26 de
Noviembre – JUEVES-
XXXIVª – Semana del Tiempo Ordinario
“Sta. Delfina”
Evangelio: Lc 21, 20-28
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: “Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está
cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra;
los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no
entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo
que está escrito.
¡Ay de las que estén encinto o criando
en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo
para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las
naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles
les llegue su
hora. Habrá signos en el so/y la luna y las estrellas, y en la tierra
angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres
quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima
al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del
Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder
esto, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
1. Es muy dudoso que Jesús pronunciara las
frases tan duras, que contiene este texto, sobre la destrucción de Jerusalén
(Lc 21, 20-24), el castigo del pueblo y la dispersión de Israel por todas las
naciones. La redacción de este discurso salió de la mano de Lucas (J. A.
Fitzmyer) que sin duda expresaba las ideas y sentimientos de la comunidad
cristiana para la que escribió su evangelio. Este texto puede dejar la
impresión de que los sentimientos, que en él se expresan, dejan traslucir
resentimientos anti-semíticos, que ningún bien hicieron a la unión y concordia
entre creyentes. En todo caso, es conveniente saber que la ruptura entre judíos
y cristianos no parece que se consumara hasta el siglo IV (Daniel Boyarin).
2. En los VV. 25-28, Lucas presenta la profecía
de Jesús sobre los acontecimientos que precederán a la venida del Hijo del Hombre.
¿Esperaba Jesús una venida inminente y así lo pensó la Iglesia primitiva? ¿Se
trata, más bien, de un proceso histórico que se irá desarrollando, como proceso
de creciente liberación, a lo largo de los tiempos? Estas preguntas no han
encontrado aún una respuesta clara y definitiva. Ni seguramente será posible
encontrarla. En todo caso, es claro que estamos viendo y viviendo guerras,
calamidades y situaciones que nos causan miedo y ansiedad. Pues bien, Jesús
dice: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, alzad la cabeza, se acerca
vuestra Iiberación”. Lo que Jesús profiere no es una amenaza. Es una promesa de
esperanza.
3. La “liberación” de la que habla este evangelio,
es Ja liberación definitiva y última, que se alcanza mediante la “liberación
histórica” de tantas opresiones que sufrimos en este mundo. Es la liberación de
los oprimidos por los poderes opresores. La liberación que es eje y nervio
central de la fe en Jesús el Señor.
“Sta. Delfina, viuda”
Delfina de
Signe, nació hacia 1284 en Puy•Michel en los montes del Luberón, Francia, de la
noble familia Glandèves. Una encantadora figura de mujer, que pasa por el mundo
llevando a todas partes la luz de su gracia, el perfume de la virtud, el calor
de su afecto. No era una santidad ruidosa, que haya marcado la historia de su
tiempo, sino una santidad delicadamente femenina que se difundió a su alrededor
como linfa silenciosa y generosa para alimentar en el bien a cuantos estuvieron
a su alrededor a lo largo de su vida.
Desde niña su presencia fue luz y consuelo para su
familia. A los 12 años ya estaba prometida a un joven no inferior a ella por su
gentileza, nobleza de sangre y belleza de alma. Elzeario, el novio, era hijo
del Señor de Sabran y conde de Ariano en el reino de Nápoles. Desde el
nacimiento su madre lo había ofrecido en espíritu a Dios y más tarde un austero
tío lo había educado en un monasterio. Las bodas tuvieron lugar cuatro años más
tarde. Fue un matrimonio “blanco”, porque los dos jóvenes esposos escogieron la
castidad, un medio de perfección espiritual más alto y arduo. En el castillo de
Ansouis, los dos nobles cónyuges vivieron no como castellanos sino como
penitentes; no como señores feudales sino como ascetas dignos de los tiempos heroicos
de la primitiva Iglesia.
Pasados al castillo de Puy•Michel, entraron a la
Tercera Orden Franciscana. Su vida interior se enriqueció con una nueva
dimensión, la de la caridad, mediante la cual ellos, ricos por su condición, se
hicieron humildes y pobres para socorrer a los pobres. Delfina y su esposo a
más de las penitencias, oraciones y mortificaciones, se dedicaron a todas las
obras de misericordia, destacándose en todas.
Cuando Elzeario fue enviado a su ducado de Ariano como
embajador en el reino de Nápoles, la actividad benéfica de los dos esposos
continuó en un ambiente todavía más difícil. En medio de tumultos y rebeliones,
los dos Santos fueron embajadores de concordia, de caridad, de oración.
Continuaron sus buenas obras multiplicando sus propios esfuerzos y sacrificios
hasta conquistarse la admiración del pueblo.
Elzeario murió poco después en París. Delfina en
cambio le sobrevivió largo tiempo y honró la memoria de su esposo del mejor
modo posible continuando las buenas obras e imitando sus virtudes. Tuvo la
alegría de ver a su esposo colocado por la Iglesia en el número de los Santos.
Ella, a los 74 años pudo reclinar su cabeza serena y feliz para el eterno
descanso.
Murió en Calfières, el 26 de noviembre de 1358.
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