17 - DE
ENERO – VIERNES – 1ª- SEMANA DE T.O. – C
San Antonio Abad
Lectura de la carta a los
Hebreos (4,1-5.11):
HERMANOS:
Temamos, no sea que, estando aún en
vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber perdido
la oportunidad.
También nosotros hemos recibido la buena
noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les sirvió de nada a
quienes no se adhirieron por La fe a los que lo habían escuchado.
Así pues, los creyentes entremos en el
descanso, de acuerdo con lo dicho:
«He jurado en mi cólera que no entrarán en mi
descanso», y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo.
Acerca del día séptimo se dijo:
«Y descansó Dios el día séptimo de todo
el trabajo que había hecho».
En nuestro pasaje añade:
«No entrarán en mi descanso».
Empeñémonos, por tanto, en entrar en
aquel descanso, para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia.
Palabra de Dios
Salmo: 77,3.4bc.6c-7.8
R/. No olvidéis las acciones de Dios
V/. Lo que oímos y
aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del
Señor, su poder. R/.
V/. Que surjan y lo
cuenten a sus hijos, para que pongan en Dios su confianza y no olviden las acciones de Dios, sino que guarden sus
mandamientos.
R/.
V/. Para que no imiten a
sus padres, generación rebelde y pertinaz; generación de corazón inconstante, de espíritu infiel a
Dios. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(2,1-12):
CUANDO a los pocos días entró Jesús en
Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la
palabra.
Y vinieron trayéndole un paralítico
llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron
la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la
camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al
paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados,
pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla éste así? Blasfema.
¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta enseguida de lo que
pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más
fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decir:
“Levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del
hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-:
“Te digo: levántate, coge tu camilla y
vete a tu casa”».
Se levantó, cogió inmediatamente la
camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a
Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa
igual».
Palabra del Señor
1.- “Junto a la promesa del
descanso se nos ofrece la garantía del mismo. La promesa se apoya en la palabra
de Dios. Y ésta es eficaz. No es como la palabra humana, frágil e impotente,
que no merece confianza. La palabra de Dios es eficaz porque Dios mismo se
halla operante en ella”.
“Dios
está presente y operante en su palabra. Por eso se acentúa otra cualidad de la
misma: es penetrante. Lo conoce todo, hasta los secretos más recónditos
del corazón. Y esto se aclara con el ejemplo de la espada de doble filo, que
corta en todas las direcciones. Así es la palabra de Dios. El más absoluto
secreto humano de halla patente en ella. De ahí que pueda ser el juez más justo
e imparcial de lo que ocurre en la conducta y en el corazón”.
2.- De vuelta a Cafarnaúm, ante numerosos
oyentes, Jesús les proponía la Palabra. Le presentaron un paralítico. “Viendo
la fe que tenían, dijo al paralítico: Hijo tus pecados quedan perdonados”. La
reacción de unos letrados fue la de pensar que Jesús blasfemaba porque solo
Dios puede perdonar los pecados y para ellos Jesús era solamente un hombre como
otro cualquiera.
Jesús
intentó explicarles su postura haciéndoles comprender que además de ser hombre
era también Dios, el Hijo de Dios.
Igualmente
Jesús, a los cristianos del siglo XXI, quiere convencernos de que también es
Dios, para que todas sus palabras, todas sus indicaciones, todas sus promesas
las recibamos como lo que son, venidas de Él, que es el Hijo de Dios.
San Antonio Abad
Uno de los
primeros monjes de la Iglesia. Se retiró al desierto para orar y hacer
penitencia.
San Antón o San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte
Colzim, Egipto, 17 de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del
movimiento eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la
obra de San Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y
lo convierte en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de
carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una existencia
de ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto, permaneciendo
eremita. Se dice que alcanzó los 105 años de edad.
El nombre de Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de
"Antos", flor) o "Invencible" (de "Anteos", el
que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribió
San Atanasio, su gran amigo. Se le llama "Abad" que significaba
"padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de
monjes.
De pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar
cristianamente. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar
a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser
perfecto, vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y
vendió las 300 fanegas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en
herencia, y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y
mobiliario. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.
Pero luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os
preocupéis por el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le
quedaban, y asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su
hermana, repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en
absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a
vivir en soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por
allí, y de ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su
memoria era tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir
mucho para el futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará
maravillosamente lo leído anteriormente.
Recordando la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma"
aprendió a tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento
y aún le quedaba para ayudar a los pobres.
Su fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño
muy santo, y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de aprender
cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño
admirablemente santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le
presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de
repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la
religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje
ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios
lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las
más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación
toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús:
"Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos
espíritus no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus
sentidos: ojos, oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo
sedujeran. Y luego empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.
Pasaba muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada
jamás antes de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de
dátiles, un poco de sal, y agua de una cisterna.
Un día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan
violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver
se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él
recobró el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a
Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba
tan duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando
tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y
en todas partes".
Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus
jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de
los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de
cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el
cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la
impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era
vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los hospitales
soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los pusieron bajo
el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama. En la teología
el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir que esa persona
había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo, puesto que
dominaba la creación.
A los 35 años siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la
soledad absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la
ciudad y cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa
"el que lucha por dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a
los cristianos fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la
meditación a conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya
varios años Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser
santo. Ahora se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con
Dios.
Se fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y
allí se quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían
a espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento
y mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino
a espantarlo. Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio
una bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en
cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no
ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del
muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.
Pero la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al
fin los peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí
estaba Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía
carne, y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero
en su rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que
aparecía amable y lleno de alegría.
A los 55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le
pedían les ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de
chozas individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de
estas chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer
sacrificios. Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San
Atanasio narra que les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados
por el cuerpo sino por la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede
ser el último día de nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo
fuera. Ejecutad cada acción como si fuera la última de la vida. Recordad que
los enemigos del alma son vencidos con la oración, la mortificación, la
humildad y las buenas obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la
cruz.” Les contaba que muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con
sólo pronunciar con toda fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para
combatir la impureza hay que pensar frecuentemente en lo que nos espera al
final de la vida: Muerte, Juicio, Infierno o Gloria. Les insistía que se
esforzaran por llegar a ser mansos y amables; que no buscaran ser alabados o
muy estimados; que lo que obtuvieran con el trabajo de sus manos (se dedicaban
a tejer esteras y canastos) lo dedicaran a los pobres y que su preocupación
fuera siempre ir apreciando y amando cada día más a Jesucristo. Así con San
Antonio nació en la Iglesia la primera comunidad de religiosos.
Cuando estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con
algunos de sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para
que prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no
renegar de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a
hacerle daño porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va
el santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego se fue a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie,
sólo meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos
calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez,
ni cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes.
No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios.
La propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se
llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que
niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus
monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se
fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que
atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar
que Cristo sí es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no
entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a
Dios en su alma.
En los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a
pedirle consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los
aconsejaran y luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía
algún pequeño sermón. Murió con más de cien años, pero conservaba buena la
vista y el cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba
un peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y
el más alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo
había visto antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más
amable y risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le
respondían que si era él.
Antes de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba
enterrado, para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle
cultos desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron
llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII,
cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del
Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas fechas,
se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando con
frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la
cruz egipcia que vino a ser el emblema como era conocido.
Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a
la provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo
célebre bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este santo
llegó también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a
principios del siglo XIV.
Los antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes
que atacan a los animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo.
Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada
año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían
entre los pobres.
Bibliografía y más información en Trigueros-Web.
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