27 de
Noviembre – VIERNES –
XXXIVª –
Semana del Tiempo Ordinario
SAN
FACUNDO Y SAN PRIMITIVO,
Mártires (Siglo
IV, P. C.)
Evangelio: Lc 21,29-33
En aquel tiempo, puso Jesús una
comparación a sus discípulos: en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan
brotes, os basta para saber que la primavera está cerca. Pues cuando veáis que
suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios. Os aseguro que
antes que pase esta generación, todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra
pasarán, mis palabras no pasarán”.
1. No os
posible saber con seguridad a qué acontecimientos concretos se refiere la
advertencia sobre la cercanía de “la primavera”. En todo caso seguro que Jesús
anuncia la llegada del Reino de Dios como una liberación para los mortales. No podemos
concretar en qué consistirá esa liberación. Pero es evidente que hablar de
liberación es hablar de un acontecimiento gozoso: el paso de la opresión a la
libertad.
2. Jesús ha
comprometido su palabra en la promesa firme de que esto sucede. Y, por tanto,
de que esto nos concierne a todos. El Evangelio es una promesa de esperanza. Lo
cual quiere decir que quienes lo aceptan, lo asumen y lo hacen inspiración de
sus convicciones, tienen todo derecho a una vida esperanzada, por muchos y muy
fuertes que sean los signos que puedan infundir miedo o pesimismo.
3. Pero, ¿a
qué “generación” se refería Jesús? Hay diversas opiniones entre los
especialistas: 1) La generación contemporánea del propio Jesús (Plummer, W. G.
Kümmel...); 2) El pueblo judío (W. Grundmann, W. Marxsen...); 3) Los seres
humanos, la humanidad en general (A. R. C. Lean Zmijewski...) (J. A. Fitzmyer).
Lo que sabemos con seguridad es que Jesús y su Evangelio son fuente de libertad
y liberación para los humanos. Más allá de eso, solamente podemos hacer
especulaciones inconcretas.
SAN
FACUNDO Y SAN PRIMITIVO,
Mártires (Siglo
IV, P. C.)
Para tentarlos y probar si con blandura y regalo
les podría atraer a su voluntad más fácilmente que con tormentos, les envió
ricos manjares, que los dos santos hermanos no quisieron recibir; y Ático,
teniendo esto por desacato é injuria, encendido de cólera y furor, los mandó echar
en un horno encendido, donde estuvieron tres días con mucho alivio y
refrigerio.
Pretendió matarlos dándoles ponzoña en la comida, y los
santos, cuando se la trajeron, entendiendo lo que venia en ella, dijeron: «
Nosotros no habíamos de gustar esta vianda, porque bien sabemos lo que hay en
ella; pero para que Ático se desengañe y se manifieste más la virtud de Cristo,
a quien servimos y adoramos, la comeremos toda.» Hicieron la señal de la cruz
sobre ella y la comieron, y el veneno perdió su fuerza por virtud de la santa
cruz y de aquel Señor a quien todas las cosas obedecen. Cuando vio esto el que
había aparejado la Ponzoña, quemó sus libros y se hizo cristiano.
Todo esto era echar aceite en el fuego y abrasar más el
corazón empedernido de Ático, el cual comenzó de nuevo a atormentar a los dos
santos hermanos, despedazando carnes, sacándoles los nervios con garfios de
hierro, echándoles aceite hirviendo por todo su cuerpo, Pegándoles hachas
encendidas a los costados, y derramando en las bocas cal viva, mezclada con
vinagre; no se contentó el impío tirano con esta tan desaforada é impía
crueldad; el mismo Ático dijo: «Cegadlos, porque me turban cuando me
miran. » sufriendo este martirio con gran constancia y mansedumbre, le dijo uno
los santos: «Mejorado nos has la vista, pues vemos ahora con solos los ojos
espirituales.»
Estando sangrientos y llagados fueron colgados de los
pies, y saliéndoles mucha sangre por las narices, los verdugos los dejaron por
muertos; al cabo de tres días fueron hallados vivos con sus ojos enteros y
claros, y las llagas sanas como si nunca hubieran sido atormentados. Mandó
Ático desollarlos vivos; y ejecutándose este tormento, uno de los que estaban
presentes dio grandes voces, diciendo: «Veo bajar dos ángeles con dos coronas en
las manos.» Entonces Ático, turbado, dijo como por escarnio: «Cortadles las
cabezas, para que ellas vayan a buscar esas coronas.»
Su martirio fue el 27 de noviembre, cerca del año
304.
Sus cuerpos fueron sepultados por los otros
cristianos en el mismo lugar donde fueron martirizados, junto al río Cea.
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