miércoles, 20 de enero de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 21 de enero – JUEVES- Sta. INES




21 de enero – JUEVES-
Sta. INES, virgen y mártir
2ª Semana del Tiempo Ordinario

EVANGELIO
Los espíritus inmundos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios», pero él les prohibía que lo diesen a conocer

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 7-12
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.
Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él, y gritaban:
- «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer

1.- Cuando la religión carga a la gente con obligaciones y con miedos, la religión se hace odiosa. Sin duda, las religiones han sometido siempre a sus fieles. Y estos toleraban antiguamente la sumisión sin rechistar. Desde tiempos remotos, la religión ha sido aceptada como un sistema de rangos que implica dependencias, sumisión y subordinación a superiores invisibles (W. Burkert). De ahí que, para denominar a los dioses se han utilizado términos como “déspotes”, “basileús”, “týranos”, el que tiene mayor “krátos”, fuerza (A. Henrichs, L. Robert, E, Lane). Es más, los cristianos decimos en el Credo, definido en el concilio de Nicea (a. 326), “Creemos en el Dios “patrokrátor”, “amo del universo”, el título que usaron los emperadores de Roma (P. Grimal).

       2.- En nuestra cultura actual, todo esto se ha hecho intolerable. La gente no soporta así a Dios. Por eso la gente se aleja de la religión y de sus representantes en la tierra, sacerdotes, obispos, frailes, iglesias, etc. El contraste de todo esto es el Jesús, y el Dios-Padre de Jesús, tal como, lo presenta los evangelios. Esto es lo que da de sí la condición humana. Y esto es, sobre todo, lo que más se ha desarrollado en la cultura de nuestro tiempo. La gente tolera cada día menos la represión. Y solamente responde al poder de la seducción (Byung-Chul Han). El “poder opresor” ha sido sustituido por el “poder-seductor”.

3.- Tenemos que preguntarnos muy a fondo: ¿Nos seduce el evangelio? Seguramente no nos seduce -o no nos seduce lo suficiente- porque lo entendemos, a fin de cuentas, como “obligaciones religiosas”. Aquí está la gran equivocación. El Evangelio es “la seducción de la felicidad compartida”. Como lo era para aquellas gentes de Galilea, que se sentían atraídas por Jesús de tal manera, que aquello traspasó fronteras, alcanzó a los pueblos y naciones del extranjero. Pasó entonces con Jesús, lo que ahora está ocurriendo con el papa Francisco, atrae a los más sencillos y necesitados, con su sola presencia y su modo de ser. ¿Por qué no lo hacemos así todos los cristianos?

Sta. INES, virgen y mártir

Es una de las mártires más veneradas desde la antigüedad. Muere mártir en la ciudad eterna a principios del IV con tan sólo doce años. El Papa Dámaso honró su sepulcro con un poema, y muchos Padres de la Iglesia, a partir de San Ambrosio, atestiguan sus virtudes y santidad.

Inés significa pura, sin mancha; aplicado a las víctimas que se ofrecen en sacrificio. Al coincidir fonéticamente este nombre (Agnes) con la palabra latina agnus, (cordero) y con la simbología especial que este animal tiene en el cristianismo (Cristo es representado como el Agnus Dei, el Cordero de Dios), se cultivó esta asociación de ideas y se la representó siempre con un cordero y con la palma del martirio.

Santa Inés representa un hito en la historia del cristianismo. Su martirio conmocionó a la cristiandad naciente y movilizó a toda la intelectualidad cristiana. Inés era una niña de doce años apenas, cuando tuvo que hacer frente a las pretensiones del pretor de turno (fue durante la persecución de Septimio Severo) de que abjurase de su fe, adorando públicamente a Minerva. Y no se le ocurrió otra cosa para presionarla, que llevarla a un lupanar y someterla allí, desnuda, a pública vejación.

No siendo posible doblegarla por ningún medio, mandó el pretor decapitarla allí mismo. Dice la tradición que, al verdugo, movido de piedad, le tembló la espada en la mano. Su martirio causó honda impresión en toda la Iglesia, tanto en Roma como fuera de ella.


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