viernes, 20 de noviembre de 2015

párate UN MOMENTO: evangelio DEL DÍA 21 de Noviembre – SÁBADO – XXXIIIª – Semana del Tiempo Ordinario “Presentación de la Santísima Virgen”





21 de Noviembre – SÁBADO –
XXXIIIª – Semana del Tiempo Ordinario
“Presentación de la Santísima Virgen”

   Evangelio: Lc 20, 27-40

   En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles: son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos sino de vivos: porque para Él todos están vivos”. Intervinieron unos letrados: “Bien dicho, Maestro”. Y no se atrevían a hacerle más preguntas”.

1.   Una de las cuestiones teológicas fundamentales, que distinguían a las saduceos de los fariseos, era que no creían en la resurrección para la vida futura, mientras que los fariseos sí creían en eso. Conviene recordar que en casi todo el Antiguo Testamento no se menciona la fe en la vida eterna. Solo al final, en Dn 12,2; 2 Mac 7,9 y Jub 23, 31. La fe de los fariseos era, en cierto modo, una innovación teológica.

2.   Los saduceos, para defender su postura, echan mano de la ley del levirato, muy extendida en el Oriente antiguo. Y plantean a Jesús su caso extravagante, pero no caen en la cuenta de que la vida, posterior a la resurrección de los muertos, no necesita perpetuarse mediante las leyes biológicas que son fuente de fecundidad y de vida en este mundo. Aunque, hablando con más precisión, de la vida después de la muerte solo podemos hablar por negaciones: sabemos lo que no es. Pero nunca sabremos en este mundo lo que es la vida que, por la fe, esperamos para después de la muerte.

3.   Además, es importante dejar claro que la “ley del levirato” (de “levir” =      cuñado), según establece Deut 25, 5-10, tenía la finalidad de asegurar el nombre y la herencia de la familia (J. Dheilly). Es evidente que eso no tiene, ni puede tener, sentido cuando hablamos de la “otra vida”.

Hoy, celebramos junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María.
Es en una antigua y piadosa tradición que encontramos los orígenes de esta fiesta mariana que surge en el escrito apócrifo llamado "Protoevangelio de Santiago". Este relato cuenta que cuando la Virgen María era muy niña sus padres San Joaquín y Santa Ana la llevaron al templo de Jerusalén y allá la dejaron por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios.
Históricamente, el inicio de esta celebración fue la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva en Jerusalén en el año 543. Estas fiestas se vienen conmemorando en Oriente desde el siglo VI, inclusive el emperador Miguel Comeno cuenta sobre esto en una Constitución de 1166.
Más adelante, en 1372, el canciller en la corte del Rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón, en calidad de embajador ante el Papa Gregorio XI, le contó la magnificencia con que en Grecia celebraban esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón, y Sixto V la impuso a toda la Iglesia.
Oración:
Santa Madre María, tú que desde temprana edad te consagraste al Altísimo, aceptando desde una libertad poseída el servirle plenamente como templo inmaculado, tú que confiando en tus santos padres, San Joaquín y Santa Ana, respondiste con una obediencia amorosa al llamado de Dios Padre, tú que ya desde ese momento en el que tus padres te presentaron en el Templo percibiste en tu interior el profundo designio de Dios Amor; enséñanos Madre Buena a ser valientes seguidores de tu Hijo, anunciándolo en cada momento de nuestra vida desde una generosa y firme respuesta al Plan de Dios. Amén


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