21 - DE NOVIEMBRE – JUEVES –
33ª – SEMANA DEL T.O. – B –
Presentación de santa
María Virgen
Lectura del libro del Apocalipsis (5,1-10):
Yo, Juan, vi en la mano derecha del que
está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con
siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz:
«¿Quién es digno de abrir el libro y desatar
sus sellos?».
Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni
debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque
no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno
de los ancianos me dijo:
«Deja de llorar; pues ha vencido el león de
la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete
sellos».
Y vi en medio del trono y de los cuatro
vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado;
tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados
a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que
está sentado en el trono.
Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes
y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y
copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan
un cántico nuevo:
«Eres digno de recibir el libro y de abrir
sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda tribu,
lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de
sacerdotes, y reinarán sobre la tierra».
Palabra de Dios
Salmo: 149,1-2.3-4.5-6a.9b
Has hecho de nosotros para nuestro Dios un
reino de sacerdotes.
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en
la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por
su Rey. R/.
Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores
y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los
humildes. R/.
Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en
filas: con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(19,41-44):
En aquel tiempo, aquel tiempo, al
acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«Si reconocieras tú también en este día lo
que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus
enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos
lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra.
Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Palabra del Señor
1.- El impresionante Pórtico de la Gloria de la
Catedral de Santiago de Compostela nos da una respuesta cierta y contundente.
San Juan, que formula y nos formula esta pregunta está implicado como nosotros
en la historia de Salvación. Lo estamos porque Alguien, que es digno de Dios,
se ha hecho víctima y con su sangre nos ha redimido, nos ha rescatado del mal
estructural al que estábamos abocados.
Cristo, en la visión del
Apocalipsis, se nos presenta como Cordero degollado, pero vivo, triunfante,
Señor del Espíritu. La sangre derramada por Amor nos ha salvado. Ya no son
necesarios nuevos sacrificios de animales. Lo que Dios quiere es un corazón
entregado. La causa de Jesucristo es nuestra causa y su victoria la nuestra...
pero ciertamente es necesario entregarse sin reservas a la causa del Evangelio.
2.- ¡Si reconocieras tú también en este día lo
que conduce a la paz!
¡Cómo nos cuesta
reconocernos pecadores y necesitados de Salvación! Las palabras del Señor y,
sobre todo sus lágrimas, contemplando Jerusalén recuerda el episodio de Jonás
anunciando la destrucción de Nínive, que finalmente se salvó al reconocer al
Dios de Jonás y hacer penitencia. Jerusalén no se salvará, la Ciudad de Dios,
donde estaba el Templo, estaba ciega y sorda: sacrificó al Cordero y se “lavó
las manos” con su sangre. El llanto de Jesús por Jerusalén también es el llanto
por nuestro mundo, que ha olvidado el Amor con el que fue creado, la Paz que
necesita para vivir y no reconoce la sangre derramada de tantos inocentes por
su pecado.
El llanto del Señor es o
debe ser el nuestro. Pero no para amargarnos o paralizarnos, sino para
comprometernos con la causa del Evangelio con un testimonio valiente y cabal.
3.- Hoy es la fiesta de la Presentación de
Nuestra Señora por parte de sus padres en el Templo. Este momento no está en
los evangelios canónicos sino en el Protoevangelio de Santiago, pero es toda
una llamada a presentarnos también nosotros ante el Señor y decirle: aquí
estoy, Señor para hacer tu voluntad.
El llanto de Jesús «sobre
su ciudad elegida» es también el llanto «sobre su Iglesia» y «sobre nosotros».
Pero ¿por qué —se preguntó el Papa— «Jerusalén no había recibido al Señor?
Porque estaba tranquila con lo que tenía, no quería problemas». Por eso Jesús,
ante sus puertas, exclamó: «Si reconocieras tú también en este día lo que
conduce a la paz... No reconociste el tiempo de tu visita». La ciudad, en
efecto, «tenía miedo a la visita del Señor; tenía miedo a la gratuidad de la
visita del Señor. Estaba segura en las cosas que ella podía gestionar».
«Nosotros —destacó el Papa
Francisco— estamos seguros en las cosas que podemos gestionar. Pero la visita
del Señor, sus sorpresas, no podemos gestionarlas. Y Jerusalén tenía miedo de
esto: ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía miedo del
Señor, de su esposo, de su amado». Porque «cuando el Señor visita a su pueblo
nos trae la alegría, nos trae la conversión. Y todos nosotros tenemos miedo»:
no «de la alegría», destacó el Pontífice, sino más bien «de la alegría que trae
el Señor, porque no podemos controlarla».
Presentación de santa
María Virgen
En este día en que se recuerda la
dedicación, en el año 543, de la iglesia de Santa María la Nueva, construida
cerca del templo de Jerusalén, celebramos, junto con los cristianos de la
Iglesia oriental, la «dedicación» que María hizo de sí misma a Dios, ya desde
su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su
concepción inmaculada.
Ana y Joaquín, en
un acto de fe quisieron darle gracias a Dios por el nacimiento de esta niña.
Esta fiesta arranca desde el lejano año 543. Fue el tiempo en que se dedicó
una basílica a “La Virgen María la Nueva”.
Se levantó en el mismo monte Sión en la explanada del Templo.
Las Iglesias orientales, muy sensibles ante las fiestas marianas, conmemoran
este día la Entrada de María en el Templo para indicar que, aunque era
purísima, no obstante, cumplía con los ritos antiguos de los judíos para no
llamar la atención.
La liturgia
bizantina la trata como "la fuente perpetuamente manante del amor, el
templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor".
En Occidente, se la presenta como el símbolo de la consagración que la
Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los albores de su vida
consciente.
Este episodio
de la Virgen María no se encuentra en los cuatro evangelios. Sí que aparece,
por el contrario, en un libro apócrifo, el “Protoevangelio de Santiago”.
Pero, como
siempre, quien manda es el pueblo cristiano. Desde siempre la espiritualidad y
la piedad popular han estado marcadas y han subrayado la disponibilidad de
María la Virgen ante los mandatos e insinuaciones mínimas del Señor Dios.
Por eso, tanto
en Occidente como en Oriente esta fiesta tuvo en seguida un éxito resonante
entre todos los cristianos.
María estaba
destinada a ser un templo vivo de la divinidad. Según este evangelio apócrifo,
la escena no puede ser más sencilla:" Ana y Joaquín, en un acto de fe y de
cortesía, quisieron darle gracias a Dios por el nacimiento de esta niña".
No pensaron una cosa mejor que consagrársela de por vida. Cuando tenía tres
años, la llevaron al Templo, la cogió un sacerdote mediante unas palabras que
recuerdan el Magnificat, el himno del Virgen María en acción de gracias por lo
que el Señor había hecho con ella.
Esta fiesta data del siglo VI.
¡Felicidades a quienes lleven este nombre y las Hermanas de la Presentación!
Fuente: Catholic.net
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