16 - DE ENERO – JUEVES –
1ª- SEMANA DE T.O. – C
San Marcelo I, Papa
Lectura
de la carta a los Hebreos (3,7-14):
HERMANOS:
Dice el Espíritu Santo:
«Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba
en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto
mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: Siempre
tienen el corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en
mi cólera que no entrarán en mi descanso».
¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e
incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el
contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que
ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.
En efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el
final la actitud del principio.
Palabra de Dios
Salmo:
94,6-7.8-9.10-11
R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
V/. Entrad, postrémonos
por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
V/. Ojalá escuchéis hoy su
voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en
el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque
habían visto mis obras». R/.
V/. Durante cuarenta años aquella generación me
asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en
mi cólera que no entrarán en mi descanso». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (1,40-45):
EN aquel tiempo, se
acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la
mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al
sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva
de testimonio».
Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho,
de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba
fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
Palabra del Señor
1.- La liturgia de hoy, tanto la carta a los hebreos,
como el salmo, son una preparación para escuchar el evangelio y ponerlo en
práctica. Cuando olvidamos el mandato del Amor que acogimos en un principio, y
por comodidad, miedo o individualismo nos mostramos insensibles al dolor y
sufrimiento de los demás, viviendo solo para nosotros mismos, estamos fallando
en nuestra vida de cristianos comprometidos. Estamos endureciendo nuestro
corazón. Los demás nos necesitan y nosotros los necesitamos a ellos para mutuamente
ayudarnos, animarnos y hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo una casa
común más habitable.
2.- El evangelio nos presenta un encuentro de
Jesús con un leproso. Todos sabemos lo que suponía ser leproso en tiempo de
Jesús. La persona leprosa era excluida del pueblo para que no contaminara a la
comunidad. Perdía todos sus derechos y se le prohibía toda relación con los
demás. Entrar en relación con un leproso suponía estar excluido también hasta
no estar purificado.
Una vez más vemos a Jesús situándose ante las
personas, no del lado de la ley y lo correcto, sino desde la visión de
humanidad, de compasión; de acercamiento y acogida al excluido. Sin reparar en
las consecuencias.
Entre
nosotros, en nuestra sociedad hoy, hay múltiples “leprosos” que retiramos para
que nos dejen “vivir en paz”:
a.
Retiramos a
las personas migrantes porque son ilegales y no tienen papeles, nos pueden
quitar nuestro bienestar, nuestro trabajo…
b.
Retiramos a personas ancianas, enfermas, porque no producen…
c.
Retiramos en cárceles cerradas, aislados de la
sociedad, a los que han cometido errores en su vida, sin importarnos si pueden
tener una segunda oportunidad…
Nuestra postura, si queremos ser
coherentes con el Evangelio que hemos escuchado, no puede ser la de ir creando
cada vez más barreras que provoquen marginación y exclusión. Como Jesús,
nuestra postura ha de ser la de ponernos al lado del excluido, implicándonos en
su recuperación, en su derecho a tener una vida digna. Y todo esto, como le
pasó a Jesús, a riesgo de ser nosotros los excluidos.
El Amor de Dios manifestado en Jesús
permite que toda persona tenga derecho a salir de la marginación y vivir una
vida plena. Es nuestro trabajo.
San Marcelo I, Papa
En la serie de los Pontífices (que hasta 1994 ya eran 265) el Papa Marcelo
ocupa el puesto número 30. Fue Pontífice por un año: del 308 al 309. El nombre
"Marcelo" significa: "Guerrero".
Era uno de los más valientes sacerdotes de Roma en la terrible persecución
de Diocleciano en los años 303 al 305. Animaba a todos a permanecer fieles al
cristianismo, aunque los martirizaran.
Elegido Sumo Pontífice se dedicó a reorganizar la Iglesia que estaba muy
desorganizada porque ya hacía 4 años que había muerto el último Pontífice, San
Marcelino. Era un hombre de carácter enérgico, aunque moderado, y se dedicó a
volver a edificar los templos destruidos en la anterior persecución. Dividió
Roma en 25 sectores y al frente de cada uno nombró a un Presbítero (o párroco).
Construyó un nuevo cementerio que llegó a ser muy famoso y se llamó
"Cementerio del Papa Marcelo".
Muchos cristianos habían renegado de la fe, por miedo en la última
persecución, pero deseaban volver otra vez a pertenecer a la Iglesia. Unos (los
rigoristas) decían que nunca más se les debía volver a aceptar. Otros (los
manguianchos) decían que había que admitirlos sin más ni más otra vez a la
religión. Pero el Papa Marcelo, apoyado por los mejores sabios de la Iglesia,
decretó que había que seguir un término medio: sí aceptarlos otra vez en la
religión si pedían ser aceptados, pero no admitirlos sin más ni más, sino
exigirles antes que hicieran algunas penitencias por haber renegado de la fe,
por miedo, en la persecución.
Muchos aceptaron la decisión del Pontífice, pero algunos, los más perezosos
para hacer penitencias, promovieron tumultos contra él. Y uno de ellos,
apóstata y renegado, lo acusó ante el emperador Majencio, el cual, abusando de
su poder que no le permitía inmiscuirse en los asuntos internos de la religión,
decretó que Marcelo quedaba expulsado de Roma. Era una expulsión injusta porque
él no estaba siendo demasiado riguroso, sino que estaba manteniendo en la
Iglesia la necesaria disciplina, porque si al que a la primera persecución ya
reniega de la fe se le admite sin más ni más, se llega a convertir la religión
en un juego de niños.
El Papa San Dámaso escribió medio siglo después el epitafio del Papa Marcelo
y dice allí que fue expulsado por haber sido acusado injustamente por un
renegado.
El "Libro Pontifical", un libro sumamente antiguo, afirma que, en
vez de irse al destierro, Marcelo se escondió en la casa de una señora muy
noble, llamada Lucina, y que desde allí siguió dirigiendo a los cristianos y
que así aquella casa se convirtió en un verdadero templo, porque allí celebraba
el Pontífice cada día.
Un Martirologio (o libro que narra historias de mártires) redactado en el
siglo quinto, dice que el emperador descubrió dónde estaba escondido Marcelo e
hizo trasladar allá sus mulas y caballos y lo obligó a dedicarse a asear esa
enorme pesebrera, y que agotado de tan duros trabajos falleció el Pontífice en
el año 209.
La casa de Lucina fue convertida después en "Templo de San
Marcelo" y es uno de los templos de Roma que tiene por titular a un
Cardenal.
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