11 - DE
SEPTIEMBRE – MIERCOLES –
23ª – SEMANA DEL T.O. – B –
Juan Gabriel Perboyre
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (7,25-31):
Respecto al celibato no
tengo órdenes del Señor, sino que doy mi parecer como hombre de fiar que soy,
por la misericordia del Señor. Estimo que es un bien, por la necesidad actual:
quiero decir que es un bien vivir así.
¿Estás
unido a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre? No busques mujer;
aunque, si te casas, no haces mal; y, si una soltera se casa, tampoco hace mal.
Pero estos tales sufrirán la tribulación de la carne. Yo respeto vuestras
razones.
Digo
esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que
tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran;
los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no
poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque
la representación de este mundo se termina.
Palabra de Dios
Salmo: 44,11-12.14-15.16-17
R/. Escucha, hija, mira: inclina el oído
Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la
casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu
Señor. R/.
Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y
brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus
compañeras. R/.
Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el
palacio real.
«A cambio de tus padres, tendrás
hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra.» R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(6,20-26):
En aquel tiempo, Jesús,
levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
«Dichosos los pobres, porque vuestro es
el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre,
porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis,
porque reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os odien los
hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame,
por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros
padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque
ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis
saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!, porque
haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien de
vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
Palabra del Señor
1. Como
es sabido, el evangelio de Mateo, en el Sermón del Monte (5, 1), recuerda
ocho bienaventuranzas (5, 3-10), mientras que el evangelio de Lucas, en el
Sermón de la Llanura (6, 17), menciona solo cuatro bienaventuranzas (6, 20-23).
Se
discute entre los expertos en el estudio de los evangelios cuál de estas dos
redacciones de las bienaventuranzas es la más original. Parece lo más
probable que las tres primeras del evangelio de Lucas (6, 20b. 21) son las más
originales, tal como fueron transmitidas por la fuente Q (U. Luz).
También es de resaltar que la redacción de
Mateo parece aludir a la subida de Moisés al monte Sinaí (Ex 19, 3. 12;
24, 15. 18; 34, 1 s. 4).
El "monte" tiene en la Biblia
una referencia casi "sagrada", mientras que la "llanura"
suprime tal referencia.
Lucas piensa en la tierra donde trabajamos
y vive la gente, sin más.
2. Según
la redacción más antigua y original que ha llegado a nosotros, Jesús no habló
de "pobres de espíritu", sino de pobres, sin más. Jesús, por tanto,
no habla de los que "espiritualmente están desprendidos" de las
riquezas que poseen. Jesús se refiere a los pobres, sin más.
Los
pobres eran la inmensa mayoría de los ciudadanos de la Palestina del tiempo de
Jesús. Como son ahora también la inmensa mayoría de los habitantes del
planeta Tierra.
Teniendo
en cuenta que la brecha entre ricos y pobres se va haciendo más grande a medida
que va pasando el tiempo. Y es que la economía mundial está pensada y
organizada para que produzca ese resultado. Así, el poder y el dominio de unos
pocos se impone sobre todos los demás. ¿Tiene esto solución?
3. La
solución de este aterrador problema no va a venir del sistema (económico y
político) que está causando el problema. La solución solo puede
venir de otras convicciones. El Evangelio las propone.
El
Reino de Dios es de los pobres porque el Reino de Dios es la fuerza que puede
cambiar este mundo.
Ahora
bien, esa fuerza no la tienen los ricos. Sencillamente porque a los ricos les
interesa que esto siga como está y como va.
Los
pobres son los que están abajo en la historia. Y, desde abajo, la vida se ve de
manera completamente distinta a como se ve desde arriba. Los que están abajo ven la
política, la economía, la religión..., desde los que solo tienen su
humanidad. Los que están abajo luchan por defender lo
mínimamente humano. El Reino de Dios, antes de darnos el cielo, tiene que hacer
este mundo más humano. Y eso, solamente los pobres lo pueden
hacer. Si las convicciones del Evangelio rigen nuestras vidas. Así
se crea el dinamismo de la "bondad" y de la
"justicia".
Juan Gabriel Perboyre
Juan Gabriel
Perboyre (Montgesty, Francia; 5 de enero de 1802 - Wuchang, China; 11 de septiembre de 1840) fue
un sacerdote francés de la Congregación de la Misión y mártir católico,
declarado santo por el papa Juan Pablo II.
Biografía
Pedro Perboyre y María Rigal, su esposa, eran labradores acomodados, de la
Parroquia de Montgesty, Diócesis de Cahors, a la vez que cristianos modelos en
un país verdaderamente religioso, bendiciéndolos Dios en sus nueve hijos. Cinco
de ellos se consagraron a Dios en la familia espiritual de San Vicente de Paúl:
Juan Gabriel es venerado hoy sobre los altares; Luis murió santamente en el
navío que le conducía a las misiones de China; Santiago, subsecretario del
superior general, y sus dos hermanas, Hijas de la Caridad, vivían todavía en
1890, cuando se celebraban las fiestas de la Beatificación. Una de ellas estaba
en China; la otra y Santiago asistieron en Roma a las fiestas triunfales del
bienaventurado Juan Gabriel.
El niño predestinado que había de manifestar la divinidad de Jesucristo en
medio de las poblaciones de la China, vino al mundo el 6 de enero de 1802, día
de la Epifanía; y treinta y ocho años después, el 11 de septiembre de 1840, fue
martirizado en China, y él el 1 de noviembre de 1889 fue beatificado por el
Papa León XIII, siendo el primero del siglo decimonono a quien la Iglesia ha
concedido tal honor.
Infancia.
Nació en Puech (Francia) en 1802. Fue
bautizado al día siguiente del que nació. Desde muy temprana edad se manifestó
su vocación y su destino. Frecuentaba las iglesias del lugar y, al parecer, uno
de los sermones que escuchó le impresionó de tal manera que anheló desde aquel
instante ser misionero y sufrir el martirio.
Sacerdote de la Congregación de la Misión.
Poco después de cumplir quince años ingresó
en la congregación de san Vicente de Paul. En el transcurso del noviciado
manifestó una conducta ejemplar; dedicaba todo el tiempo libre al estudio de
los textos sagrados, la penitencia y la oración. A partir de 1823 insistió ante
sus superiores en el deseo de dedicarse a las misiones de China.
En aquel tiempo el territorio de dicho país estaba vedado a los sacerdotes
cristianos. Aquel que fuera descubierto tenía por delante la cárcel, las
torturas y la muerte. Y aunque a Juan Gabriel Perboyre no le arredraba esta
perspectiva, sus superiores no le otorgaron el ansiado permiso.
Después de cursar brillantemente los estudios de teología, se lo destinó
como profesor al seminario de Saint-Flour. Tanto sobresalió en esta tarea, que
años después, en 1832, fue designado subdirector del noviciado que los
lazaristas tenían en París. Doce años tuvo que esperar para ver cumplidos sus
deseos.
En 1835 partió para Macao.
Durante cuatro meses se aplicó al estudio del
idioma chino, en el que alcanzó sorprendentes progresos con rapidez. Tuvo que
disfrazarse y vestir a la usanza de los naturales del país; se hizo rapar la
cabeza y se dejó crecer la coleta y los bigotes.
Le destinaron la misión de Honán.
En el ejercicio de esta actividad se dedicó preferentemente a la salvación
de los niños abandonados, de los que había gran número; los recogía, los
alimentaba y educaba, instruyéndolos como podía en la doctrina. Viajaba a pie,
a veces en lentos carros tirados por bueyes. Muchas veces se quedó sin comer,
pasando las noches al descubierto, padeciendo el frío, el viento y la lluvia
que lo calaba hasta los huesos; pero siempre con alegría, respirando el aire de
la libertad, de la vocación conseguida y realizada, con la sangre ardiendo en
el sacrificio y en la fe.
Martirio
Dos años después fue enviado a
la provincia de Hupeh, que sería el lugar de su martirio. En el año 1839
había irrumpido un violento brote de persecución. Por orden del gobernador la
misión fue ocupada por las tropas. Los padres lazaristas que lograron escapar
anduvieron errantes al sur del Yang-Tse Kiang, por los montes y las
plantaciones de té y algodón. Deshecho de cansancio, Perboyre se detuvo en una
choza, ocupada por un chino convertido que lo recibió con amabilidad. Mientras
nuestro santo dormía, aquel lo delató a un mandarín, recibiendo en pago treinta
monedas de plata. De aquí en más, el padre Perboyre recorrió un itinerario de
sufrimientos.
Fue llevado interminablemente de tribunal en
tribunal, siendo azotado, escarnecido y torturado, puesto en prisión junto a
malhechores comunes; con hierros candentes grabaron en su rostro caracteres
chinos, pero fracasaron al querer que pisoteara un crucifijo.
Al año de ser capturado se dio fin a su
martirio, en la capital, Wuchangfú, ahorcándolo en un madero con forma de
cruz, el 11 de septiembre de 1840.
Fue beatificado el 10 de noviembre de 1889
por el papa León XIII y canonizado en Roma el 2 de junio de 1996 por
el papa Juan Pablo II.
Su fiesta se celebra el 11 de septiembre.
Veneración.
Tras expirar el plazo de espera obligatorio
de cinco años tras la muerte para solicitar la canonización de una persona, se
introdujo una causa en su favor ante la Santa Sede. Mientras tanto, sus
restos fueron devueltos de China a Francia, donde fueron enterrados
para veneración en la capilla de la Casa Madre vicenciana de
París, Capilla de San Vicente de Paúl.
Oración de San Juan Gabriel Perboyre
a Jesús
San Juan Gabriel Perboyre compuso esta oración en el siglo XIX. Esta oración transformadora se basa en la declaración de San Pablo
en Gálatas 2,20:
"Ahora no vivo yo, sino que Cristo vive
en mí".
Oh mi Divino Salvador, transfórmame en
Ti. Que mis manos sean las manos de Jesús. Haz que cada facultad de mi cuerpo
sirva sólo para glorificarte.
Sobre todo, transforma mi alma y todas sus
facultades para que mi memoria, voluntad y afecto sean la memoria, la voluntad
y el afecto de Jesús.
Te ruego que destruyas en mí todo lo que no
sea de Ti. Concédeme vivir sino en Ti, por Ti y para Ti, para que pueda decir
en verdad, Con San Pablo:
"Vivo, pero no yo... sino que Cristo
vive en mí".
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