8 de Enero – VIERNES –
SEMANA DE EPIFANÍA
San
Alberto
Evangelio
según san Marcos (6,34-44):
En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima
de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con
calma.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.»
Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.»
Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.»
Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.»
Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
1.- El conocido relato de la multiplicación
de los panes se puede (y se suele) interpretar (fundamentalmente) de dos maneras
distintas. O bien como un milagro
mediante el cual Jesús resolvió el problema del hambre de varios miles de
personas necesitadas. O bien, en un
intento de explicación humana y razonable, como hecho humanitario de compartir
lo que se tiene, por poco que sea, con quienes no tienen nada. Lo cual
cambiaria, de forma sorprendente, la escasez en abundancia. En el primer caso,
seria Dios el que resuelve el problema del hambre en el mundo. En el segundo
caso seríamos nosotros los mortales, quienes tendríamos que resolver, mediante
nuestra generosidad y desprendimiento, el espantoso problema del mal reparto de
los recursos que produce el planeta.
2.- Así las cosas, lo primero que se debe
tener en cuenta es que, desde que en el mundo existe el hecho religioso, ninguna
religión, hasta ahora, le ha dado solución al problema de las desigualdades
económicas y sociales entre los humanos. Más bien, lo que han hecho (no pocas
veces) las religiones, ha sido “legitimar” las desigualdades, al “legitimar”
(con sus bendiciones o sus silencios) a los gobernantes y a los poderosos que
eran los causante de las desigualdades.
3.- Entonces, ¿cómo se resuelve este
problema, el más grave que tenemos que afrontar? No queda más salida que convencerse
de que los incontables problemas, que generan las desigualdades, se resolverán
en la medida en que nosotros las resolvamos. La cosa depende de nosotros. ¿Se
dirá que, si las religiones no han resuelto el problema, eso se debe a
nosotros, los que vamos por la vida diciendo que creemos en Jesús y su
Evangelio? Por supuesto, así es. Lo que pasa es que no basta “creer” en el
Evangelio. Hay que ponerse a “hacer” lo que dice el Evangelio. Lo que no sea
llegar a eso, es engañarnos. Y engañar a los demás. Y es que, por más que nos
cueste aceptarlo, la pura verdad es que creemos más en Dios, en la política o
la economía, que en el Evangelio. ¿Y eso es tener fe?
San Alberto
Sin embargo, poco después de su
consagración episcopal, durante un concilio que tuvo lugar en Lismore, un
elocuente sermón indujo a san Alberto a renunciar a todos los honores y
posesiones. Así pues, junto con san Erardo y otros compañeros, partió al
continente a llevar vida de peregrino. Alberto y sus compañeros llegaron a Roma
en tiempos del papa Formoso (891-896), quien les dio la bienvenida y les alentó
en sus buenos propósitos. En Roma se separaron los peregrinos, y Alberto
emprendió viaje a Jerusalén. A su regreso deseaba ver a su amigo Erardo, pero
al llegar a Ratisbona se enteró de que ya había muerto. Alberto rogó a Dios que
le llevara también a él de esta vida, y murió pocas horas después.
El relato en que nos basamos no habla de
parentesco entre Alberto y Erardo, pero otras narraciones dicen que eran
hermanos, y aun mencionan a un tercer hermano, Hildulfo, que fue arzobispo de
Tréveris; pero esto no pasa de ser una fábula. Todos los datos que poseemos
sobre san Erardo nos hacen situarle en el siglo VII, por consiguiente, es
imposible que haya visitado Roma en tiempos del papa Formoso. De hecho, este
Erardo de la leyenda de san Alberto es el mismo san Erhardo de Ratisbona que
celebramos hoy, 8 de enero, de un siglo anterior.
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