14 DE JULIO – JUEVES –
15ª- SEMANA DEL T.O.-C
San Camilo de Lelis
Evangelio según san Mateo 11,
28-30
En aquel tiempo,
Jesús exclamó:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré.
Cargad con mi yugo
y aprended de mi; que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso.
Porque mi yugo es
llevadero y mi carga
Iigera”.
1. Estas palabras de Jesús
son un mensaje genial. La “humanidad de Dios”, presente en Jesús, llama a los
seres humanos, los busca, los quiere junto a él.
No les llama para imponerles carga alguna. Ni para amenazarles. Ni
para exigirles. Y, menos aún, para recordarles que es nuestro juez y conoce
nuestras conductas y nuestras debilidades, fallos y contradicciones.
Nada de eso. Ocurre con frecuencia que los llamados
“representantes de Dios”, las “Jerarquías de la Religión”, los que, desde las
religiones más primitivas, se han denominado “despótes” y “despoina’Ç incluso
“t~rannos”
(E. Lane, H. Pleket), los que se consideraban como
“los más fuertes” (“krátoi”), los
representantes
del “todopoderoso” (“pankratés) (Esquilo. Cf. W. Kiefner), lo que han impuesto han
sido “rituales de sumisión”, cuyo ideal de creyente ha sido el “homo
humilis”=”cercano al suelo”, el hombre sometido, callado, obediente y con
aguante.
Para
fortalecer así sus pretensiones de poder, utilizando para ello a Dios.
2. Jesús, sin embargo,
llama a los “cansados y agobiados”.
Los agobiados en sus conciencias por la religión. Pero también a
los castigados por la crisis actual: los parados, los desahuciados, los
inmigrantes, los jóvenes sin futuro, los enfermos, los desengañados y los
humillados. A todos los que se ven obligados a vivir las duras condiciones
actuales de injusticia y humillación, el Dios de Jesús los llama.
Llama, por tanto, a quienes se ven sin fuerzas, sin futuro, sin
esperanza. ¿Para qué los llama?
3. Para quitarles de encima
el peso de un yugo insoportable. “El “yugo” de la Ley
suprema, la
ley del Trascendente.
Es, en el fondo, el “yugo” que justifica a los poderes que nos
quitan cada semana los derechos que, durante siglos, habíamos conquistado.
Jesús nos da la libertad y la valentía que necesitamos para
enfrentarnos a un atropello masivo, mundial, que, cada día que pasa, nos
aplasta.
En una situación, como la que estamos soportando, necesitamos
fortaleza, esperanza, una fe íntegra y, sobre todo, unirnos en la resistencia,
la protesta, la responsabilidad de personas honradas que saben estar en su
sitio.
Y, sobre todo, Jesús nos quita de encima el
“yugo” del
miedo. El miedo creciente que hace posible la sumisión de la gente al peso de
tanto dolor como nos están echando encima. Si siempre ha sido importante la fe
en el Evangelio, ahora esa fe es más necesaria que nunca. En esta situación es
cuando vivimos en condiciones de caer en la cuenta de que la vida, por más dura
que se nos presente, siempre tiene salida y en ella cabe la esperanza.
Aceptemos a Jesús en el
centro de nuestra vida. Aunque tenga que ser un Jesús “sin religión”, pero con
el “yugo llevadero” del que se siente seguro en sus brazos.
San Camilo de Lelis
Nació
en Abruzos (Italia) en 1550. Siguió la carrera militar, igual que su padre. Le
apareció una llaga en un pie, que lo hizo dejar la carrera de las armas e irse
al Hospital de Santiago en Roma para que lo curaran. En el hospital de Roma se
dedicó a ayudar y atender a otros enfermos, mientras buscaba su propia
curación. Pero en esa época adquirió el vicio del juego. Fue expulsado del
hospital y en Nápoles perdió todos los ahorros de su vida en el juego, quedando
en la miseria.
Tiempo
atrás, en un naufragio, había hecho a Dios la promesa de hacerse religioso
franciscano, pero no lo había cumplido. Estando en la más completa pobreza se
ofreció como obrero y mensajero en un convento de los Padres Capuchinos, donde
escuchó una charla espiritual que el padre superior les hacía a los obreros, y
sintió fuertemente la llamada de Dios a su conversión. Empezó a llorar y pidió
perdón por sus pecados, con la firme resolución de cambiar su forma de actuar
por completo.
Tenía
25 años. Pidió ser admitido como franciscano, pero en el convento se le abrió
de nuevo la llaga en el pie, y fue despedido. Se fue al hospital y se curó, y
logró que lo admitieran como aspirante a capuchino. Pero en el noviciado
apareció de nuevo la llaga y tuvo que irse de allí también. De nuevo en el
hospital de Santiago, se dedicó a atender a los demás enfermos, por lo que fue
nombrado asistente general del hospital. Dirigido espiritualmente por San
Felipe Neri, estudió teología y fue ordenado sacerdote.
En 1575 se dio cuenta que ante la gran cantidad de peregrinos que
llegaban a Roma, los hospitales eran incapaces de atender bien a los enfermos
que llegaban. Fue entonces que decidió fundar una comunidad de religiosos que
se dedicaran por completo a los hospitales.
San
Camilo trataba a cada enfermo como trataría a Nuestro Señor Jesucristo en
persona. Aunque tuvo que soportar durante 36 años la llaga de su pié, nadie lo
veía triste o malhumorado. Con sus mejores colaboradores fundó la Comunidad
Siervos de los Enfermos el 8 de diciembre de 1591. Ahora se llaman Padres
Camilos. Murió el 14 de julio de 1614, a los 64 años.
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