25 de Noviembre – MIÉRCOLES –
XXXIVª – Semana del Tiempo Ordinario
“SANTA CATALINA DE ALEJANDRIA”
Evangelio: Lc 21, 12-19
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos
a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores
por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito
de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las
que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta
vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a
alguno de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un
cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas”.
1. Si algo hay claro, en estas palabras de
Jesús, es que sus discípulos no van a encontrar siempre buena acogida ante los
gobernantes políticos. Por tanto, cuando los que anuncian el Evangelio
encuentran buena acogida en quienes manejan el poder y el dinero, es probable
que no anuncien el Evangelio, sino otras cosas que, disfrazadas de Evangelio,
en realidad nada tienen que ver con Jesús. El Evangelio es siempre conflictivo
para los hombres del poder, ya sea político, económico, tecnológico, etc.
2. El mejor disfraz del Evangelio suele ser la
“religión”. Los hombres de la religión suelen tener la fuerte inclinación a
entenderse bien con los poderes públicos que respetan, costean y promueven las
instituciones religiosas y los actos de la religión. Los gobernantes que hacen
eso mantienen buenas relaciones con los dirigentes religiosos y, por supuesto,
jamás los persiguen. Por otra parte, como a grandes sectores de la población
les interesa más la Religión que el Evangelio, los gobernantes se dedican a promover
la Religión, por más que el Evangelio no se tenga en cuenta para nada.
3. El hecho es que las cosas se han puesto de
tal manera que ya resulta complicado saber si lo que buscan los religiosos y
protegen los políticos es el Evangelio, es la Religión o son los intereses y
conveniencias de todos. ¿No ha llegado la hora de poner las cosas en claro?
“SANTA CATALINA DE ALEJANDRIA”
Nada sabemos con certeza histórica del lugar y fecha
de su nacimiento. La historia nos tiene velado el nombre de sus padres. Los
datos de su muerte, según la "passio", son tardíos y están pletóricos
de elementos espureos. Por esto, algún historiador ha llegado a pensar que
quizá esta santa nunca haya existido. Así, Catalina de Alejandría sería un
personaje aleccionador salido de la literatura para ilustrar la vida de los
cristianos y estimularles en su fidelidad a la fe. De todos modos es seguro que
la fantasía ha rellenado los huecos en el curso del tiempo.
Se la presenta como una joven de extremada belleza y aún mayor inteligencia. Perteneciente a una familia noble. Residente en Alejandría. Versada en los conocimientos filosóficos de la época y buscadora incansable de la verdad. Movida por la fe cristiana, se bautiza. Su vida está enmarcada en el siglo IV, cuando Maximino Daia se ha hecho Augusto del Imperio de Oriente. Sí, le ha tocado compartir el tiempo con este "hombre semibárbaro, fiera salvaje del Danubio, que habían soltado en las cultas ciudades del Oriente", según lo describe el padre Urbel, o, con términos de Lactancio, "el mundo para él era un juguete". Recrimina al emperador su conducta y lo enmudece con sus rectos razonamientos.
Enfrentada con los sabios del imperio, descubre sus sofismas e incluso se convierten después de la dialéctica bizantina. Aparece como vencedora en la palestra de la razón y vencida por la fuerza de las armas en el martirio de rueda con cuchillas que llegan a saltar hiriendo a sus propios verdugos y por la espada que corta su cabeza de un tajo.
Se la presenta como una joven de extremada belleza y aún mayor inteligencia. Perteneciente a una familia noble. Residente en Alejandría. Versada en los conocimientos filosóficos de la época y buscadora incansable de la verdad. Movida por la fe cristiana, se bautiza. Su vida está enmarcada en el siglo IV, cuando Maximino Daia se ha hecho Augusto del Imperio de Oriente. Sí, le ha tocado compartir el tiempo con este "hombre semibárbaro, fiera salvaje del Danubio, que habían soltado en las cultas ciudades del Oriente", según lo describe el padre Urbel, o, con términos de Lactancio, "el mundo para él era un juguete". Recrimina al emperador su conducta y lo enmudece con sus rectos razonamientos.
Enfrentada con los sabios del imperio, descubre sus sofismas e incluso se convierten después de la dialéctica bizantina. Aparece como vencedora en la palestra de la razón y vencida por la fuerza de las armas en el martirio de rueda con cuchillas que llegan a saltar hiriendo a sus propios verdugos y por la espada que corta su cabeza de un tajo.
Sea lo que fuere en cuanto se refiere a la historia
comprobable, lo cierto es que la figura de nuestra santa lleva en sí la
impronta de lo recto y sublime que es dar la vida por la Verdad que con toda
fortaleza se busca y una vez encontrada se posee firmemente hasta la muerte.
Esto es lo que atestigua la tradición, la leyenda y el arte.
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