3 de Noviembre
- MARTES –
XXXIª – Semana del Tiempo Ordinario
“SAN MARTÍN DE PORRES”
< FRAY
ESCOBA>
Evangelio: Lc
14, 15-24
En aquel tiempo, uno de los comensales dijo
a Jesús: “¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!”. Jesús le contestó: ‘Un hombre daba un gran
banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó un criado a
avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”. Pero ellos se excusaron uno tras
otro. El primero le dijo: ‘He
comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor”.
Otro
dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo: “Me acabo de casar y, naturalmente,
no puedo ir”.
El criado volvió a contárselo al amo.
Entonces
el dueño de la casa, indignado, le dijo al criado: “Sal corriendo a las plazas
y calles de la ciudad y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a
los cojos”.
El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que
mandaste y todavía queda sitio”.
Entonces
el amo dijo: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y
se me llene la casa”. Y os digo que ninguno de aquellos convidados
probará mi banquete”.
1. Las parábolas son pequeñas historias, tomadas
de la vida diaria, pero contadas de tal forma que, en el relato, se produce inesperadamente
un “corte” con lo que suele ocurrir en la vida cotidiana.
Ese “corte” es
un elemento de “sorpresa”, que constituye una auténtica extravagancia con lo normal,
con lo que sucede en la vida diaria de los seres humanos normales (Paul
Ricoeur, W. Harnisch).
Este corte
sorpresivo es tan importante que en eso está la clave para entender lo que la
parábola quiere enseñar, y para interpretar su significado.
2. Según lo dicho, lo primero que queda claro en
esta parábola es que el gran banquete es la imagen del Reino de Dios.
Un banquete es
fiesta, gozo, disfrute. Y todo
eso compartido, vivido y disfrutado con los demás.
Pero lo
sorprendente es que en el gran banquete de Dios no entran los que, según las
normas de lo establecido y de lo “razonable”, tendrían que entrar. Esos
no entran porque, en realidad, no les interesa el banquete.
Todos ellos
tienen asuntos que les interesan más. Asuntos relacionados con sus intereses
económicos o con su disfrute privado.
Por el contrario, los que entran en el banquete de Dios son los que
nadie diría que son los invitados: pobres, lisiados, ciegos, cojos, y hasta los
vagabundos de los
caminos.
3. Jesús trastorna todos nuestros criterios,
nuestros esquemas de pensamiento, nuestras escalas de valores. En el gran banquete de Dios no entran los que
“oficialmente” y “socialmente” se consideran los invitados, los que tienen
títulos, cargos, dignidades y tareas religiosas o apostólicas, que hacen pensar
a la gente que ellos son los que van a ir al cielo con pleno derecho. Jesús era más laico y más secular que todo
cuanto nosotros podemos imaginar. Jesús puso el gran banquete de Dios, no donde nosotros
ponemos la gran solemnidad del boato sagrado, sino donde el mundo ha puesto la
gran exclusión de los que nosotros pensamos que no tienen entrada para esa gran
solemnidad, tan pomposa como falsa.
Por eso hay que
preguntarse: ¿quiénes son los que van actualmente a misa? ¿Van
los que se podrían considerar como los actuales marginados y excluidos? ¿Por qué
los más desamparados y los sin techo y sin papeles no encuentran en nuestros
templos la acogida que encontraron los vagabundos de entonces en el gran
banquete del Reino de Dios?
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