5 de Julio - MARTES -
14 Semana de. T.O.-C
San Antonio María Zaccaria, presbítero.
Evangelio
según san Mateo 9, 32-38
En aquel tiempo, llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al
demonio, y el mudo habló.
La gente decía admirada:
“Nunca se ha visto en Israel cosa igual”.
En cambio, los fariseos decían:
“Este echa los demonios con el poder del jefe de los
demonios”.
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus
sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y
todas las dolencias.
Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque andaban
extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”.
Entonces dijo a sus discípulos:
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad,
pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
1. Este
evangelio empieza directamente explicando cómo un “mudo” (“kóphos”)
era un
hombre del que se pensaba que estaba “endemoniado”, es decir, poseído por las
fuerzas del mal.
Por tanto, se tenía la convicción de que
una personas que no podía ni oír ni hablar (Sab 10, 21; Hab 2, 18; Filón, Spec.
Leg. 4, 197-98) (W. Carter), era un ser humano tan incapacitado, que tenía que
“ser llevado” hasta Jesús.
La incapacidad de este hombre, al ser sordomudo,
estaba en que no podía comunicarse.
Sufría la incapacidad de la
“incomunicación”.
2. Un
ser humano incomunicado es un ser inutilizado.
Su destino es el aislamiento y la
consiguiente inoperancia.
Por eso resulta llamativo que la curación
de un sordomudo produjera una admiración y entusiasmo que no destaca en otros
milagros.
“La gente decía admirada: “Nunca se ha
visto en Israel cosa igual”.
Los evangelios presentan como “posesión
demoníaca” lo que en realidad era “dominación política”.
Los poderes públicos hacían callar al que
les molestaba (W. Wink, P. Hollenbach).
Jesús liberaba del sufrimiento personal y
de la opresión política.
Una lección capital para aquellos
tiempos. Y también para nuestro tiempo.
Uno de los fenómenos más extraños y
peligrosos, que estamos viviendo, consiste en que todos pensamos que somos
libres, cuando en realidad nos han hecho como sordomudos. O sea, seres incomunicados.
Cuando tenemos más tecnologías de la
“información” (internet, teléfonos móviles, tv, noticias y más noticias...), es
cuando vivimos con menos “comunicación”.
O sea, más solos, más controlados y más
sometidos a poderes que detestamos, pero que al mismo tiempo nos seducen.
3. Jesús
sentía compasión por la pobre gente. A la que veía como corderos desamparados y
perdidos, sin pastor.
Jesús los veía así porque compartió la
vida con ellos.
Desde el templo de Jerusalén no se podían
ver las cosas igual. Ni se podía sentir la compasión que sentía Jesús.
De ahí que la pregunta, a la que nos
enfrenta este evangelio, es muy clara y muy fuerte:
-
¿Qué es lo
que conmueve mis entrañas cuando veo las imágenes del hambre en África, de la
violencia en Asia, y de la opulencia en EE.UU. o de la crisis en Europa?
San Antonio María Zaccaria, presbítero.
San
Antonio María Zaccaria
Sacerdote
y fundador
Año
1539.
San Antonio María Zaccaria. En este
sacerdote que murió muy joven, sí que se cumplió aquella frase del Libro de la
Sabiduría en la S. Biblia "Vivió muy poco tiempo, pero hizo obras como si
hubiera tenido una vida muy larga".
Nació
en Cremona, Italia, en 1502. Quedó huérfano de padre cuando tenía muy pocos
años. Su madre, viuda a los 18 años, renunció a nuevos matrimonios que se le
ofrecían con tal de dedicarse totalmente a la educación de su hijita y los
resultados que obtuvo fueron admirables.
Estudió
medicina en la Universidad de Padua, y allí supo cuidarse muy bien para huir de
las juergas universitarias y así conservar la santa virtud de la castidad.
Desde joven renunció a los vestidos elegantes y costosos, y vistió siempre como
la gente pobre, y el dinero que ahorraba con esto, lo repartía entre los más
necesitados.
A
los 22 años se graduó de médico y su gran deseo era dedicarse totalmente a
atender a las gentes más pobres, la mayor parte de las veces gratuitamente, y
aprovechar su profesión para ayudarles también a sus pacientes a salvar el alma
y ganarse el cielo. Pero unos años después, sus directores espirituales le
aconsejaron que hiciera también los estudios sacerdotales, y así logró
ordenarse de sacerdote. Así fue doblemente médico: de los cuerpos y de las
almas.
Antonio
María tuvo siempre desde muy pequeño un inmenso amor por los pobres. Ya en la
escuela, volvía a veces a casa sin saco, porque lo había regalado a algún
pobrecito que había encontrado por ahí tiritando de frío. Durante sus años de profesional
y sacerdote, todo lo que consigue lo reparte entre los más necesitados.
Se
trasladó a Milán (la ciudad de mayor número de habitantes en Italia) porque en
esa gran ciudad tenía más posibilidades de extender su apostolado a muchas
gentes. Y allí, por medio de la hermana Luisa Torelli fundó la comunidad de las
hermanas llamadas "Angelicales" (nombre que les pusieron porque su
convento se llamaba de "Los Santos Angeles"). El fin de esta
comunidad era preservar a las jovencitas que estaban en peligro de caer en
vicios, y redimir y volver al buen camino a las que ya habían caído. Estas
hermanas le ayudaron muchísimo a nuestro santo en todos sus apostolados.
Luego con otros compañeros fundó la
Comunidad llamada "Clérigos de San Pablo" los cuales, por vivir en un
convento llamado de San Bernabé, fueron llamados por la gente "Los Padres
Bernabitas". Esta congregación tenía por fin predicar para convertir a los
pecadores, extender por todas partes la devoción a la Pasión y muerte de
Cristo, y a su santa Cruz. Y esforzarse lo más posible por tratar de obtener la
renovación de la vida espiritual y piadosa entre el pueblo, que estaba muy
decaida y relajada. Estos religiosos hicieron tanto bien en la ciudad y sus
alrededores que unos años más tarde, San Carlos, gran arzobispo de Milán, dirá
de ellos: "Son la ayuda más formidable que he encontrado en mi
arquidiócesis".
San
Antonio María sentía un gran cariño por la Sagrada Eucaristía, donde está
Cristo presente en la Santa Hostia, con su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad.
Por eso propagó por todas partes la devoción de las Cuarenta Horas, que
consiste en dedicar tres días cada año, en cada templo, a honrar solemnemente a
la Sma. Eucaristía con rezos, cantos y otros actos solemnes de culto.
Otra
de sus grandes devociones era la pasión y muerte de Cristo. Cada viernes, a las
tres de la tarde hacía sonar las campanas, para recordar a la gente que a esa
hora había muerto Nuestro Señor. Siempre llevaba una imagen de Jesús
crucificado, y se esmeraba por hacer que sus oyentes meditaran en los
sufrimientos de Jesús en su Pasión y Muerte, porque esto aumenta mucho el amor
hacia el Redentor. Y una tercera devoción que lo acompaño en sus años de
sacerdocio fue un enorme entusiasmo por las Cartas de San Pablo. Su lectura lo
emocionaba hasta el extremo, y de ellas predicaba, y a sus discípulos les
insistía en que leyeran tan preciosas cartas frecuentemente, y que meditaran en
sus importantísimas enseñanzas. A él le sucedió lo que le ha pasado a miles y
millones de creyentes en el mundo entero, que al leer las Cartas de San Pablo
han descubierto en ellas unos mensajes celestiales tan interesantes que quedan
entusiasmados para siempre por su lectura y meditación.
A
nuestro santo le correspondió vivir en los tiempos difíciles en los que en
Alemania el falso reformador Lutero proclamaba una falsa reforma en la
religión, y en Roma y España, San Ignacio y sus jesuitas empezaban a trabajar
por conseguir una verdadera reforma de la Iglesia, y muchísimos católicos
sentían un intenso deseo de que empezara una era de mayor fervor y menos
frialdad y maldad. San Antonio María fue uno de los que con su enorme
apostolado preparó la gran Reforma de la Iglesia Católica que iba a traer el
Concilio de Trento.
Siendo
aún muy joven, sintió que de tanto trabajar por el apostolado, le faltaban las
fuerzas. Se fue a casa de su santa madre, y en sus brazos murió el 5 de julio
de 1539. Tenía apenas 37 años, pero había hecho labores apostólicas como si
hubiera trabajado por tres docenas de años más. El Papa León XIII lo declaró
santo en 1897. Y nosotros le pedimos a San Antonio Zaccaría, que pida mucho al
buen Dios para que la Iglesia Católica se renueve día por día y no vaya a caer
nunca en la relajación y que no se enfríe nunca en el santo fervor que Nuestro
Señor quiere de cada uno de los creyentes.
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