martes, 21 de enero de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 - DE ENERO – JUEVES – 2ª- SEMANA DE T.O. – C San Idelfonso, obispo

 


 

23 - DE ENERO – JUEVES –

2ª- SEMANA DE T.O. – C

San Idelfonso, obispo

 

  Lectura de la carta a los Hebreos (7,25–8,6):

 

  HERMANOS:

  Jesús puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.

  Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.

  Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

       En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

  Esto es lo principal de todo el discurso: Tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, y es ministro del Santuario y de la Tienda verdadera, construida por el Señor y no por un hombre.

  En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también Jesús tenga algo que ofrecer.

  Ahora bien, si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la ley.

  Estos sacerdotes están al servicio de una figura y sombra de lo celeste, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la Tienda:

  «Mira», le dijo Dios, «te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña».

  Mas ahora a Cristo le ha correspondido un ministerio tanto más excelente cuanto mejor es la alianza de la que es mediador: una alianza basada en promesas mejores.

 

Palabra de Dios

 

       Salmo:  39,7-8a.8b-9.10.17

 

   R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

 

   V/. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.

 

  V/. «—Como está escrito en mi libro— para hacer tu voluntad.»

       Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R/.

 

  V/. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes. R/.

 

   V/. Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: «Grande es el Señor» los que desean tu salvación. R/.

 

   Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,7-12):

 

  EN aquel tiempo, Jesús se retira con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.

  Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.

  Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.

      Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.

  Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban:

  «Tú eres el Hijo de Dios».

  Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

 

Palabra del Señor

 

   1.-“Tal es, el Sumo Sacerdote que nos hacía falta…”

    La carta a los Hebreos que hemos escuchado en la 1ª lectura, nos presenta en sus primeros versículos una idea capital, crucial, que afecta a todo ser humano. La humanidad ha sido salvada. El autor lo expresa con una exclamación que desborda entusiasmo: “Tal es, en efecto, el Sumo Sacerdote que necesitamos. La carta va enumerando todas las características necesarias de este Sumo Sacerdote: “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores… (V.26)”, es el Cordero que quita el pecado del mundo decimos en cada Eucaristía, es Jesús, que ha asumido en plenitud la naturaleza humana, es y sigue siendo para siempre el Hijo de Dios, sentado a la diestra del Padre, “siempre vivo para interceder en favor nuestro.

   La salvación es “perpetua” (V25), no es algo que se termina, no tenemos que angustiarnos por llegar a perderla, aun siendo como somos pecadores. Es importante vivenciar que es un don de Dios. No es algo que podemos ganar por nuestras propias acciones, con nuestro esfuerzo. Es algo que Dios nos da por pura gracia. En él y por Él hemos sido justificados, salvados.

Es mucho lo que esta carta nos dice acerca del sacerdocio y de Jesús como nuestro Sumo Sacerdote. La idea aquí es que Jesús no necesita hacer una y otra vez lo que hacen los sacerdotes del AT y los actuales. Todos ellos tienen que ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados y después por los pecados de los demás. Significa así que Jesús lo hizo una sola vez, entregándose así mismo en la Cruz, en Cristo coincide el que ofrece el sacrificio y lo que se ofrece como tal, y con ello realiza una mediación única y extraordinaria entre Dios y la humanidad. La Antigua Alianza es remplazada por la Nueva, el cumplimiento de la Ley por el desbordamiento de la Gracia.

 

2.- “Tú eres el Hijo de Dios”  

El texto de Marcos que hemos escuchado se encuentra entre una parte que va narrando varias escenas conflictivas, casi de fracaso de la misión de Jesús, dónde las autoridades religiosas buscan ya eliminarle, y la parte de después que narra la elección y envío en misión de los doce.

  El evangelio de hoy narra como Jesús prosigue la predicación de la llegada del reino de Dios. Al mismo tiempo, Marcos, de forma escueta, expresa la búsqueda y seguimiento de una gran multitud que necesita encontrarse con Jesús. Nos podemos preguntar, ¿por qué venía esa gente?

  Era gente que lo hacía espontáneamente, no necesitaban ser llevados en autobuses como ocurre hoy en día en muchos mítines o manifestaciones para hacer número, para presumir de seguidores… No. Algunos llegaban para escucharle, habían oído decir que Jesús no enseñaba como los fariseos y doctores de la ley, que Él hablaba con autoridad. Otros muchos le buscan para ser curados de muchas enfermedades, “llegaban de muchos pueblos y ciudades, al enterarse de lo que hacía”. (V 8) Todos quieren tocarle y sentir que la fuerza que emanaba de Él les curara de sus dolencias.

 

  3.- El texto es tan explícito que pone en boca de Jesús estas palabras: encargó a sus discípulos que le prepararan una barca, -no para huir- sino para que la multitud no le aplastara, (V 9) y poder así seguir hablándoles.

   Es curioso que este pasaje del Evangelio de Marcos en el que se habla de Jesús, se habla de la muchedumbre, del entusiasmo y del amor del Señor, acabe con los espíritus impuros que, cuando lo veían, gritaban:”¡Tú eres el Hijo de Dios!” y de cómo Jesús enérgicamente les ordena callarse. Sin embargo, ¡dicen la verdad! Quizás no es la forma que Jesús desea hacerlo, no desea que su predicación sea vana. No puede haber gloria sin cruz.

  Más tarde nos encontraremos con una respuesta a Pedro casi idéntica: “¡Aléjate de mí, satanás” o dicho más entendible:”¡Ponte tras de mí, Pedro!” Solo así entenderás y entenderemos el mensaje de Jesús.

 

San Idelfonso, obispo

 


Ildefonso, nacido en Toledo de noble familia hacia el año 606, profesó muy joven en el monasterio de Agalí, en las afueras de su ciudad natal, uno de los más insignes de la España visigoda. Durante el reinado de Reces­vinto, en el año 657, sucedió a san Eugenio en la sede metropolitana de Toledo.

Desarrolló una gran labor catequética defendiendo la virginidad de María y exponiendo la verdadera doctrina sobre el bautismo.

Murió el 23 de enero del año 667. Su cuerpo fue trasladado a Zamora.

 

  Nació en Toledo el año 606 o el 607, hijo de Esteban y Lucía, nobles visigodos, parientes del Rey Atanagildo; educado desde niño al lado de su tío san Eugenio III, pasó, ya entrado en la pubertad, a Sevilla, confiado a san Isidoro, en cuya Escuela cursó, con gran aprovechamiento, la Filosofía y las Humanidades, llegando a tanto el amor que su maestro le profesaba, que cuando quiso volver a Toledo, aquél se lo impidió por algún tiempo, llegando hasta encerrarle para obligarle a desistir.

        Llegó por fin a Toledo, y la fama que entonces tenía el monasterio Agaliense le arrastró a aquel retiro, impulsado además por su fuerte vocación. Sabedor su padre de esta resolución, reúne algunos amigos e invade en su compañía el convento, teniendo san Ildefonso que ocultarse para escapar a una violencia. La intercesión de su madre y de san Eugenio hicieron por fin al padre consentir, y san Ildefonso, monje, pudo dedicarse a la oración y al estudio, recibiendo las sagradas ordenanzas mayores de manos de san Eladio, y san Eugenio le nombró después arcediano de su iglesia.

      Los monjes del monasterio de san Cosme y san Damián le nombraron su abad, dignidad que también obtuvo a la muerte de Deusdedit en el monasterio donde había profesado, haciéndose admirar por el celo que desplegó en la reforma de su Orden, por su fe y su inagotable caridad. Muertos sus padres fundó con su pingüe herencia un convento de monjas en cierto heredamiento que le pertenecía en el pago llamado Deibia o Deisla, no conociéndose hoy en qué parte del término de Toledo estaba situado.

        la muerte de su tío, san Eugenio III, fue nombrado Arzobispo de Toledo, cuya silla ocupó el 1 de diciembre del año 659, no sin haberla con insistencia rehusado. Compuso, apenas elevado a la nueva dignidad, un libro que tituló "De virginitate perpetua Sanctae Mariae adversus tres infidelis", para combatir los errores de la secta joviniana. La tradición asegura que la Virgen María se le apareció y le impuso una casulla.

       Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Leocadia, por haber nacido en santo en unas casas pertenecientes a aquella colación, no lejos de la parroquia de san Román, en lo que fue luego casa de los jesuitas. Cuando la invasión de los árabes, los toledanos, que con las reliquias de sus santos y los sagrados vasos huyeron hacia las montañas de Asturias trasladaron el cuerpo del santo a Zamora.

 Dejó escritos, además del tratado "De virginitate", antes mencionado, otro con el título "De cognitione baptismi, De itinere vel progresso espirituali diserti quo pergitur post baptismum", la continuación de libro de los "Ilustres varones", de san Isidoro, y dos cartas, respuestas a otras que le dirigió Quirico, Obispo de Barcelona.

 

 

 

 

 

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