22 - DE
SEPTIEMBRE – DOMINGO –
25ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Mauricio de Agauno
y compañeros
Lectura del libro
de la Sabiduría (2,12.17-20):
Se dijeron los impíos:
«Acechemos al
justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara
nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras
son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de
Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la
prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su
paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se
ocupa de él.»
Palabra de Dios
Salmo: 53,3-4.5.6
y 8
R/. El Señor
sostiene mi vida
Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí
con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis
palabras. R/.
Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres
violentos me persiguen a muerte, sin tener
presente a Dios. R/.
Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno. R/.
Lectura de la carta del apóstol Santiago
(3,16–4,3):
Donde hay
envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que
viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva,
dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que
procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia.
- ¿De dónde proceden las guerras y las
contiendas entre vosotros?
- ¿No es de vuestras pasiones, que
luchan en vuestros miembros?
Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en
envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis,
porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a
vuestras pasiones.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Marcos (9,30-37):
En aquel
tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron
Galilea; no quería que nadie se entera se, porque iba instruyendo a sus
discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará.»
Pero no entendían aquello, y les daba
miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa,
les preguntó:
«¿De qué
discutíais por el camino?»
Ellos no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se
sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando
a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge
a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me
acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Palabra del Señor
Unos
discípulos torpes, miedosos y ambiciosos.
La confesión de Pedro («Tú eres el
Mesías»), que leímos el domingo pasado, marca el final de la primera parte del
evangelio de Marcos. La segunda parte la estructura a partir de un triple
anuncio de Jesús de su muerte y resurrección; a los tres anuncios siguen tres
relatos que ponen de relieve la incomprensión de los discípulos. El domingo
pasado leímos el primer anuncio y la reacción de Pedro, que rechaza la idea del
sufrimiento y la muerte. Hoy leemos el segundo anuncio, seguido de la
incomprensión de todos.
Segundo anuncio de la pasión y resurrección
Salieron de allí y atravesaron Galilea. Jesús
no quería que se supiera, porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía:
«El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y,
después de muerto, a los tres días resucitará». Pero ellos no entendían estas
palabras y no se atrevían a preguntarle.
La actividad de Jesús entra en una nueva
etapa: sigue recorriendo Galilea, pero no se dedica a anunciar a la gente la
buena nueva, se centra en la formación de los discípulos. Y la primera lección
que les enseña no es materia nueva, sino repetición de algo ya dicho; de forma
más breve, para que quede claro: ««El hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres; lo matarán y, después de muerto, a los tres días
resucitará». En comparación con el primer anuncio, aquí no concreta quiénes
serán los adversarios; en vez de sumos sacerdotes, escribas y senadores habla
simplemente de «los hombres». Tampoco menciona las injurias y sufrimientos.
Todo se centra en el binomio muerte-resurrección. Para quienes estamos
acostumbrados a relacionar la pasión y resurrección con la Semana Santa, es
importante recordar que Jesús las tiene presentes durante toda su vida. Para
Jesús cada día es Viernes Santo y Domingo de Resurrección.
Segunda muestra de incomprensión
Al primer anuncio, Pedro reaccionó
reprendiendo a Jesús, y se ganó una dura reprimenda. No es raro que ahora todos
callen, aunque siguen sin entender a Jesús: «ellos no entendían lo que les
decían y temían preguntarle» (Mc 9,32). Marcos es el evangelista que más
subraya la incomprensión de los discípulos, lo cual no deja de ser un consuelo
para cuando no entendemos las cosas que Jesús dice y hace, o los misterios que
la vida nos depara. Quien presume de entender a Jesús demuestra que no es muy
listo.
La prueba más clara de que los discípulos
no han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm se dedican a discutir
sobre quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido algo. Porque,
cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se callan; les da
vergüenza reconocer que el tema de su conversación está en contra de lo que
Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección.
Una enseñanza breve y una
acción simbólica nada romántica
Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: «¿Qué discutíais por
el camino?». Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido sobre
quién entre ellos sería el más grande…
Para comprender la discusión de los
discípulos y el carácter revolucionario de la postura de Jesús es interesante
recordar la práctica de Qumrán. En aquella comunidad se prescribe lo siguiente:
«Los sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su llamada. Después
de ellos seguirán los levitas y el pueblo entero marchará en tercer lugar (...)
Que todo israelita conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios,
conforme al plan eterno. Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se
eleve sobre el puesto que le corresponde» (Regla de la Congregación II,
19-23).
Este carácter jerarquizado de Qumrán se advierte en otro pasaje a
propósito de las reuniones: «Estando ya todos en su sitio, que se sienten
primero los sacerdotes; en segundo lugar, los ancianos; en tercer lugar, el
resto del pueblo. Cada uno en su sitio» (VI, 8-9).
La discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio
al menos importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos, de
forma solemne. No les habla, sin más. Se sienta, llama a los doce, y les dice
algo revolucionario en comparación con la doctrina de Qumrán: «El que quiera
ser el primero que sea el último y el servidor de todos». (El evangelio de Juan
lo visualizará poniendo como ejemplo a Jesús en el lavatorio de los pies).
A continuación, realiza un gesto simbólico,
al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño, y lo estrecha entre sus
brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto romántico, pero las
palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta: «El que acoge a uno
de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no es a
mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí». Jesús no anima a ser
cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la
comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre la
grandeza y servicio.
El grupo religioso más estimado en Israel,
que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no
admitían a los niños. Filón de Alejandría, en su Apología de los hebreos, dice
que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni jóvenes, porque el
carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las novedades a causa de
su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres maduros, cercanos ya a la
vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni arrastrados por las pasiones,
más bien en plena posesión de la verdadera y única libertad».
El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran estima de los niños: «El
sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla con los niños y el
demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al hombre del mundo»
(Abot, 3,14).
En cambio, Jesús dice que quien los
acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través de él, al Padre. No se puede
decir algo más grande de los niños. En ningún otro sitio del evangelio dice
Jesús que quien acoge a una persona importante lo acoge a él. Es posible que
este episodio, además de servir de ejemplo a los discípulos, intentase
justificar la presencia de los niños en las asambleas cristianas (aunque a
veces se comporten de forma algo insoportable).
Acoger, no violar
En las circunstancias actuales de la
Iglesia, la acogida de los niños evoca algo menos teológico y más triste. Junto
a los miles, quizá millones, de niños acogidos en nombre de Jesús a lo largo de
siglos, alimentados, cuidados y educados, hay otros miles (¡ojalá no sean
millones!) violados y humillados. A propósito de este segundo grupo, se podría
parafrasear el evangelio: «Quien viola a un niño de estos, me viola a mí, y el
que me viola a mí, viola al que me ha enviado».
[El tema de Jesús y los niños vuelve a salir más adelante en el
evangelio de Marcos, cuando los bendice y los propone como modelos para entrar
en el reino de Dios. Ese pasaje, por desgracia, no se lee en la liturgia
dominical.]
1ª Lectura: ¿Por
qué algunos quieren matar a Jesús? (Sabiduría 2,12.17-20)
El libro de la Sabiduría es
casi contemporáneo del Nuevo Testamento (entre el siglo I a.C. y el I d.C.). Al
estar escrito en griego, los judíos no lo consideraron inspirado, y tampoco
Lutero y las iglesias que sólo admiten el canon breve. El capítulo 2 refleja la
lucha de los judíos apóstatas contra los que desean ser fieles a Dios. De ese
magnífico texto, mutilándolo como de costumbre, se han elegido unos pocos
versículos para relacionarlos con el anuncio que hace Jesús de su pasión y
resurrección. Es una pena que del v.12 se salte al v.17, suprimiendo 13-16; los
tengo en cuenta en el comentario siguiente.
En el evangelio Jesús anuncia que «el
Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres». ¿Por qué? No lo dice.
Este texto del libro de la Sabiduría ayuda a comprenderlo. Pone en boca de los
malvados lo que les molesta de él y lo que piensan hacer con él. «Nos molesta
que se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos
reprende, nos considera de mala ley; nos molesta que presuma de conocer a Dios,
que se dé el nombre de hijo del Señor y que se gloríe de tener por padre a
Dios». En consecuencia, ¿qué piensan hacer con él? «Lo someteremos a la afrenta
y la tortura, lo condenaremos a una muerte ignominiosa. Él está convencido de
que Dios lo ayudará, nosotros sabemos que no será así». Se equivocan. «Después
de muerto, al tercer día resucitará».
2ª lectura: envidias,
peleas, luchas y conflictos (Carta de Santiago 3,16-4,3)
Esta lectura puede ponerse en relación
con la segunda parte del evangelio. En este caso no se trata de discutir quien
es el mayor o el más importante, sino de las peleas que surgen dentro de la
comunidad cristiana, que el autor de la carta atribuye al deseo de placer, la
codicia y la ambición. Cuando no se consigue lo que se desea, la insatisfacción
lleva a toda clase de conflictos.
San Mauricio de Agauno y
compañeros
San Euquero, muerto a mediados del siglo V, quiso recoger por escrito las
tradiciones orales para «salvar del olvido las acciones de estos mártires». Su
relato está escrito a la distancia de siglo y medio adelante de los hechos
descritos que siempre fueron propuestos con valor de ejemplaridad y por
cristianos que cantan las glorias de sus héroes. Es decir, el relato euqueriano
presenta algunos elementos del género épico, pero es innegable que la verdad
cruda, histórica y real aparece bajo la depuración de los elementos
innecesarios.
¿Qué fue lo que pasó?
Diocleciano ha asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos son
acérrimos enemigos del nombre cristiano y decretaron la más terrible de las
persecuciones.
En las Galias se produce una rebelión y Maximiano acude a sofocarla. Entre
sus tropas se encuentra la legión Tebea procedente de Egipto y compuesta por
cristianos. Su jefe es Mauricio que antes de incorporarse a su destino ha
visitado en Roma al papa Marcelo. En los Alpes suizos, antes de introducirse
por los desfiladeros, Maximiano ordena un sacrificio a los dioses para impetrar
su protección en la campaña emprendida.
Los componentes de la legión Tebea rehúsan sacrificar, se apartan del resto
del ejército y van a acampar a Agauna, entre las montañas y el Ródano, no lejos
del lado oriental del lago Leman.
Maximiano, al conocer el motivo de la deserción, manda diezmar a los
legionarios rebeldes, pasándolos a espada. Los sobrevivientes se reafirman en
su decisión y se animan a sufrir todos los tormentos antes que renegar de la
verdadera religión.
Maximiano, cruel como una fiera enfurecida, manda diezmar una segunda vez la
legión formada por soldados cristianos y doblegarla. Mientras se lleva a cabo
la orden imperial, el resto de los tebanos se exhortan entre sí a perseverar
animados por sus jefes: Mauricio («negro» o «moro»), Cándido («blanco») y
Exuperio («levantado en alto»). Encendidos con tales exhortaciones, los
soldados envían una delegación a Maximiano para exponerle su resolución: que
obedecerán al emperador siempre que su fe no se lo impida, y que, si determina
hacerlos perecer, renunciarán a defenderse, como hicieron sus camaradas, cuya
suerte no temen seguir.
Viendo el emperador su inflexibilidad, da órdenes a su ejército para
eliminar a la legión de Tebea que se deja degollar como mansos corderos. En el
campo corren arroyos de sangre como nunca se vio en las más cruentas batallas.
Víctor («victorioso»), un veterano licenciado de otra legión, pasa por el
lugar mientras los verdugos están celebrando su crueldad. Al informarse de los
hechos se lamenta de no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe. Los
verdugos le sacrifican junto con los demás.
Solo conocemos el nombre de estos cuatro mártires, los otros nombres Dios
los conoce. Según San Euquero, la legión estaba formada por 6.600 soldados.
Ya en el siglo IV se daba culto en la región a los mártires de Tebea. Luego,
la horrenda matanza de militares que se dejó martirizar por su fe en Cristo dio
la vuelta al mundo entre los bautizados. Los que por su oficio tuvieron que
pelear mucho, a lo largo de los siglos se acogieron a San Mauricio y a sus
compañeros en las batallas (el piadoso rey Segismundo, Carlomagno, Carlos
Martel, la Casa de Saboya, las Órdenes de San Lázaro y la del Toisón de Oro, el
mismo Felipe II…). Y hasta el mundo del arte dejó para la posteridad, en los
pinceles del Greco, la gesta de quienes habían aprendido aquello de que es
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y prefirieron,
consecuentemente, perder la vida a traicionar su fe.
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22 - DE
SEPTIEMBRE – DOMINGO –
25ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Mauricio de Agauno
y compañeros
Lectura del libro
de la Sabiduría (2,12.17-20):
Se dijeron los impíos:
«Acechemos al
justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara
nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras
son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de
Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la
prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su
paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se
ocupa de él.»
Palabra de Dios
Salmo: 53,3-4.5.6
y 8
R/. El Señor
sostiene mi vida
Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí
con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis
palabras. R/.
Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres
violentos me persiguen a muerte, sin tener
presente a Dios. R/.
Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno. R/.
Lectura de la carta del apóstol Santiago
(3,16–4,3):
Donde hay
envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que
viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva,
dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que
procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia.
- ¿De dónde proceden las guerras y las
contiendas entre vosotros?
- ¿No es de vuestras pasiones, que
luchan en vuestros miembros?
Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en
envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis,
porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a
vuestras pasiones.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Marcos (9,30-37):
En aquel
tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron
Galilea; no quería que nadie se entera se, porque iba instruyendo a sus
discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días
resucitará.»
Pero no entendían aquello, y les daba
miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa,
les preguntó:
«¿De qué
discutíais por el camino?»
Ellos no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se
sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando
a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge
a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me
acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Palabra del Señor
Unos
discípulos torpes, miedosos y ambiciosos.
La confesión de Pedro («Tú eres el
Mesías»), que leímos el domingo pasado, marca el final de la primera parte del
evangelio de Marcos. La segunda parte la estructura a partir de un triple
anuncio de Jesús de su muerte y resurrección; a los tres anuncios siguen tres
relatos que ponen de relieve la incomprensión de los discípulos. El domingo
pasado leímos el primer anuncio y la reacción de Pedro, que rechaza la idea del
sufrimiento y la muerte. Hoy leemos el segundo anuncio, seguido de la
incomprensión de todos.
Segundo anuncio de la pasión y resurrección
Salieron de allí y atravesaron Galilea. Jesús
no quería que se supiera, porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía:
«El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y,
después de muerto, a los tres días resucitará». Pero ellos no entendían estas
palabras y no se atrevían a preguntarle.
La actividad de Jesús entra en una nueva
etapa: sigue recorriendo Galilea, pero no se dedica a anunciar a la gente la
buena nueva, se centra en la formación de los discípulos. Y la primera lección
que les enseña no es materia nueva, sino repetición de algo ya dicho; de forma
más breve, para que quede claro: ««El hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres; lo matarán y, después de muerto, a los tres días
resucitará». En comparación con el primer anuncio, aquí no concreta quiénes
serán los adversarios; en vez de sumos sacerdotes, escribas y senadores habla
simplemente de «los hombres». Tampoco menciona las injurias y sufrimientos.
Todo se centra en el binomio muerte-resurrección. Para quienes estamos
acostumbrados a relacionar la pasión y resurrección con la Semana Santa, es
importante recordar que Jesús las tiene presentes durante toda su vida. Para
Jesús cada día es Viernes Santo y Domingo de Resurrección.
Segunda muestra de incomprensión
Al primer anuncio, Pedro reaccionó
reprendiendo a Jesús, y se ganó una dura reprimenda. No es raro que ahora todos
callen, aunque siguen sin entender a Jesús: «ellos no entendían lo que les
decían y temían preguntarle» (Mc 9,32). Marcos es el evangelista que más
subraya la incomprensión de los discípulos, lo cual no deja de ser un consuelo
para cuando no entendemos las cosas que Jesús dice y hace, o los misterios que
la vida nos depara. Quien presume de entender a Jesús demuestra que no es muy
listo.
La prueba más clara de que los discípulos
no han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm se dedican a discutir
sobre quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido algo. Porque,
cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se callan; les da
vergüenza reconocer que el tema de su conversación está en contra de lo que
Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección.
Una enseñanza breve y una
acción simbólica nada romántica
Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: «¿Qué discutíais por
el camino?». Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido sobre
quién entre ellos sería el más grande…
Para comprender la discusión de los
discípulos y el carácter revolucionario de la postura de Jesús es interesante
recordar la práctica de Qumrán. En aquella comunidad se prescribe lo siguiente:
«Los sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su llamada. Después
de ellos seguirán los levitas y el pueblo entero marchará en tercer lugar (...)
Que todo israelita conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios,
conforme al plan eterno. Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se
eleve sobre el puesto que le corresponde» (Regla de la Congregación II,
19-23).
Este carácter jerarquizado de Qumrán se advierte en otro pasaje a
propósito de las reuniones: «Estando ya todos en su sitio, que se sienten
primero los sacerdotes; en segundo lugar, los ancianos; en tercer lugar, el
resto del pueblo. Cada uno en su sitio» (VI, 8-9).
La discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio
al menos importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos, de
forma solemne. No les habla, sin más. Se sienta, llama a los doce, y les dice
algo revolucionario en comparación con la doctrina de Qumrán: «El que quiera
ser el primero que sea el último y el servidor de todos». (El evangelio de Juan
lo visualizará poniendo como ejemplo a Jesús en el lavatorio de los pies).
A continuación, realiza un gesto simbólico,
al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño, y lo estrecha entre sus
brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto romántico, pero las
palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta: «El que acoge a uno
de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no es a
mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí». Jesús no anima a ser
cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la
comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre la
grandeza y servicio.
El grupo religioso más estimado en Israel,
que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no
admitían a los niños. Filón de Alejandría, en su Apología de los hebreos, dice
que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni jóvenes, porque el
carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las novedades a causa de
su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres maduros, cercanos ya a la
vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni arrastrados por las pasiones,
más bien en plena posesión de la verdadera y única libertad».
El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran estima de los niños: «El
sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla con los niños y el
demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al hombre del mundo»
(Abot, 3,14).
En cambio, Jesús dice que quien los
acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través de él, al Padre. No se puede
decir algo más grande de los niños. En ningún otro sitio del evangelio dice
Jesús que quien acoge a una persona importante lo acoge a él. Es posible que
este episodio, además de servir de ejemplo a los discípulos, intentase
justificar la presencia de los niños en las asambleas cristianas (aunque a
veces se comporten de forma algo insoportable).
Acoger, no violar
En las circunstancias actuales de la
Iglesia, la acogida de los niños evoca algo menos teológico y más triste. Junto
a los miles, quizá millones, de niños acogidos en nombre de Jesús a lo largo de
siglos, alimentados, cuidados y educados, hay otros miles (¡ojalá no sean
millones!) violados y humillados. A propósito de este segundo grupo, se podría
parafrasear el evangelio: «Quien viola a un niño de estos, me viola a mí, y el
que me viola a mí, viola al que me ha enviado».
[El tema de Jesús y los niños vuelve a salir más adelante en el
evangelio de Marcos, cuando los bendice y los propone como modelos para entrar
en el reino de Dios. Ese pasaje, por desgracia, no se lee en la liturgia
dominical.]
1ª Lectura: ¿Por
qué algunos quieren matar a Jesús? (Sabiduría 2,12.17-20)
El libro de la Sabiduría es
casi contemporáneo del Nuevo Testamento (entre el siglo I a.C. y el I d.C.). Al
estar escrito en griego, los judíos no lo consideraron inspirado, y tampoco
Lutero y las iglesias que sólo admiten el canon breve. El capítulo 2 refleja la
lucha de los judíos apóstatas contra los que desean ser fieles a Dios. De ese
magnífico texto, mutilándolo como de costumbre, se han elegido unos pocos
versículos para relacionarlos con el anuncio que hace Jesús de su pasión y
resurrección. Es una pena que del v.12 se salte al v.17, suprimiendo 13-16; los
tengo en cuenta en el comentario siguiente.
En el evangelio Jesús anuncia que «el
Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres». ¿Por qué? No lo dice.
Este texto del libro de la Sabiduría ayuda a comprenderlo. Pone en boca de los
malvados lo que les molesta de él y lo que piensan hacer con él. «Nos molesta
que se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos
reprende, nos considera de mala ley; nos molesta que presuma de conocer a Dios,
que se dé el nombre de hijo del Señor y que se gloríe de tener por padre a
Dios». En consecuencia, ¿qué piensan hacer con él? «Lo someteremos a la afrenta
y la tortura, lo condenaremos a una muerte ignominiosa. Él está convencido de
que Dios lo ayudará, nosotros sabemos que no será así». Se equivocan. «Después
de muerto, al tercer día resucitará».
2ª lectura: envidias,
peleas, luchas y conflictos (Carta de Santiago 3,16-4,3)
Esta lectura puede ponerse en relación
con la segunda parte del evangelio. En este caso no se trata de discutir quien
es el mayor o el más importante, sino de las peleas que surgen dentro de la
comunidad cristiana, que el autor de la carta atribuye al deseo de placer, la
codicia y la ambición. Cuando no se consigue lo que se desea, la insatisfacción
lleva a toda clase de conflictos.
San Mauricio de Agauno y
compañeros
San Euquero, muerto a mediados del siglo V, quiso recoger por escrito las
tradiciones orales para «salvar del olvido las acciones de estos mártires». Su
relato está escrito a la distancia de siglo y medio adelante de los hechos
descritos que siempre fueron propuestos con valor de ejemplaridad y por
cristianos que cantan las glorias de sus héroes. Es decir, el relato euqueriano
presenta algunos elementos del género épico, pero es innegable que la verdad
cruda, histórica y real aparece bajo la depuración de los elementos
innecesarios.
¿Qué fue lo que pasó?
Diocleciano ha asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos son
acérrimos enemigos del nombre cristiano y decretaron la más terrible de las
persecuciones.
En las Galias se produce una rebelión y Maximiano acude a sofocarla. Entre
sus tropas se encuentra la legión Tebea procedente de Egipto y compuesta por
cristianos. Su jefe es Mauricio que antes de incorporarse a su destino ha
visitado en Roma al papa Marcelo. En los Alpes suizos, antes de introducirse
por los desfiladeros, Maximiano ordena un sacrificio a los dioses para impetrar
su protección en la campaña emprendida.
Los componentes de la legión Tebea rehúsan sacrificar, se apartan del resto
del ejército y van a acampar a Agauna, entre las montañas y el Ródano, no lejos
del lado oriental del lago Leman.
Maximiano, al conocer el motivo de la deserción, manda diezmar a los
legionarios rebeldes, pasándolos a espada. Los sobrevivientes se reafirman en
su decisión y se animan a sufrir todos los tormentos antes que renegar de la
verdadera religión.
Maximiano, cruel como una fiera enfurecida, manda diezmar una segunda vez la
legión formada por soldados cristianos y doblegarla. Mientras se lleva a cabo
la orden imperial, el resto de los tebanos se exhortan entre sí a perseverar
animados por sus jefes: Mauricio («negro» o «moro»), Cándido («blanco») y
Exuperio («levantado en alto»). Encendidos con tales exhortaciones, los
soldados envían una delegación a Maximiano para exponerle su resolución: que
obedecerán al emperador siempre que su fe no se lo impida, y que, si determina
hacerlos perecer, renunciarán a defenderse, como hicieron sus camaradas, cuya
suerte no temen seguir.
Viendo el emperador su inflexibilidad, da órdenes a su ejército para
eliminar a la legión de Tebea que se deja degollar como mansos corderos. En el
campo corren arroyos de sangre como nunca se vio en las más cruentas batallas.
Víctor («victorioso»), un veterano licenciado de otra legión, pasa por el
lugar mientras los verdugos están celebrando su crueldad. Al informarse de los
hechos se lamenta de no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe. Los
verdugos le sacrifican junto con los demás.
Solo conocemos el nombre de estos cuatro mártires, los otros nombres Dios
los conoce. Según San Euquero, la legión estaba formada por 6.600 soldados.
Ya en el siglo IV se daba culto en la región a los mártires de Tebea. Luego,
la horrenda matanza de militares que se dejó martirizar por su fe en Cristo dio
la vuelta al mundo entre los bautizados. Los que por su oficio tuvieron que
pelear mucho, a lo largo de los siglos se acogieron a San Mauricio y a sus
compañeros en las batallas (el piadoso rey Segismundo, Carlomagno, Carlos
Martel, la Casa de Saboya, las Órdenes de San Lázaro y la del Toisón de Oro, el
mismo Felipe II…). Y hasta el mundo del arte dejó para la posteridad, en los
pinceles del Greco, la gesta de quienes habían aprendido aquello de que es
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y prefirieron,
consecuentemente, perder la vida a traicionar su fe.
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