martes, 26 de julio de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 27 de Julio – miércoles – 17ª – Semana del T.-O.-C San Pantaleón





27 de Julio – miércoles –
17ª – Semana del T.-O.-C
San Pantaleón

       Evangelio según san Mateo 13,44-45
   En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:       “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
       El Reino de los cielos se parece también
a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.

       1.   Se sabe que, en la Antigüedad, era frecuente la práctica de enterrar objetos valiosos.
       Filóstrato habla de un hombre que “ofrecía sacrificios a la madre Tierra, en la esperanza de hallar un tesoro” (Apol 6, 39).
       Y F. Josefo informa de los numerosos tesoros que los romanos encontraron bajo tierra en Jerusalén (2 Bar. 6, 7-9).
       Con esta referencia, a algo que era una costumbre de aquel tiempo, Jesús quiere enseñar algo determinante para entender el Evangelio, a saber: Jesús nos dice que, para vivir su proyecto, hay que abandonar todas las demás prioridades. (cf. Mt 4, 18-22;
8, 19-22; 9, 9) (W. Carter).
       Esta misma enseñanza se repite en la parábola del comerciante de perlas finas. Un oficio que difícilmente se libraba del engaño y la codicia en las transacciones, como advierte el Eclesiástico (25, 29).

       2.   Al plantear así su proyecto de vida, Jesús no nos pide que abandonemos nuestros proyectos profesionales~ amorosos o lúdicos. Sería una aberración inconcebible imaginar que Jesús entra en competencia con el trabajo, el amor humano o el gozo y la felicidad del descanso, el juego, la sana diversión.
       Todo lo contrario. El proyecto del Evangelio es el proyecto de la rectitud y la coherencia como ciudadanos, como trabajadores, como profesionales, como esposos, padres o hermanos, como personas que saben gozar de la vida en la más sana convivencia con los demás.
       Al decir esto, parece lógico recordar la sabia propuesta que hizo Max Weber cuando presentó la “profesión” como “vocación”.
       Es decir, “la idea de una misión impuesta por Dios”.
       Así se entiende mejor el proyecto que Cromwell propuso al Parlamento: “Os ruego que evitéis los abusos de todas las profesiones, especialmente de una, que hace a muchos pobres para que pocos se hagan ricos” (La ética protestante..., 1, 3).

       3.   Jesús no vino a adiestrarnos en la codicia de las riquezas. Todo lo contrario. Lo que Jesús nos viene a decir, mediante estas parábolas, es que, por muy grande que sea nuestra riqueza, hay cosas que valen más que todo el dinero del mundo.
       La gran deformación, la más brutal perversión, que la cultura del capitalismo ha hecho con todos nosotros, es meternos en la cabeza que lo más importante en la vida es la riqueza, el dinero, la estabilidad económica, etc.
       Por supuesto, decir esto hoy, a quienes sufren las peores consecuencias de la crisis económica, es una auténtica agresión. Pero es una agresión porque todos dependemos del dinero. Y no le dará más importancia a nuestra propia humanidad, a nuestra seguridad en los demás, a nuestra dignidad, a la estabilidad que nos tendría que dar a todos la seguridad de que contamos con los otros, no que los otros son unos competidores.

San Pantaleón

 
Médico mártir de 29 años de edad 275-+305

Pantaleón significa en griego "el que se compadece de todos".
Médico nacido en Nikomedia (actual Turquía). Fue decapitado por profesar su fe católica en la persecución del emperador romano Diocleciano, el 27 de julio del 305.
Lo que se sabe de San Pantaleón procede de un antiguo manuscrito del siglo VI que está en el Museo Británico.  Pantaleón era hijo de un pagano llamado Eubula y de madre cristiana. Pantaleón era médico. Su maestro fue Euphrosino, el médico más notable del imperio.  Fue médico del emperador Galerio Maximiano en Nicomedia.
Conoció la fe, pero se dejó llevar por el mundo pagano en que vivía y sucumbió ante las tentaciones, que debilitan la voluntad y acaban con las virtudes, cayendo en la apostasía. Un buen cristiano llamado Hermolaos le abrió los ojos, exhortándole a que conociera "la curación proveniente de lo más Alto", le llevó al seno de la Iglesia. A partir de entonces entregó su ciencia al servicio de Cristo, sirviendo a sus pacientes en nombre del Señor. 
En el año 303, empezó la persecución de Diocleciano en Nikomedia. Pantaleón regaló todo lo que tenía a los pobres. Algunos médicos por envidia, lo delataron a las autoridades. Fue arrestado junto con Hermolaos y otros dos cristianos. El emperador, que quería salvarlo en secreto, le dijo que apostatara, pero Pantaleón se negó e inmediatamente curó milagrosamente a un paralítico para demostrar la verdad de la fe. Los cuatro fueron condenados a ser decapitados. San Pantaleón murió mártir a la edad de 29 años el 27 de julio del 304. Murió por la fe que un día había negado. Como San Pedro y San Pablo, tuvo la oportunidad de reparar y manifestarle al Señor su amor. 
Las actas de su martirio nos relatan sobre hechos milagrosos:
Trataron de matarle de seis maneras diferentes; con fuego, con plomo fundido, ahogándole, tirándole a las fieras, torturándole en la rueda y atravesándole una espada. Con la ayuda del Señor, Pantaleón salió ileso. Luego permitió libremente que lo decapitaran y de sus venas salió leche en vez de sangre y el árbol de olivo donde ocurrió el hecho floreció al instante. Podría ser que estos relatos son una forma simbólica de exaltar la virtud de los mártires, pero en todo caso, lo importante es que Pantaleón derramó su sangre por Cristo y los cristianos lo tomaron como ejemplo de santidad. 
En Oriente le tienen gran veneración como mártir y como médico que atendía gratuitamente a los pobres. También fue muy famoso en Occidente desde la antigüedad.
Se conservan algunas reliquias de su sangre, en Madrid (España), Constantinopla (Turquía) y Ravello (Italia).
El Milagro de su sangre
Una porción de su sangre se reserva en una ampolla en el altar mayor del Real Monasterio de la Encarnación en Madrid de los Austrias, junto a la Plaza de Oriente, Madrid, España. Fue tomada de otra más grande que se guarda en la Catedral italiana de Ravello. Fue donada al monasterio junto con un trozo de hueso del santo por el virrey de Nápoles. En Madrid lo custodian las religiosas Agustinas Recoletas dedicadas a la oración. Hay constancia de que la reliquia ya estaba en la Encarnación desde su fundación en el año 1616.
La sangre, en estado sólido durante todo el año, se licuefacciona [o ocurre el fenómeno de licuefacción], como la sangre de San Jenaro, sin intervención humana. Esto ocurre en la víspera del aniversario de su martirio, o sea, cada 26 de julio. Así ha ocurrido cada año, cuando se celebraron 1700 años de su martirio. En ese año el milagro tuvo lugar mientras las religiosas oraban en el coro del templo y ante la presencia de cientos de visitantes. El monasterio abre las puertas al público para que todos sean testigos. En algunas ocasiones, la sangre ha tardado en solidificarse para señalar alguna crisis, como ocurrió durante las dos guerras mundiales.
Muchas veces se ha intentado explicar el fenómeno mediante mecanismos netamente naturales, como la temperatura o las fases de la luna. Sin embargo, ninguna de las explicaciones ha resultado satisfactoria para la ciencia.  La iglesia no se ha definido sobre el milagro. Las hermanas dicen sencillamente que es "un regalo de Dios". 
Para facilitar la vista del público y evitar el deterioro de la reliquia, en el 1995 las monjitas instalaron monitores de televisión que aumentan diez veces la imagen de la cápsula que contiene la sangre del santo.
La sangre de un médico mártir se licúa. ¿Qué nos dice Dios con este portento?
Acaso no necesitamos este testimonio valiente de quien dio su vida por la fe.  Su sangre nos recuerda nuestra propia responsabilidad de vivir la fe en un tiempo donde tantos caen en la apostasía o simplemente en la indiferencia.  Cuanto necesitamos el ejemplo de San Pantaleón, quien supo vivir su profesión al servicio de Jesucristo.    


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