lunes, 25 de julio de 2016

párate un momento: el evangelio del día 26 DE JULIO - MARTES 17ª - SEMANA DEL T.-O.-C San Joaquín y Santa Ana




26 DE JULIO - MARTES
17ª - SEMANA DEL T.-O.-C
San Joaquín y Santa Ana

       Evangelio según san Mateo 13, 36-43
    En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
       “Acláranos la parábola de la cizaña en el campo”.
       Él les contestó:
       “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre, el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
       Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del
Hombre enviará sus ángeles, y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes.
       Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
       El que tenga oídos que oiga”.

       1. Si algo hay claro, en esta explicación de la parábola de la cizaña, es que el juicio sobre la conducta humana, sobre quién merece premio o castigo, eso corresponde exclusivamente a Dios.
       Nadie tiene derecho a enjuiciar la conducta de los demás. Y menos aún las intenciones de los otros.
       Solo los ángeles, o sea, ningún ser humano
puede erigirse en juez de la vida de los demás.        Teniendo presente que Jesús, al explicar la parábola, ya no habla solamente de los cristianos.
       Jesús dice: “el campo es el mundo” (Mt 13, 38).
       Jesús ya no se limita a una religión, sino que se refiere a la humanidad entera. Con lo que viene a decir que el Evangelio trasciende culturas y religiones.
       Jesús es patrimonio de la humanidad. No es posesión de la Iglesia.
       En la medida en que Jesús no fundó una nueva religión, sino que nos presentó un proyecto de vida verdaderamente humana, en esa misma medida su Evangelio es el mensaje de humanidad para todos los humanos.

       2.   Esto quiere decir que, mientras los humanos estemos en este mundo, tenemos que acostumbrarnos a saber convivir con toda clase de personas, de mentalidades de creencias, de usos y costumbres, y también de formas de pensar.
       No juzgando nunca a nadie.
       No despreciando nunca a nadie.      Respetando a todos.
       Estimando a todos.
       Recordando siempre aquel aforismo de la sabiduría sufí: “Un día visitó una Iglesia, otro día visitó una mezquita. Yendo de templo en templo, no te busco mas que a ti”.

       3.   Ahora se habla mucho del diálogo entre religiones. Y se propugna “Una ética mundial para la economía y la política” (Hans Küng).      Por supuesto, una ética común es de enorme importancia. Pero, ¿por qué restringirla a la economía y a la política?       Tenemos que dar el paso decisivo.
       El paso que consiste en poner el centro de
la religión en la ética. Y que cada cual, para vivir y practicar esa ética común, que se ayude de las oraciones y rituales que más le ayuden. Pero siempre sobre la base de la ética de la humanidad. Sabiendo que lo único que de verdad nos lleva a Dios es ser plenamente humanos.
       Insistamos en esto: lo decisivo no es el ser humano, sino ser humano.
       No es cuestión de teorías filosóficas o cosas parecidas.
       La cuestión determinante está en ser siempre buenas personas, respetado, estimando y siendo sensibles a todo sufrimiento, sobre todo el sufrimiento de quienes son diferentes a mí.

 San Joaquín y Santa Ana

 
Memoria de san Joaquín y santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de los cristianos.

San Joaquín
Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios. Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la Virgen.
Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios.
Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que levantara sospechas bastante fundadas.
No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones.
En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscrimadamente.
Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas, 3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había convertido a los ojos de la ley, tras de su matrimonio, en el hijo de Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos nombres Helí y Joaquín.
Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los Bollandistas, que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos rebaños.
Más interesantes son las bellas líneas en las que el Evangelio de Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia.
Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados.

Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María in Probática, Sagrada Probática y Santa Ana fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una escuela musulmana.
La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue redescubierta en 1889. San Joaquín fue honrado muy pronto por los griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario, donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de diciembre.
Asociado por Julio II [el de la capilla Sixtina] al 20 de marzo, la solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII [el de la Rerum Novarum] quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.

Santa Ana
Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre que la tradición ha señalado para la madre de la Virgen. Las fuentes son las mismas que en el caso de San Joaquín. Aunque la versión más antigua de estas fuentes apócrifas se remonta al año 150 d.C., difícilmente podemos admitir como fuera de toda duda sus variopintas afirmaciones con fundamento en su sola autoridad.
En Oriente, el Protoevangelio gozó de gran autoridad y de él se leían pasajes en las fiestas marianas entre los griegos, los coptos y los árabes. En Occidente, sin embargo, como ya te adelanté con San Joaquín, fue rechazado por los Padres de la Iglesia hasta que su contenido fue incorporado por San Jacobo de Vorágine a su Leyenda Áurea en el siglo XIII.
A partir de entonces, la historia de Santa Ana se divulgó en Occidente y tuvo un considerable desarrollo, hasta que Santa Ana llegó a convertirse en uno de los santos más populares también para los cristianos de rito latino.
El Protoevangelio aporta la siguiente relación: En Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.
Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.
Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: "Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam.
Dado que esta narración parece reproducir el relato bíblico de la concepción del profeta Samuel, cuya madre también se llamaba Hannah, la sombra de la duda se proyecta hasta en el nombre de la madre de María.
En Oriente, al culto a Santa Ana se le puede seguir la pista hasta el siglo IV. Justiniano I hizo que se le dedicara una iglesia. El canon del oficio griego de Santa Ana fue compuesto por San Teófanes, pero partes aún más antiguas del oficio son atribuidas a Anatolio de Bizancio.
Su fiesta se celebra en Oriente el 25 de julio, que podría ser el día de la dedicación de su primera iglesia en Constantinopla o el aniversario de la llegada de sus supuestas reliquias a esta ciudad (710).
Aparece ya en el más antiguo documento litúrgico de la Iglesia Griega, el Calendario de
Constantinopla (primera mitad del siglo VIII). Los griegos conservan una fiesta común de San Joaquín y Santa Ana el 9 de septiembre.
En la Iglesia Latina, su fiesta, bajo la influencia de la Leyenda Áurea, se puede ya rastrear (26 de julio) en el siglo XIII, en Douai. Fue introducida en Inglaterra por Urbano VI el 21 de noviembre de 1378, y a partir de entonces se extendió a toda la Iglesia occidental. Pasó a la Iglesia Latina universal en 1584.
Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras; se la representa con la Virgen María en su regazo, que también lleva en brazos al Niño Jesús. Es además la patrona de los mineros, que comparan a Cristo con el oro y con la plata a María.



No hay comentarios:

Publicar un comentario