martes, 12 de julio de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 13 de Julio – miércoles – 15 - Semana del T.O.-C San Enrique





13 de Julio – miércoles –
15 - Semana del T.O.-C
San Enrique

Evangelio según san Mateo 11, 25-27
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla.
Si Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre,
y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre más que el Hijo, y
aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”

1.   En esta oración de Jesús al Padre se nos explica cómo podemos conocer a Dios y en qué debe consistir nuestra relación con Él.
En otras palabras, aquí encontramos
lo que debe ser y cómo debe vivirse nuestra vida cristiana. Jesús lo explica muy bien: “nadie conoce al Padre”.
Y añade enseguida que “al Padre lo conoce solo el Hijo”.
 En el fondo, es lo mismo que se afirma en el evangelio de Juan: “A Dios nadie lo ha visto jamás”, el Hijo único del Padre es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18).
Dicho de otra forma: Dios no está a nuestro alcance. Porque Dios es el Trascendente.
Una afirmación que muchas religiones y demasiados teólogos, en el cristianismo, no
se atreven a aceptar y asumir con todas sus consecuencias.

2.   Jesús —el Jesús que anduvo por el mundo— fue un ser humano, plenamente
humano, con todas sus consecuencias. Fue “como uno de tantos” (Fil 2, 7).
El concilio de Calcedonia lo definió como doctrina de fe, que Jesús fue (y es) “perfecto en
la humanidad... verdaderamente hombre” (DH 301).
Pues bien, si esto es así, con estas afirmaciones el Nuevo Testamento y el Magisterio solemne de la Iglesia nos vienen a decir que, en un ser humano, en lo más sencillo de lo humano, es donde encontramos a Dios. Y donde vemos a Dios (Jn 14, 9).
Esto es así porque el Padre se ha entregado todo al Hijo. Y se ha hecho “Uno” con el Hijo.
Es decir, esta oración de Jesús no nos explica solamente la intimidad total que existe entre el Padre y el Hijo, sino además nos dice que el Hijo, Jesús, es quien nos enseña quién es el Padre-Dios y cómo es el Padre-Dios.

3.   Pues bien, si Dios se ha humanizado, esto quiere decir que “en lo más sencillamente humano es donde encontramos y conocemos lo más sublimemente divino”.
Por eso dice Jesús que todo esto se ha escondido “a los sabios y entendidos”. Porque
los sabios, los estudiosos, los entendidos en saberes humanos, alcanzan lo que dan de sí esos saberes, pero quizá, por eso mismo, no captan la hondura de “lo más sencillamente humano”. Y por eso también, son “la gente sencilla”, los pequeños, los que a nosotros se nos antojan meros ignorantes, esos son lo que comprenden lo divina que es la belleza, la fuerza, la cercanía de lo más humano que hay en esta vida.
Quizá la teología budista ha sido más consecuente que la cristiana. Budistas y
cristianos decimos que Dios nos trasciende y no podemos conocerlo. Pero los cristianos nos empeñamos en explicar lo que no conocemos. Mientras que los budistas saben que tienen que buscarlo y encontrarlo en su propio interior, en “la inmanencia del Dharma-Buda en nosotros” (Kotaró Suzuki).

San Enrique

San Enrique Emperador
Año 1024
    En verdad que es difícil encontrar gobernantes
de una santidad como la de este gran Emperador.
Que Dios nos mande muchos jefes de nación como San Enrique.
 Jesús carga la cruz Enrique significa: "Jefe Poderoso". Este es el único emperador declarado santo por la Iglesia Católica.
Tuvo la gran suerte de pertenecer a una familia sumamente religiosa. Su hermano Bruno fue obispo. Su hermana Brígida fue monja. La otra hermana, Gisela, fue la esposa de un santo, San Esteban, rey de Hungría. Y la mamá de Enrique lo confió desde muy jovencito bajo la dirección de otro fervoroso personaje, San Wolfgan, obispo de Ratisbona, el cual lo educó de la mejor manera que le fue posible.
Un aviso que lo llevó a la santidad:
Al poco tiempo de haberse muerto su gran maestro, San Wolfgan, vio Enrique que se le aparecía en sueños y escribía en una pared esta frase: "Después de seis". Él se imaginó que le avisaban que dentro de seis días iba a morir y se dedicó con todo su fervor a prepararse para bien morir. Pero pasaron lo seis días y no se murió. Entonces creyó que eran seis meses los que le faltaban de vida, y dedicó ese tiempo a lecturas espirituales, oraciones, limosnas a los pobres, obras buenas a favor de los más necesitados y cumplimiento exacto de su deber de cada día. Pero a los seis meses tampoco se murió. Se imaginó que el plazo que le habían anunciado eran seis años, y durante ese tiempo se dedicó con mayor fervor a sus prácticas de piedad, a obras de caridad y a instruirse ejercer lo mejor posible sus oficios, y a los seis años... lo que le llegó no fue la muerte sino el nombramiento de Emperador. Y este aviso le sirvió muchísimo para prepararse sumamente bien para ejercer tan alto cargo.
Emperador Guerrero.
Enrique cumplió lo que su nombre significa en alemán: jefe poderoso. Pues empezó siendo simplemente rey (o gobernador) de un departamento del sur de Alemania, Baviera. Y allí ejerció su autoridad con agrado de todos, llegando a ser enormemente estimado por su pueblo. Pero de pronto se murió el Emperador Otón III, su primo, sin dejar herederos, y entonces los príncipes electores juzgaron que ningún otro estaba mejor preparado para gobernar Alemania y a las naciones vecinas que el buen Enrique, tan apreciado por sus súbditos. Y llegó así a aquel altísimo cargo.
Pero por todas partes estallaban revueltas y revoluciones, y el nuevo emperador tuvo que organizar un poderoso ejército para ir calmando a los revoltosos. Y resultó ser un gran guerrero. Dominó las revueltas nacionales y las de Polonia y se hizo respetar por todos los países vecinos.
Liberador del Papa.
Y sucedió que en Roma un anticristo se atrevió a quitarle el puesto al Papa Benedicto VIII. Éste pidió auxilio a Enrique, el cual con un fortísimo ejército invadió a Italia, derrotó a los enemigos del Pontífice y le restituyó su alto cargo. En premio por todo esto, el Papa Benedicto lo coronó solemnemente en Roma como Emperador de Alemania, Italia y Polonia.

Enrique el piadoso.
La gente lo llamaba así porque en todas partes lo que buscaba era extender la religión y hacer que las gentes amaran más a Nuestro Señor.
Para conceder como esposa a su hermana Gisela, al rey Esteban de Hungría le puso como condición a dicho mandatario que propagara el catolicismo por todo su reino, lo cual cumplió Esteban de manera admirable.
Por todas partes levantaba templos, construía conventos para religiosos y apoyaba a cuantos se dedicaban a evangelizar. A los templos les regalaba cálices, ornamentos y demás objetos para que el culto resultara muy solemnemente, y dejaba donaciones para que celebraran misas por sus intenciones.
En su viaje a Italia se sintió sumamente enfermo y se fue en peregrinación a Monte Casino, y allá rezando con toda fe a San Benito consiguió su curación.
Reunía a los obispos y sacerdotes para estudiar los métodos que consiguieran una mayor santidad para el clero. Delante de los obispos se arrodillaba con toda humildad, como cualquier sencillo creyente.
Padre de los pobres y amigo del pueblo.
Pocos gobernantes que hayan gozado de una manera tan extraordinaria de cariño de su pueblo, como San Enrique. Un día, a un empleado que le aconsejaba tratar con crueldad a los revoltosos, le respondió: "Dios no me dio autoridad para hacer sufrir a la gente, sino para tratar de hacer el mayor bien posible."
Fue un verdadero padre para sus súbditos. La fama de su bondad corrió pronto por toda Alemania e Italia, ganándose la simpatía general. En sus labores caritativas le ayudaba su virtuosa esposa, Santa Cunegunda, mujer ejemplarísima en todo.
Buscador de la paz.
Decía siempre que lo que más deseaba para su nación, después de la fe, era la paz. Con los gobernantes vecinos trató de conservar muy buenas relaciones de amistad, y a los súbditos revoltosos, fácilmente los perdonaba y volvían a ser sus amigos. Pocos gobernantes han logrado ganarse como Enrique el amor de sus gobernados, y la gente bendecía a Dios por haberle concedido un mandatario tan comprensivo.
Murió el 13 de julio del año 1024, y poco antes de morir contó a sus familiares que con su esposa Santa Cunegunda había hecho voto de virginidad, y que habían vivido siempre como dos hermanos.






No hay comentarios:

Publicar un comentario