatal de la ciudad en 1916.
En otoño de ese año ingresó en el seminario de Brescia y cuatro años más
tarde, el 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal. Después del
verano se trasladó a Roma, donde estudió filosofía en la Pontificia Universidad
Gregoriana y letras en la universidad estatal, obteniendo luego el doctorado en
derecho canónico y en derecho civil. Mientras tanto, tras un encuentro con el
sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Pizzardo en octubre de 1921, fue
destinado al servicio diplomático y por algunos meses de 1923 trabajó en la
nunciatura apostólica de Varsovia.
Comenzó a prestar servicio en la secretaría de Estado el 24 de octubre de
1924. En ese período acompañó a los estudiantes universitarios católicos
reunidos en la fuci, de la que fue consiliario eclesiástico nacional de 1925 a
1933. Mientras tanto, a comienzos de 1930, fue nombrado secretario de Estado el
cardenal Eugenio Pacelli, del que llegó a ser progresivamente uno de sus más
estrechos colaboradores, hasta que en 1937 fue promovido a sustituto de la
Secretaría de Estado. Función que mantuvo también cuando a Pacelli —que fue
elegido Papa en 1939 tomando el nombre de Pío XII— le sucedió el cardenal Luigi
Maglione. Ocho años más tarde, en 1952, fue nombrado prosecretario de Estado
para los asuntos ordinarios.
Fue él quien preparó el borrador del extremo aunque inútil llamamiento de
paz que el Papa Pacelli lanzó por radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas
del conflicto mundial: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la
guerra».
El 1 de noviembre de 1954 recibió inesperadamente el nombramiento como
arzobispo de Milán, donde inició su ministerio el 6 de enero de 1955. Como guía
de la Iglesia ambrosiana se comprometió plenamente a nivel pastoral, dedicando
una especial atención a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración
y de las periferias, donde promovió la construcción de más de cien nuevas
iglesias.
Fue el primer cardenal que recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan
XXIII, el 15 de diciembre de 1958. Participó en el Concilio Vaticano II, donde
sostuvo abiertamente la línea reformadora. Tras fallecer Roncalli, el 21 de
junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia
clara al apóstol evangelizador.
En los primeros actos del pontificado quiso destacar la continuidad con el
predecesor, en particular con la decisión de retomar el Vaticano II, que volvió
a abrirse el 29 de septiembre de 1963. Condujo los trabajos conciliares con
atenta mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta su
conclusión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965 y precedida por la mutua
anulación de las excomuniones surgidas en 1054 entre Roma y Constantinopla.
Se remonta también al período del Concilio los primeros tres de los nueve
viajes que durante su pontificado le llevaron a los cinco continentes (diez
fueron, en cambio, sus visitas en Italia): en 1964 visitó Tierra Santa y luego
India, y en 1965 Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la
asamblea general de las Naciones Unidas. Ese mismo año inició una profunda
modificación de las estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando
nuevos organismos para el diálogo con los no cristianos y los no creyentes,
instituyendo el Sínodo de los obispos —que durante su pontificado tuvo cuatro
asambleas ordinarias y una extraordinaria entre 1967 y 1977— y reformando el
Santo Oficio.
Su voluntad de diálogo en el seno de la Iglesia, con las diversas
confesiones y religiones y con el mundo estuvo en el centro de la primera
encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida por otras seis: entre estas hay que
recordar la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos y
la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control
de la natalidad, que suscitó numerosas polémicas incluso en ambientes
católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta
apostólica Octogesima adveniens de 1971 para el pluralismo del compromiso
político y social de los católicos, y la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.
Comprometido en la no fácil tarea de aplicar las indicaciones del Concilio,
aceleró el diálogo ecuménico a través de encuentros e iniciativas importantes.
El impulso renovador en el ámbito del gobierno de la Iglesia se tradujo luego
en la reforma de la Curia en 1967, de la corte pontificia en 1968 y del
Cónclave en 1970 y en 1975. También en la liturgia realizó un paciente trabajo
de mediación para favorecer la renovación pedida por el Vaticano II, sin lograr
evitar las críticas de los sectores eclesiales más avanzados y la oposición de
los conservadores.
Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis
consistorios remodeló notablemente el Colegio cardenalicio y acentuó su
carácter de representación universal. Durante el pontificado desarrolló,
además, la acción diplomática y la política internacional de la Santa Sede,
comprometiéndose en favor de la paz —gracias a la institución también de una
especial jornada mundial celebrada desde 1968 el 1 de enero de cada año— y
prosiguiendo el diálogo con los países comunistas de Europa central y oriental
comenzado por Juan XXIII.
En 1970, con una decisión sin precedentes, declaró doctoras de la Iglesia a
dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena. Y en 1975 —tras
el jubileo extraordinario que tuvo lugar en 1966 para la conclusión del
Vaticano II y el Año de la fe celebrado entre 1967 y 1968 con ocasión del XIX
centenario del martirio de los santos Pedro y Pablo— convocó y celebró un Año
santo.
Murió el 6 agosto de 1978, por la tarde, en la residencia de Castelgandolfo,
casi improvisamente. Tras el funeral que se celebró el 12 en la plaza de San
Pedro, fue sepultado en la basílica vaticana.
El 11 de mayo de 1993 se inició en la diócesis de Roma la causa de
canonización. El 9 de mayo pasado el Papa Francisco autorizó a la Congregación
para las causas de los santos la promulgación del decreto relativo al milagro
atribuido a su intercesión.
Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco.
Fue canonizado por el Papa francisco en la Plaza de San Pedro el 14 de
octubre de 2018.
L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
n. 43, 24 de octubre de 2014.
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