22- DE NOVIEMBRE
– VIERNES –
33ª – SEMANA DEL T.O. – B –
Stª – CECILIA, virgen
y mártir
Lectura del libro del Apocalipsis
(10,8-11):
Yo, Juan, escuché la voz del cielo que se puso a hablarme de nuevo diciendo:
«Ve a tomar el librito abierto de
la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra».
Me acerqué al ángel y le pedí que
me diera el librito. Él me dice:
«Toma y devóralo; te amargará en el
vientre, pero en tu boca será dulce como la miel».
Tomé el librito de mano del ángel y
lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi
vientre se llenó de amargor.
Y me dicen:
«Es preciso que profetices de nuevo
sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos».
Palabra de Dios
Salmo: 118,14.24.72.103.111.131
R/. ¡Qué dulce al paladar tu
promesa, Señor!
Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas
las riquezas. R/.
Tus preceptos son mi delicia, tus
enseñanzas son mis consejeros. R/.
Más estimo yo la ley de tu boca que miles de
monedas de oro y plata. R/.
¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel
en la boca! R/.
Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de
mi corazón. R/.
Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (19,45-48):
En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los
vendedores, diciéndoles:
«Escrito está: “Mi casa será casa
de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».
Todos los días enseñaba en el templo.
Por su parte, los sumos sacerdotes,
los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no
sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.
Palabra del Señor
1.- Con el lenguaje de difícil interpretación
propio del Apocalipsis, encontramos hoy un pequeño fragmento del capítulo 10.
Estamos en la sección que presenta el relato de “Las siete trompetas”
utilizando muchísimos elementos del A.T. En él, siete ángeles -cada uno de
ellos con una trompeta-, hacen sonar su instrumento. Cada toque de trompeta
supone una inmensa catástrofe para la tierra y para la humanidad. Parece que
todo va a llegar a su fin.
Tras el sexto toque de
trompeta el relato se interrumpe para presentar un “librillo” que sostiene en
su mano otro ángel. Y el autor que está escribiendo todas estas visiones se
siente llamado a acercarse al ángel y tomar el libro.
A continuación, en una
acción simbólica, tomada del profeta Ezequiel (Ez 2,8-3,3), toma el libro y se
lo come por indicación del ángel. ¿Qué contiene ese libro? La palabra de Dios,
su mensaje para nosotros. Un mensaje que el profeta experimenta como sanador y
liberador, “dulce como la miel”, pero que no puede quedarse para sí mismo,
aislándose de lo que sucede en la realidad y “disfrutando” de él
tranquilamente. Es preciso que interiorice y digiera esa palabra hasta
descubrir que ha de proclamarla en la terrible situación que se acaba de
describir. Porque esa Palabra es la que tiene poder para sacarnos del caos que
los seres humanos generamos, y quien la ha recibido se siente impelido a
anunciarla. Y eso no es fácil, tiene un “sabor amargo”. El ejemplo más perfecto
lo tenemos en Jesús…
2.- Acercándose Jesús al final de su vida, recién
llegado a Jerusalén, sube al Templo para realizar una acción impensable, por lo
osada y peligrosa. Jesús actúa con autoridad. La ha recibido del Padre, pero
-además- acaba de ser reconocido por el pueblo, que le recibe y le saluda como
aquel que viene en nombre del Señor. Es urgente para él poner las cosas en su
sitio, purificar el Templo, liberarlo de las prácticas que impiden que cumpla
su función.
Jesús esta vez realiza un
gesto público inaudito, con una firmeza y una determinación que no pueden pasar
desapercibidas. No puede consentir que el pueblo viva confundido y engañado con
un funcionamiento del Templo que impide a las personas el verdadero encuentro
con Dios, que sana, perdona, reconcilia.
3.- La
frase que aparece en sus labios está tomada de dos textos del Antiguo
Testamento, de los profetas Isaías (56,7) y Jeremías (7,11). Y de esos textos
podemos extraer lo que angustiaba e indignaba a Jesús del funcionamiento del
Templo, y la razón por la que actúa como lo hace:
-. El Templo, lugar de
oración, que incluye a todos los pueblos, es un coto cerrado que parece
propiedad de unos pocos, y al que ni siquiera todos los miembros del pueblo
tienen posibilidad de acceder.
-. La relación con Dios se
ha convertido en un comercio: con ritos, ofrendas y sacrificios se puede
comprar a Dios, obtener lo que necesitamos, tenerlo de nuestra parte… El mal,
el pecado, se pueden relativizar y banalizar: todo se soluciona con dinero. Un
dinero que va enriqueciendo a los que tienen sus negocios establecidos en el
Templo.
-. Y ello significa,
inevitablemente, discriminación de los más pobres: si no tienes dinero no
tienes qué ofrecer a Dios. De ahí la clasificación de las ofrendas en función
de su valor en dinero.
Todo esto y mucho más que
implicaba la dinámica del Templo “obliga” a Jesús a actuar y supone su condena
a muerte: todos los poderes se ponen de acuerdo en la necesidad de acabar con
él. La única dificultad era que el pueblo, por el contrario, vivía pendiente de
su palabra, escuchándola.
4.- Tal vez podemos venir a nuestra realidad y
preguntarnos sobre todas estas cuestiones, por las que Jesús puso en juego su
vida, en relación con nuestros templos.
- ¿Priorizamos que ellos sean
lugar en el que las personas puedan vivir pendientes de la palabra del Señor?
- ¿Estaría Jesús preocupado
por algunas de las cosas que entonces le movieron a actuar?
Stª – CECILIA, virgen y
mártir
Durante más de
mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia más
veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las
"actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de
Roma y que fue educada en el cristianismo. Solía llevar un vestido de tela
muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana
y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de
un modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano. El día de
la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados
se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a
pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones,
Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo que
comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me
tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las
consecuencias; en cambio sí me respetas, el ángel te amará como me ama a
mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de
Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo: "Si crees en el Dios
vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel." Valeriano
accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres,
cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran gozo.
Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban
escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo, un
solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros
corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?"
Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano regresó
a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel colocó
sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después llegó
Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una
corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo
al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a
hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús.
Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde
entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras.
Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.
Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron empezó a interrogarlos. Las
respuestas de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose
hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata.
Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo
médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas. En
seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la
tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si
estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y
Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al
único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les
preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente
no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo
confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano se
regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a los
cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis
sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y
pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar de
aquella perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro
para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el
tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían
que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La
ejecución se llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros
de Roma. Con ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la fortaleza
de los mártires, se declaró cristiano.
Cecilia
sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En
vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa
Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las
cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia
una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa. Durante el juicio, el
prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la santa le
enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios
argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su
casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de
leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno.
Entonces, el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó
tres veces la espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó
tres días entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a
visitarla en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado
de sus servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba
de San Calixto.
Esta historia
tan conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos siglos
data aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no podemos
considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos. Tenemos que
reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San
Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el
cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril. La razón
original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de
honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae". Por lo
demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su
martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).
El Papa San
Pascual I (817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa Cecilia, junto
con las de los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa
Cecilia in Transtévere. (Las reliquias de la santa habían sido descubiertas,
gracias a un sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el cementerio de
Pretextato). En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la
Santa en Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires.
Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y entero, por más
que el Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya que, entre los años
847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las reliquias de los
Cuatro Santos Coronados. Se cuenta que, en 1599, se permitió ver el cuerpo de
Santa Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño
natural, muy real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en
la tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado derecho,
como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud
de una persona que duerme." La estatua se halla actualmente en la iglesia
de Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había sepultado
nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la estatua
puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a
quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta
imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi determinó el sitio
en que la santa había estado originalmente sepultada en el cementerio de
Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de Maderna.
Sin embargo,
el P. Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas suficientes de
que, en 1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa, en la forma en
que lo esculpió Maderna. En efecto, Delehaye y Dom Quentin subrayan las
contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos dejaron
Baronio y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el período
inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de ninguna
mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de Dámaso y
Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la "Depositio
Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó más tarde
"titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente "títulus
Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.
Santa Cecilia
es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus
"actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los
músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media,
empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.
Tomado del
libro: Vida de los Santos de Butler, vol. IV.
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