martes, 17 de noviembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 18 de Noviembre – MIÉRCOLES – XXXIIIª – Semana del Tiempo Ordinario




18 de Noviembre – MIÉRCOLES –
XXXIIIª – Semana del Tiempo Ordinario
“Dedicación de las Basílicas de San Pedo y San Pablo”

Evangelio: Lc 19,11-28
       En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén y se pensaban que el Reino de Dios iba a despunta de un momento a otro.  Dijo, pues: “Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey y volver después.  Llamó a  diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”.  Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras de él una embajada para informar: “No queremos que él sea nuestro rey”.  Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado.  El primero se presentó y dijo: “Señor, tu onza ha producido diez”. Él contestó: “Muy bien, eres un empleado cumplidor como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades” El segundo llegó y dijo: “Tu onza, señor, ha producido cinco”.  A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras».  Él le contestó: “Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco?  Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la onza y dádsela al que tiene diez”.  Le replicaron: “Señor, si ya tiene diez onzas”.  Os digo: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”.  Y a esos enemigos míos que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia» Dicho esto, echó a andar delante de ellos subiendo hacia Jerusalén”.

1.    Esta parábola no es sino una versión distinta de la parábola de los talentos (Mt 25, ~4-3O).  Pero la enseñanza es la misma: el Dios, que nos vino a revelar Jesús, no soporta a los que le tienen miedo. Porque el miedo, representado en el que devolvió la onza tal como la recibió, paraliza, es improductivo y, sobretodo, desagrada a Dios.

2.    Lo peor que podemos hacer en esta vida es dejarnos llevar por el miedo, no solo en nuestras experiencias religiosas, sino en el conjunto de
nuestra vida.  Una persona asustada y temerosa no va a ninguna parte.  Y no será sino una carga para quienes conviven con tal persona.  Porque el miedo bloquea, inutiliza, paraliza y, al final, es la perdición del hombre asustado ante Dios y ante la sociedad y sus semejantes en general.  Con lo cual estamos diciendo también que el peor servicio, que podemos hacerle a la causa del Evangelio y de la Iglesia, es dedicarnos a predicar el miedo a Dios y el miedo a las instituciones públicas, de la forma que sea.
Lo que importa de verdad no es la responsabilidad angustiosa ante Dios y ante los demás, sino saber fiarnos tanto de Dios como de todos los que vemos que merecen nuestra confianza.

3.    Esto es tan serio y tiene tal importancia, que debemos llegar hasta perder el miedo a pensar. Sentirse libre para pensar es el paso indispensable para ser una persona creativa y productiva.  El que bloquea su propia mente será un inútil en la vida, por más que se empeñe en disimularlo.

“Dedicación de las Basílicas de San Pedo y San Pablo”

Dedicación de las basílicas de los santos Pedro y Pablo, apóstoles. La primera de ellas fue edificada por el emperador Constantino sobre el sepulcro de san Pedro en la colina del Vaticano, y al deteriorarse por el paso de los años fue reconstruida con mayor amplitud y de nuevo consagrada en este mismo día de su aniversario. La otra, edificada por los emperadores Teodosio y Valentiniano en la vía Ostiense, después de quedar aniquilada por un lamentable incendio fue reedificada en su totalidad y dedicada el diez de diciembre. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la fraternidad de los apóstoles y la unidad en Iglesia (1626; 1854).

La actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa Urbano Octavo el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la Basílica antigua.
La construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la dirección de 20 Sumos Pontífices. Está construida en la colina llamada Vaticano, sobre la tumba de San Pedro.
Allí en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza abajo) y ahí mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador Constantino una Basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin cambios durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante siglos fueron hermoseando cada vez más la Basílica.
Cuando los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el Papa empezó a vivir en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta entonces los Pontífices habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de Letrán) y desde entonces la Basílica de San Pedro ha sido siempre el templo más famoso del mundo.
La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y 133 metros de altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro templo en el mundo que le iguale en extensión.
Su construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1454, y la terminó y consagró el Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en ella los más famosos artistas como Bramante, Rafael, Miguel Angel y Bernini. Su hermosura es impresionante.
Hoy recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo, que está al otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio llamado "Las tres fontanas", porque la tradición cuenta que allí le fue cortada la cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres golpes y en cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres fontantas).


La antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San León Magno y el emperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio, y entonces, con limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del mundo se construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y más hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo IV) con esta inscripción: "A San Pablo, Apóstol y Mártir".
Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario