9 de Enero – SÁBADO –
SEMANA DE EPIFANÍA
San
Eulogio de Córdoba,
presbítero
y mártir
Evangelio
según San Marcos (6,45-52):
Después que se saciaron los cinco mil
hombres, Jesús en seguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y
se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche,
la barca estaba en mitad del lago, y Jesús, solo, en tierra. Viendo el trabajo
con que remaban, porque tenían viento contrario, a eso de la madrugada, va
hacia ellos andando sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos,
viéndolo andar sobre el lago, pensaron que era un fantasma y dieron un grito,
porque al verlo se habían sobresaltado.
Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.»
Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender.
Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.»
Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender.
1.-
En los evangelios, los llamados “milagros sobre la naturaleza” forman una
“categoría discutible” (John P. Meier). Cuando se trata de relatos de la
antigüedad, que trasmiten un mensaje para la vida (los evangelios), lo que
importa es saber lo que contiene y nos enseña el mensaje de cada relato. En
este caso, para saber lo que nos enseña este episodio, lo primero es tener en
cuenta que, al terminar –con tanto éxito- lo
de la multiplicación de los panes, Jesús tuvo que “obligar de forma
apremiante (Mc 6,45; 14,22…) a los discípulos a subir en la barca y marcharse de allí ¿Por qué?
2.-
La reacción del gentío, al ver cómo Jesús había transformado la escasez en
abundancia, pretendieron proclamarlo rey, cosa que Jesús no aceptó (Jn. 6,15).
Sin duda, esta situación es la que motivo el firme rechazo de Jesús a aceptar
títulos y poderes. Jesús no vino a situarse sobre la gente, sino a estar con la
gente. Lo cual quiere decir que a juicio de Jesús, el problema del hambre en el
mundo no lo resuelve el poder, sino la solidaridad.
3.-
Esto es lo que, por lo visto, no compartían los discípulos. Ellos querían un
“mesías” de poder. Por eso, Jesús tuvo que obligar a los discípulos a irse de
allí. “Ellos… no habían entendido lo de los panes” (Mc 6,51) De ahí que, desde
su apetencia de poder e importancia, los discípulos solo pudieron ver en Jesús
“un fantasma”, que les produjo “miedo”. Si nuestra vida se ve dirigida por el
deseo de poder e importancia, el Evangelio será para nosotros una fuente
incesante de miedos y fantasmas. Y nos veremos condenados a la noche oscura de
los que tienen “la mente obcecada” (Mc 6,52).
San
Eulogio de Córdoba,
Presbítero
y mártir
Se ha dicho que san Eulogio fue la mayor gloria de España en
el siglo IX. Era descendiente de una familia que había tenido posesiones en
Córdoba desde la época de los romanos. El santo tenía tres hermanos y dos
hermanas. Córdoba se hallaba entonces ocupada por los moros, quienes la habían
convertido en su capital. Los moros toleraban a los cristianos, aunque les
imponían condiciones vejatorias. El culto público se les permitía mediante el
pago de un impuesto mensual; pero el proselitismo se castigaba con la pena de
muerte. Sin embargo, muchos cristianos ocupaban puestos de importancia; por
ejemplo, José, hermano menor de san Eulogio, desempeñaba un alto cargo en la
corte de Abderramán II.
Eulogio
se educó con los sacerdotes de San Zoilo. Una vez que hubo aprendido todo lo
que podían enseñarle, se puso bajo la dirección del ilustre escritor
Esperandeo, abad de un monasterio. Allí conoció a Pablo Álvarez, de quien se
hizo muy amigo y quien escribió más tarde la biografía del santo. Al terminar
sus estudios, san Eulogio recibió la ordenación sacerdotal, en tanto que
Álvarez se casó y abrazó la carrera de escritor. Los dos amigos sostuvieron una
nutrida correspondencia, pero destruyeron por mutuo acuerdo las cartas, que
eran demasiado íntimas y no suficientemente trabajadas. En su «Vida de San
Eulogio», Álvarez le describe como muy piadoso y mortificado, versado en todas
las ramas del saber, especialmente en la Sagrada Escritura; de rostro
agradable; tan humilde, que con frecuencia se atenía a las opiniones de otros,
mucho menos sabios que él, y tan amable, que se ganó el cariño de cuantos le
trataron. Su gran descanso consistía en visitar los monasterios y los
hospitales. Los monjes le tenían en tal estima que, con frecuencia, le pedían
que redactase sus reglas. En esa forma, el santo estuvo en muchas casas
religiosas de España y visitó los monasterios de Navarra y Pamplona para
revisar sus constituciones y escoger las mejores reglas.
El
año 850, estalló una súbita persecución contra los cristianos de Córdoba, ya
sea porque éstos hubiesen combatido abiertamente a los mahometanos, ya porque
trataran de convertir a algunos de ellos. La situación de los cristianos se
complicó, pues un obispo andaluz, llamado Recaredo, en vez de defender a su
grey, abrió a los lobos la puerta del redil. No sabemos por qué procedió en esa
forma; tal vez se trataba de un «moderado» que prefería la paz y la tolerancia,
al celo misionero y la persecución. En todo caso, dicho prelado fue el
responsable de la aprehensión del obispo de Córdoba y de algunos miembros de su
clero. En la prisión, Eulogio se ocupó en leer la Biblia a sus compañeros y en
exhortarles a permanecer fieles a la fe. También escribió entonces su
«Exhortación al Martirio», dedicada a las vírgenes Flora y María. En ella decía: «Sé que
estáis amenazadas de ser vendidas como esclavas y de perder la virginidad; pero
podéis estar seguras de que no es posible manchar la virginidad de vuestras
almas, por mucho que atormenten vuestros cuerpos. Algunos cristianos cobardes
os dirán, para desanimaros, que las iglesias están silenciosas, vacías y sin
culto, a causa de vuestra obstinación, y que si cedéis durante algún tiempo, os
dejarán practicar libremente vuestra religión. Os ruego que no olvidéis que el
sacrificio que agrada verdaderamente a Dios es la contrición del corazón y que
no tenéis derecho a volver atrás y renunciar a la fe que habéis confesado». Las
doncellas no perdieron la virginidad y, antes de ser decapitadas, declararon
que, en cuanto llegasen a la presencia de Jesucristo, le pedirían que sus
hermanos alcanzasen la libertad. Seis días después de su muerte, los
prisioneros quedaron libres. San Eulogio compuso entonces una narración en
verso del martirio de las dos vírgenes, para animar a los cristianos a seguir
su ejemplo. Su hermano José fue despedido de la corte y san Eulogio fue
obligado a vivir con el traidor Recaredo, pero no por ello dejó de seguir
instruyendo y alentando a los fieles con la predicación y con la pluma.
El
año 852, otros cristianos fueron martirizados. En el mismo año, el Concilio de
Córdoba prohibió entregarse espontáneamente a los perseguidores. El sucesor de
Abderramán llevó adelante la persecución con mayor violencia que su padre; ello
no hizo sino acrecentar el celo de san Eulogio, quien evitó que apostatasen
muchos cristianos débiles y alentó a muchos otros al martirio. En los tres
volúmenes de su obra titulada «Memorial de los Santos» describió los
sufrimientos y la muerte de los mártires de la persecución. También escribió
una «Apología» contra los que negaban que las víctimas de aquella persecución
eran verdaderos mártires, alegando que no habían obrado milagros, que se habían
entregado espontáneamente, que no habían sido torturados sino tan sólo
decapitados y que los perseguidores no eran idólatras, sino que creían en el
verdadero Dios. San Eulogio se defendía también a sí mismo, ya que él había
aprobado y alentado a los mártires.
Cuando
murió el arzobispo de Toledo, el clero y el pueblo eligieron a san Eulogio para
sucederle; pero el santo fue ejecutado antes de su consagración.
Había
en Córdoba una joven llamada Leocricia, convertida y bautizada por un pariente,
aunque sus padres eran mahometanos. Esto constituía un crimen que se castigaba
con la pena de muerte. Cuando los padres de la joven se enteraron de lo
sucedido, la golpearon y maltrataron cruelmente para hacerla apostatar. La
joven narró sus cuitas a san Eulogio, quien con la ayuda de su hermana Anulona,
la ayudó a escapar y la escondió en casa de unos amigos suyos. Las autoridades
descubrieron el sitio en que se hallaba la joven y llevaron ante el kadí a
todos los que la habían ayudado a escapar. Sin amedrentarse por ello, Eulogio
dijo al juez que estaba dispuesto a mostrarle el verdadero camino del cielo y
declaró que Mahoma era un impostor. El kadí le amenazó con hacerle perecer a
latigazos. El santo respondió que nada le haría renegar de su religión.
Entonces, uno de los presentes habló en privado a san Eulogio, diciéndole:
«Está bien que los ignorantes se precipiten a la muerte; pero un hombre de tu
ciencia y de tu posición no debería alentarles con su ejemplo. Hazme caso;
pliégate a las circunstancias y di una sola palabra. Después podrás practicar
libremente tu religión y te prometo que no te molestaremos más». Eulogio
replicó sonriendo: «Si sospecharas siquiera el premio que espera a quienes
perseveran hasta el fin en la fe, cambiarías en el acto todas tus dignidades
por él». En seguida empezó a predicar osadamente el Evangelio a los presentes.
Para evitarlo, el juez le condenó inmediatamente a muerte. Uno de los guardias
que le condujeron al sitio de la ejecución le abofeteó por haber hablado contra
Mahoma; el santo presentó con gran mansedumbre la otra mejilla y recibió otro
golpe. Al llegar al lugar del martirio, san Eulogio presentó el cuello al
verdugo. Santa Leocricia sufrió el martirio
cuatro días después.
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