viernes, 3 de enero de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 5 - DE ENERO – 2º - DOMINGO DESPUES DE NAVIDAD– C – San Juan Nepomuceno Neumann

 

 


 

5 - DE ENERO

– 2º - DOMINGO DESPUES DE NAVIDAD– C –

San Juan Nepomuceno Neumann

 

Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12

 

La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo.

En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso.

«El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”.

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más dejaré de existir.

Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión.

En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder.

Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad».

 

Palabra de Dios

 

Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20 R/. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

 

  Glorifica al Señor Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.

  Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

 

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina.
       Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.
R/.

 

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
R/.

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18

 

Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.

Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.

Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.

Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

 

Palabra de Dios

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

 

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

 

Palabra del Señor

 

 Una historia en cinco etapas

 


 

           Las lecturas de este domingo no son fáciles de entender. Y en la celebración parroquial se añade el problema, este año 2025, de que la gente está pensando en la cabalgata de Reyes que se celebrará por la tarde. 

            El problema de la primera lectura (Eclesiástico) es que se centra en la Sabiduría, pero hablando de ella como si fuese una señora, no un conjunto de conocimientos. Y lo poco que se lee en la liturgia no ayuda a aclarar las ideas. Por eso las he desarrollado en el “Presupuesto para entender el Prólogo”.

            La segunda lectura (Efesios) es de estilo recargado y barroco, pero más clara. El autor de la carta bendice a Dios por todos los beneficios que nos ha concedido, le da gracias por la fe de los miembros de su comunidad, y le pide que sepamos comprender la esperanza a la que nos llama.

            El evangelio (Prólogo de Juan) parece que lo compuso el evangelista a partir de un himno a la Palabra de Dios (equivalente a la Sabiduría), intercalando en dos ocasiones unas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite suprimir esos añadidos, y es lo más adecuado.      

      Presupuesto para entender el Prólogo

Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano, Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría.

         La historia de la Sabiduría de Dios

   1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36). 

El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas.

En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra.

Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.

Todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada.

2ª etapa: la Sabiduría y la creación

Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano; cuando sujetaba las nubes en la altura y fijaba las fuentes abismales.

Cuando ponía un límite al mar, y las aguas no traspasaban su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia; jugaba con la bola de la tierra disfrutaba con los hombres.

3ª etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24).

       Por todas partes busqué descanso y una heredad donde habitar.

Entonces el creador del universo me ordenó, el creador estableció mi morada:

Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.

En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.

Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

 

  Cabe la posibilidad de que algunos rechacen a la Sabiduría. Otro autor la presenta como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).

Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis mi reprensión.

            En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.

          La historia de la Palabra

  El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo Sabiduría de Dios, lo llama Logos (Verbo, Palabra).

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba al principio junto a Dios.

 

  Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios.

  Segunda etapa: la Palabra y la creación

Todo fue hecho mediante ella,

y sin ella no se hizo nada de lo hecho.

Lo que surgió en ella fue la vida,

y la vida era la luz de los hombres;

y la luz brilla en la tiniebla,

y la tiniebla no consiguió derrotarla.

 

   Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo: todo fue creado por la Palabra de Dios. El sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar..., el mármol, la madera, el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla.

   Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora.

  Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo.

En el mundo estaba, y aunque el mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció.

 

  El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero han caído en diversas formas de idolatría.

            Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza

    ¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa:

Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

 

  Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros. 

   La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza.  ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros y contemplamos su gloria, gloria de Hijo único del Padre, pleno de gracia y de lealtad.

Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia.

         Del optimismo ingenuo al realismo mágico

   La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa.

Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios.

            Este grupo contempla su gloria, y de su plenitud recibe gracia tras gracia.

 

San Juan Nepomuceno Neumann

 


    En la ciudad de Filadelfia, del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos de Norteamérica, san Juan Nepomuceno Neumann, obispo, de la Congregación del Santísimo Redentor, quien se distinguió por su solicitud a favor de los inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como en la educación cristiana de los niños.

 

 Vida de San Juan Nepomuceno Neumann  

 

  Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, hoy población checa. Juan fue el tercero de una familia de seis hijos. Durante los estudios de filosofía, realizados con los cistercienses, su afición eran las ciencias naturales tanto que pensó en estudiar medicina, pero, motivado por su madre, ingresó al seminario.

  En el año 1831, mientras estudiaba teología en el seminario de Budweis se interesó vivamente por las misiones y decidió dedicarse a la evangelización en América.

  Habiéndole llegado la hora de la ordenación sacerdotal, su obispo la defirió por tiempo indefinido. En esas circunstancias decidió partir para Estados Unidos, invitado por el obispo de Filadelfia. Desde Budweis escribió a sus padres: “Mi inalterable resolución, hace ya tres años acariciada y ahora próxima a cumplirse, de ir en auxilio de las almas abandonadas, me persuade de que es Dios el que me exige este sacrificio... Yo os ruego, queridos padres, que llevéis con paciencia esta cruz que Dios ha puesto sobre vuestros hombros y los míos.”

  Llegó a Nueva York en 1836, siendo ordenado sacerdote ese mismo año en la catedral de San Patricio. Inmediatamente se le destinó a la región de las cataratas del Niágara. Movido por un deseo de mayor entrega a Dios e impresionado por la eficacia del apostolado realizado por los misioneros redentoristas, quienes intentaban establecerse en aquellas tierras, pidió ser admitido en la congregación. Como redentorista ejerció el ministerio sagrado en Baltimore. Fue nombrado sucesivamente vicario del provincial, consejero, y finalmente superior de comunidad, en Filadelfia.

  Estando esta ciudad, fue nombrado obispo de Filadelfia. En su labor pastoral, ideó un plan llamado sistema de escuelas parroquiales para dotar a cada parroquia con una escuela católica; en sus ocho años de episcopado se abrieron setenta escuelas. En el centenario de su muerte, celebrado en Pennsylvania en el año 1960, fue reconocido por el Senado como hombre insigne, pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.

  Entre 1854 y 1855 se ausentó de su diócesis para ir a Roma en visita “ad límina”. El 8 de diciembre recibió la gracia de estar presente en la basílica de San Pedro cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. A él correspondió sostener el libro en el que el Papa leyó las palabras de la proclamación del dogma.

  De regreso a su diócesis llevó a cabo un permiso recibido del papa Pío IX: recibió los votos religiosos de tres mujeres que pertenecían a la tercera orden de San Francisco y convirtió su asociación en congregación religiosa: las Hermanas Terciarias Franciscanas, para quienes redactó unas constituciones. Murió en 1860. Fue beatificado en 1963 y canonizado en 1977 por el papa Pablo VI.

 

Fuente: Spider Martirologio + Catholic.net

 

 

 

 

 

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