domingo, 8 de noviembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 9 de Noviembre - LUNES – XXXIIª – Semana del Tiempo Ordinario Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán



9 de Noviembre  - LUNES –
XXXIIª – Semana del Tiempo Ordinario
Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; I Corintios 3,9-13.16-17; Juan 2,13-22


Evangelio: Lc 17,1-6

   En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Es inevitable que sucedan
escándalos; pero ¡Ay del que los provoca!  Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.
Tened cuidado.   Si tu hermano te ofende,
repréndelo; si se arrepiente, perdónalo;  si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “lo siento”,  lo perdonarás”.    Los apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la fe”.   El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “arráncate de raíz y plántate en el mar y os obedecería”.

1.   El “skandalon” en griego significa una trampa que hace caer.   Según este significado general, el problema del escándalo depende del sentido que
tenga la caída.   En los evangelios, se dice que Jesús era motivo de escándalo (Mt 11, 6; 13, 57; 26, 31. 33...).   Es decir, había quien tropezaba en el camino que Jesús iba trazando con su vida.  En este texto, el escándalo se refiere a los que “son causa de ruina para alguien” (G. Stahlin).   Concretamente, Jesús se refiere a los que causan el escándalo para los niños, los pequeños e indefensos.

2.   La recomendación sobre el perdón para el que ofende, se ha de entender a partir de su paralelo en Mt 18, 15. 21-22.   No se trata de ir por la vida reprendiendo a todo el que molesta o dice algo desagradable o hiriente.
Se trata de la reconciliación que se ha de conceder, sin límite alguno, a todo el que nos ofende, de la forma que sea.   Jesús quiere que haya unión y se superen las diferencias o divisiones, por muy graves o repetidas que sean.

3.   Los apóstoles aparecen aquí, una vez más, como hombres de una fe débil, limitada o inexistente.   De los discípulos dicen los evangelios que no tenían fe (Mc 4,40) o que eran “increyentes” (Mt 17, 17) o que eran lentos para creer (Lc 24, 25).   Lo que más se repite de aquellos hombres es que tenían una fe insignificante (oligopistoi) (Mt 8, 26; 14, 31; 16, 8; Lc 12, 28).
Por más extraño que parezca, de los apóstoles no se dice, en los sinópticos, ni una sola vez que fueran hombres de fe.   Este dato es un motivo de esperanza: si ni siquiera los primeros apóstoles tuvieron claro lo de la fe, ¿qué de particular tiene que nosotros tengamos dudas y oscuridades?


Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; I Corintios 3,9-13.16-17; Juan 2,13-22
Razón de esta Celebración
Según una tradición que arranca del siglo XII, se celebra el día de hoy el aniversario de la dedicación de la basílica construida por el emperador Constantino en el Laterano. La Basílica de Letrán es la iglesia-madre de Roma, dedicada primero al Salvador y después también a San Juan Bautista.
Esta celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin de honrar aquella basílica, que es llamada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe», en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro que, como escribió san Ignacio de Antioquía, «preside a todos los congregados en la caridad».
Dios está en todas partes y no solo en el templos que los hombres edifican. Sin embargo, ya desde el A.T. Dios enseña a su pueblo la importancia de los lugares santos consagrados a El.
Jesús enseña con su ejemplo la importancia del Templo. Cuando estaba en Jerusalén solía ir al Templo a enseñar. El mismo había sido allí presentado a Su Padre. El Evangelio de hoy nos enseña que el celo por la casa de Dios, Su Padre, le consume.  
El Templo es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha acogido Su Palabra.

"vendremos a él, y haremos morada en él" (Juan 14, 23)
Pablo escribe: "¿No sabéis que sois santuario de Dios?" (1 Corintios 3, 16).

Esta verdad no contradice la importancia de honrar el templo hecho de piedra.
Aunque rezar en casa debe ser una práctica diaria, no es suficiente.  Jesús quiso salvarnos del pecado, no por separado, sino unidos como un pueblo.  Por eso instituyó la Iglesia. Esta se congrega en el templo.
 
El Templo es el lugar consagrado a Dios donde los fieles se reúne para darle culto.  En cada iglesia católica Jesús esta presente en el tabernáculo.

 El Padre Cantalamessa escribe:
Cristo fundó una ekklesia, es decir, una asamblea de llamados, que instituyó los sacramentos, como signos y transmisores de su presencia y de su salvación. Ignorar todo esto para crear la propia imagen
de Dios expone al subjetivismo más radical. Uno deja de confrontarse con los demás, sólo lo hace consigo mismo. En este caso, se verifica lo que decía el filósofo Feuerbach: Dios queda reducido a la proyección de las propias necesidades y deseos. Ya no es Dios quien crea al hombre a su imagen, sino
que el hombre crea un dios a su imagen. ¡Pero es un Dios que no salva!
Ciertamente una religiosidad conformada sólo por prácticas exteriores no sirve de nada; Jesús se opone a ella en todo el Evangelio. Pero no hay oposición entre la religión de los signos y de los sacramentos y la íntima, personas; entre el rito y el espíritu. Los grandes genios religiosos (pensemos en Agustín, Pascal, Kierkegaard, Manzoni) eran hombres de una interioridad profunda y sumamente personal y, al mismo tiempo, estaban integrados en una comunidad, iban a su iglesia, eran "practicantes".
En las Confesiones (VIII,2), san Agustín narra cómo tiene lugar al conversión al paganismo del gran orador y filósofo romano Victorino. Al convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote Simpliciano: "Ahora soy cristiano". Simpliciano le respondía: "No te creo hasta que te vea en la iglesia de Cristo". El otro le preguntó: "Entonces, ¿son las paredes las que nos hacen cristianos?". Y el tema quedó en el aire. Pero un día Victorino leyó en el Evangelio la palabra de Cristo: "quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre". Comprendió que el respeto humano, el miedo de lo que pudieran decir sus colegas, le impedía ir a la iglesia. Fue a ver a Simpliciano y le dijo:
"Vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano". Creo que esta historia tiene algo que decir hoy a más de una persona de cultura.



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