jueves, 28 de enero de 2016

35 frases del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2016






      35 frases del mensaje del Papa Francisco     
                      para la Cuaresma 2016                   

“Misericordia quiero y no sacrificio (Mt 19, 13): Las obras de misericordia en el camino jubilar” es el lema del mensaje papal

1.- María, icono de una Iglesia que evangeliza y es evangelizada
        
(1). En la bula de convocatoria del Jubileo, invite a que “la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios” (Misericordiae vultus, 17).

(2). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa “24 horas para el Señor”, quise hacer especial hincapié en la primicia de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética.

(3). La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo, pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona este anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean todos unos signos concretos de la cercanía y del perdón de Dios.

(4). María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magníficat la misericordia con la que Dios la ha elegido.

(5). La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangelizada, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal.

(6). En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rohamin) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hersed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.

2.- La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia

 (7). El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo estable en la justicia y la verdad.

(8). Aquí estamos ante un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña un papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/a y el de esposa infiel.

(9). Este drama de amor encuentra su culmen en el Hijo hecho hombre. En él, Dios derrama su ilimitada misericordia hasta el punto que hace de él, la “misericordia encarnada” (Misericordiae vultus, 8).

(10). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que Shemà requiere de todo judío y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel.
(11).El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa para ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.

(12). Es este el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio, que “siempre hay que volver de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma u otra a lo largo de la catequesis” (Ibíd. 164).

(13). La Misericordia “entonces expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de este modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente donde se perdió y se alejó de Él.

(14). Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.

3.- Las obras de misericordia

(15). La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre, haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia.

(16). Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que  la tradición llama las obras de misericordia corporales y espirituales.

(17). Ellas –las obras de misericordia- nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo.

(18). Por eso, expresé mi deseo de que “el pueblo cristiano reflexione en el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Ibíd. 15).

(19). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo “se hace de nuevo visible en el cuerpo martirizado, llagada, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, los notemos y lo asistamos con cuidado” (Ibíd. ).

(20). Misterio inaudito y escandaloso es la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, solo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex, 3,5), más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufre a causa de su fe.

(21). Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino para sofocar dentro de sí la íntima convicción de que no es un pobre mendigo.

(22). Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc, 16, 20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión.

(23). Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizás no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoniaco “seréis como diócesis” (Gn 3,5), que es la raíz de todo pecado.

(24). Ese delirio también puede sumir sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar.

(25). Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras del pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.

Conclusión: Misericordia para salir de nuestra alienación

(26). La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos unos tiempos favorables para salir por fin de nuestra alienación espiritual gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia.

(27). Mediante las corporales, tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar.

(28). Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo.

(29).A través de este camino, también los “soberbios”, los “poderosos” y los “ricos”, de los que habla el Magníficat, tienen la posibilidad de darse cuenta de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos.

(30). Solo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre –engañándose- cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer.

(31). Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, en el pobre que llama a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de la soledad que es el infierno.

(32). He aquí, pues, que resuenan, de nuevo, para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abraham: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen” (Lc 16,29).

(33). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.

(34). No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión.

(35). Lo pedimos por intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1, 48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1, 38).
·         CUARESMA 2016


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