30 DE ENERO –
SÁBADO -
Santa Martina
3ª SEMANA
DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio según san Mc 4,
35-41
Aquel día, al atardecer,
dijo Jesús a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Dejando a la gente, se
lo llevaron en barca, como estaba; y otras barcas lo acompañaban. Se levantó un
fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.
Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro,
¿no te importa que nos hundamos?”. Se puso en pie, increpó al viento y dijo al
lago: “¡Silencio, cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma. Les dijo: “¿Por
qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Se quedaron espantados y se decían
unos a otros: “Pero, ¿quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”.
1. Cuando se leen relatos como el que nos
encontramos aquí, resulta inevitable la pregunta que se refiere a si lo que se
cuenta en este episodio es un hecho histórico; o si no será, más bien, una
forma de exaltar y enaltecer a Jesús, para presentarlo como verdadero Dios
presente en Jesús. Esta pregunta suele llevar a muchos lectores de los
evangelios a la duda, la incredulidad o sencillamente al abandono de la
religión. Por eso vendrá
bien recordar que las historias de milagros, en la literatura antigua, eran una
forma literaria, que se usaba en aquellos tiempos para explicar cómo “lo
trascendente” se hace visible y tangible en “lo inmanente”. Los evangelios no
son libros de religión. Son libros que contienen un mensaje religioso. Y lo que
importa es el mensaje que nos transmite el relato que tenemos presente.
2. En este episodio de la tempestad calmada, se
trata obviamente de un “mil de salvamento” Ci. P. Meier, G. Theissen). Que
viene a decir que, a veces, superamos situaciones o salimos de peligros que
humanamente parecen no tener explicación. La finalidad de este tipo de relatos
está en decirnos que nunca es bueno darse por
perdidos. Porque, a veces,
intervienen en nuestras vidas fuerzas que humanamente
no tienen solución.
3. Nunca sabremos explicar con seguridad si, en
tantas ocasiones, lo que ocurre es que Dios interviene en favor nuestro. O más
bien, lo que aquí se nos quiere decir es que hemos de ser personas que, como
Jesús, dan seguridad, ofrecen protección y garantizan que estaremos dispuestos
a sacar a los demás de las peores situaciones de peligro o amenaza. Eso es la
fe: dar seguridad, ofrecer protección, hacer que los demás se sientan seguros
cuando estamos unidos de verdad.
Santa Martina
La historia de esta joven
santa comienza por su tumba, 1400 años después de su martirio; es decir, cuando
en 1634 el activísimo Urbano VIII, empeñado en lo espiritual en la
contrareforma católica, y en lo material en la restauración de famosas iglesias
romanas, descubrió las reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la
devoción a Santa Martina y fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo
compuso el elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives
Romulei, plandite gloriae”, que era una invitación a honrar a la santa en la
vida inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio que
demostró a Cristo con su martirio.
Son pocas las noticias
históricas. La más antigua es del siglo VI, cuando el Papa Onorio le dedicó una
iglesia en Roma. Quinientos años después, al hacer excavaciones en esta
iglesia, se encontraron efectivamente las tumbas de tres mártires. En el siglo
VIII ya se celebraba la fiesta de la santa. No se sabe nada más, y por eso es
necesario buscar noticias en una Passio legendaria. Según esta narración, Santa
Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta
profesión de fe, la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador
Alejandro Severo (222-235). Este príncipe semi-oriental, abierto a todas las
curiosidades, hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en
la familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno marcó
un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo
logró una gran expansión misionera.
El autor de la Passio
ignora todo esto, y hace más bien una lista de las atroces tortures con que el
emperador martirizó a la santa. Cuenta que cuando Martina fue llevada ante la
estatua de Apolo, la convirtió en pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó
el temple y mató a los sacerdotes del dios.
El prodigio se repitió
con la estatua y el templo de Artemidas. Todo esto hubiera debido hacer pensar
a sus perseguidores; pero no, se obstinaron más y sometieron a la jovencita a
crueles tormentos, de los que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron
cortarle la cabeza con una espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno
de la Iglesia romana.
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