35 frases del mensaje
del Papa Francisco
para la Cuaresma 2016
“Misericordia quiero y
no sacrificio (Mt 19, 13): Las obras de misericordia en el camino jubilar” es
el lema del mensaje papal
1.- María, icono de una
Iglesia que evangeliza y es evangelizada
(1). En la bula de
convocatoria del Jubileo, invite a que “la Cuaresma de este Año Jubilar sea
vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar
la misericordia de Dios” (Misericordiae vultus, 17).
(2). Con la invitación a
escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa “24 horas para el
Señor”, quise hacer especial hincapié en la primicia de la escucha orante de la
Palabra, especialmente de la palabra profética.
(3). La misericordia de
Dios, en efecto, es un anuncio al mundo, pero cada cristiano está llamado a
experimentar en primera persona este anuncio. Por eso, en el tiempo de la
Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean todos
unos signos concretos de la cercanía y del perdón de Dios.
(4). María, después de
haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta
proféticamente en el Magníficat la misericordia con la que Dios la ha elegido.
(5). La Virgen de Nazaret,
prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que
evangelizada, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu
Santo, que hizo fecundo su vientre virginal.
(6). En la tradición profética,
en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente
con las entrañas maternas (rohamin) y con una bondad generosa, fiel y
compasiva (hersed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales
y parentales.
2.- La alianza de Dios
con los hombres: una historia de misericordia
(7). El misterio de la misericordia divina se revela a
lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en
efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto en su pueblo, en
cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los
momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es
preciso ratificar la alianza de modo estable en la justicia y la verdad.
(8). Aquí estamos ante un
auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña un papel de padre y de
marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/a y el de esposa infiel.
(9). Este drama de amor
encuentra su culmen en el Hijo hecho hombre. En él, Dios derrama su ilimitada
misericordia hasta el punto que hace de él, la “misericordia encarnada” (Misericordiae
vultus, 8).
(10). En efecto, como
hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta
tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que Shemà requiere
de todo judío y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel.
(11).El Hijo de Dios es el
Esposo que hace cualquier cosa para ganarse el amor de su Esposa, con quien
está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias
eternas con ella.
(12). Es este el corazón
del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina
ocupa un lugar central y fundamental. Es “la belleza del amor salvífico de Dios
manifestado en Jesucristo muerto y resucitado (Evangelii gaudium, 36),
el primer anuncio, que “siempre hay que volver de diversas maneras y siempre
hay que volver a anunciar de una forma u otra a lo largo de la catequesis” (Ibíd.
164).
(13). La Misericordia
“entonces expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una
ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (Misericordiae
vultus, 21), restableciendo de este modo la relación con él. Y, en Jesús
crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema,
justamente donde se perdió y se alejó de Él.
(14). Y esto lo hace con
la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su
Esposa.
3.- Las obras de
misericordia
(15). La misericordia de
Dios transforma el corazón del hombre, haciéndole experimentar un amor fiel, y
lo hace a su vez capaz de misericordia.
(16). Es siempre un
milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de
nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la
tradición llama las obras de misericordia corporales y espirituales.
(17). Ellas –las obras de
misericordia- nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y
cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu,
y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo.
(18). Por eso, expresé mi
deseo de que “el pueblo cristiano reflexione en el Jubileo sobre las obras de
misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra
conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza y para entrar
todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados
de la misericordia divina” (Ibíd. 15).
(19). En el pobre, en
efecto, la carne de Cristo “se hace de nuevo visible en el cuerpo martirizado,
llagada, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, los
notemos y lo asistamos con cuidado” (Ibíd. ).
(20). Misterio inaudito y
escandaloso es la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero
inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, solo
podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex, 3,5), más aún cuando el pobre es el
hermano o la hermana en Cristo que sufre a causa de su fe.
(21). Ante este amor fuerte
como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta
reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los
pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la
riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino para sofocar
dentro de sí la íntima convicción de que no es un pobre mendigo.
(22). Y cuanto mayor es el
poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este
engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro
que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc, 16, 20-21), y que es figura de
Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión.
(23). Lázaro es la
posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizás no vemos. Y este
ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual
resuena siniestramente el demoniaco “seréis como diócesis” (Gn 3,5), que es la
raíz de todo pecado.
(24). Ese delirio también
puede sumir sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del
siglo XX y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la
tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se
reduzca a una masa para utilizar.
(25). Y actualmente
también pueden mostrarlo las estructuras del pecado vinculadas a un modelo
falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del
cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino
de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
Conclusión:
Misericordia para salir de nuestra alienación
(26). La Cuaresma de este
Año Jubilar, pues, es para todos unos tiempos favorables para salir por fin de
nuestra alienación espiritual gracias a la escucha de la Palabra y a las obras
de misericordia.
(27). Mediante las
corporales, tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan
ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales
tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar,
perdonar, amonestar, rezar.
(28). Por tanto, nunca hay
que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en
el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la
conciencia de que él mismo es un pobre mendigo.
(29).A través de este
camino, también los “soberbios”, los “poderosos” y los “ricos”, de los que
habla el Magníficat, tienen la posibilidad de darse cuenta de darse cuenta de
que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por
ellos.
(30). Solo en este amor
está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre
–engañándose- cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del
poseer.
(31). Sin embargo, siempre
queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a
Cristo, en el pobre que llama a la puerta de su corazón, los soberbios, los
ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno
abismo de la soledad que es el infierno.
(32). He aquí, pues, que
resuenan, de nuevo, para ellos, al igual que para todos nosotros, las
lacerantes palabras de Abraham: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los
escuchen” (Lc 16,29).
(33). Esta escucha activa
nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre
el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su
Esposa prometida, a la espera de su venida.
(34). No perdamos este
tiempo de Cuaresma favorable para la conversión.
(35). Lo pedimos por
intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la
grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia
pequeñez (cf. Lc 1, 48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf.
Lc 1, 38).
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