30 - DE
SEPTIEMBRE – LUNES –
26ª – SEMANA DEL T.O. – B –
SAN JERÓNIMO
Lectura
del libro de Job (1,6-22):
Un día, fueron los ángeles y se presentaron al Señor;
entre ellos llegó también Satanás.
El Señor le preguntó:
«¿De dónde vienes?»
Él respondió:
«De dar vueltas por la tierra.»
El Señor le dijo:
«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la
tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y se
aparta del mal.»
Satanás le respondió:
«¿Y crees que teme a Dios de balde? ¡Si
tú mismo lo has cercado y protegido, a él, a su hogar y todo lo suyo! Has
bendecido sus trabajos, y sus rebaños se ensanchan por el país. Pero extiende
la mano, daña sus posesiones, y te apuesto a que te maldecirá en tu cara.»
El Señor le dijo:
«Haz lo que quieras con sus cosas, pero
a él no lo toques.»
Y Satanás se marchó.
Un día que sus hijos e hijas comían y
bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job y le dijo:
«Estaban los bueyes arando y las burras
pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a ¡os
mozos y se llevaron el ganado. Sólo yo pude escapar para contártelo.»
No había acabado de hablar, cuando llegó
otro y dijo:
«Ha caído un rayo del cielo que ha
quemado y consumido tus ovejas y pastores. Sólo yo pude escapar para
contártelo.»
No había acabado de hablar, cuando llegó
otro y dijo:
«Una banda de caldeos,
dividiéndose en tres grupos, se echó sobre los camellos y se los llevó, y
apuñaló a los mozos. Sólo yo pude escapar para contártelo.»
No había acabado de hablar, cuando llegó
otro y dijo:
«Estaban tus hijos y tus hijas
comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el
desierto y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó y los
mató. Sólo yo pude escapar para contártelo.»
Entonces Job se levantó, se rasgó el
manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo:
«Desnudo salí del vientre de mi madre, y
desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el
nombre del Señor.»
A pesar de todo, Job no protestó contra
Dios.
Palabra de Dios
Salmo: 16,1.2-3.6-7
R/. Inclina el oído y escucha mis palabras
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R/.
Emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud.
Aunque
sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí. R/.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios
mío; inclina el oído y
escucha mis palabras.
Muestra las
maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (9,46-50):
En aquel tiempo, los discípulos se
pusieron a discutir quién era el más importante.
Jesús,
adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les
dijo:
«El
que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge
al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.»
Juan
tomó la palabra y dijo:
«Maestro,
hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los
nuestros, se lo hemos querido impedir.»
Jesús
le respondió:
«No
se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
Palabra del Señor
1. Una vez más, el
Evangelio le recuerda a la Iglesia el interés y hasta la preocupación casi
obsesiva, que tenían los discípulos, por saber quién es el más
importante.
Lo más razonable es pensar que el problema no
estaba en que aquellos hombres fueran especialmente orgullosos o
ambiciosos. No. Aquellos hombres eran como somos todos
los humanos. La apetencia por ser importantes es más fuerte que la
apetencia por ser ricos.
Está demostrado que, a uno, que le suben el
sueldo, suele ser más feliz solo en el caso de que no se lo suban igualmente a
sus compañeros o vecinos. Si gana más que los demás, se sentirá más feliz. Si a
todos se lo suben igual, no por eso es más feliz (Richard Layard).
Y no olvidemos que se trata de una apetencia
que nos dura mientras vivimos, aunque seamos creyentes, religiosos,
sacerdotes...
Por otra parte, si Jesús se opuso siempre de
forma tajante a esta apetencia, es que en ella vio el mayor peligro para
los humanos y para su comunidad de seguidores. ¿Por qué?
2. No es, ante todo,
cuestión de humildad. El problema está en que, como es lógico, el que
quiere ser el primero, por eso mismo quiere estar por encima de los demás,
quiere ser más que los demás. Y para lograr eso, lo más seguro es que se va a
enfrentar a otros, los va a humillar o los querrá dominar. Todo el que sube,
divide. Como todo el que baja, une. Y no hay argumento o motivo que justifique
o haga santas estas apetencias.
3. Pero hay algo más grave. Lo
peor que hace, el que quiere ser el más importante, es que pretende ponerse por
encima de Cristo y hasta por encima de Dios. Es lo que afirma Jesús cuando
presenta al niño y dice que en el niño está él y está Dios. Como lo está en el
que acoge o escucha a cualquiera de los discípulos (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mt 18,
5; Lc 10, 16; 9, 48; Jn 13, 20).
Dios se ha fundido con Jesús. Y Dios en
Jesús se ha fundido con el ser humano. Por tanto, querer ser el más importante,
en última instancia, es pretender (sin darse cuenta de ello) estar por encima
de Dios.
Ni Dios puede
humanizarse más. Ni el hombre puede endiosarse más.
SAN JERÓNIMO
Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año
340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al
Oriente y fue ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa
Dámaso. Fue en esta época cuando empezó su traducción latina de la Biblia.
También promovió la vida monástica.
Más tarde, se estableció en Belén, donde trabajó mucho por el bien de la
Iglesia. Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios de la
sagrada Escritura. Murió en Belén en el año 420.
Jerónimo quiere decir: el que tiene un nombre sagrado. (Jero = sagrado.
Nomos = nombre).
Dicen que este santo ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y
mejor la S. Biblia.
Nació San Jerónimo en Dalmacia
(Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían buena posición económica, y así
pudieron enviarlo a estudiar a Roma.
En Roma estudió latín bajo la dirección
del más famoso profesor de su tiempo, Donato, el cual hablaba el latín a la
perfección, pero era pagano. Esta instrucción recibida de un hombre muy
instruido pero no creyente, llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran latinista y
muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de
los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo
de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito,
y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero no dedicaba tiempo a leer
libros religiosos que lo pudieran volver más espiritual.
En una carta que escribió a Santa Eustoquia, San Jerónimo le cuenta el
diálogo aterrador que sostuvo en un sueño o visión. Sintió que se presentaba
ante el trono de Jesucristo para ser juzgado, Nuestro Señor le preguntaba:
"¿A qué religión pertenece? Él le respondió: "Soy cristiano –
católico", y Jesús le dijo: "No es verdad". Que borren su nombre
de la lista de los cristianos católicos. No es cristiano sino pagano, porque
sus lecturas son todas paganas. Tiene tiempo para leer a Virgilio, Cicerón y
Homero, pero no encuentra tiempo para leer las Sagradas Escrituras". Se
despertó llorando, y en adelante su tiempo será siempre para leer y meditar
libros sagrados, y exclamará emocionado: "Nunca más me volveré a
trasnochar por leer libros paganos". A veces dan ganas de que a ciertos
católicos les sucediera una aparición como la que tuvo Jerónimo, para ver si
dejan de dedicar tanto tiempo a lecturas paganas e inútiles (revistas, novelas)
y dedican unos minutos más a leer el libro que los va a salvar, la Sagrada Biblia.
Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados
(especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, y por su terrible mal
genio y su gran orgullo). Pero allá, aunque rezaba mucho y ayunaba, y pasaba
noches sin dormir, no consiguió la paz. Se dio cuenta de que su temperamento no
era para vivir en la soledad de un desierto deshabitado, sin tratar con nadie.
El mismo en una carta cuenta cómo fueron las tentaciones que sufrió en
el desierto (y esta experiencia puede servirnos de consuelo a nosotros cuando
nos vengan horas de violentos ataques de los enemigos del alma). San Francisco
de Sales recomendaba leer esta página de nuestro santo porque es bellísima y
provechosa: Dice así: "En el desierto salvaje y árido, quemado por un sol
tan despiadado y abrasador que asusta hasta a los que han vivido allá toda la
vida, mi imaginación hacía que me pareciera estar en medio de las fiestas
mundanas de Roma. En aquel destierro al que por temor al infierno yo me condené
voluntariamente, sin más compañía que los escorpiones y las bestias salvajes,
muchas veces me imaginaba estar en los bailes de Roma contemplando a las bailarinas.
Mi rostro estaba pálido por tanto ayunar, y sin embargo los malos deseos me
atormentaban noche y día. Mi alimentación era miserable y desabrida, y
cualquier alimento cocinado me habría parecido un manjar exquisito, y no
obstante las tentaciones de la carne me seguían atormentando. Tenía el cuerpo
frío por tanto aguantar hambre y sed, mi carne estaba seca y la piel casi se me
pegaba a los huesos, pasaba las noches orando y haciendo penitencia y muchas
veces estuve orando desde el anochecer hasta el amanecer, y aunque todo esto
hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar. Hasta que al fin, sintiéndome
impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé llorando ante Jesús
crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados, y le supliqué que tuviera
compasión de mí, y ayudándome el Señor con su poder y misericordia, pude
resultar vencedor de tan espantosos ataques de los enemigos del alma. Y yo me
pregunto: si esto sucedió a uno que estaba totalmente dedicado a la oración y a
la penitencia, ¿qué no les sucederá a quienes viven dedicados a comer, beber,
bailar y darle a su carne todos los gustos sensuales que pide?".
Vuelto a la ciudad, sucedió que los obispos de Italia tenían una gran
reunión o Concilio con el Papa, y habían nombrado como secretario a San
Ambrosio. Pero este se enfermó, y entonces se les ocurrió nombrar a Jerónimo. Y
allí se dieron cuenta de que era un gran sabio que hablaba perfectamente el
latín, el griego y varios idiomas más. El Papa San Dámaso, que era poeta y
literato, lo nombró entonces como su secretario, encargado de redactar las
cartas que el Pontífice enviaba, y algo más tarde le encomendó un oficio
importantísimo: hacer la traducción de la S. Biblia.
Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas
imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas.
Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma
toda la S. Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción
hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica
durante 15 siglos. Únicamente en los últimos años ha sido reemplazada por
traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de Jerusalén y
otras.
Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado de sacerdote. Pero sus altos cargos en
Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social
le trajeron envidias y rencores (Él decía que las señoras ricas tenían tres
manos: la derecha, la izquierda y una mano de pintura... y que a las familias
adineradas sólo les interesaba que sus hijas fueran hermosas como terneras, y
sus hijos fuertes como potros salvajes y los papás brillantes y mantecosos,
como marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo duro de corregir, lo cual
le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa Sixto V cuando vio un cuadro
donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de pecho con una piedra, exclamó:
"¡Menos mal que te golpeaste duramente y bien arrepentido, porque si no
hubiera sido por esos golpes y por ese arrepentimiento, ¡la Iglesia nunca te
habría declarado santo, porque eras muy duro en tu modo de corregir!".
Sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban el
modo fuerte que él tenía de conducir hacia la santidad a muchas mujeres que
antes habían sido fiesteras y vanidosas y que ahora por sus consejos se volvían
penitentes y dedicadas a la oración, dispuso alejarse de allí para siempre y se
fue a la Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a la Cueva de
Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus
predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a
seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en
aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para
atender a los peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a visitar el
sitio donde nació Jesús.
Allí, haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la oración y días y
semanas y años al estudio de la S. Biblia, Jerónimo fue redactando escritos
llenos de sabiduría, que le dieron fama en todo el mundo.
Con tremenda energía escribía contra los herejes que se atrevían a negar las
verdades de nuestra santa religión. Muchas veces se extralimitaba en sus
ataques a los enemigos de la verdadera fe, pero después se arrepentía
humildemente.
La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un
hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la S. Biblia. Por
eso ha sido nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer
entender y amar más las Sagradas Escrituras. El Papa Clemente VIII decía que el
Espíritu Santo le dio a este gran sabio unas luces muy especiales para poder
comprender mejor el Libro Santo. Y el vivir durante 35 años en el país donde
Jesús y los grandes personajes de la S. Biblia vivieron, enseñaron y murieron,
le dio mayores luces para poder explicar mejor las palabras del Libro Santo.
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de
la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño
Jesús le decía: "Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?".
Él respondió: "Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que
dispongas de todo como mejor te parezca". El Niño Jesús añadió: "¿Y
ya no me regalas nada más?". Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por
Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar
las Sagradas Escrituras... ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi
cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por
Ti". El Divino Niño le dijo: "Jerónimo: regálame tus pecados para
perdonártelos". El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y
exclamaba: "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!". Y
se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los pecadores es
un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por las faltas
cometidas.
El 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por
tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y Jerónimo parecía
más una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios para ir a recibir el
premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más de la mitad los había
dedicado a la santidad.
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