martes, 19 de enero de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 20 enero -miércoles- San Sebastián, mártir




20 enero -miércoles-
San Sebastián, mártir
2ª Semana de Tiempo Ordinario

EVANGELIO
¿Está permitido en sábado salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 1-6

En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.
Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada:
-«Levántate y ponte ahí en medio.»
Y a ellos les preguntó:
-«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?»
Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:
-«Extiende la mano».
La extendió y su mano quedó restablecida.
En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.

       1.- Estamos ante un relato dramático, que empieza hablando de acecho o espionaje, y termina con la patética decisión de matar a Jesús. Ya, al comienzo del capítulo tres de Marcos, la religión se ve asociada con la violencia mortal. Situarse en la vida con una postura abierta de libertad, ante las observancias rituales de la religión, es un asunto sumamente peligroso. Y está claro que el Evangelio quiere avisarnos de semejante peligro.

       2.- No es exageración nada de lo que se acaba de indicar. El suceso se inicia indicando que los observantes fariseos “estaban al acecho”. Esto se dice utilizando el verbo “paratêrêo”, que significa “espiar”. Es el mismo verbo que utiliza el evangelio de Lucas cuando informa que las autoridades “enviaron espías para atrapar” a Jesús ( Lc 20,20; cf. Hech 9,24; Josefo y Filodemo el filósofo) (A. Strobel). Y el mismo suceso se cierra con la decisión de los fariseos para ir en busca de los del partido de Herodes, para “acabar con Jesús”. Los observantes religiosos vieron claramente que tenían que acabar con Jesús.

       3.- La conclusión es clara: Jesús y la religión, entendida como observancia incondicional (y por encima de lo que sea) de normas y rituales sagrados, con incompatibles. Es más, cuando la religión se entiende y se vive de esa manera, automáticamente se convierte en un peligro mortal para todo el que se pone de parte de Jesús. Por eso, al terminar la lectura de este relato impresionante, es el momento de preguntarse si vivimos, y en qué medida vivimos, nuestra relación con la religión como una amenaza, un peligro. Jesús así vivió hasta el final. ¿Por qué será que nosotros no la solemos vivir así?

San Sebastián, mártir
  
 
Sebastián, hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado en Milán. Llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo. Esta situación no podía durar mucho, y fue denunciado al emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.
El santo escogió la milicia de Cristo; desairado el Emperador, lo amenazó de muerte, pero San Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.
Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero el santo se negó rotundamente pues su corazón ardoroso del amor de Cristo, impedía que él no continuase anunciando a su Señor. Se presentó con valentía ante el Emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y el santo le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.


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