27- DE NOVIEMBRE
– MIERCOLES
– 34ª – SEMANA DEL T.O. – B –
San Virgilio de Salzburgo
Lectura del libro del Apocalipsis
(15,1-4):
Yo, Juan, vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: Siete ángeles que
llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios.
Vi una especie de mar de vidrio
mezclado con fuego; los vencedores de la bestia, de su imagen y del número de
su nombre estaban de pie sobre el mar cristalino; tenían en la mano las cítaras
de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del
Cordero, diciendo:
«Grandes y admirables son tus
obras, Señor, Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, rey de los
pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas
las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas
sentencias han quedado manifiestas».
Palabra de Dios
Salmo: 97,1.2-3ab.7-8.9
R/. Grandes y maravillosas son tus
obras, Señor, Dios omnipotente.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha
hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R/.
El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia: se acordó de
su misericordia y su fidelidad en favor de la
casa de Israel. R/.
Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y
cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes. R/.
Al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (21,12-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante
reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para
dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza
que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y
sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario
vuestro.
Y hasta vuestros padres, y
parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros,
y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor
1.- Terminando el año litúrgico, la Palabra del
Dios nos invita a la alabanza y la acción de gracias. Han pasado doce meses y
es posible que apenas nada de lo que imaginamos que iba a ser este año se haya
cumplido. Que los proyectos que teníamos y las expectativas sobre Dios se hayan
visto frustradas, en mayor o menor medida. Pero sería muy injusto, además de
triste, terminar este Ciclo sin unirnos a la admiración por las obras de Dios
en nuestras vidas. ¿De verdad no somos capaces de identificar nada bueno que el
Señor haya obrado durante este año en nosotros y con nosotros? Paremos un
momento y hagamos memoria agradecida. Sin duda estará marcada con el signo de
la cruz, pero de eso se trata precisamente. Mirar con los ojos de Dios nuestra historia y
los acontecimientos, y descubrir trenzada entre los hilos oscuros de nuestra
existencia, la Providencia amorosa de Dios sosteniendo nuestras personas.
2.- Grandes y admirables han sido tus obras,
Señor, y quizá por eso no las he entendido, porque me sobrepasan. Justos y
verdaderos han sido tus caminos, a pesar de mis continuos engaños. Hoy me
postro ante ti, porque tú eres el único santo –aunque yo me creía que era
perfecto y podía con todo−. Tu Providencia ha quedado manifiesta, incluso en medio de las
oscuridades que todavía me rodean y me quieren hacer perder la esperanza.
Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas
3.- Jesús es realista. No ignora las dificultades
ni intenta ocultar el fracaso y la muerte en que en ocasiones nos encierra el
seguimiento de Cristo. Tampoco promete que a partir de ahora será más fácil, ni
nos vende un mañana mejor. Exhorta a la perseverancia sin dar demasiadas
explicaciones. Porque hay momentos en la vida de fe en los que se trata de
permanecer. Esperar en Dios, con la humildad del amigo que confía, y la
fidelidad del que no se ha guardado un plan b, por si esto no funcionaba. Puede
que nos estemos preguntando si tiene sentido seguir intentándolo un año más,
pero, como los discípulos, sin entender demasiado, ¿A dónde vamos a acudir?
Una actitud –la
perseverancia− que solo es posible desde el agradecimiento y la alabanza a los que nos
invitaba la primera lectura. Nuestra memoria retiene sus beneficios y nuestra
fe confía en que llegará un día en que su Amor –ahora velado por el dolor− quedará al descubierto también en este presente desconcertante. Hoy podemos permanecer si conservamos
y nos agarramos al el recuerdo y la experiencia del paso de Dios por nuestras
vidas.
Una decisión –perseverar− que solo es posible y evangélica cuando se vive desde la conciencia de la presencia de Dios con
nosotros, dándonos la fuerza, el consuelo y el sentido para permanecer. Esto os
servirá de ocasión para dar testimonio, y el primer ejemplo, como siempre, lo encontramos
en él. Verdaderamente este era Hijo
de Dios, exclama el soldado pagano ante aquel que no había desertado del suplicio; y este es el primer fruto de la negativa de
Jesús a bajarse de la Cruz. El centurión no vio en aquel condenado a muerte una actitud masoquista o cabezota,
sino una perseverancia en el amor y el perdón que solo podía ser de Dios.
En Salzburgo, de la región de Baviera, san Virgilio, obispo, hombre
doctísimo, nacido en Irlanda, al cual, con el apoyo del rey Pipino, se le puso
al frente de la Iglesia de Salzburgo, donde construyó la catedral en honor de
san Ruperto y se dedicó gozosa y felizmente a propagar la fe entre los
carintios.
San Virgilio era irlandés (llamado Feargal o Ferghil). En los «Anales de los
Cuatro Maestros» y en los «Anales de Ulster» se dice que fue abad de Auhaboe.
Hacia el año 743, emprendió una peregrinación a Tierra Santa, pero se detuvo
dos años en Francia y no llegó más allá de Baviera. Allí, el duque Odilón de
Baviera le nombró abad de San Pedro de Salzburgo y administrador de la
diócesis. El obispo del lugar, que era también irlandés, se encargaba de los
ministerios propiamente episcopales, en tanto que san Virgilio se reservaba la
predicación y la administración. Así lo hizo hasta que sus colegas le obligaron
a aceptar la consagración episcopal. En cierta ocasión, encontró a un sacerdote
que sabía tan poco latín, que ni siquiera pronunciaba correctamente la fórmula
del bautismo. San Virgilio, basándose en que el error era accidental y no de
fe, decidió que no era necesario repetir los bautismos administrados por dicho
sacerdote. San Bonifacio, quien era entonces arzobispo de Mainz, desaprobó
el veredicto de san Virgilio. Entonces, ambos santos apelaron al papa san
Zacarías, el cual confirmó la opinión de Virgilio y se mostró sorprendido de
que Bonifacio la hubiese combatido.
Algún tiempo después de este incidente, san Bonifacio acusó nuevamente a san
Virgilio ante la Santa Sede, por haber enseñado que debajo de la tierra había
otro mundo y otros hombres y otro sol y otra luna. San Zacarías respondió que
era ésa una «doctrina perversa y malvada, que ofende a Dios y a nuestras almas»
y añadió que, si llegaba a probarse que Virgilio la había enseñado, debía ser
excomulgado por un sínodo. Algunos han aprovechado este incidente como materia
de controversia, pero sin razón, porque no se sabe exactamente cuál era la
doctrina de san Virgilio sobre la tierra y otros tipos de hombres. Por otra
parte, lo que era evidentemente peligroso en su enseñanza, radicaba en la
implicación de una negación de la unidad de la raza humana, de la universalidad
del pecado original y de la Redención. Debemos reconocer que es muy explicable
que la doctrina de san Virgilio haya provocado sospechas en el siglo VIII, si
acaso enseñó realmente que la tierra era redonda y que había hombres en las
antípodas. No existe el menor indicio de que san Virgilio haya sido juzgado,
condenado y obligado a retractarse, pero sin duda que demostró a quienes le
criticaban que no creía nada que ofendiese «a Dios y a su alma», ya que fue
consagrado obispo hacia el año 767 o antes.
San Virgilio reconstruyó en grande la catedral de Salzburgo, a la que
trasladó el cuerpo de san Ruperto, fundador de la sede. El santo bautizó en
Salzburgo a dos duques eslavos de Carintia y, a petición de ellos, envió allá
al obispo san Modesto y a otros cuatro predicadores, a los que siguieron más
tarde otros misioneros. El propio San Virgilio predicó en Carintia hasta las
fronteras de Hungría, en la región en que el Drave se une al Danubio. Poco
después de regresar a su diócesis, cayó enfermo y murió apaciblemente en el
Señor el 27 de noviembre de 784. Fue canonizado en 1233. Su fiesta se celebra
en Irlanda y en ciertas regiones de Europa Central, donde se le venera como el
apóstol de los eslovacos.
fuente: «Vidas de los santos de A.
Butler», Herbert Thurston, SI
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