17 - DE
SEPTIEMBRE – MARTES –
24ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Roberto Belarmino
Lectura de la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios
(12,12-14.27-31a):
Lo mismo que
el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a
pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo
Espíritu.
El cuerpo tiene muchos
miembros, no uno solo. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno
es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los
apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después
vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la
diversidad de lenguas, el don de interpretarlas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O
todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos
don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad
los carismas mejores.
Palabra de Dios
Salmo: 99
R/. Nosotros
somos su pueblo y ovejas de su rebaño
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su
presencia con vítores. R/.
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.
Entrad por sus puertas con acción de
gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su
nombre. R/.
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las
edades.» R/.
Lectura del santo Evangelio según
san Lucas (7,11-17):
En aquel
tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus
discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se
encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la
que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella
y le dijo:
«No llores.»
Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo
llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús:
«Joven, yo te lo mando: levántate.»
Inmediatamente el que había muerto se levantó
y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y
comenzaron a glorificar a Dios, diciendo:
«Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia de este hecho se divulgó por toda
Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor
1. El capítulo siete del evangelio de
Lucas se centra, sobre todo, en presentar a Jesús como
"profeta". Lo repetiremos de nuevo enseguida. Esta idea central
del "profeta" es la que explica, en gran medida, el episodio que se
relata en este evangelio.
Como es lógico, resulta inevitable que, para
el lector común de los evangelios, surjan dudas sobre el valor histórico de
este episodio, como de otros parecidos (resurrección de muertos, poderío sobre
las fuerzas de la naturaleza...). Por eso es conveniente saber que, en la
literatura antigua, una forma literaria de enaltecer la memoria de un personaje
consistía en atribuirle hechos extraordinarios y milagros en general (J. E.
Meier).
2. Por otra parte, está fuera de duda
que el evangelio de Lucas, en su capítulo séptimo, destaca la intención de
presentar a Jesús como un profeta (Lc 7,16. 39), un "gran profeta"
(prophétes megas). Y para eso, relata un hecho que tiene notables
paralelismos con los primeros profetas de Israel: Elías (1 Re 17, 8-24) y
Eliseo (2 Re 4, 18-36), que ambos resucitaron a dos niños, hijos
de mujeres extranjeras, una viuda de Sarepta y una sunamita. Así, el
evangelio de Lucas elogia la misión profética de Jesús, es decir, presenta
a Jesús como el más grande de los profetas que Dios envió a su pueblo. Es
la idea que se apunta en la tradición romana cuando se menciona el milagro
de Apolonio de Tiana (en la antigua Capadocia), que, según Flavio Filóstrato,
resucitó también a un muerto.
Teniendo en cuenta siempre que una cosa es
resucitar (pasar a la "otra" vida; y otra es revivir (volver a
"esta" vida).
3. La enseñanza religiosa, que
contienen estas referencias a Jesús como profeta, y profeta de entrañable
misericordia ante el sufrimiento de una pobre viuda que llora la muerte de su
único hijo, destaca que la bondad de Dios hacia su pueblo se revela, no en la
misión sagrada de los sacerdotes, sino en la humanidad bondadosa de los
profetas.
Es sabida la tensión que ha existido, en la
tradición judeocristiana, entre sacerdotes y profetas.
En el gran relato del evangelio, esta
tensión sobrepasa el límite supremo de lo admisible, ya que fueron los
sacerdotes los que asesinaron al profeta, que fue Jesús.
No se trata de optar entre el "culto
religioso" o la "profecía secular". Pero, cuando el Evangelio
insiste en que Dios prefiere la misericordia a los sacrificios, nos está
advirtiendo que jamás debemos ver las cosas de la religión de forma que la fidelidad a las observancias sagradas termine ahogando la libertad de la
misericordia propia de los profetas de Dios.
San Roberto Belarmino
(1542-1621)
Nació en 1542 en Montepulciano, ciudad de la región toscana. Ingresó en la
Compañía de Jesús, en Roma, y fue ordenado sacerdote. Sostuvo célebres disputas
en defensa de la fe católica y enseñó teología en el Colegio Romano.
Fue elegido cardenal y nombrado
obispo de Capua. Trabajó también en las Congregaciones romanas, contribuyendo
con su ayuda a la solución de muchas cuestiones.
Murió en Roma en el año 1621.
Roberto significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro:
buena fama. Bert: brillar).
Belarmino quiere
decir: "guerrero bien armado". (Bel: guerrero. Armin: armado).
Este santo ha sido uno de
los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores de los
protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos convencedores,
que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de ellos:
"Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo
responderle".
San
Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana
del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia
superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria
muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En
las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo
escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó
escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de
grandes éxitos para el futuro".
Por
ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello
aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la
vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De
pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de
repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo
y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de
religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni
cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo.
Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios:
él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque
los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el
único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de los peores
sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se
cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los
superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los
débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las
montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya
de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino
atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la
facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes.
Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los
oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras
parecían inspiradas desde lo alto.
Belarmino
era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde
Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego:
"Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente
bien, como habla el padre Roberto".
Era el predicador preferido por los
universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se
apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar.
Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino
el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y
escucharlo.
Al principio los sermones
de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos
literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo
enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin
tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con
frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito
fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito
bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios.
Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante
solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando
aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después
de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más,
fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que
los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente
superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el
Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de
sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró
ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se
llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual
cada contenedor va presentando los argumentos que tiene contra el
otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los protestantes
(evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros
contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo
Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los
sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una
clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus alumnos
a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así:
"Controversias". En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo
que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida
aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y
catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban
para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los que atacan
nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con un
protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las
Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos
libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de pobre. Son
tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica".
Los protestantes, admirados
de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había
escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le
ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro. El Santo Padre, el Papa,
lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente:
"Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino se negaba a
aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohíben
aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder
para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado
mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan
sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un
simple sacerdote.
Al
llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas
lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres,
diciendo: "Las paredes no sufren de frío".
Los
superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual
de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En los últimos años pedía
permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado de
los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como si
fuera un sencillo novicio.
En la elección del nuevo
Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los votantes.
Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos
enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante
cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco antes de morir
escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres
(lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus
funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad.
Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío
fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro
de un santo.
Murió el 17 de septiembre
de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica
contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo
declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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