19 de Noviembre
–JUEVES –
XXXIIIª –
Semana del Tiempo Ordinario
Stª – INES DE ASÍS
Evangelio: Lc 19, 41-44
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a
Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: “i Si al menos tú comprendieras en
este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te
rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus
hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi
venida”.
1. Los estudiosos del evangelio de Lucas han discutido ampliamente si
este texto reproduce lo que realmente dijo y vivió Jesús o, más bien, lo que
aquí se cuenta es producto del mismo Lucas, que, cuando escribió este texto
sabía perfectamente todo lo que había sucedido el año 70, cuando los romanos
invadieron Jerusalén y la arrasaron. O
sea, aquí no se reproduciría una profecía de Jesús, sino lo que Lucas había
vivido el año 70. En este momento,
después de muchas discusiones, no se ha llegado a una conclusión definitiva. En cualquier caso, se suele dar por cierto que
el contenido sustancial de este relato proviene de Jesús, sin que se pueda precisar
el origen de los detalles. Pero llama la atención este dato: si el redactor
conocía la historia de la guerra de los judíos contra Roma, ¿cómo no alude a
los numerosos detalles que cuenta Flavio Josefo en su Historia de la Guerra de
los judíos, el De Bello ludaico?
2. Lo central del vaticinio de Jesús es la destrucción de la ciudad
santa y, con ella, la desaparición del templo. Este asunto es central en el
mensaje de Jesús, que anunció proféticamente tal acontecimiento (Mc 13, 2; Jn
2, 10-20; Mt 24, 2; Lc 21,
6). Además, sabemos que Jesús mostró su
desacuerdo con el templo, del que sus dirigentes habían hecho una “cueva de
bandidos” (Mt 22, 13; cf. Jr 7, 11). Además, la Iglesia primitiva tuvo muy clara la
convicción de que Jesús había iniciado un nuevo culto. La lglesia no dudó en aceptar como evangelio
auténtico el anuncio según el cual la verdadera adoración a Dios no será el
culto ligado a un edificio, a un templo de piedra, sino el culto ‘en espíritu y
verdad” (Jn 4,21-23). No ya el culto que se celebra en un sitio concreto, ‘en
este monte o en aquel (Jn 4, 23).
3. Los expertos discuten en qué consiste el culto “en espíritu y
verdad”. En todo caso, lo que está fuera
de duda es que el culto a Dios, según el texto de Jn 4,21-23, no es el culto de
los ceremoniales religiosos y de los rituales que se celebran en sitios
sagrados. No es ciertamente el culto ritual,
sino el culto existencial, que presenta y justifica la carta a los hebreos (Heb
7-13; 9, 11-27). Jesús no ofreció a Dios
un culto ritual, sino que se ofreciéndose así mismo en su existencia toda (A.
Vanhoye). La conclusión es clara: “No olvidéis de la solidaridad y de hacer el
bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios” (Heb 13, 16). Por otra parte —y esto es de extrema importancia—
queda claro que Jesús amaba a su pueblo, su capital, su templo. Cuando un hombre, cabal e íntegro, llora como
un chiquillo por una causa concreta, es que esa causa le llega al alma y le
importa mucho. ¿Qué nos dice esto? Por lo menos, una cosa capital: Jesús no
atacó a la religión de su pueblo, sino a la religión de los ritos, el culto de
los sacrificios sagrados, la religión de los sacerdotes, sea de quien sea. Dios no quiere esa mediación. La mediación para encontrar a Dios es la vida
que cada cual lleva, su honradez y su bondad.
Stª – INES DE ASÍS
En Asís, población de Umbría, en el
convento de san Damián, santa Inés, virgen, que en la flor de la juventud,
siguiendo a su hermana santa Clara, se abrazó de todo corazón a la pobreza,
bajo la dirección de san Francisco.
Cuando santa Clara abandonó la casa paterna para hacerse monja bajo
la dirección de su hermano san Francisco, su hermana Inés, que tenía entonces quince años, fue
a reunirse con ella en el convento de las benedictinas de Sant'Angelo di Panzo,
donde Clara estuvo algún tiempo. En la «Crónica de los Veinticuatro Generales»
hay un relato muy detallado sobre la forma brutal con que los parientes de
santa Inés trataron de hacerla volver atrás, así como de los milagros que
sostuvieron a la santa y obligaron a sus parientes a dejarla en paz. Sin
embargo, la bula de canonización de santa Clara, escrita por Alejandro IV, no
dice una palabra sobre ello.
San Francisco concedió el hábito a Inés y
la envió con su hermana a San Damián. Ocho años más tarde, cuando san Francisco
fundó el convento de Monticello, en Florencia. Inés fue elegida abadesa. Según
se dice, supervisó desde allí las fundaciones de Mántua, Venecia, Padua y otras
más. Bajo la sabia dirección de santa Inés, el convento de Monticello llegó a
ser casi tan famoso como el de San Damián. La santa apoyó ardientemente a su
hermana en su larga lucha para obtener el privilegio de la pobreza absoluta. En
agosto de 1253, santa Inés fue a acompañar a santa Clara en sus últimos
momentos y se dice que ésta predijo entonces que su hermana la seguiría en
breve. Lo cierto es que Santa Inés murió el 16 de noviembre del mismo año y fue
sepultada en San Damián.
En 1260, sus reliquias fueron trasladadas
junto con las de su hermana a la nueva iglesia de Santa Clara de Asís. Dios
glorificó el sepulcro de Inés con repetidos milagros. Benedicto XIV concedió a
los franciscanos el privilegio de celebrar su fiesta. Se conserva todavía una
conmovedora carta que santa Inés escribió a santa Clara en 1219, poco después
de haberse trasladado de San Damián a Monticello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario