24 de Julio -DOMINGO –
17ª – Semana del T.-O.-C
- Lectura del libro del Génesis
(18,20-32):
Lectura del libro del Génesis (18,20-32):
En aquellos días, el Señor dijo: «La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.»
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?»
El Señor contestó: «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.»
Abrahán respondió: «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?»
Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.»
Abrahán insistió: «Quizá no se encuentren más que cuarenta.»
Le respondió: «En atención a los cuarenta, no lo haré.»
Abrahán siguió: «Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?»
Él respondió: «No lo haré, si encuentro allí treinta.»
Insistió Abrahán: «Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?»
Respondió el Señor: «En atención a los veinte, no la destruiré.»
Abrahán continuó: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?»
Contestó el Señor: «En atención a los diez, no la destruiré.»
Lectura del libro del Génesis (18,20-32):
En aquellos días, el Señor dijo: «La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.»
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?»
El Señor contestó: «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.»
Abrahán respondió: «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?»
Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.»
Abrahán insistió: «Quizá no se encuentren más que cuarenta.»
Le respondió: «En atención a los cuarenta, no lo haré.»
Abrahán siguió: «Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?»
Él respondió: «No lo haré, si encuentro allí treinta.»
Insistió Abrahán: «Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?»
Respondió el Señor: «En atención a los veinte, no la destruiré.»
Abrahán continuó: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?»
Contestó el Señor: «En atención a los diez, no la destruiré.»
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Sal 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8
R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Sal 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8
R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;
extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Sal 137,1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8
R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;
extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
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Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Colosenses (2,12-14):
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en él, perdonándoos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,1-13):
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus
discípulos.»
Él les dijo:
«Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu
nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos
nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe
algo, y no nos dejes caer en la tentación."»
Y les dijo:
«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante
la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis
amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro,
el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y
yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro
insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo
suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien
busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan,
le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide
un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que se lo piden?»
Regateo e insistencia.
Uno de los temas típicos del evangelio de Lucas es la
oración. Según una opinión bastante aceptada, él escribe para cristianos
procedentes del paganismo, que no están habituados a rezar. Hay que
descubrirles ese mundo, y Lucas lo hace de la forma más sencilla y convincente:
proponiendo modelos.
Un regateo
inútil (Génesis 18, 20-32)
La
primera lectura nos ofrece un tipo de oración muy curioso: la intercesión a
través del regateo. Los occidentales hemos perdido esta costumbre, esencial en el
mundo semítico. Nada se compra al primer precio. Hay que ir bajándolo,
regateando, hasta que se consigue el que uno considera adecuado. En cualquier
caso, aunque el comprador termine contento, siempre sale perdiendo. Eso es lo
que le ocurrirá a Abrahán.
En aquellos días, el Señor dijo:
‒ La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a
bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo
sabré.
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en
compañía de Abrahán.
Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:
‒ ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta
inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los
cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al
inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del
culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?
El Señor contestó:
‒ Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la
ciudad en atención a ellos.
Abrahán respondió:
‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan
cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la
ciudad?
Respondió el Señor:
‒ No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.
Abrahán insistió:
‒ Quizá no se encuentren más que cuarenta.
Le respondió:
‒ En atención a los cuarenta, no lo haré.
Abrahán siguió:
‒ Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?
Él respondió:
‒ No lo haré, si encuentro allí treinta.
Insistió Abrahán:
‒ Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?
Respondió el Señor:
‒ En atención a los veinte, no la destruiré.
Abrahán continuó:
‒ Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?
Contestó el Señor:
‒ En atención a los diez, no la destruiré.
He titulado este episodio
“Un regateo inútil” porque, en definitiva, no sirve de nada. Sodoma y Gomorra
desaparecen irremisiblemente porque no se encuentran en ella ni siquiera diez
personas inocentes.
En
realidad, el mensaje fundamental de este episodio no es la oración de intercesión
sino la dificultad de compaginar las desgracias que ocurren en la historia con
la justicia y la bondad de Dios. Este tema preocupó enormemente a los teólogos
de Israel, sobre todo después de la dura experiencia de la destrucción de
Jerusalén y del destierro a Babilonia en el siglo VI a.C.
En una
religión monoteísta, como la de Israel, el problema del mal y de la justicia
divina se vuelve especialmente agudo. No se le puede echar la culpa a ningún
dios malo, o a un dios secundario. Todo, la vida y la muerte, la bendición y la
maldición, dependen directamente del Señor. Cuando ocurre una desgracia tan
terrible como la conquista de Jerusalén y la deportación, ¿dónde queda la
justicia divina?
El autor
de este pasaje del Génesis lo tiene claro: la culpa no es de Dios, que está
dispuesto a perdonar a todos si encuentra un número mínimo de inocentes. La
culpa es de la ausencia total de inocentes.
El
lector moderno no está de acuerdo con esta mentalidad. Tiene otros recursos para
evitar el problema. El más frecuente, no pensar en él. Si piensa, decide que
Dios no es el responsable de invasiones, destrucciones y deportaciones. De eso
nos encargamos los hombres, que sabemos hacerlo muy bien. Con este
planteamiento salvamos la bondad y la justicia divina. Los antiguos teólogos
judíos veían la acción de Dios de forma más misteriosa y profunda. No eran tan
tontos como a veces pensamos.
* * *
Pero
esto nos ha alejado del tema principal de este domingo, que es la oración.
El texto del evangelio recoge dos cuestiones
muy distintas: la oración típica del cristiano, la que distingue a sus
discípulos, y la importancia de ser insistentes y pesados en nuestra oración,
hasta conseguir que Dios se harte y nos conceda… ¿Qué nos concederá
Dios? Demasiada materia para un solo domingo. Comentaré los dos temas por
separado.
Aprendiendo a
rezar (Lucas 11,1-4)
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
‒ Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les dijo:
‒ Cuando oréis decid:
“Padre,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
danos cada día nuestro pan del mañana,
perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo,
y no nos dejes caer en la tentación.”
Nota
En Lucas faltan
dos peticiones que conocemos por Mateo: “hágase tu voluntad en la tierra como
en el cielo”, y “líbranos del mal”.
La
liturgia traduce “nuestro pan del mañana”; debería traducir, como en la
misa, “nuestro pan de cada día”, ya que la fórmula griega es la
misma en Mateo y Lucas (to.n a;rton h`mw/n to.n evpiou,sion). Pero existe una
discusión muy antigua sobre siepiousion se debe interpretar del
alimento cotidiano o como referencia a la eucaristía. Parece que la liturgia se
ha inclinado en este caso por la interpretación eucarística.
Breve
comentario al Padre nuestro
El “Padre nuestro” es la síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a
propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En
torno a estos temas giran las peticiones (sean siete como en Mateo o cinco como
en Lucas).
Frente a un mundo que prescinde de Dios, lo ignora o incluso lo ofende, Jesús propone
como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria
de Dios: “santificado sea tu Nombre”; dicho con palabras más claras:
“proclámese que Tú eres santo”. Es la vuelta a la experiencia originaria de
Isaías en el momento de su vocación, cuando escucha a los serafines proclamar:
“Santo, santo, santo, el Señor, Dios del universo” (Is 6). La primera petición
se orienta en esa línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta
su majestad y desea que se proclame su gloria.
Ante un mundo donde con frecuencia predominan el odio, la
violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con sus injusticias, Jesús pide
que se instaure el Reinado de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz.
Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje (“está cerca el Reinado de
Dios”), en el que tantos contemporáneos concentraban
la suma felicidad y todas sus esperanzas.
Como tercer centro de interés aparece la comunidad. Ese
pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita día tras día el pan, el
perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer
con sentido individual, pero que están concebidas por Jesús de forma
comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza.
Cuando uno imagina a ese pequeño grupo en torno a Jesús recorriendo zonas poco
pobladas y pobres, comprende sin dificultad esa petición al Padre de que le dé
“el pan nuestro de cada día”.
Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender
a Jesús, sus envidias y recelos, adquiere todo sentido la petición: “perdona
nuestras ofensas”.
Y pensando en ese grupo que debió soportar el gran escándalo de la muerte y el
rechazo del Mesías, la oposición de las autoridades religiosas, se entiende que
pida “no caer en la tentación”.
El Padre nuestro nos enseña que la oración cristiana debe ser:
Amplia, porque no podemos limitarnos a nuestros problemas;
el primer centro de interés debe ser el triunfo de Dios;
Profunda, porque al presentar nuestros problemas no
podemos quedarnos en lo superficial y urgente: el pan es importante, pero también
el perdón, la fuerza para vivir cristianamente, el vernos libres de toda
esclavitud.
Íntima, en un ambiente confiado y filial, ya que nos
dirigimos a Dios como “Padre”.
Comunitaria. “Padre nuestro", danos,
perdónanos, etc.
En disposición de perdón.
Necesidad
de ser insistentes en la oración (Lucas 11,5-13)
Y les dijo:
‒ Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para
decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje
y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me
molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no
se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá;
porque quien pide recibe,
quien busca halla,
y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?
¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden?
El
ejemplo del amigo importuno
En las casas del tiempo de
Jesús los niños no duermen en su habitación. De la entrada de la casa a la
cocina no se va por un pasillo. No existe luz eléctrica ni linterna. Un solo
espacio sirve de todo: cocina y comedor durante el día, dormitorio por la
noche. Moverse en la oscuridad supone correr el riesgo de pisar a más de uno y
tener que soportar sus quejas y maldiciones.
El “amigo” trae a la memoria un simpático proverbio bíblico: “El que saluda al
vecino a voces y de madrugada es como si lo maldijera”. Este amigo no saluda,
pide. Y consigue lo que quiere.
Este individuo merecería que le dirigiesen toda la rica gama de improperios que
reserva la lengua castellana para personas como él. Sin embargo, Jesús lo pone
como modelo. Igual que más tarde, también en el evangelio de Lucas, pondrá como
modelo a una viuda que insiste para que un juez inicuo le haga justicia.
La
bondad paternal de Dios y un regalo inesperado
En realidad, no haría falta
ser tan insistentes, porque Dios, como padre, está siempre dispuesto a dar
cosas buenas a sus hijos.
Aquí es donde Lucas introduce un detalle esencial. Las palabras tan conocidas “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá…” se prestan a ser mal entendidas. Como si Dios estuviera dispuesto a dar
cualquier cosa que se le pida, desde un puesto de trabajo hasta la salud,
pasando por aprobar un examen. Esta interpretación ha provocado muchas crisis
de fe y la conciencia diluida de que la oración no sirve para nada.
El evangelio de Mateo, que recoge las mismas palabras, termina diciendo que
Dios “dará cosas buenas a los que se las pidan”. La oración de Jesús
en el huerto de los olivos demuestra que Dios tiene una idea muy distinta de
nosotros, incluso de Jesús, de lo que es bueno y lo que más nos conviene.
Pero las palabras del evangelio de Mateo a Lucas le resultan poco claras y
ofrece una versión distinta: “vuestro Padre celestial dará Espíritu Santo a
los que se lo piden”. Para Lucas, tanto en el evangelio como en el libro de
los Hechos, el Espíritu Santo es el gran motor de la vida de la iglesia. En
medio de las dificultades, incluso en los momentos más duros de la vida, la
oración insistente conseguirá que Dios nos
dé la fuerza, la luz y la alegría de su Espíritu.
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