
19 - DE ENERO
– DOMINGO –
2ª-
SEMANA DE T.O. – C
Beato Marcelo Spínola
Lectura del libro de Isaías (62,1-5):
Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia,
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca
del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del
Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te
llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te
prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una
doncella, así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su
esposa, se regocija tu Dios contigo.
Palabra de Dios
Salmo: 95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c
R/. Contad las maravillas del Señor a
todas las naciones.
Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al
Señor, bendecid su nombre. R/.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. R/.
Familias de los pueblos, aclamad al
Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor. R/.
Postraos ante el Señor en el atrio
sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey: Él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios (12,4-11):
Hermanos:
Hay diversidad de carismas, pero un
mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay
diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
Pero a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para el bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el
hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo
Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por
el mismo Espíritu, don de curar. A éste le ha concedido hacer milagros; a
aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la
diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo
esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según
san Juan (2,1-11):
EN aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó
el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver
contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas
de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al
mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua
convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues
habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino
bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino
bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos
que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos
creyeron en él.
Palabra de Dios
Tres lectores para una
boda.
Giusto de Menabuoi
(1376-1378)
Para la mayoría de los católicos, sólo
hay una fiesta de Epifanía, la del 6 de enero: la manifestación de Jesús a los
paganos, representados por los magos de oriente. Sin embargo, desde antiguo se
celebran otras dos: la manifestación de Jesús en el bautismo (que recordamos el
domingo pasado) y su manifestación en las bodas de Caná.
Imaginemos tres
posibles lectores de este relato.
El
cristiano sencillo y benévolo.
El
relato no le plantea problemas, le gusta. Le gusta que lo primero que hace
Jesús en su vida pública no sea irse al desierto a ser tentado por Satanás
(como cuentan Mateo, Marcos y Lucas) sino asistir a una boda, con los cinco
discípulos que ya le acompañan. Le gusta que esté presente su madre y le
divierte la pelea entre madre e hijo, porque él, por mucho que proteste,
termina haciendo lo que ella quiere. Aunque hay que reconocer que exagera,
porque seiscientos litros de vino son demasiados litros; además, de excelente
calidad, como afirma asombrado el mayordomo. El lector sencillo está de acuerdo
en que este milagro revela la gloria de Jesús y comprende que los discípulos
creyesen en él. Lo único que no le gusta del todo es que al final no vuelva a
mencionar a la madre de Jesús, que es, en realidad, quien lo obligó a hacer el
milagro.
El
creyente crítico
Está
básicamente de acuerdo con el cristiano sencillo, pero le gustaría que el
evangelista hubiera tratado con más detalle algunas cuestiones. ¿Por qué no
llama a María por su nombre y se limita a hablar de “la madre de Jesús”? ¿Quiénes son los que se casan y por qué han
invitado a la boda a ella, a Jesús y a sus amigos? Caná está muy cerca de
Nazaret, a doce kilómetros, pero los de Caná dicen que “de Nazaret no puede
salir nada bueno”. Debe de ser una
familia especial, en buenas relaciones con los nazarenos, al menos con la
familia de Jesús; y ser muy rica, porque en la casa hay seis tinajas de unos
cien litros cada una (¿para qué querrán tanta agua?) y en la boda cuenta con un
mayordomo y sirvientes. En cuanto a la falta de vino, le extraña que sea María
quien se da cuenta, no el mayordomo; y que ella quiera que la gente siga
bebiendo y fuerce a Jesús a resolver el problema. Una mujer sensata preferiría
que bebiesen agua. Lo de la conversión del agua en vino prefiere no pensarlo
demasiado. Algunos químicos dicen que eso es imposible, a pesar de que muchas
bodegas los hacen continuamente. ¿Y cómo se enteran los discípulos de que Jesús
ha hecho el milagro? ¿Lo ha contado el mayordomo? El evangelio termina diciendo
que sus discípulos creyeron en él, pero no dice nada del mayordomo, ni del
novio (la novia no tiene voz ni voto) ni de los invitados, que se bebieron el
vino. ¿También ellos creyeron en Jesús? Al final, el creyente crítico se lía la
manta a la cabeza, acepta el milagro y le pide a Dios que aumente su fe en
Jesús, como hizo con los discípulos.
El
conocedor del Antiguo Testamento
Comparte
la fe del cristiano sencillo y comprende las preguntas del creyente crítico, a
las que intenta ofrecer alguna respuesta.
Empezando
por el principio, los evangelios no son biografía de Jesús, no pretenden contar
con detalle todo lo que hizo y dijo. Lo que consideran secundario lo omiten
tranquilamente. ¿Qué más da que el novio se llamase Isaac o Zacarías, fuera
sobrino de María o amigo de José, que ya habría muerto porque no asiste a la
boda?
A María no la llama por su nombre,
sino por su título de “madre de Jesús”, igual que “la madre del rey” era el
mayor título de una mujer en el reino de Judá. Y destaca, con cierto humor, su
papel fundamental en este primer milagro de Jesús. A su petición, él responde de
mala manera, poniendo una excusa de tipo teológico: “todavía no ha llegado mi
hora”. Pero a María le traen sin cuidado los planes de Dios y la hora de Jesús
cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Y está tan convencida de
que Jesús terminará haciendo lo que ella quiere que así se lo dice a los
criados.
Juan es el único evangelista que
pone a María al pie de la cruz, el único que menciona las palabras de Jesús:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De ese modo, abre y
cierra la vida pública de Jesús con la figura de María. Cuando pensamos en lo
que hace en la boda de Caná, debemos reconocer que Jesús nos dejó en buenas
manos.
Pero es también muy importante el simbolismo
de la boda y del vino.
Para los autores bíblicos, el matrimonio es
la mejor imagen para simbolizar la relación de Dios con su pueblo. Precisamente
porque no es perfecto, porque se pasa del entusiasmo al cansancio, se dan
momentos buenos y malos, entrega total y mentiras, el matrimonio refleja muy
bien la relación de Dios con Israel. Una relación tan plagada de traiciones por
parte del pueblo que terminó con el divorcio y el repudio por parte de Dios
(simbolizado por la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia). Pero
el Dios del Antiguo Testamento podía permitirse el lujo, en contra de su propia
ley, de volver a casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de
Isaías:
“Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar
el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.
La primera lectura, tomada también del libro de
Isaías, recoge este tema en la segunda parte.
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que
rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha...
Para el evangelista, la presencia de
Jesús en una boda simboliza la boda
definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad
inquebrantables.
En cuanto al simbolismo del vino, otro texto
del libro de Isaías habría venido como anillo al dedo:
“El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”.
Este es el
vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este banquete no
se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un banquete
para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete
simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva
relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad.
Tercera epifanía
Al final del cuarto evangelio se dice: “Todo
esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios y creyendo en
él tengáis la vida eterna”. En la boda de Caná se pone la primera piedra de esa
fe que nos salva.
Beato Marcelo Spínola
En la ciudad de Sevilla, en España, beato Marcelo Spínola y Maestre, obispo,
que fundó círculos de obreros para mejorar la sociedad humana, trabajó por la
verdad y la equidad, y abrió su casa a los menesterosos.
Marcelo Spínola y Maestre nació en San Fernando (Cádiz) el 14 de enero de
1835, hijo de un oficial de la Armada española y marqués de la corona. Se
licenció en Derecho en la Universidad de Sevilla a los 21 años. Abrió un bufete
de abogados en Huelva, donde defendería las causas de los obreros sin exigir
honorarios, y por eso le llamaron «el abogado de los pobres». Aunque de una
manera tardía, se sintió llamado al sacerdocio. En 1864 fue ordenado sacerdote
y empezó su periplo por diversos destinos: capellán de la Iglesia de la Merced
en Sanlúcar de Barrameda hasta que el Cardenal Lastra le nombra párroco de San
Lorenzo de Sevilla integrándose en las hermandades del Gran Poder y la de la
Soledad, ambas residentes en la misma parroquia. Del Gran Poder llegó a ser
director espiritual y Mayordomo.
El 30 de octubre
de 1874 está en el confesionario. Una mujer joven enlutada acude a él buscando
orientación. Es Celia Méndez, que ha quedado viuda hace dos meses y medio. En
la cruz de la pérdida de su marido ha percibido un llamamiento de Dios hacia
algo. Búsqueda, entrega generosa y esfuerzos por parte de Marcelo y Celia
cuajarán en la fundación de la Congregación de Esclavas del Divino Corazón en
Coria, el 26 de Julio de 1885. Nace así la congregación, con el mismo espíritu
de sus fundadores: profunda vida de oración y vivo celo apostólico.
El núcleo de esta
espiritualidad que une contemplación y acción apostólica es el Corazón de
Jesucristo. La misión concreta de la Congregación es «anunciar a todos los
hombres el amor personal que Jesucristo nos tiene» a través de la educación. El
estilo con el que las Esclavas realizan su vinculación con el Señor, es el de
María, primera Esclava del Señor. Celia Méndez, guiada por D. Marcelo estará al
frente de la Congregación durante 23 años. Don Marcelo dirige a las religiosas,
las instruye y estimula a realizar la obra de la educación cristiana «formando
el corazón de los jóvenes en la verdad evangélica, ilustrando el entendimiento
por el conocimiento del saber y transformando así la sociedad».
Se suceden las
fundaciones: Coria, Málaga, Ronda, Corte Concepción, Moguer, Sevilla y Linares
en vida de los fundadores. En Andalucía se fundan casas en Aracena, Sanlúcar la
Mayor y Cazalla y se abre una casa en Madrid. En 1913 la expansión llega a
América, Brasil, Rio de Janeiro y en Argentina, Rosario y San Carlos. Son
momentos especialmente duros por el estallido de la Primera Guerra Mundial, que
dificulta aún más las comunicaciones, de suyo lentas y difíciles en esta época.
El 28 de Mayo de
1879, el Arzobispo Don Joaquín Lluch le nombra canónigo de la Santa Iglesia
Catedral de Sevilla. Posteriormente es consagrado Obispo auxiliar de
Sevilla. Preconizado por León XIII para la diócesis de Coria-Cáceres. Después,
Obispo de Málaga y en 1896, tras la muerte del cardenal de Sevilla, es nombrado
obispo de esta diócesis. Abandona Málaga, con gran pesadumbre de sus
diocesanos. En su nuevo destino volvió a dar ejemplo de su visión de futuro y
de la importancia de los medios de comunicación fundando un periódico «El
Correo de Andalucía» «para defender la verdad y la justicia».
En sus pastorales,
sus homilías y sus intervenciones públicas, Spínola cuestionó los trabajos de
los obreros, denunció los horarios y las malas condiciones en las que
desempeñan su labor y reclamó el descanso dominical. Al mismo tiempo, también
se muestra crítico con las posturas políticas emergentes que cuestionan a la
burguesía y buscan su desaparición. «Él solía decir que la iglesia había
abandonado a los más pobres» y Spínola «intenta abrir brecha en esta
situación».
Todo esto no fue
impedimento para que él, desde su humildad, se planteara en más de una ocasión
la posibilidad de renunciar al episcopado, considerándose indigno e incapaz de
este ministerio. Y si no se retiró fue, entre otras cosas, por consejo de Della
Chiesa, futuro Benedicto XV. Creado Cardenal por San Pío X. el rey de España,
Alfonso XIII, le impuso la birreta cardenalicia. En enero de 1906, tras volver
de la boda de Alfonso XIII moría en Sevilla. Juan Pablo II, en su visita a
Sevilla el 5 de noviembre de 1982, oró ante su sepulcro, que visitó
expresamente. En 1987, el mismo Juan Pablo II lo proclamó beato.
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