21 de enero
– JUEVES-
Sta.
INES, virgen y mártir
2ª Semana
del Tiempo Ordinario
EVANGELIO
Los
espíritus inmundos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios», pero él les prohibía
que lo diesen a conocer
Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 7-12
En aquel tiempo, Jesús se
retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre
de Galilea.
Al enterarse de las cosas
que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén, Idumea, Transjordania y
cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos
que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a
muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Los espíritus inmundos,
cuando lo veían, se postraban ante él, y gritaban:
- «Tú eres el Hijo de
Dios.»
Pero él les prohibía
severamente que lo diesen a conocer
1.-
Cuando la religión carga a la gente con obligaciones y con miedos, la religión
se hace odiosa. Sin duda, las religiones han sometido siempre a sus fieles. Y
estos toleraban antiguamente la sumisión sin rechistar. Desde tiempos remotos,
la religión ha sido aceptada como un sistema de rangos que implica
dependencias, sumisión y subordinación a superiores invisibles (W. Burkert). De
ahí que, para denominar a los dioses se han utilizado términos como “déspotes”,
“basileús”, “týranos”, el que tiene mayor “krátos”, fuerza (A. Henrichs, L.
Robert, E, Lane). Es más, los cristianos decimos en el Credo, definido en el
concilio de Nicea (a. 326), “Creemos en el Dios “patrokrátor”, “amo del
universo”, el título que usaron los emperadores de Roma (P. Grimal).
2.- En nuestra cultura actual, todo esto
se ha hecho intolerable. La gente no soporta así a Dios. Por eso la gente se
aleja de la religión y de sus representantes en la tierra, sacerdotes, obispos,
frailes, iglesias, etc. El contraste de todo esto es el Jesús, y el Dios-Padre
de Jesús, tal como, lo presenta los evangelios. Esto es lo que da de sí la
condición humana. Y esto es, sobre todo, lo que más se ha desarrollado en la
cultura de nuestro tiempo. La gente tolera cada día menos la represión. Y
solamente responde al poder de la seducción (Byung-Chul Han). El “poder
opresor” ha sido sustituido por el “poder-seductor”.
3.-
Tenemos que preguntarnos muy a fondo: ¿Nos seduce el evangelio? Seguramente no
nos seduce -o no nos seduce lo suficiente- porque lo entendemos, a fin de
cuentas, como “obligaciones religiosas”. Aquí está la gran equivocación. El
Evangelio es “la seducción de la felicidad compartida”. Como lo era para aquellas
gentes de Galilea, que se sentían atraídas por Jesús de tal manera, que aquello
traspasó fronteras, alcanzó a los pueblos y naciones del extranjero. Pasó
entonces con Jesús, lo que ahora está ocurriendo con el papa Francisco, atrae a
los más sencillos y necesitados, con su sola presencia y su modo de ser. ¿Por
qué no lo hacemos así todos los cristianos?
Sta.
INES, virgen y mártir
Es una de las mártires más veneradas
desde la antigüedad. Muere mártir en la ciudad eterna a principios del IV con
tan sólo doce años. El Papa Dámaso honró su sepulcro con un poema, y muchos
Padres de la Iglesia, a partir de San Ambrosio, atestiguan sus virtudes y
santidad.
Inés significa pura, sin mancha; aplicado a las
víctimas que se ofrecen en sacrificio. Al coincidir fonéticamente este nombre
(Agnes) con la palabra latina agnus, (cordero) y con la simbología especial que
este animal tiene en el cristianismo (Cristo es representado como el Agnus Dei,
el Cordero de Dios), se cultivó esta asociación de ideas y se la representó
siempre con un cordero y con la palma del martirio.
Santa Inés representa
un hito en la historia del cristianismo. Su martirio conmocionó a la
cristiandad naciente y movilizó a toda la intelectualidad cristiana. Inés era
una niña de doce años apenas, cuando tuvo que hacer frente a las pretensiones
del pretor de turno (fue durante la persecución de Septimio Severo) de que
abjurase de su fe, adorando públicamente a Minerva. Y no se le ocurrió otra
cosa para presionarla, que llevarla a un lupanar y someterla allí, desnuda, a
pública vejación.
No siendo posible
doblegarla por ningún medio, mandó el pretor decapitarla allí mismo. Dice la
tradición que, al verdugo, movido de piedad, le tembló la espada en la mano. Su
martirio causó honda impresión en toda la Iglesia, tanto en Roma como fuera de
ella.
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