viernes, 13 de noviembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 14 de Noviembre - SÁBADO – XXXIIª – Semana del Tiempo Ordinario San José Pignatelli, presbítero




14 de Noviembre  - SÁBADO –
XXXIIª – Semana del Tiempo Ordinario
San José Pignatelli, presbítero

Evangelio: Lc 18,1-8

   En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.   En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”,  por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.   Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?   ¿O les dará largas?   Os digo que les hará justicia sin tardar.    Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”.

1.   Jesús insiste en que los discípulos han de orar.   Y han de orar siempre, sin cansarse jamás.   Con esto, Jesús destaca la importancia de la oración en la vida.  Porque todos en la vida, de una manera o de otra, por un motivo o por otro, nos vemos en la situación de la viuda que reclama justicia.   Lo que ocurre es que, con demasiada frecuencia, no tenemos esa experiencia de seres necesitados, indigentes.   Nuestra autosuficiencia nos incapacita para la oración.   Porque ni sentimos lo necesaria que es.

2.   Si “orar” es “desear”, ¿por qué será que no nos damos cuenta de lo que tendríamos que desear intensamente, constantemente, como la viuda que tanto le insistió al juez injusto?   El problema que tenemos es que la sociedad en que vivimos nos proporciona una serie de satisfacciones inmediatas, que tienen la particularidad de que nos producen la impresión de que no hay que pedirle más a la vida.   Y así, seguimos de capricho en capricho, sin caer en la cuenta de que tenemos que clamar para que nos hagan justicia, nos faciliten una forma de vida y de convivencia, que nos haga poder tener lo que de verdad nos hará felices y nos dará la esperanza que necesitamos para que nuestra vida tenga sentido.

3.   En definitiva, el problema es asunto de fe: la convicción de que nosotros no nos bastamos a nosotros mismos, es decir, la convicción de que más allá de los límites de la vida, hay una realidad última que es la que nos humaniza y da sentido a nuestras vidas.




San José Pignatelli
Restaurador de los Jesuitas
Año 1811
El mérito especial de este santo fue el de conservar lo que quedaba de la Compañía de Jesús (que es la Comunidad religiosa más numerosa en la Iglesia Católica) y tratar de que los religiosos de esa comunidad pudieran sobrevivir, a pesar de una terrible persecución.
De familia italiana, nació en Zaragoza (España) en 1737. Se hizo jesuita y empezó a trabajar en los apostolados de su Comunidad, especialmente en enseñar catecismo a los niños y a los presos.
En 1767 la masonería mundial se puso de acuerdo para pedir a todos los gobernantes que expulsaran de sus países a los Padres Jesuitas. El rey Carlos III de España obedeció las órdenes masónicas y declaró que de España y de todos los territorios de América que dependían de ese país quedaban expulsados los jesuitas. Con este decreto injusto le hizo un inmenso mal a muchas naciones y a la Santa Iglesia Católica.
El Padre José Pignatelli y su hermano, que eran de familia de la alta clase social, recibieron la oferta de poder quedarse en España pero con la condición de que se salieran de la Compañía de Jesús. Ellos no aceptaron esto y prefirieron irse al destierro. Se fueron a la Isla de Córcega, pero luego los franceses invadieron esa isla y de allá también los expulsaron.
En 1774 Clemente XIV por petición de los reyes de ese tiempo dio un decreto suprimiendo la Compañía de Jesús. Como efecto de ese Decreto 23,000 jesuitas quedaron fuera de sus casas religiosas.
San José PignatelliEl Padre Pignatelli y sus demás compañeros, cuando oyeron leer el terrible decreto exclamaron: "Tenemos voto de obediencia al Papa. Obedecemos sin más, y de todo corazón".
Durante los 20 años siguientes la vida del Padre José y la de los demás jesuitas será de tremendos sufrimientos. Pasando por situaciones económicas sumamente difíciles (como los demás jesuitas dejados sin su comunidad), pero siempre sereno, prudente, espiritual, amable, fiel.
Se fue a la ciudad de Bolonia y allí estuvo dedicado a ayudar a otros sacerdotes en sus labores sacerdotales, y a coleccionar libros y manuscritos relacionados con la Compañía de Jesús y a suministrar ayuda a sus compañeros de religión. Muchos de ellos estaban en la miseria y si eran españoles no les dejaban ni siquiera ejercer el sacerdocio. Un día al pasar por frente a una obra del gobierno, alguien le dijo que aquello lo habían construido con lo que les habían quitado a los jesuitas, y Pignatelli respondió: "Entonces deberían ponerle por nombre "Haceldama", porque así se llamó el campo que compraron con el dinero que Judas consiguió al vender a Jesús.
Cuando los gobiernos de Europa se declaraban en contra de los jesuitas, la emperatriz de Rusia, Catalina, prohibió publicar en su país el decreto que mandaba acabar con la Compañía de Jesús, y recibió allá a varios religiosos de esa comunidad. El Padre Pignatelli con permiso del Papa Pío VI se afilió a los jesuitas que estaban en Rusia y con la ayuda de ellos empezó a organizar otra vez a los jesuitas en Italia. Conseguía vocaciones y mandaba los novicios a Rusia y allá eran recibidos en la comunidad. El jefe de los jesuitas de Rusia lo nombró provincial de la comunidad en Italia, y el Papa Pío VII aprobó ese nombramiento. Así la comunidad empezaba a renacer otra vez, aunque fuera bajo cuerda y en gran secreto.
El Padre Pignatelli oraba y trabajaba sin descanso por conseguir que su Comunidad volviera a renacer. En 1804 logró con gran alegría que en el reino de Nápoles fuera restablecida la Compañía de Jesús. Fue nombrado Provincial. Con las generosas ayudas que le enviaban sus familiares logró restablecer casas de Jesuitas en Roma, en Palermo, en Orvieto y en Cerdeña.
Ya estaba para conseguir que el Sumo Pontífice restableciera otra vez la Compañía de Jesús, cuando Napoleón se llevó preso a Pío VII al destierro.
El Padre Pignatelli murió en 1811 sin haber logrado que su amada Comunidad religiosa lograra volver a renacer plenamente, pero tres años después de su muerte, al quedar libre de su destierro el Papa Pío VII y volver libre a Roma, decretó que la Compañía de Jesús volvía a quedar instituida en todo el mundo, con razón Pío XI llamaba a San José Pignatelli "el anillo que unió la Compañía de Jesús que había existido antes, con la que empezó a existir nuevamente". Los Jesuitas lo recuerdan con inmensa gratitud, y nosotros le suplicamos a Dios que a esta comunidad y a todas las demás comunidades religiosas de la Iglesia Católica las conserve llenas de un gran fervor y de grandísima santidad.


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