martes, 14 de enero de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 16 - DE ENERO – JUEVES – 1ª- SEMANA DE T.O. – C San Marcelo I, Papa

 

 


16 - DE ENERO – JUEVES – 

1ª- SEMANA DE T.O. – C

San Marcelo I, Papa

 

    Lectura de la carta a los Hebreos (3,7-14):

   HERMANOS:

           Dice el Espíritu Santo:

     «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: Siempre tienen el corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso».

   ¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.

    En efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final la actitud del principio.

 

Palabra de Dios

 

   Salmo: 94,6-7.8-9.10-11

   R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

 

   V/. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.

         Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.

 

   V/. Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R/.

 

    V/. Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso». R/.

 

   Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):

 

   EN aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

     «Si quieres, puedes limpiarme».

           Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:

    «Quiero: queda limpio».

    La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.

    Él lo despidió, encargándole severamente:

   «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

   Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

 

Palabra del Señor 

 

    1.-  La liturgia de hoy, tanto la carta a los hebreos, como el salmo, son una preparación para escuchar el evangelio y ponerlo en práctica. Cuando olvidamos el mandato del Amor que acogimos en un principio, y por comodidad, miedo o individualismo nos mostramos insensibles al dolor y sufrimiento de los demás, viviendo solo para nosotros mismos, estamos fallando en nuestra vida de cristianos comprometidos. Estamos endureciendo nuestro corazón. Los demás nos necesitan y nosotros los necesitamos a ellos para mutuamente ayudarnos, animarnos y hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo una casa común más habitable.

 

     2.-  El evangelio nos presenta un encuentro de Jesús con un leproso. Todos sabemos lo que suponía ser leproso en tiempo de Jesús. La persona leprosa era excluida del pueblo para que no contaminara a la comunidad. Perdía todos sus derechos y se le prohibía toda relación con los demás. Entrar en relación con un leproso suponía estar excluido también hasta no estar purificado.

    Una vez más vemos a Jesús situándose ante las personas, no del lado de la ley y lo correcto, sino desde la visión de humanidad, de compasión; de acercamiento y acogida al excluido. Sin reparar en las consecuencias.

    Entre nosotros, en nuestra sociedad hoy, hay múltiples “leprosos” que retiramos para que nos dejen “vivir en paz”:

a.        Retiramos a las personas migrantes porque son ilegales y no tienen papeles, nos pueden quitar nuestro bienestar, nuestro trabajo…

b.         Retiramos a personas ancianas,  enfermas, porque no producen…

c.           Retiramos en cárceles cerradas, aislados de la sociedad, a los que han cometido errores en su vida, sin importarnos si pueden tener una segunda oportunidad…

 Nuestra postura, si queremos ser coherentes con el Evangelio que hemos escuchado, no puede ser la de ir creando cada vez más barreras que provoquen marginación y exclusión. Como Jesús, nuestra postura ha de ser la de ponernos al lado del excluido, implicándonos en su recuperación, en su derecho a tener una vida digna. Y todo esto, como le pasó a Jesús, a riesgo de ser nosotros los excluidos.

                  El Amor de Dios manifestado en Jesús permite que toda persona tenga derecho a salir de la marginación y vivir una vida plena. Es nuestro trabajo.

 

San Marcelo I, Papa

 




   En la serie de los Pontífices (que hasta 1994 ya eran 265) el Papa Marcelo ocupa el puesto número 30. Fue Pontífice por un año: del 308 al 309. El nombre "Marcelo" significa: "Guerrero".

   Era uno de los más valientes sacerdotes de Roma en la terrible persecución de Diocleciano en los años 303 al 305. Animaba a todos a permanecer fieles al cristianismo, aunque los martirizaran.

   Elegido Sumo Pontífice se dedicó a reorganizar la Iglesia que estaba muy desorganizada porque ya hacía 4 años que había muerto el último Pontífice, San Marcelino. Era un hombre de carácter enérgico, aunque moderado, y se dedicó a volver a edificar los templos destruidos en la anterior persecución. Dividió Roma en 25 sectores y al frente de cada uno nombró a un Presbítero (o párroco). Construyó un nuevo cementerio que llegó a ser muy famoso y se llamó "Cementerio del Papa Marcelo".

  Muchos cristianos habían renegado de la fe, por miedo en la última persecución, pero deseaban volver otra vez a pertenecer a la Iglesia. Unos (los rigoristas) decían que nunca más se les debía volver a aceptar. Otros (los manguianchos) decían que había que admitirlos sin más ni más otra vez a la religión. Pero el Papa Marcelo, apoyado por los mejores sabios de la Iglesia, decretó que había que seguir un término medio: sí aceptarlos otra vez en la religión si pedían ser aceptados, pero no admitirlos sin más ni más, sino exigirles antes que hicieran algunas penitencias por haber renegado de la fe, por miedo, en la persecución.

  Muchos aceptaron la decisión del Pontífice, pero algunos, los más perezosos para hacer penitencias, promovieron tumultos contra él. Y uno de ellos, apóstata y renegado, lo acusó ante el emperador Majencio, el cual, abusando de su poder que no le permitía inmiscuirse en los asuntos internos de la religión, decretó que Marcelo quedaba expulsado de Roma. Era una expulsión injusta porque él no estaba siendo demasiado riguroso, sino que estaba manteniendo en la Iglesia la necesaria disciplina, porque si al que a la primera persecución ya reniega de la fe se le admite sin más ni más, se llega a convertir la religión en un juego de niños.

   El Papa San Dámaso escribió medio siglo después el epitafio del Papa Marcelo y dice allí que fue expulsado por haber sido acusado injustamente por un renegado.

   El "Libro Pontifical", un libro sumamente antiguo, afirma que, en vez de irse al destierro, Marcelo se escondió en la casa de una señora muy noble, llamada Lucina, y que desde allí siguió dirigiendo a los cristianos y que así aquella casa se convirtió en un verdadero templo, porque allí celebraba el Pontífice cada día.

   Un Martirologio (o libro que narra historias de mártires) redactado en el siglo quinto, dice que el emperador descubrió dónde estaba escondido Marcelo e hizo trasladar allá sus mulas y caballos y lo obligó a dedicarse a asear esa enorme pesebrera, y que agotado de tan duros trabajos falleció el Pontífice en el año 209.

   La casa de Lucina fue convertida después en "Templo de San Marcelo" y es uno de los templos de Roma que tiene por titular a un Cardenal.

 

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario