14 de Noviembre
- SÁBADO –
XXXIIª – Semana del Tiempo Ordinario
San José Pignatelli, presbítero
Evangelio: Lc
18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los
discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta
parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los
hombres. En la misma
ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi
adversario”, por algún tiempo se negó,
pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como
esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en
la cara”. Y el Señor añadió: “Fijaos en
lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le
gritan día y noche? ¿O les dará
largas? Os digo que les hará justicia
sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”.
1. Jesús insiste en que los discípulos han de
orar. Y han de orar siempre, sin cansarse
jamás. Con esto, Jesús destaca la importancia
de la oración en la vida. Porque todos
en la vida, de una manera o de otra, por un motivo o por otro, nos vemos en la
situación de la viuda que reclama justicia.
Lo que ocurre es que, con
demasiada frecuencia, no tenemos esa experiencia de seres necesitados, indigentes. Nuestra
autosuficiencia nos incapacita para la oración. Porque ni sentimos lo necesaria que es.
2. Si “orar” es “desear”, ¿por qué será que no
nos damos cuenta de lo que tendríamos que desear intensamente, constantemente,
como la viuda que tanto le insistió al juez injusto? El problema que tenemos es que la sociedad en
que vivimos nos proporciona una serie de satisfacciones inmediatas, que tienen
la particularidad de que nos producen la impresión de que no hay que pedirle
más a la vida. Y así, seguimos de capricho
en capricho, sin caer en la cuenta de que tenemos que clamar para que nos hagan
justicia, nos faciliten una forma de vida y de convivencia, que nos haga poder
tener lo que de verdad nos hará felices y nos dará la esperanza que necesitamos
para que nuestra vida tenga sentido.
3. En definitiva, el problema es asunto de fe:
la convicción de que nosotros no nos bastamos a nosotros mismos, es decir, la
convicción de que más allá de los límites de la vida, hay una realidad última
que es la que nos humaniza y da sentido a nuestras vidas.
San José Pignatelli
Restaurador de los Jesuitas
Año 1811
Restaurador de los Jesuitas
Año 1811
El mérito especial de este santo fue el de conservar lo que quedaba de
la Compañía de Jesús (que es la Comunidad religiosa más numerosa en la
Iglesia Católica) y tratar de que los religiosos de esa comunidad pudieran
sobrevivir, a pesar de una terrible persecución.
De familia italiana, nació en Zaragoza (España) en 1737. Se hizo jesuita
y empezó a trabajar en los apostolados de su Comunidad, especialmente en
enseñar catecismo a los niños y a los presos.
En 1767 la masonería mundial se puso de acuerdo para pedir a todos los
gobernantes que expulsaran de sus países a los Padres Jesuitas. El rey Carlos
III de España obedeció las órdenes masónicas y declaró que de España y de
todos los territorios de América que dependían de ese país quedaban
expulsados los jesuitas. Con este decreto injusto le hizo un inmenso mal a
muchas naciones y a la Santa Iglesia Católica.
El Padre José Pignatelli y su hermano, que eran de familia de la alta
clase social, recibieron la oferta de poder quedarse en España pero con la
condición de que se salieran de la Compañía de Jesús. Ellos no aceptaron esto
y prefirieron irse al destierro. Se fueron a la Isla de Córcega, pero luego
los franceses invadieron esa isla y de allá también los expulsaron.
En 1774 Clemente XIV por petición de los reyes de ese tiempo dio un
decreto suprimiendo la Compañía de Jesús. Como efecto de ese Decreto 23,000
jesuitas quedaron fuera de sus casas religiosas.
El Padre Pignatelli y sus demás
compañeros, cuando oyeron leer el terrible decreto exclamaron: "Tenemos
voto de obediencia al Papa. Obedecemos sin más, y de todo corazón".
Durante los 20 años siguientes la vida del Padre José y la de los demás
jesuitas será de tremendos sufrimientos. Pasando por situaciones económicas
sumamente difíciles (como los demás jesuitas dejados sin su comunidad), pero
siempre sereno, prudente, espiritual, amable, fiel.
Se fue a la ciudad de Bolonia y allí estuvo dedicado a ayudar a otros
sacerdotes en sus labores sacerdotales, y a coleccionar libros y manuscritos
relacionados con la Compañía de Jesús y a suministrar ayuda a sus compañeros
de religión. Muchos de ellos estaban en la miseria y si eran españoles no les
dejaban ni siquiera ejercer el sacerdocio. Un día al pasar por frente a una
obra del gobierno, alguien le dijo que aquello lo habían construido con lo
que les habían quitado a los jesuitas, y Pignatelli respondió: "Entonces
deberían ponerle por nombre "Haceldama", porque así se llamó el
campo que compraron con el dinero que Judas consiguió al vender a Jesús.
Cuando los gobiernos de Europa se declaraban en contra de los jesuitas,
la emperatriz de Rusia, Catalina, prohibió publicar en su país el decreto que
mandaba acabar con la Compañía de Jesús, y recibió allá a varios religiosos
de esa comunidad. El Padre Pignatelli con permiso del Papa Pío VI se afilió a
los jesuitas que estaban en Rusia y con la ayuda de ellos empezó a organizar
otra vez a los jesuitas en Italia. Conseguía vocaciones y mandaba los
novicios a Rusia y allá eran recibidos en la comunidad. El jefe de los
jesuitas de Rusia lo nombró provincial de la comunidad en Italia, y el Papa
Pío VII aprobó ese nombramiento. Así la comunidad empezaba a renacer otra
vez, aunque fuera bajo cuerda y en gran secreto.
El Padre Pignatelli oraba y trabajaba sin descanso por conseguir que su
Comunidad volviera a renacer. En 1804 logró con gran alegría que en el reino
de Nápoles fuera restablecida la Compañía de Jesús. Fue nombrado Provincial.
Con las generosas ayudas que le enviaban sus familiares logró restablecer
casas de Jesuitas en Roma, en Palermo, en Orvieto y en Cerdeña.
Ya estaba para conseguir que el Sumo Pontífice restableciera otra vez la
Compañía de Jesús, cuando Napoleón se llevó preso a Pío VII al destierro.
El Padre Pignatelli murió en 1811 sin haber logrado que su amada
Comunidad religiosa lograra volver a renacer plenamente, pero tres años
después de su muerte, al quedar libre de su destierro el Papa Pío VII y
volver libre a Roma, decretó que la Compañía de Jesús volvía a quedar
instituida en todo el mundo, con razón Pío XI llamaba a San José Pignatelli
"el anillo que unió la Compañía de Jesús que había existido antes, con
la que empezó a existir nuevamente". Los Jesuitas lo recuerdan con
inmensa gratitud, y nosotros le suplicamos a Dios que a esta comunidad y a
todas las demás comunidades religiosas de la Iglesia Católica las conserve
llenas de un gran fervor y de grandísima santidad.
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