20 de Noviembre -
VIERNES –
XXXIIIª – Semana del Tiempo Ordinario
“San Crispín, obispo y mártir”
Evangelio: Lc 19,45-48
En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los
vendedores, diciéndoles: Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero
vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos”: Todos los días enseñaba
en el templo. Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores intentaban
quitarlo de en medio, pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque
el pueblo entero estaba pendiente de sus labios”.
1. La
interpretación más difundida sobre este episodio consiste en decir que Jesús quiso
la “purificación” del templo. Pero esta explicación tropieza con una dificultad:
¿qué había que purificar en el templo? Los sacrificios de animales eran parte
esencial del culto religioso. Y para sacrificar los animales, como es lógico, había
que adquirirlos. ¿Es que los vendían demasiado caros? ¿Es que con eso hacían negocio
los sacerdotes? No hay indicio alguno de estas cosas. No parece, pues, que
fuera necesaria ninguna “purificación del templo”.
2. Entonces,
¿por qué hizo Jesús una acción tan provocativa, que resultó ser la acusación
más fuerte que se hizo contra Jesús en el juicio religioso (Mt 26, 60 s par) y
el motivo de burla cuando estaba en la cruz (Mt 27. 39 s par)? Para responder a esta cuestión, se ha dicho
que el gesto de Jesús fue una “acción simbólica” (J. Roloff, J. P. Meier...). ¿En qué sentido?
Es evidente que la acción de Jesús fue un “ataque”
al templo. No simplemente a “aquel” templo. Jesús se enfrentó directamente a la
religión que tiene su centro en el templo, el que sea, y sea la que sea esa
religión. Lo que relata este evangelio
fue un ataque que se vio como un anuncio de la “destrucción” de lo religión del
templo. Los primeros cristianos estaban convencidos de esto. De ahí la acusación
que hacen contra Esteban (Hech.
6, 14). Lo que Jesús pretendía era la desaparición
del templo, que seria sustituido por el templo nuevo y perfecto (E. P.
Sanders).
3. El templo
nuevo y perfecto es Jesús mismo (Jn 2, 19-22). La presencia de Dios ya no esta
circunscrita a un espacio sagrado. Dios está en Jesús el Dios humanizado. Y por
eso está en todo ser humano. De al autor de la carta a los hebreos afirma que
la muerte de Jesús, interpretada como “sacrificio”, introdujo un “cambio
radical en la condición de la humanidad” (A. Vanhoye). La nueva religiosidad, a
partir de Jesús, no consiste en el culto y el respeto en el templo, al margen
de la vida en su totalidad, sino que consiste en la vida entera, en el respeto
a humano y en el amor sin condiciones. He aquí el cambio de religión que la
Iglesia no acepta y que los cristianos no entendemos. Por eso tampoco
entendemos, ni vivimos, el Evangelio.
San Crispín,
obispo y mártir.
En la población de Écija, en la provincia hispánica de la
Bética, El anterior Martirologio Romano especificaba que este santo alcanzó el
martirio por decapitación. El actual se limita a llamarlo obispo y mártir y
situar su martirio en la ciudad de Écija. Se encuentra su memoria desde antiguo
en la liturgia mozárabe, en la cual se conserva un himno que es testigo de la
antigua tradición según la cual padeció varios tormentos antes de ser
decapitado. Su sepulcro se conservó en Écija hasta que se extinguió el
cristianismo con la entrada de los almohades (siglo XII) y hubo en esa ciudad
un obispado a lo largo de las épocas visigoda y mozárabe que se supone
encabezado en la época de las persecuciones romanas por este san Crispín. El
elogio del Martirologio de Adón lo conmemora así: «San Crispín, obispo y mártir
en la ciudad astiagense, el cual, siendo prelado de aquella iglesia y
predicando la fe cristiana, fue preso por los gentiles y, conminado a que
sacrificase a los ídolos, como de ningún modo cedía, alcanzó la corona del
martirio, siendo decapitado el 19 de noviembre». La archidiócesis de Sevilla, a
la que ahora pertenece Écija -cuyo obispado no fue restaurado cuando la
reconquista castellana del siglo XIII-, celebra la memoria de este santo en
este día.
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