10 - DE ENERO
– VIERNES
- FERIA DE NAVIDAD – C
Beata
María Dolores Rodríguez Sopeña
Lectura de la primera carta del
apóstol san Juan (4,19–5,4):
Nosotros amamos a Dios,
porque él nos amó primero.
Si alguno dice:
«Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un
mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a
quien no ve.”
Y hemos recibido de él este
mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano. Todo el que cree que
Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser
ama también al que ha nacido de él, En esto conocemos que amamos a los hijos de
Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.
Pues en esto consiste el amor de Dios: en que
guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no, son pesados, pues todo lo
que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre
el mundo es nuestra fe.
Palabra de Dios
Salmo: 71,1-2.14.15bc.17
R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos
los pueblos de la tierra
Dios mío, confía tu juicio
al rey, tu
justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con
rectitud. R/.
Él rescatará sus vidas de
la violencia, su
sangre será preciosa a sus ojos.
Que recen por él continuamente y lo bendigan todo el
día. R/.
Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el
sol; que
él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la
tierra. R/.
Lectura del santo evangelio según San
Lucas (4,14-22a):
En aquel tiempo, Jesús
volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la
comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde
se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se
puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y,
desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar
libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le
ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Y él se puso a decirles:
«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se
admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Palabra del Señor
1.- Bien sabemos la importancia del amor en
la vida de un seguidor de Jesús. Hoy San Juan viene a remacharnos esta idea con
poderosas razones. ¿Por qué tenemos que amar al hermano? Hay una alta razón:
porque Dios nos ha amado primero a nosotros, porque hemos experimentado que Él
nos ama. De aquí se deriva que no solo tenemos que devolver ese amor a Dios,
sino que también lo debemos extender a nuestros hermanos. “Quien ama a Dios,
ame también al hermano”. Una de las tentaciones del cristiano es amar mucho a
Dios y no amar a los hermanos, al menos a algunos hermanos. No puede ser.
Después de que Dios nos ha inundado de su amor… con ese amor recibido debemos y
podemos amar a todos nuestros hermanos. Miente el que dice que ama a Dios y no
ama al hermano. En la misma línea está el mandato de Jesús: “amaos unos a otros
como yo os he amado”.
Lo
dicho: los cristianos no tenemos disculpas para nos amar a nuestros hermanos.
Si Dios nos ama… tenemos que imitarle en amar a nuestros hermanos. Todo lo que
vaya a en contra del amor, en la dirección que sea, deja de ser cristiano. Nos
va la vida, nos va nuestra felicidad.
2.- Me ha enviado para dar la buena
noticia a los pobres
El evangelio de hoy nos da pie para
preguntarnos, una vez más, para qué vino Jesús hasta nosotros. Una vez más, hay
que decir que vino para quitarnos nuestros males, para dar la buena noticia a
los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos y la libertad a
los oprimidos. En positivo, para señaladnos el camino del bien. Todo ello para
que vivamos, ya en la tierra, una vida donde la alegría, el sentido, la
esperanza ocupen un lugar preferente, antes de resucitarnos, después de nuestra
muerte, a una vida de total felicidad.
Los medios que empleó para su misión nos desconciertan desde el principio.
Estamos en tiempo de navidad, ¿Cómo llegó a Jesús hasta nosotros, hasta nuestra
tierra? Siendo Dios no le dio por venir como “Dios manda”, que diríamos
cualquiera de nosotros, naciendo en un lujoso palacio, rodeado de sirvientes
por todas partes. No, le dio por nacer en un establo teniendo que ser recostado
en un pesebre. Todo su poder divino lo empleó para predicarnos el amor y no en
rodearse de medios espectaculares. Quiso decirnos que nos quería y que le
hiciésemos caso en el camino del amor que nos proponía. Llegó, como dice san
Pablo, hasta hacerse nuestro esclavo, llegó hasta arrodillarse delante de sus
apóstoles y de nosotros, para que le hiciésemos caso. “Os he dado ejemplo para
que vosotros hagáis otro tanto”. Eso lo que nos pide Jesús: que le hagamos caso
para gozar de “vida y vida en abundancia”.
Beata María Dolores Rodríguez Sopeña
En Madrid, España,
beata María Dolores Rodríguez Sopeña, virgen, la cual dio muestras de su gran
caridad cristiana al dedicarse a los más abandonados de la sociedad de su
tiempo, acercándose especialmente a los suburbios de las mayores ciudades, y
para anunciar el Evangelio y atender a los pobres y a los obreros en cuestiones
sociales, fundó el Instituto de la Damas Catequistas y la Obra de la Doctrina.
Dolores
Rodríguez Sopeña nace en Vélez Rubio (Almería), el 30 de diciembre de 1848,
cuarta entre siete hermanos. Sus padres, Tomás Rodríguez Sopeña y Nicolasa
Ortega Salomón, castellanos, se habían trasladado desde Madrid a esa localidad
por motivos de trabajo. Don Tomás había terminado su carrera judicial demasiado
joven, por lo que no podía ejercer y consigue un empleo como administrador de
las fincas de los marqueses de Vélez.
Su infancia y adolescencia
transcurren en distintos pueblos de las Alpujarras pues, cuando su padre
empieza a ejercer como magistrado sufre a lo largo de su carrera diversos
traslados. Con todo, ella define esta etapa de su vida como un «lago de
tranquilidad». En 1866, su padre es nombrado Fiscal de la Audiencia de Almería.
Dolores tiene 17 años. Allí empieza a frecuentar la sociedad, pero a ella no le
llamaban la atención las fiestas ni la vida social; su interés es hacer bien a
los demás. En Almería tiene sus primeras experiencias apostólicas: atiende,
material y espiritualmente, a dos hermanas enfermas de tifus y a un leproso,
todo ello a escondidas por miedo a que se lo prohibiesen sus padres. También
visita a los pobres de las Conferencia de San Vicente de Paúl con su madre.
Tres años más tarde, su padre es trasladado a la Audiencia de Puerto Rico,
donde viaja con uno de sus hijos mientras el resto de la familia se instala en
Madrid. En la capital Dolores ordena mejor su vida: elige un director espiritual
y colabora enseñando la doctrina en la cárcel de mujeres, en el hospital de la
Princesa y en las Escuelas Dominicales.
En 1872, la familia se
reúne en Puerto Rico. Dolores tiene 23 años y permanecerá en América hasta los
28. Empieza su contacto con los jesuitas. El P. Goicoechea fue su primer
director espiritual. Allí funda la Asociación de Hijas de María y Escuelas para
las personas de color donde se alfabetiza y enseña el catecismo.
En 1873, su padre es
nombrado Fiscal de la Audiencia de Santiago de Cuba. Son tiempos difíciles,
pues estalla un cisma religioso en la isla. Por este motivo, su acción se
reduce a visitar a los enfermos del hospital militar. Pide la admisión en las
Hermanas de la Caridad, pero no lo consigue por su falta de vista. A la edad de
8 años había sido operada de los ojos y esta dolencia la acompañará toda la
vida.
Al terminar el cisma
empieza a trabajar en los barrios marginales y funda lo que ella denomina
«Centros de Instrucción», pues en ellos no sólo se enseñaba el catecismo sino
cultura general e incluso se prestaba asistencia médica. Para esta obra
consigue muchas colaboradoras y la establece en tres barrios distintos.
En Cuba muere su madre, su
padre pide el retiro y vuelven a Madrid en 1877. En Madrid organiza su vida en
tres frentes: el cuidado de la casa y de su padre, el apostolado, el mismo que
hacía antes de dejar la Península, y su vida espiritual: elige director
espiritual y empieza a hacer anualmente los Ejercicios Espirituales de san
Ignacio. En 1883 muere su padre y se reavivan sus luchas vocacionales.
Por indicación de su
director, el P. López Soldado sj, ingresa en el convento de las Salesas, pese a
que nunca se había planteado una vida enteramente contemplativa. A los diez
días deja el convento pues comprobó no ser su vocación. Al salir se dedica con
más intensidad al apostolado.
Abre una «Casa Social»
donde se tramitan los diversos asuntos que salen en sus visitas al hospital y a
la cárcel. En una de sus visitas a una de las presas que acababa de quedar en
libertad, conoce el Barrio de las Injurias. Corre el año 1885. Dolores tiene 36
años.
Al ver la situación moral,
material y espiritual de la gente, empieza a visitar el barrio todas las
semanas e invita a muchas de sus amigas. Ahí empezará la que luego se
denominará «Obra de las Doctrinas», antecedente de sus «Centros Obreros».
A sugerencia del
obispo de Madrid, D. Ciríaco Sancha, en 1892 funda una Asociación de Apostolado
Seglar hoy denominado «Movimiento de Laicos Sopeña». Al año siguiente recibe la
aprobación civil. La Obra se extiende en 8 barrios de la capital.
En 1896 empieza su
actividad fuera de Madrid. Pese a la oposición de la Asociación, acepta fundar
la Obra en Sevilla. Fruto de muchos malos entendidos, dimite como Presidenta en
Madrid al año siguiente y se establece en Sevilla. En sólo cuatro años realiza
199 viajes por toda España para establecer y consolidar la Obra de las
Doctrinas. A su vez, acompaña al P. Tarín, sj, en algunas misiones por
Andalucía.
En el año 1900 participa en
una peregrinación a Roma por el Año Santo. Hace un día de retiro en el sepulcro
de San Pedro y allí recibe la confirmación de fundar un Instituto Religioso que
diera continuidad a la Obra de las Doctrinas y que ayudara a sostener
espiritualmente a la Asociación laical. El Cardenal Sancha, entonces ya
arzobispo de Toledo, le propone fundar allí.
El 24 de septiembre de
1901, en Loyola, después de unos Ejercicios Espirituales realizados junto con 8
compañeras, se levanta acta de fundación del «Instituto de Damas Catequistas»
(hoy «Instituto Catequista Dolores Sopeña»), aunque la fundación oficial fue el
31 de octubre en Toledo.
Una de sus grandes
intuiciones fue fundar, al mismo tiempo, una Asociación civil, hoy llamada
«Obra Social y Cultural Sopeña - OSCUS», que, en 1902, consigue el
reconocimiento del gobierno. En 1905 recibe de la Santa Sede el Decretum laudis
y, dos años más tarde, el 21 de noviembre de 1907, la aprobación de las
Constituciones concedida directamente por S.S. Pío X.
Durante estos años, sus
«Doctrinas» se fueron transformando en «Centros Obreros de Instrucción», pues a
ellos asistían obreros fuertemente influenciados por el anticlericalismo y no
podía pretenderse la enseñanza de la religión directamente. Esto también determina
que las religiosas de este Instituto no lleven hábito y ni siquiera un signo
religioso externo. Cambia sus medios y sus métodos para poder conseguir el fin:
acercarse a los obreros «alejados de la Iglesia», que no habían podido recibir
instrucción cultural, moral ni religiosa y unir a los «distanciados
socialmente», entonces, «la clase obrera y del pueblo» con la «alta y
acomodada». Esto lo resume en dos líneas de acción: dignificar al trabajador y
crear fraternidad.
Detrás de su entrega al
servicio de los demás está una fe profunda y auténtica, una rica
espiritualidad. Su compromiso por la dignidad de la persona brota de su
experiencia de un Dios Padre de todos, que nos ama con una ternura infinita y
desea que vivamos como hijos y hermanos. De allí su gran deseo de «Hacer de
todos una sola familia en Cristo Jesús.» Su gran unión con Dios le permite
descubrirlo presente en todo y en todos, especialmente en los más necesitados
de dignidad y afecto.
Salir al encuentro de cada
persona en su situación, introducirse en los barrios marginales de la época,
era inconcebible para una mujer a finales del siglo XIX. El secreto de su
audacia es su fe, esa confianza sin límites, que ella reconoce como su mayor tesoro
y que la hace sentirse instrumento en manos de Dios, instrumento al servicio de
la fraternidad, del amor, de la misericordia, de la igualdad, de la dignidad,
de la justicia, de la paz...
En pocos años, establece
comunidades y Centros en las ciudades más industrializadas de entonces. En 1910
se celebra el primer Capítulo General y es reelegida Superiora General. En 1914
funda en Roma y en 1917 viajan las primeras Catequistas para abrir la primera
casa en América, concretamente en Chile.
Al año siguiente, el 10 de
enero de 1918, Dolores Sopeña muere en Madrid con fama de santidad.
El día 11 de julio de 1992,
Juan Pablo II declara heroicas sus virtudes y el 23 de abril de 2002 se
promulgó el Decreto de Aprobación del milagro que ha dado paso a su
Beatificación.
Actualmente la Familia
Sopeña, formada por las tres instituciones que dejó fundadas, es decir, el
Instituto Catequistas Dolores Sopeña, el Movimiento de la Laicos Sopeña y la
Obra Social y Cultural Sopeña, está presente en España, Italia, Argentina,
Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, México y República Dominicana.
Rasgos de su espiritualidad
La espiritualidad de
Dolores Sopeña tiene cuatro rasgos especialmente relevantes: es una
espiritualidad cristocéntrica, eucarística, mariana e ignaciana.
Su experiencia cristológica
destaca en Jesús dos rasgos fundamentales: Jesús como Dios encarnado y Jesús
redentor. Dios ha asumido la condición humana y sale al encuentro de cada
persona en sus penas y alegrías, necesidades y búsquedas, ofreciéndole de manera
gratuita su amor incondicional y su propia vida. Él es el centro de su vida y
de su corazón.
Dialoga con Jesús a lo
largo de toda la jornada, pero reconoce una presencia especial en la forma
consagrada. Entre sus prácticas habituales sobresalen: las visitas al
Santísimo, la Hora Santa, el Manifiesto diario. Llama al Jueves Santo el día
del Instituto, porque ese día es la fiesta del Amor y en él se instituyó la
Eucaristía. Ante el sagrario toma las grandes decisiones; ante él cada mañana
al levantarse «arregla los asuntos del día», recibe consuelo, fortaleza,
inspiración.
Su relación con Dios se
expresa en una actitud filial llena de confianza.
Reconoce la presencia de la
Virgen en su camino, en su corazón, en los grandes acontecimientos personales y
del Instituto.
El contacto con la
espiritualidad ignaciana desde muy joven sea a través de sus directores
espirituales como por la práctica anual de los Ejercicios Espirituales, dan a
toda su espiritualidad y a la de la Familia Sopeña una impronta claramente
ignaciana, en la que destaca:
Una fuerte espiritualidad
apostólica. Toda su vida está animada por el deseo de recorrer el mundo entero
para dar a conocer a Dios.
Una síntesis dialéctica
entre acción y contemplación, alcanzando la gracia de ver a Dios presente en
todo y en todos, especialmente en el rostro del hombre y la mujer del trabajo,
necesitados de promoción y a quienes nadie les había hecho descubrir el rostro
amable de Dios que los ama con infinita ternura.
Una búsqueda continua de la
voluntad de Dios. Y, una vez que la conocía, tenía un gran tesón, voluntad y
capacidad de entrega y sacrificio para cumplirla, costase lo que costase.
Su vida es un «hacer
constante», pero es un hacer de quien tiene viva la conciencia de ser un
instrumento en manos de Dios. Esta experiencia desarrolla en ella una confianza
tal que la hace ser muy audaz, capaz de allanar obstáculos y desarrollar un
apostolado sumamente arriesgado para una mujer de su tiempo.
FUENTE: www.vatican.va
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