5 - DE ENERO
– 2º - DOMINGO DESPUES DE NAVIDAD– C –
San Juan Nepomuceno
Neumann
Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12
La
sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en
medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el
Poderoso.
«El Creador del universo me dio una orden, el que me había
creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu
heredad en Israel”.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más
dejaré de existir.
Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así
me establecí en Sión.
En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside
mi poder.
Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en
su heredad».
Palabra de Dios
Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20 R/. El Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros.
Glorifica al Señor Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los
cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha
puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra, y
su palabra corre veloz. R/.
Anuncia
su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,
3-6. 15-18
Bendito
sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para
que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su
gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de
vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros,
recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál
es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia
a los santos.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18
En
el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era
Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de
cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste
venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por
medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre,
viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el
mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de
Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de
deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y
de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la
verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en
el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor
Una historia en cinco etapas
Las lecturas de este domingo no son fáciles
de entender. Y en la celebración parroquial se añade el problema, este año
2025, de que la gente está pensando en la cabalgata de Reyes que se celebrará
por la tarde.
El
problema de la primera lectura (Eclesiástico) es que se centra en la Sabiduría,
pero hablando de ella como si fuese una señora, no un conjunto de
conocimientos. Y lo poco que se lee en la liturgia no ayuda a aclarar las
ideas. Por eso las he desarrollado en el “Presupuesto para entender el Prólogo”.
La
segunda lectura (Efesios) es de estilo recargado y barroco, pero más clara. El
autor de la carta bendice a Dios por todos los beneficios que
nos ha concedido, le da gracias por la fe de los miembros de
su comunidad, y le pide que sepamos comprender la esperanza a
la que nos llama.
El
evangelio (Prólogo de Juan) parece que lo compuso el evangelista a partir de un
himno a la Palabra de Dios (equivalente a la Sabiduría), intercalando en dos
ocasiones unas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite suprimir esos
añadidos, y es lo más adecuado.
Presupuesto para entender el Prólogo
Las conquistas de Alejandro Magno, a
finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega.
En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada
vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían
edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de
sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la
sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo.
Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio
humano, y tenía su templo en un lugar pagano, Atenas. La verdadera sabiduría es
eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras
vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando
su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa
historia de la Sabiduría.
La historia de la Sabiduría de Dios
1ª etapa: la
Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36).
El Señor me
estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas.
En un tiempo
remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra.
Antes de los
océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas.
Todavía no
estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada.
2ª etapa: la Sabiduría y la creación
Cuando
colocaba el cielo, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano; cuando
sujetaba las nubes en la altura y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía
un límite al mar, y las aguas no traspasaban su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba
junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo
jugaba en su presencia; jugaba con la bola de la tierra disfrutaba con los hombres.
3ª etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén
(Eclesiástico, 24).
Por todas
partes busqué descanso y una heredad donde habitar.
Entonces el creador del universo me ordenó, el creador
estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me
establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén
reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción
del Señor, en su heredad.
Cabe
la posibilidad de que algunos rechacen a la Sabiduría. Otro autor la presenta
como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25).
Os llamé, y
rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis
mi reprensión.
En resumen: la
sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento
de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos
no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso.
La historia de la Palabra
El
autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos
cambios. Ante todo, en vez de llamarlo Sabiduría de Dios, lo llama Logos
(Verbo, Palabra).
Primera etapa: la Palabra junto a Dios
Al principio existía la Palabra, y la Palabra
estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba al principio junto a Dios.
Hay una diferencia notable con el
texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no;
existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no
se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios.
Segunda etapa:
la Palabra y la creación
Todo fue hecho mediante ella,
y sin ella no se hizo nada de lo hecho.
Lo que surgió en ella fue la vida,
y la vida era la luz de los hombres;
y la luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no consiguió derrotarla.
Parece un trabalenguas, pero es
muy sencillo: todo fue creado por la Palabra de Dios. El sol, la luna, las
estrellas, las montañas, el mar..., el mármol, la madera, el cristal... Todo ha
sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los
hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde
el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla
no logra imponerse, no puede derrotarla.
Tercera
etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora.
Hasta
ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto,
advierten que la Palabra es ignorada por el mundo.
En el mundo estaba, y aunque el
mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció.
El
mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran
a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en todos
los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero han
caído en diversas formas de idolatría.
Cuarta
etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza
¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío,
la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía
la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor,
en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una
desagradable sorpresa:
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Quinta etapa:
la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros.
La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la
rechaza. ¿Qué haría cualquiera de
nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos.
Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que
se puede imaginar.
Y la Palabra se hizo carne y puso su
tienda entre nosotros y contemplamos su gloria, gloria de Hijo único del Padre, pleno de
gracia y de lealtad.
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras
gracia.
Del optimismo ingenuo al realismo
mágico
La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede
parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni
todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a
Jesús, a creer en él. Ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa.
Pero a los que la recibieron los hizo
capaces de ser hijos de Dios.
Este grupo contempla su gloria, y de su plenitud
recibe gracia tras gracia.
San Juan Nepomuceno
Neumann
En la ciudad de Filadelfia, del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos
de Norteamérica, san Juan Nepomuceno Neumann, obispo, de la Congregación del
Santísimo Redentor, quien se distinguió por su solicitud a favor de los
inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como en la
educación cristiana de los niños.
Vida de San
Juan Nepomuceno Neumann
Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz, entonces parte del
Imperio Austro-Húngaro, hoy población checa. Juan fue el tercero de una familia
de seis hijos. Durante los estudios de filosofía, realizados con los
cistercienses, su afición eran las ciencias naturales tanto que pensó en
estudiar medicina, pero, motivado por su madre, ingresó al seminario.
En el año 1831, mientras estudiaba teología en el seminario de Budweis se
interesó vivamente por las misiones y decidió dedicarse a la evangelización en
América.
Habiéndole llegado la hora de la ordenación sacerdotal, su obispo la defirió
por tiempo indefinido. En esas circunstancias decidió partir para Estados
Unidos, invitado por el obispo de Filadelfia. Desde Budweis escribió a sus
padres: “Mi inalterable resolución, hace ya tres años acariciada y ahora
próxima a cumplirse, de ir en auxilio de las almas abandonadas, me persuade de
que es Dios el que me exige este sacrificio... Yo os ruego, queridos padres,
que llevéis con paciencia esta cruz que Dios ha puesto sobre vuestros hombros y
los míos.”
Llegó a Nueva York en 1836, siendo ordenado sacerdote ese mismo año en la
catedral de San Patricio. Inmediatamente se le destinó a la región de las
cataratas del Niágara. Movido por un deseo de mayor entrega a Dios e
impresionado por la eficacia del apostolado realizado por los misioneros
redentoristas, quienes intentaban establecerse en aquellas tierras, pidió ser
admitido en la congregación. Como redentorista ejerció el ministerio sagrado en
Baltimore. Fue nombrado sucesivamente vicario del provincial, consejero, y
finalmente superior de comunidad, en Filadelfia.
Estando esta ciudad, fue nombrado obispo de Filadelfia. En su labor
pastoral, ideó un plan llamado sistema de escuelas parroquiales para dotar a
cada parroquia con una escuela católica; en sus ocho años de episcopado se
abrieron setenta escuelas. En el centenario de su muerte, celebrado en
Pennsylvania en el año 1960, fue reconocido por el Senado como hombre insigne,
pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.
Entre 1854 y 1855 se ausentó de su diócesis para ir a Roma en visita “ad
límina”. El 8 de diciembre recibió la gracia de estar presente en la basílica
de San Pedro cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la
Inmaculada Concepción. A él correspondió sostener el libro en el que el Papa
leyó las palabras de la proclamación del dogma.
De regreso a su diócesis llevó a cabo un permiso recibido del papa Pío IX:
recibió los votos religiosos de tres mujeres que pertenecían a la tercera orden
de San Francisco y convirtió su asociación en congregación religiosa: las
Hermanas Terciarias Franciscanas, para quienes redactó unas constituciones.
Murió en 1860. Fue beatificado en 1963 y canonizado en 1977 por el papa Pablo
VI.
Fuente: Spider Martirologio + Catholic.net
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